En los años 50, de la misma forma que se rodaban westerns como churros en Hollywood, en Japón salían al mercado numerosas películas de espadachines, enmarcadas en el género conocido como jidai-geki . Pero Kurosawa, ese genio cinematográfico, quiso hacer algo diferente y "rodar una película profunda". Con este parámetro, y con ganas de cocinar un manjar que deleitara a todos los paladares, se lanzó a la creación de esta obra que ha marcado todo un hito en la historia del cine.
Los habitantes de un pueblo indefenso están hartos de ser las víctimas, todos los años, de soportar los abusos y violaciones que reciben de una panda de asesinos que, además, les toman por el pito de un sereno. Para terminar de una vez por todas con semejante afrenta, se lanzan a buscar samuráis libres que, a cambio de techo y comida, les ayuden a defenderse. Aunque la oferta es escasa, no tardan en encontrar a Kikuchiyo, un perdedor romántico que decide coger su causa como propia y que es el encargado de organizar a un grupo de siete compañeros (él incluido) para luchar por la libertad del pueblo maldito.
Las situaciones de convivencia entre los guerreros, cada uno de su padre y de su madre, dan lugar a situaciones tanto cómicas como de lo más emocionante, según el personaje que refleje lo que le ocurre a cada momento. La relación con la gente del pueblo pasa de ser fría y desconfiada a cercana y amistosa. Y se viven momentos en los algún samurái saca a lucir su triste alma por una infancia de abandono.
Pero la necesidad es una trampa en la que caemos según nos vienen las cosas y, como es marca de la casa en Kurosawa, el impresionante final nos ofrece el choque entre los supervivientes de entre los samuráis que, mientras rezan a las tumbas de sus compañeros, ven como los habitantes del pueblo, una vez solucionado su problema, se olvidan de lo pasado y vuelven a trabajar sus campos como si nada.
Una vez más, Toshiro Mifune es el protagonista de esta historia, un actor con una grandiosa capacidad de interpretación y del que Kurosawa llegó a afirmar que "verle trabajar era todo un placer. A veces, miraba a los operarios de cámara para ver cómo les emocionaba con su arte". Un logro que repite, invariablemente, con todos los espectadores que disfrutan de su arte.
Esta película, aparte de ganar el León de Plata en Venecia y estar nominada a dos Oscars(c), fue el pasaporte definitivo del cine japonés a occidente, donde terminaron los tópicos que se habían creado alrededor del cine del país del Sol Naciente.
De esta película, salió un remake hollywoodiense, Los siete magníficos (John Sturges, 1960) que también ha pasado a la historia y que contó con varias secuelas. Y, aunque es innegable su status de obra maestra, soy de los convencidos de que no logra alcanzar las cotas por las que la obra original camina con soltura.
jueves, 12 de mayo de 2011
miércoles, 11 de mayo de 2011
153 - ANTES DE LA REVOLUCION (Prima de la revoluzione). Bernardo Bertolucci. Italia, 1964.
Para su segundo largometraje, Bernardo Bertolucci, con menos de 25 años de edad, se lanzó a rodar una historia en la que parecía mezclar los temas fundamentales de su juventud con su amor por su ciudad natal, Parma.
En aquella época, mediando los 60, la juventud creía en algo que se ha perdido, de forma irremediable parece ser: los ideales. Porque las aventuras amorosas del joven protagonista, obsesionado con su tía carnal, se nos van narrando de forma salpimentada por aquellas conversaciones eternas que teníamos de jóvenes cuando nos daba la madrugada hablando del auténtico alcance de El capital, de Marx.
Por eso, esta cinta sorprende por una tremenda densidad en sus diálogos, algo que el propio Bertolucci ha ido perdiendo en su discurso con el paso de los años. Frente a la grandiosidad de, digamos, El último emperador, esta cinta es más deudora de su colaboración con Pasolini en Accatone (1961) que con el preciosismo que luego alcanzara este cineasta en la historia del último mandatario real de la China.
No es una película fácil de ver hoy en día, en estos tiempos en los que los SMS y los Twitter nos han acostumbrado a que las noticias se pueden compartir con forma de teletipo. Ahora, lamentablemente, las conversaciones a las que se dedica tiempo tratan sobre las últimas ocurrencias de Belén Esteban, o asuntos así de trascendentes. De hecho, en periodos electorales, nadie habla de los programas políticos de los partidos, sino de quien ha mentido más o menos; de quién ha robado más o menos; o de a quién se va a votar en virtud de razonamientos sencillamente absurdos.
En todo caso, hay un fuerte sentido de nostalgia en esta cinta que las nuevas generaciones (salvo honrosas excepciones) encontrarán imposible de comprender. Y quizá sea más realista su actitud indiferente de la actualidad frente a aquellos enfrentamientos dialécticos que, como ha demostrado la historia, no han podido evitar que desemboquemos en el momento que nos encontramos: como auténticos ciudadanos gamma que sólo vivimos para que nos sigan proporcionando nuestra ración de soma.
Así de triste, así de real.
En aquella época, mediando los 60, la juventud creía en algo que se ha perdido, de forma irremediable parece ser: los ideales. Porque las aventuras amorosas del joven protagonista, obsesionado con su tía carnal, se nos van narrando de forma salpimentada por aquellas conversaciones eternas que teníamos de jóvenes cuando nos daba la madrugada hablando del auténtico alcance de El capital, de Marx.
Por eso, esta cinta sorprende por una tremenda densidad en sus diálogos, algo que el propio Bertolucci ha ido perdiendo en su discurso con el paso de los años. Frente a la grandiosidad de, digamos, El último emperador, esta cinta es más deudora de su colaboración con Pasolini en Accatone (1961) que con el preciosismo que luego alcanzara este cineasta en la historia del último mandatario real de la China.
No es una película fácil de ver hoy en día, en estos tiempos en los que los SMS y los Twitter nos han acostumbrado a que las noticias se pueden compartir con forma de teletipo. Ahora, lamentablemente, las conversaciones a las que se dedica tiempo tratan sobre las últimas ocurrencias de Belén Esteban, o asuntos así de trascendentes. De hecho, en periodos electorales, nadie habla de los programas políticos de los partidos, sino de quien ha mentido más o menos; de quién ha robado más o menos; o de a quién se va a votar en virtud de razonamientos sencillamente absurdos.
En todo caso, hay un fuerte sentido de nostalgia en esta cinta que las nuevas generaciones (salvo honrosas excepciones) encontrarán imposible de comprender. Y quizá sea más realista su actitud indiferente de la actualidad frente a aquellos enfrentamientos dialécticos que, como ha demostrado la historia, no han podido evitar que desemboquemos en el momento que nos encontramos: como auténticos ciudadanos gamma que sólo vivimos para que nos sigan proporcionando nuestra ración de soma.
Así de triste, así de real.
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martes, 10 de mayo de 2011
152 - PICKPOCKET. Robert Bresson. Francia, 1959.
Si en la historia del cine son pocos los que pueden presumir de haber creado nuevas vías en la narrativa cinematográfica, qué duda cabe de que Robert Bresson es uno de los que sobresalen por su aportación. En su caso, y por primera vez, se podría hablar del cine de disección.
Su forma de rodar, fría por lo objetiva, se convierte casi en un análisis ciéntifico de lo que se narra. El blanco y negro que utiliza en sus cintas también ayuda a la distancia necesaria para que lo que se cuenta vaya dejando su impronta en las mentes de los espectadores. Los planos centrados en determinados detalles dan mayor relevancia a lo que sucede. Y, sobre todo, sus "modelos" (que es como Bresson llamaba a sus actores), al ser mayormente no profesionales, dan vida a unos personajes que, de cara al público, parecen estar sacados directamente de la calle, con esa misma falta de pasión que provoca cualquier viandante con el que nos crucemos.
Tengo que admitir que la primera vez que vi una película de este genial director, que fue precisamente esta Pickpocket que ahora nos ocupa, tardé tiempo en entrar en la historia, en que su aspecto formal me atrapara. Pero, curiosamente, con el paso del tiempo y el visionado de otras cintas, te das cuenta de que puedes llegar a entender la pasión de los investigadores en sus estudios. Que no hace falta mostrar emociones intensas para que las mentes científicas vivan al límite.
No en vano, no hay ningún asomo de pasión en la trayectoria vital del protagonista, un ser que se ve imbuido, cada vez más, en el acto de robar carteras. Una pasión que le va dominando y que termina convirtiéndose en la meta y fin de su existencia, más allá de su madre y de su novia, y de todo lo que le rodea.
Diez años antes, Jean Genet había regalado al mundo su escrito autobiográfico Diario del ladrón y, pese a lo descarnado de su obra, había logrado encontrar una cierta comprensión social hacia las motivaciones que le habían llevado a vivir fuera de la ley. Y a pensar que los ladrones son, en realidad, ángeles mandados desde los cielos.
En este caso, Michel, el protagonista, también se nos presenta como un ser sumamente espiritual que aspira a lograr alcanzar las cumbres del Arte, con mayúsculas, a través de su creación fundamental: el perfecto robo de carteras.
Si cuando termines de ver esta obra notas que te sientes raro, no te preocupes, será que Bresson ha logrado también inocularte con ese sentido del estudio de uno mismo al que nos lleva su obra. Puede doler, pero lo llegarás a agradecer.
Su forma de rodar, fría por lo objetiva, se convierte casi en un análisis ciéntifico de lo que se narra. El blanco y negro que utiliza en sus cintas también ayuda a la distancia necesaria para que lo que se cuenta vaya dejando su impronta en las mentes de los espectadores. Los planos centrados en determinados detalles dan mayor relevancia a lo que sucede. Y, sobre todo, sus "modelos" (que es como Bresson llamaba a sus actores), al ser mayormente no profesionales, dan vida a unos personajes que, de cara al público, parecen estar sacados directamente de la calle, con esa misma falta de pasión que provoca cualquier viandante con el que nos crucemos.
Tengo que admitir que la primera vez que vi una película de este genial director, que fue precisamente esta Pickpocket que ahora nos ocupa, tardé tiempo en entrar en la historia, en que su aspecto formal me atrapara. Pero, curiosamente, con el paso del tiempo y el visionado de otras cintas, te das cuenta de que puedes llegar a entender la pasión de los investigadores en sus estudios. Que no hace falta mostrar emociones intensas para que las mentes científicas vivan al límite.
No en vano, no hay ningún asomo de pasión en la trayectoria vital del protagonista, un ser que se ve imbuido, cada vez más, en el acto de robar carteras. Una pasión que le va dominando y que termina convirtiéndose en la meta y fin de su existencia, más allá de su madre y de su novia, y de todo lo que le rodea.
Diez años antes, Jean Genet había regalado al mundo su escrito autobiográfico Diario del ladrón y, pese a lo descarnado de su obra, había logrado encontrar una cierta comprensión social hacia las motivaciones que le habían llevado a vivir fuera de la ley. Y a pensar que los ladrones son, en realidad, ángeles mandados desde los cielos.
En este caso, Michel, el protagonista, también se nos presenta como un ser sumamente espiritual que aspira a lograr alcanzar las cumbres del Arte, con mayúsculas, a través de su creación fundamental: el perfecto robo de carteras.
Si cuando termines de ver esta obra notas que te sientes raro, no te preocupes, será que Bresson ha logrado también inocularte con ese sentido del estudio de uno mismo al que nos lleva su obra. Puede doler, pero lo llegarás a agradecer.
lunes, 9 de mayo de 2011
151 - BAILAR EN LA OSCURIDAD (Dancer in the dark). Lars von Trier. Dinamarca, 2000.
Lo primero a decir de esta película es que se trata de una coproducción europea que pareció aprovechar el momento en el que todo el continente se preparaba para el paso al ECU, primer nombre de la moneda que hoy en día todos utilizamos bajo el nombre de Euro.
Este gesto, que en manos de otro podría parecer una iniciativa ingeniosa, en el caso del soberbio von Trier resulta un ejemplo más de su sobradismo egocéntrico. Especialmente cuando consideras que, aún estando dentro del ámbito del famoso movimiento Dogma 95, este director, cuál si de un director fílmico se tratara, se pasa sus propias normas por la entrepierna y realiza la cinta tal y como le da la gana.
Para empezar, este título consta de dos unidades completamente diferenciadas. La primera sería la de narrativa normal, digamos, esas partes en las que nos van contando las vicisitudes de la protagonista, esa cegata y ceniza mujer interpretada por Björk. La segunda, serían los números musicales que la cabeza de ese mismo personaje interpreta para sí.
Y mientras que esta segunda unidad es toda una genialidad digna de todo tipo de halagos, y que en seguida empezó a ser imitada en películas como Mi vida sin mí (Isabel Coixet, 2003), la primera no se diferencia, argumentalmente, de lo que hace años que los críticos llamamos, con desprecio, "películas de después de comer".
La muchacha sufre una serie de desgracias que, entre que el hijo se le muere, ella va perdiendo la vista, la atacan, la intentan robar y demás despropósitos, al final te quedas con la impresión de que sólo le faltaba que se volviera negra y la quemara el Ku Klux Klan, porque no le pueden pasar más cosas.
Eso sí, como se rueda con cámara al hombro y sin steady, pues parece súper moderno y los que se las dan de vanguardistas declamaban: "¡guau, qué novedoso!", olvidando que es lo mismo que se lleva contando en esas historias de madre divorciada a la que pega el marido y que la quitan el hijo por no saber conducir, como tan bien ha mostrado Antena 3 con sus emisiones.
Repito que sólo por los números musicales sí que estamos ante una de las películas de visionado obligado para todo el mundo. Aparte del talento vocal de la cantante metida a actriz, la forma de componer música con sonidos cotidianos de la vida, así como con los mismos golpes físicos que padece ella, se muestra una forma diferente de entender la composición musical. Algo que se debe absolutamente a la genialidad de Björk y a la labor musical que lleva realizando desde sus tiempos en The Sugarcubes.
Un estilo musical que ha creado escuela y que ha influido en trabajos tan diferentes como la banda sonora de Pozos de ambición (Paul Thomas Anderson, 2007), uan partitura fascinante y rayante a partes iguales.
También merece la pena, y mucho, ver la creación de personaje que hace Catherine Deneuve. La actriz había escrito a von Trier tras ver Rompiendo las olas (que también llegará a este blog) ofreciéndose a trabajar con él cuando quisiera. De ahí, el cineasta danés le escribió esta participación que admiro sin límites.
Por último, el reparto de secundarios es sencillamente excelente y se puede gozar de la labor de grandes actores como Udo Kier o de Joel Grey. Sólo que interpretando esas situaciones patéticas a las que me he referido antes, haciendo mayormente de malotes.
Recuerdo perfectamente que, a la salida del cine, se veían abundantes pares de ojos arrasados en lágrimas. Sinceramente, yo estaba aburrido de todo lo que le pasaba hacia la mitad de la película, y no me provocó ningún tipo de simpatía. Pero es que yo sí me he criado con los buenos melodramas.
En el Festival de Cannes, esta cinta se alzó con la Palma de Oro y el Premio a la Mejor Actriz para Björk, supongo que para que se cantara algo en la Gala de Clausura. Y ella misma protagonizó una gala de Oscars(c) en la que interpretó su nominada canción con el vestido de cisne que pasará a la historia por ser uno de los más excéntricos jamás visto en dicha ceremonia.
Pero, sinceramente, yo estoy deseando que aparezca la versión DVD en la que se pueda elegir ver sólo las interpretaciones cantarinas de la esquimala.
Este gesto, que en manos de otro podría parecer una iniciativa ingeniosa, en el caso del soberbio von Trier resulta un ejemplo más de su sobradismo egocéntrico. Especialmente cuando consideras que, aún estando dentro del ámbito del famoso movimiento Dogma 95, este director, cuál si de un director fílmico se tratara, se pasa sus propias normas por la entrepierna y realiza la cinta tal y como le da la gana.
Para empezar, este título consta de dos unidades completamente diferenciadas. La primera sería la de narrativa normal, digamos, esas partes en las que nos van contando las vicisitudes de la protagonista, esa cegata y ceniza mujer interpretada por Björk. La segunda, serían los números musicales que la cabeza de ese mismo personaje interpreta para sí.
Y mientras que esta segunda unidad es toda una genialidad digna de todo tipo de halagos, y que en seguida empezó a ser imitada en películas como Mi vida sin mí (Isabel Coixet, 2003), la primera no se diferencia, argumentalmente, de lo que hace años que los críticos llamamos, con desprecio, "películas de después de comer".
La muchacha sufre una serie de desgracias que, entre que el hijo se le muere, ella va perdiendo la vista, la atacan, la intentan robar y demás despropósitos, al final te quedas con la impresión de que sólo le faltaba que se volviera negra y la quemara el Ku Klux Klan, porque no le pueden pasar más cosas.
Eso sí, como se rueda con cámara al hombro y sin steady, pues parece súper moderno y los que se las dan de vanguardistas declamaban: "¡guau, qué novedoso!", olvidando que es lo mismo que se lleva contando en esas historias de madre divorciada a la que pega el marido y que la quitan el hijo por no saber conducir, como tan bien ha mostrado Antena 3 con sus emisiones.
Repito que sólo por los números musicales sí que estamos ante una de las películas de visionado obligado para todo el mundo. Aparte del talento vocal de la cantante metida a actriz, la forma de componer música con sonidos cotidianos de la vida, así como con los mismos golpes físicos que padece ella, se muestra una forma diferente de entender la composición musical. Algo que se debe absolutamente a la genialidad de Björk y a la labor musical que lleva realizando desde sus tiempos en The Sugarcubes.
Un estilo musical que ha creado escuela y que ha influido en trabajos tan diferentes como la banda sonora de Pozos de ambición (Paul Thomas Anderson, 2007), uan partitura fascinante y rayante a partes iguales.
También merece la pena, y mucho, ver la creación de personaje que hace Catherine Deneuve. La actriz había escrito a von Trier tras ver Rompiendo las olas (que también llegará a este blog) ofreciéndose a trabajar con él cuando quisiera. De ahí, el cineasta danés le escribió esta participación que admiro sin límites.
Por último, el reparto de secundarios es sencillamente excelente y se puede gozar de la labor de grandes actores como Udo Kier o de Joel Grey. Sólo que interpretando esas situaciones patéticas a las que me he referido antes, haciendo mayormente de malotes.
Recuerdo perfectamente que, a la salida del cine, se veían abundantes pares de ojos arrasados en lágrimas. Sinceramente, yo estaba aburrido de todo lo que le pasaba hacia la mitad de la película, y no me provocó ningún tipo de simpatía. Pero es que yo sí me he criado con los buenos melodramas.
En el Festival de Cannes, esta cinta se alzó con la Palma de Oro y el Premio a la Mejor Actriz para Björk, supongo que para que se cantara algo en la Gala de Clausura. Y ella misma protagonizó una gala de Oscars(c) en la que interpretó su nominada canción con el vestido de cisne que pasará a la historia por ser uno de los más excéntricos jamás visto en dicha ceremonia.
Pero, sinceramente, yo estoy deseando que aparezca la versión DVD en la que se pueda elegir ver sólo las interpretaciones cantarinas de la esquimala.
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viernes, 6 de mayo de 2011
150 - ANGELES CON CARAS SUCIAS (Angels with dirty faces). Michael Curtiz. USA, 1938.
Cuatro años antes de que Michael Curtiz cautivara al universo entero con la delicia titulada Casablanca (que, por supuesto, también llegará a este blog), cosechó un gran éxito con este título. Una entrega de cine negro en estado puro protagonizada por ese animal de la interpretación llamado James Cagney.
Lo más fascinante, e interesante, de este título es precisamente el retrato de la vida en la calle de los chavales marginados que no saben ni dónde ni cómo encontrar su lugar en el mundo. Y esta problemática, que sigue siendo de rabiosa actualidad, es el tema central de esta historia en la que vemos como el protagonista se enfrenta al cura de su barrio que quiere defender la inocencia de los muchachitos.
Humphrey Bogart, antes de alcanzar el estrellato, se lucía en su papel y seguía sumando puntos en una carrera que alcanzaría el estrellato poco después (como vimos en El halcón maltés, entrada anterior a ésta).
Junto a estos dos grandes actores, el resto del reparto se compone de actores profesionales junto al grupo de jóvenes que daban vida a los miembros de la panda callejera y que verían sus carreras lanzadas por el éxito tremendo que obtuvo esta cinta.
En las nominaciones a los Oscars(c) de su año, tres nominaciones saltaron a la palestra: Mejor Director, Mejor Actor (Cagney) y Mejor Guión Original. Pero ninguna de ellas llegaría a realizarse yendo a parar a otras manos. Eso sí, el Círculo de Críticos de Nueva York distinguió al actor como el mejor de aquella hornada.
La influencia de esta cinta sigue teniendo peso en toda cinta que trate sobre los peligros de los jóvenes callejeros y se hace sentir en todos los títulos que tratan este tema, incluyendo sus versiones escolares en títulos como Mentes peligrosas (John N. Smith, 1995).
Pero lo que la convierte en cinta de obligado visionado es nada menos que la lectura social que se hace en un tiempo en el que todavía no había llegado el mojigato de McCarthy a tocar las narices a las gentes del cine. Y lo que se cuenta merece la pena ser escuchado.
Lo más fascinante, e interesante, de este título es precisamente el retrato de la vida en la calle de los chavales marginados que no saben ni dónde ni cómo encontrar su lugar en el mundo. Y esta problemática, que sigue siendo de rabiosa actualidad, es el tema central de esta historia en la que vemos como el protagonista se enfrenta al cura de su barrio que quiere defender la inocencia de los muchachitos.
Humphrey Bogart, antes de alcanzar el estrellato, se lucía en su papel y seguía sumando puntos en una carrera que alcanzaría el estrellato poco después (como vimos en El halcón maltés, entrada anterior a ésta).
Junto a estos dos grandes actores, el resto del reparto se compone de actores profesionales junto al grupo de jóvenes que daban vida a los miembros de la panda callejera y que verían sus carreras lanzadas por el éxito tremendo que obtuvo esta cinta.
En las nominaciones a los Oscars(c) de su año, tres nominaciones saltaron a la palestra: Mejor Director, Mejor Actor (Cagney) y Mejor Guión Original. Pero ninguna de ellas llegaría a realizarse yendo a parar a otras manos. Eso sí, el Círculo de Críticos de Nueva York distinguió al actor como el mejor de aquella hornada.
La influencia de esta cinta sigue teniendo peso en toda cinta que trate sobre los peligros de los jóvenes callejeros y se hace sentir en todos los títulos que tratan este tema, incluyendo sus versiones escolares en títulos como Mentes peligrosas (John N. Smith, 1995).
Pero lo que la convierte en cinta de obligado visionado es nada menos que la lectura social que se hace en un tiempo en el que todavía no había llegado el mojigato de McCarthy a tocar las narices a las gentes del cine. Y lo que se cuenta merece la pena ser escuchado.
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miércoles, 4 de mayo de 2011
149 - EL HALCON MALTES (The Maltese Falcon). John Huston. USA, 1941.
El mismo año que Orson Welles revolucionaba la industria del cine con Ciudadano Kane, saltaba también a la palestra de la dirección John Huston, hasta entonces guionista y figurante ocasional. Hijo del actor Walter (al que llevó a ganar un Oscar(c) como Actor de Reparto por su personaje en El tesoro de Sierra Madre, que también llegará a este blog), este cineasta puro no pudo elegir mejor ocasión para coger la batuta por primera vez.
Las adaptaciones literarias fueron uno de los platos fuertes en su carrera y, en este caso, la elección de la novela homónima firmada por Dashiell Hammett fue todo un bingo. No sólo por la cantidad de elementos de cine negro en estado destilado que se encuentran entre sus páginas, sino por la forma elegante en que supo llevarlas a la gran pantalla.
Entre otras cosas, y fundamental para su status actual, fue la configuración de un reparto que parece milimetrado. Mary Astor, precisamente por su aspecto de mojigata pervertida, clava el personaje de la malvada femme fatale. Sydney Greenstreet, un actor enorme en todos los sentidos, estaría nominado al Oscar(c) como Mejor Secundario por el retrato que ofrece en esta cinta. Y Peter Lorre, pese a que una de las connotaciones en su contra sea la de ser homosexual (bueno, más bien afeminado: sus notas huelen a perfume), resulta también imprescindible para su caracterización.
La gran baza, sin embargo, vino de la elección del protagonista. Para dar vida a Sam Spade, Huston se decantó por un actor que había comenzado a despuntar con sus papeles secundarios en películas de gángsters. Solía hacer de malo, pero su peculiar forma de hablar (vocalizaba menos que Jorge Sanz hasta la serie que le han dedicado hace poco), su voz arrastrada y un algo de malditismo convirtieron a Humphrey Bogart en un personaje romántico, una sombra que le seguiría a lo largo de toda su carrera. A su favor, eso sí.
La trama entera gira alrededor de una estatua de valor incalculable que representa un halcón negro. En realidad, no es la estatua en sí lo que interesa, sino lo que esconde. Pero este animal ha dado de sí lo que nadie podía figurarse y, hoy en día, es uno de los souvenirs más vendidos en la isla de Malta.
Con este título, Huston dejó una impronta en el género detectivesco y sus artimañas cinematográficas han sido copiadas ad infinitum, siendo todavía en estos tiempos una referencia fundamental para muchos de los directores que salen a la arena.
Pero no sólo eso, sino que también nos ha dejado a su hija, Anjelica Huston, una de las actrices actuales con mayor presencia en pantalla. Y eso es algo que sólo pueden hacer los grandes.
Las adaptaciones literarias fueron uno de los platos fuertes en su carrera y, en este caso, la elección de la novela homónima firmada por Dashiell Hammett fue todo un bingo. No sólo por la cantidad de elementos de cine negro en estado destilado que se encuentran entre sus páginas, sino por la forma elegante en que supo llevarlas a la gran pantalla.
Entre otras cosas, y fundamental para su status actual, fue la configuración de un reparto que parece milimetrado. Mary Astor, precisamente por su aspecto de mojigata pervertida, clava el personaje de la malvada femme fatale. Sydney Greenstreet, un actor enorme en todos los sentidos, estaría nominado al Oscar(c) como Mejor Secundario por el retrato que ofrece en esta cinta. Y Peter Lorre, pese a que una de las connotaciones en su contra sea la de ser homosexual (bueno, más bien afeminado: sus notas huelen a perfume), resulta también imprescindible para su caracterización.
La gran baza, sin embargo, vino de la elección del protagonista. Para dar vida a Sam Spade, Huston se decantó por un actor que había comenzado a despuntar con sus papeles secundarios en películas de gángsters. Solía hacer de malo, pero su peculiar forma de hablar (vocalizaba menos que Jorge Sanz hasta la serie que le han dedicado hace poco), su voz arrastrada y un algo de malditismo convirtieron a Humphrey Bogart en un personaje romántico, una sombra que le seguiría a lo largo de toda su carrera. A su favor, eso sí.
La trama entera gira alrededor de una estatua de valor incalculable que representa un halcón negro. En realidad, no es la estatua en sí lo que interesa, sino lo que esconde. Pero este animal ha dado de sí lo que nadie podía figurarse y, hoy en día, es uno de los souvenirs más vendidos en la isla de Malta.
Con este título, Huston dejó una impronta en el género detectivesco y sus artimañas cinematográficas han sido copiadas ad infinitum, siendo todavía en estos tiempos una referencia fundamental para muchos de los directores que salen a la arena.
Pero no sólo eso, sino que también nos ha dejado a su hija, Anjelica Huston, una de las actrices actuales con mayor presencia en pantalla. Y eso es algo que sólo pueden hacer los grandes.
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martes, 3 de mayo de 2011
148 - LA AVENTURA (L'avventura). Michelangelo Antonioni. Italia/Francia, 1960.
Desde 1960, y con un ritmo de una peli al año, Michelangelo Antonioni fue creando su celebrada trilogía compuesta por La aventura (la que ahora nos ocupa y primera entrega del trío), seguida de La noche (1961) y El eclipse (1962). Cuál sería el resultado que todas ellas están incluidas en EL y en casi todas las selecciones de las mejores películas de la historia.
Mucho se ha hablado sobre este director, incluyendo la eterna rivalidad con Ingmar Bergman sobre cuál era mejor cineasta de los dos, pero lo cierto es que Antonioni ni es tan profundo ni logra las cotas que el sueco dominaba con total facilidad.
En realidad, el cine de este creador italiano (al que no hay que desmerecer, ni mucho menos) resulta ser la versión pija del neorrealismo italiano. Mientras que este movimiento, nacido justo después de la II Guerra Mundial, se centraba y molestaba en retratar la faceta más dura de la existencia, el cine de Antonioni busca, de una forma refinada, alcanzar a entender las motivaciones y pensamientos de esa clase media-alta (cuando todavía las clases marcaban las diferencias sociales que ahora vuelven a marcar) que le fascinaba.
Ahora, en lugar de encontrar personajes sin nada que perder y todo que lograr, nos encontramos con unos seres que buscan formas nuevas de encontrar gente y situaciones que les exciten, que justifiquen unas vidas aburridas a las que no saben darle sentido.
En la que nos ocupa, protagonizada por la musa del director, Monica Vitti, una pareja de novio y mejor amiga de la protagonista se unen para recuperar a la perdida novia/amiga de ambos. El resultado: que se enamoran entre ellos y viven la aventura que da título al film.
Más que una trama que mantenga el vilo en el espectador, siempre he tenido la sensación de que el cine de este señor se distingue por lograr momentos de brillante intensidad dentro de una línea constante de cotidianeidad casi aburrida.
Desde luego, merece la pena ver estas tres películas, pero más por la influencia posterior que han tenido (hasta el punto de que su estilo entra hoy en día como el más normal del mundo), que por lo que cuentan en sí: una serie de anécdotas que, quizá marcaran en su tiempo, pero que hoy en día no resultan ni extrañas, ni chocantes.
Eso sí, una de las mayores curiosidades es el círculo de actores cosmopolita que se movía en aquellos tiempos en Europa. La propia Vitti, o Lea Massari (quien da vida aquí a su mejor amiga) se moverían entre Italia y Francia con la misma facilidad que Pepe se mueve por su casa.
Y es una lástima, una vez más, que la deleznable dictadura franquista (que ahora quiere recuperar el PP disfrazada de democracia) fuera la culpable de que España, que había sido uno de los países más avant-garde en la República previa a la llegada del maldito enano gallego que nunca debería haber nacido, se quedara fuera de un movimiento entre culturas europeas que redundó en un tremendo beneficio cultural de todos sus implicados.
Mucho se ha hablado sobre este director, incluyendo la eterna rivalidad con Ingmar Bergman sobre cuál era mejor cineasta de los dos, pero lo cierto es que Antonioni ni es tan profundo ni logra las cotas que el sueco dominaba con total facilidad.
En realidad, el cine de este creador italiano (al que no hay que desmerecer, ni mucho menos) resulta ser la versión pija del neorrealismo italiano. Mientras que este movimiento, nacido justo después de la II Guerra Mundial, se centraba y molestaba en retratar la faceta más dura de la existencia, el cine de Antonioni busca, de una forma refinada, alcanzar a entender las motivaciones y pensamientos de esa clase media-alta (cuando todavía las clases marcaban las diferencias sociales que ahora vuelven a marcar) que le fascinaba.
Ahora, en lugar de encontrar personajes sin nada que perder y todo que lograr, nos encontramos con unos seres que buscan formas nuevas de encontrar gente y situaciones que les exciten, que justifiquen unas vidas aburridas a las que no saben darle sentido.
En la que nos ocupa, protagonizada por la musa del director, Monica Vitti, una pareja de novio y mejor amiga de la protagonista se unen para recuperar a la perdida novia/amiga de ambos. El resultado: que se enamoran entre ellos y viven la aventura que da título al film.
Más que una trama que mantenga el vilo en el espectador, siempre he tenido la sensación de que el cine de este señor se distingue por lograr momentos de brillante intensidad dentro de una línea constante de cotidianeidad casi aburrida.
Desde luego, merece la pena ver estas tres películas, pero más por la influencia posterior que han tenido (hasta el punto de que su estilo entra hoy en día como el más normal del mundo), que por lo que cuentan en sí: una serie de anécdotas que, quizá marcaran en su tiempo, pero que hoy en día no resultan ni extrañas, ni chocantes.
Eso sí, una de las mayores curiosidades es el círculo de actores cosmopolita que se movía en aquellos tiempos en Europa. La propia Vitti, o Lea Massari (quien da vida aquí a su mejor amiga) se moverían entre Italia y Francia con la misma facilidad que Pepe se mueve por su casa.
Y es una lástima, una vez más, que la deleznable dictadura franquista (que ahora quiere recuperar el PP disfrazada de democracia) fuera la culpable de que España, que había sido uno de los países más avant-garde en la República previa a la llegada del maldito enano gallego que nunca debería haber nacido, se quedara fuera de un movimiento entre culturas europeas que redundó en un tremendo beneficio cultural de todos sus implicados.
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Monica Vitti
viernes, 29 de abril de 2011
147 - ATERRIZA COMO PUEDAS (Airplane!). Jim Abrahams, David Zucker y Jerry Zucker. USA, 1980
La madre de todas las parodias, y estoy completamente de acuerdo, no podía faltar entre las 1001 películas que ver antes de morir. Y es que el trío compuesto por Jim Abrahams, David Zucker y Jerry Zucker dio un auténtico recital de humor con la inmensidad de gags que pueblan esta cinta.
De hecho, durante las primeras n veces que se disfruta de este despropósito, no dejas de encontrar chistes nuevos que te has perdido por las carcajadas que tú mismo emites y que no te dejan escuchar lo que sigue pasando.
Con este título, se sentaron las bases de lo que se podría considerar hoy en día un género en sí mismo. Lo primero, coger un título popular (en este caso, Aeropuerto, dirigida por George Seaton en 1970) y llevar al ridículo todas las situaciones posibles.
Después, contar con un elenco que haga las delicias de los espectadores. Tanto Lloyd Bridges como el recientemente fallecido Leslie Nielsen se convertirían en los dos abanderados de este tipo de cine. Su sola inclusión en los repartos ya hacía subir varios enteros a los proyectos. Sobre todo en el caso del último, protagonista absoluto de la saga Agárralo como puedas, que también llegará a este blog.
Aquí también destacaría la labor de Julie Hagerty, una estupenda actriz de comedia que, pese a mantener una carrera dilatada, nunca podrá dejar de ser la azafata de Aterriza como puedas. Y eso que tiene trabajos tan estupendos como el realizado en la fantástica ¡Qué ruina de función! (Peter Bogdanovich, 1992).
Pero el gran logro es que, pese a no provocar discusión ninguna entre los espectadores, sí que da lugar a conversaciones largas en las que cada uno va lanzando sus recuerdos: y cuando la vieja se cuelga porque la está dando la charla; y la monja con la guitarra que casi se carga a la enferma del corazón. Todo ello seguido de una serie de carcajadas que, en muchas ocasiones, superan incluso a las que se logran con una ronda de chistes de los de siempre.
Desde entonces, ya sabemos que entre los Hot shots, Scary movies y sus múltiples variantes, el género paródico sigue en contstante actualidad con un mínimo de una entrega anual para los cines del mundo entero. Por cierto, os recomiendo a todos Extreme movie (Adam Jay Epstein/Andrew Jacobson, 2008), una muestra más de cómo los mojigatos estadounidenses también pueden ser los más radicales.
Para terminar, sólo me falta reivindicar el tantas veces mal tratado final de la película. Sólo los créditos son de troncharte, con gazapos incluídos como: Autor de Historia de dos ciudades, Charles Dickens. Pero, sobre todo, el pasajero del taxi al que ha dejado el protagonista a la puerta de la terminal antes de montarse en el avión para recuperar a su novia. Su golpe cuando todas las letras han terminado ha sido, innumerables veces, borrado en las emisiones televisivas de esta obra y es una auténtica pena.
De hecho, durante las primeras n veces que se disfruta de este despropósito, no dejas de encontrar chistes nuevos que te has perdido por las carcajadas que tú mismo emites y que no te dejan escuchar lo que sigue pasando.
Con este título, se sentaron las bases de lo que se podría considerar hoy en día un género en sí mismo. Lo primero, coger un título popular (en este caso, Aeropuerto, dirigida por George Seaton en 1970) y llevar al ridículo todas las situaciones posibles.
Después, contar con un elenco que haga las delicias de los espectadores. Tanto Lloyd Bridges como el recientemente fallecido Leslie Nielsen se convertirían en los dos abanderados de este tipo de cine. Su sola inclusión en los repartos ya hacía subir varios enteros a los proyectos. Sobre todo en el caso del último, protagonista absoluto de la saga Agárralo como puedas, que también llegará a este blog.
Aquí también destacaría la labor de Julie Hagerty, una estupenda actriz de comedia que, pese a mantener una carrera dilatada, nunca podrá dejar de ser la azafata de Aterriza como puedas. Y eso que tiene trabajos tan estupendos como el realizado en la fantástica ¡Qué ruina de función! (Peter Bogdanovich, 1992).
Pero el gran logro es que, pese a no provocar discusión ninguna entre los espectadores, sí que da lugar a conversaciones largas en las que cada uno va lanzando sus recuerdos: y cuando la vieja se cuelga porque la está dando la charla; y la monja con la guitarra que casi se carga a la enferma del corazón. Todo ello seguido de una serie de carcajadas que, en muchas ocasiones, superan incluso a las que se logran con una ronda de chistes de los de siempre.
Desde entonces, ya sabemos que entre los Hot shots, Scary movies y sus múltiples variantes, el género paródico sigue en contstante actualidad con un mínimo de una entrega anual para los cines del mundo entero. Por cierto, os recomiendo a todos Extreme movie (Adam Jay Epstein/Andrew Jacobson, 2008), una muestra más de cómo los mojigatos estadounidenses también pueden ser los más radicales.
Para terminar, sólo me falta reivindicar el tantas veces mal tratado final de la película. Sólo los créditos son de troncharte, con gazapos incluídos como: Autor de Historia de dos ciudades, Charles Dickens. Pero, sobre todo, el pasajero del taxi al que ha dejado el protagonista a la puerta de la terminal antes de montarse en el avión para recuperar a su novia. Su golpe cuando todas las letras han terminado ha sido, innumerables veces, borrado en las emisiones televisivas de esta obra y es una auténtica pena.
viernes, 22 de abril de 2011
146 - LA FUERZA DEL CARIÑO (Terms of Endearment). James L. Brooks. USA, 1983.
El cine de los 80 estuvo profundamente marcado por las películas para adolescentes que apadrinó John Hughes. Sin embargo, James L. Brooks, cineasta procedente de la televisión, supo encontrar la fórmula ideal para actualizar, con aclamación de crítica y públioc, el melodrama.
Tomando como punto de partida la excelente novela de Larry McMurtry, a quien también le debemos la base de La última película (entrada 42 de este blog), la trama principal nos narra la intensa relación entre una madre y una hija que se podría definir como "déjame en paz, pero no te vayas muy lejos".
Las encargadas de dar vida a dichos personajes fueron Shirley MacLaine y Debra Winger, una combinación explosiva que no podían tener mejor química en pantalla. La madre, vanidosa hasta el punto de que no quiere que sus nietos la llamen abuela, inicia una relación con un vecino astronauta que, en principio, la atrae tanto como la repele. Una facultad que Jack Nicholson, ese hombre del espacio, borda.
Mientras tanto, la hija se casa con un hombre guapo (Jeff Daniels) que mantiene una relación paralela permanente mientras ella da a luz a tres hijos. Sus separaciones, arrejuntamientos y la infidelidad de ella con un mentiroso en forma de John Lithgow salpimentarán la historia a lo largo de sus más de dos horas de duración.
Pero la clave real se encuentra tanto al principio como al final de la película. Mientras comienzan los títulos de crédito vemos en las sombras a la MacLaine despertando su hija bebé para comprobar que está bien. Al final, las vemos solas, cara a cara, cuando la vida abandona el cuerpo de la hija. Y todo se concentra en el desgarrador, por lo bien filmado que está, grito de la madre que en voz baja afirma: "soy una estúpida, pensé que cuando terminara me sentiría aliviada".
Esa relación madre-hija que parece ser otra experiencia, como la de dar a luz, que los hombres nunca llegaremos a conocer. Esa dependencia brutal que también se ha desarrollado en títulos como Magnolias de acero (Herbert Ross, 1989) o, en su faceta más cómica, con los personajes de Chus Lampreave y Rossy de Palma en La flor de mi secreto (Pedro Almodóvar, 1995).
Aunque hay momentos hilarantes (la llegada de la MacLaine al restaurante con la peluca revuelta), con La fuerza del cariño lo que están aseguradas son las lágrimas. Y no por las vías facilonas modelo los anuncios de turrón en navidad, sino por la forma de expresar las emociones sin estridencias ni recursos manidos.
Los Oscar(c) de su año celebraron este título como el mejor del año, así como a Brooks, por director y guión. Jack Nicholson se llevó otra estatuílla como Actor de Reparto y las dos protagonistas estuvieron juntas en la carrera final a Mejor Actriz.
Pero era el momento de la MacLaine, una intérprete soberbia que había estado nominada en cinco ocasiones pero que, hasta este trabajo, no logró llevarse a casa. En su discurso de agradecimiento, la estrella hizo bromas sobre sus profundas creencias en los extraterrestres. Pero resultaba reconfortante ver el triunfo de una madre que tanto había sufrido por y a través de su hija.
Tomando como punto de partida la excelente novela de Larry McMurtry, a quien también le debemos la base de La última película (entrada 42 de este blog), la trama principal nos narra la intensa relación entre una madre y una hija que se podría definir como "déjame en paz, pero no te vayas muy lejos".
Las encargadas de dar vida a dichos personajes fueron Shirley MacLaine y Debra Winger, una combinación explosiva que no podían tener mejor química en pantalla. La madre, vanidosa hasta el punto de que no quiere que sus nietos la llamen abuela, inicia una relación con un vecino astronauta que, en principio, la atrae tanto como la repele. Una facultad que Jack Nicholson, ese hombre del espacio, borda.
Mientras tanto, la hija se casa con un hombre guapo (Jeff Daniels) que mantiene una relación paralela permanente mientras ella da a luz a tres hijos. Sus separaciones, arrejuntamientos y la infidelidad de ella con un mentiroso en forma de John Lithgow salpimentarán la historia a lo largo de sus más de dos horas de duración.
Pero la clave real se encuentra tanto al principio como al final de la película. Mientras comienzan los títulos de crédito vemos en las sombras a la MacLaine despertando su hija bebé para comprobar que está bien. Al final, las vemos solas, cara a cara, cuando la vida abandona el cuerpo de la hija. Y todo se concentra en el desgarrador, por lo bien filmado que está, grito de la madre que en voz baja afirma: "soy una estúpida, pensé que cuando terminara me sentiría aliviada".
Esa relación madre-hija que parece ser otra experiencia, como la de dar a luz, que los hombres nunca llegaremos a conocer. Esa dependencia brutal que también se ha desarrollado en títulos como Magnolias de acero (Herbert Ross, 1989) o, en su faceta más cómica, con los personajes de Chus Lampreave y Rossy de Palma en La flor de mi secreto (Pedro Almodóvar, 1995).
Aunque hay momentos hilarantes (la llegada de la MacLaine al restaurante con la peluca revuelta), con La fuerza del cariño lo que están aseguradas son las lágrimas. Y no por las vías facilonas modelo los anuncios de turrón en navidad, sino por la forma de expresar las emociones sin estridencias ni recursos manidos.
Los Oscar(c) de su año celebraron este título como el mejor del año, así como a Brooks, por director y guión. Jack Nicholson se llevó otra estatuílla como Actor de Reparto y las dos protagonistas estuvieron juntas en la carrera final a Mejor Actriz.
Pero era el momento de la MacLaine, una intérprete soberbia que había estado nominada en cinco ocasiones pero que, hasta este trabajo, no logró llevarse a casa. En su discurso de agradecimiento, la estrella hizo bromas sobre sus profundas creencias en los extraterrestres. Pero resultaba reconfortante ver el triunfo de una madre que tanto había sufrido por y a través de su hija.
domingo, 20 de marzo de 2011
145 - PINK FLAMINGOS. John Waters. USA, 1972.
Pese a que está a punto de cumplir 40 años de edad, Pink flamingos sigue siendo una de las películas más radicales jamás rodada. Digna heredera de todo el cine experimental que se produjera en los años 50 en Estados Unidos, sus situaciones están tan cerca del límite que, incluso, lo sobrepasa en diversas ocasiones.
John Waters, hijo de Baltimore (la ciudad-escenario donde ha rodado la mayoría de sus trabajos), tuvo la suerte de encontrarse en su camino con Harris Glen Milstead, conocido en todo el orbe como Divine. Juntos, se aprestaron a lograr las imágenes mentales del director gracias a la superación de su timidez que Milstead lograba con su transformación en la madre de todas las drag-queens.
La historia de esta cinta, ya de por sí, es salvaje. Una familia de los arrabales, compuesta por la madre (Divine), un hijo medio lerdo y una abuela (Edith Massey) que vive en un parque infantil y sólo como huevos, ven amenazada su existencia por el malvado matrimonio cuya parte femenina está encarnada por Mink Stole (otra de las musas de Waters).
Por el camino, vemos cómo la abuela se enamora del huevero, el hombre que cada día le proporciona su alimento favorito, y se casa con él sin salir del parque. El hijo, por su cumpleaños, recibe "el mejor regalo que una madre puede hacer a su hijo": una mamada. Y asistimos a distintos espectáculos entre los que se incluye un ano retráctil que asoma y desaparece sin artificio alguno.
Y es que la falta de artificios es una de las mejores bazas de este tipo de cine: en los 70 el mundo de los efectos especiales seguía despegando poco a poco. Así, sabemos que todo lo que vemos en pantalla es real, que no ha habido ordenador por medio para darnos falsas impresiones.
Incluyendo ese tremendo final en el que vemos a un señor que permite a su perro cagar en medio de la acera. Sin mover la cámara, para asegurar todavía más la verosimilitud del plano, aparece Divine, se sienta en el suelo y, ni corta ni perezosa, se come dicha mierda.
En una ocasión tuve la suerte de entrevistar a Paul Bartel, otro de los radicales de Hollywood, y le pregunté si la estrella estaba drogada para rodar esa secuencia. Me comentó que, desde su punto de vista, el mero hecho de rodarla era subidón suficiente para que no necesitara de ninguna otra sustancia.
Para los que se cuestionen hasta qué punto es interesante, o necesario, que se rueden este tipo de películas, baste decir que siempre que una persona se plantea límites existenciales tan lejanos de lo convencional, seguro que sale al menos un grado más liberal de lo que era antes de verlo.
El estilo de Waters ha sido imitado en numerosas ocasiones (aunque sin llegar a los extermos del genio de Baltimore), pero uno de los principales beneficiados fue Pedro Almodóvar, cuyo Pepi, Luci y Bom... y otras chicas del montón (1979) está plagado de referencias watersianas. Eso sí, muy bien adaptado y traído a una España que luchaba por salir de los 40 años de oscuridad que había supuesto la maldita tiranía franquista.
John Waters, hijo de Baltimore (la ciudad-escenario donde ha rodado la mayoría de sus trabajos), tuvo la suerte de encontrarse en su camino con Harris Glen Milstead, conocido en todo el orbe como Divine. Juntos, se aprestaron a lograr las imágenes mentales del director gracias a la superación de su timidez que Milstead lograba con su transformación en la madre de todas las drag-queens.
La historia de esta cinta, ya de por sí, es salvaje. Una familia de los arrabales, compuesta por la madre (Divine), un hijo medio lerdo y una abuela (Edith Massey) que vive en un parque infantil y sólo como huevos, ven amenazada su existencia por el malvado matrimonio cuya parte femenina está encarnada por Mink Stole (otra de las musas de Waters).
Por el camino, vemos cómo la abuela se enamora del huevero, el hombre que cada día le proporciona su alimento favorito, y se casa con él sin salir del parque. El hijo, por su cumpleaños, recibe "el mejor regalo que una madre puede hacer a su hijo": una mamada. Y asistimos a distintos espectáculos entre los que se incluye un ano retráctil que asoma y desaparece sin artificio alguno.
Y es que la falta de artificios es una de las mejores bazas de este tipo de cine: en los 70 el mundo de los efectos especiales seguía despegando poco a poco. Así, sabemos que todo lo que vemos en pantalla es real, que no ha habido ordenador por medio para darnos falsas impresiones.
Incluyendo ese tremendo final en el que vemos a un señor que permite a su perro cagar en medio de la acera. Sin mover la cámara, para asegurar todavía más la verosimilitud del plano, aparece Divine, se sienta en el suelo y, ni corta ni perezosa, se come dicha mierda.
En una ocasión tuve la suerte de entrevistar a Paul Bartel, otro de los radicales de Hollywood, y le pregunté si la estrella estaba drogada para rodar esa secuencia. Me comentó que, desde su punto de vista, el mero hecho de rodarla era subidón suficiente para que no necesitara de ninguna otra sustancia.
Para los que se cuestionen hasta qué punto es interesante, o necesario, que se rueden este tipo de películas, baste decir que siempre que una persona se plantea límites existenciales tan lejanos de lo convencional, seguro que sale al menos un grado más liberal de lo que era antes de verlo.
El estilo de Waters ha sido imitado en numerosas ocasiones (aunque sin llegar a los extermos del genio de Baltimore), pero uno de los principales beneficiados fue Pedro Almodóvar, cuyo Pepi, Luci y Bom... y otras chicas del montón (1979) está plagado de referencias watersianas. Eso sí, muy bien adaptado y traído a una España que luchaba por salir de los 40 años de oscuridad que había supuesto la maldita tiranía franquista.
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sábado, 19 de marzo de 2011
144 - VIJ. Georgi Kropachov/Konstantin Yerchov. URSS, 1967.
Un mismo relato de Nikolai Gogol, homónimo a esta película, ha sido la base para dos de los títulos incluidos en EL. Mientras que el segundo, La máscara del demonio, ya llegará a este blog, el primero, aunque posterior, merece más la pena.
En el más puro estilo picaresco, un joven va recorriendo su país hasta que, por circunstancias de la vida, se ve a cargo de velar el cadáver de una joven, durante tres noches consecutivas, metido en una iglesia y rodeado de un círculo de tiza mágico que le protege de su principal enemigo: el Vij, o Demonio, que intentará atacarle y sustraerle a la muchacha.
El aura de inocencia e ingenuidad que rodea al protagonista está magistralmente logrado y, aunque en su versión original hable en soviético y sea difícil establecer un trabajo de inflexión, lo que nos llega a los oídos es la voz de un jovenzuelo que, simplemente, intenta manejarse lo mejor posible con lo que le va acontenciendo.
Los parajes que recorremos son de ese tipo de austeridad que te lleva a taparte mejor con la manta mientras los ves. Sin embargo, esa misma desnudez geográfica es la que te lleva a sentirte mucho más motivado cuando llega el momento de acompañar en el velorio al chaval.
Los bichos que se le van apareciendo a lo largo de las tres noches podrían estar sacados de cuadros de El Bosco, por ejemplo, y se les nota que han sido inspiración para muchos de los bichos que hemos ido viendo posteriormente en todo tipo de sagas galácticas. No es nada extraño que, si ves la película con gente, se oigan comentarios del tipo: "ése es igual que el de Galáctica; ese trabaja para Jabba the Hutt".
De hecho, esta colección de seres que van de lo irrisorio, vistos con los ojos de hoy en día, a lo sorprendente, también por lo adelantados que nos parecen a estas alturas de la historia, son la joya de la corona de esta película que resulta muy agradable de ver y toda una lección en cuanto al diseño de personajes fantásticos.
En el más puro estilo picaresco, un joven va recorriendo su país hasta que, por circunstancias de la vida, se ve a cargo de velar el cadáver de una joven, durante tres noches consecutivas, metido en una iglesia y rodeado de un círculo de tiza mágico que le protege de su principal enemigo: el Vij, o Demonio, que intentará atacarle y sustraerle a la muchacha.
El aura de inocencia e ingenuidad que rodea al protagonista está magistralmente logrado y, aunque en su versión original hable en soviético y sea difícil establecer un trabajo de inflexión, lo que nos llega a los oídos es la voz de un jovenzuelo que, simplemente, intenta manejarse lo mejor posible con lo que le va acontenciendo.
Los parajes que recorremos son de ese tipo de austeridad que te lleva a taparte mejor con la manta mientras los ves. Sin embargo, esa misma desnudez geográfica es la que te lleva a sentirte mucho más motivado cuando llega el momento de acompañar en el velorio al chaval.
Los bichos que se le van apareciendo a lo largo de las tres noches podrían estar sacados de cuadros de El Bosco, por ejemplo, y se les nota que han sido inspiración para muchos de los bichos que hemos ido viendo posteriormente en todo tipo de sagas galácticas. No es nada extraño que, si ves la película con gente, se oigan comentarios del tipo: "ése es igual que el de Galáctica; ese trabaja para Jabba the Hutt".
De hecho, esta colección de seres que van de lo irrisorio, vistos con los ojos de hoy en día, a lo sorprendente, también por lo adelantados que nos parecen a estas alturas de la historia, son la joya de la corona de esta película que resulta muy agradable de ver y toda una lección en cuanto al diseño de personajes fantásticos.
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miércoles, 16 de marzo de 2011
143 - JULES Y JIM (Jules et Jim). François Truffaut. Francia, 1962.
Cuando el escritor Henri-Pierre Roché se lanzó a escribir a los 74 años de edad nunca se podría imaginar que iba a encontrar el mejor de los padrinos en el crítico convertido en director de cine, François Truffaut. Este, avispado como era, cogió sus dos novelas principales, la que nos ocupa y que también se titula Jules y Jim, y Las dos inglesas y el amor, obra que adaptaría casi diez años después de este título.
La pena fue que Roché contó con un éxito póstumo, por lo que no pudo gozar las mieles de la cumbre literaria. Pero si su nombre ha pasado a la historia ha sido gracias al éxito de esta primera adaptación que, pese a su contenido, fue recibida con éxito de crítica y público en muy altos niveles.
La trama habla de dos amigos inseparables (varias veces se molesta, tanto el autor como el director, en dejar claro que de homosexualidad nada) que coinciden en amar a distintas mujeres hasta que conocen a la protagonista, de la que ambos terminarán enamorándose profundamente.
Ubicada en las primeras décadas del siglo XX, ni la I Guerra Mundial ni ningún elemento externo conseguirá introducirse en una trama que, en pantalla, está básicamente respetada aunque se permitan ligeras alteraciones temporales, o detalles de ese estilo.
Sin embargo, el principal cambio aparece en el personaje femenino. Truffaut quería celebrar su amor por Jeanne Moreau y cambió a la austriaca Kathe (en el libro) por la francesa Catherine (en la película). De hecho, aquí asistimos a un amor tal por la actriz que no veremos repetido en ninguno de los otros títulos que irán llegando a este blog firmados por éste, uno de los padres de la reconocida nouvelle vague.
La otra gran alteración vendría de la mano de la propia Moreau. Porque, en la novela, el personaje de Kathe resulta extremadamente antipático, manipulador y mezquino. Sin embargo, la carnal Catherine desprende una cantidad de humanidad que deja a un lado sus motivaciones para presentarla como un ser lleno de curiosidad y de una peculiar moral.
Junto a ella, Oskar Werner como Jules y Henri Serre como Jim, resultan estupendos en sus encarnaciones. Pero la estrella estaba predestinada y es la Moreau la que cruza desde su encarnación ya sea con su gorra de golfillo, su maquillado bigote o ganando una carrera de bicicleta.
Todos estos elementos (un guión magistral, un reparto excelente y un director enamorado) logran que, frente a ese libro que llega a molestar porque los personajes parecen, sinceramente, estultos, la película deja un buen sabor de boca de tal calibre que sale uno de la sala con la impresión de haber asistido a una auténtica celebración de la vida.
La pena fue que Roché contó con un éxito póstumo, por lo que no pudo gozar las mieles de la cumbre literaria. Pero si su nombre ha pasado a la historia ha sido gracias al éxito de esta primera adaptación que, pese a su contenido, fue recibida con éxito de crítica y público en muy altos niveles.
La trama habla de dos amigos inseparables (varias veces se molesta, tanto el autor como el director, en dejar claro que de homosexualidad nada) que coinciden en amar a distintas mujeres hasta que conocen a la protagonista, de la que ambos terminarán enamorándose profundamente.
Ubicada en las primeras décadas del siglo XX, ni la I Guerra Mundial ni ningún elemento externo conseguirá introducirse en una trama que, en pantalla, está básicamente respetada aunque se permitan ligeras alteraciones temporales, o detalles de ese estilo.
Sin embargo, el principal cambio aparece en el personaje femenino. Truffaut quería celebrar su amor por Jeanne Moreau y cambió a la austriaca Kathe (en el libro) por la francesa Catherine (en la película). De hecho, aquí asistimos a un amor tal por la actriz que no veremos repetido en ninguno de los otros títulos que irán llegando a este blog firmados por éste, uno de los padres de la reconocida nouvelle vague.
La otra gran alteración vendría de la mano de la propia Moreau. Porque, en la novela, el personaje de Kathe resulta extremadamente antipático, manipulador y mezquino. Sin embargo, la carnal Catherine desprende una cantidad de humanidad que deja a un lado sus motivaciones para presentarla como un ser lleno de curiosidad y de una peculiar moral.
Junto a ella, Oskar Werner como Jules y Henri Serre como Jim, resultan estupendos en sus encarnaciones. Pero la estrella estaba predestinada y es la Moreau la que cruza desde su encarnación ya sea con su gorra de golfillo, su maquillado bigote o ganando una carrera de bicicleta.
Todos estos elementos (un guión magistral, un reparto excelente y un director enamorado) logran que, frente a ese libro que llega a molestar porque los personajes parecen, sinceramente, estultos, la película deja un buen sabor de boca de tal calibre que sale uno de la sala con la impresión de haber asistido a una auténtica celebración de la vida.
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martes, 15 de marzo de 2011
142 - FIRES WERE STARTED. Humphrey Jennings. Reino Unido, 1943.
Mientras la II Guerra Mundial tenía lugar, fueron bastantes los cineastas que, sin tocar el frente, cumplieron una función fundamental con sus películas de propaganda en las que exaltaban el espíritu patrio e invitaban a la juventud a dar lo mejor de sí, todo por la causa.
En Inglaterra, el mayor exponente es Humphrey Jennings quien, aparte de cumplir las funciones esperadas, consiguió también retratar la vida civil de los que no luchaban con un arma en las manos. En este caso, un día cotidiano en un cuartelillo de bomberos londinenses.
Lo primero os aviso que, frente a la sexualidad actual que ofrece la imagen de un bombero, estamos hablando de los tiempos en los que los encargados de apagar fuegos eran tipos normales y corrientes que se limitaban a cumplir con sus tareas, sin preocuparse en exceso de su forma física.
Con este retrato en mente, comenzamos con las actividades habituales de los bomberos mientras no tienen curro y les vemos jugando a las cartas o comportándose de forma muy normal. La mayoría eran profesionales de este sector en su vida cotidiana y, como actores no preparados, resultan sumamente convincentes. Tanto que uno de ellos, Fred Griffiths, llegó a convertirse en un actor de reparto que participó en más de 100 películas, en la mayoría de ellas haciendo de taxista.
Los momentos menos conseguidos de esta cinta son aquellos en los que el drama toca a la puerta y, de hecho, ante la muerte de un compañero, el tono está tan poco logrado que no logra emocionar al respetable. Pero eso no quita que la principal riqueza de esta cinta resida en el retrato de un Londres destrozado por los bombarderos alemanes durante el lamentablemente famoso Blitz.
Mientras que muchos otros títulos propagandísticos no tienen mayor interés en sí mismos, la gozada de esta obra es el enaltecer de forma sencilla la importante tarea que tuvieron los ciudadanos de a pie mientras soportaban la vida explosionada de su ciudad.
En el momento de su estreno, la cinta apareció como I was a fireman, pero, hoy en día, el clásico que se celebra es, directamente, Fires were started.
En Inglaterra, el mayor exponente es Humphrey Jennings quien, aparte de cumplir las funciones esperadas, consiguió también retratar la vida civil de los que no luchaban con un arma en las manos. En este caso, un día cotidiano en un cuartelillo de bomberos londinenses.
Lo primero os aviso que, frente a la sexualidad actual que ofrece la imagen de un bombero, estamos hablando de los tiempos en los que los encargados de apagar fuegos eran tipos normales y corrientes que se limitaban a cumplir con sus tareas, sin preocuparse en exceso de su forma física.
Con este retrato en mente, comenzamos con las actividades habituales de los bomberos mientras no tienen curro y les vemos jugando a las cartas o comportándose de forma muy normal. La mayoría eran profesionales de este sector en su vida cotidiana y, como actores no preparados, resultan sumamente convincentes. Tanto que uno de ellos, Fred Griffiths, llegó a convertirse en un actor de reparto que participó en más de 100 películas, en la mayoría de ellas haciendo de taxista.
Los momentos menos conseguidos de esta cinta son aquellos en los que el drama toca a la puerta y, de hecho, ante la muerte de un compañero, el tono está tan poco logrado que no logra emocionar al respetable. Pero eso no quita que la principal riqueza de esta cinta resida en el retrato de un Londres destrozado por los bombarderos alemanes durante el lamentablemente famoso Blitz.
Mientras que muchos otros títulos propagandísticos no tienen mayor interés en sí mismos, la gozada de esta obra es el enaltecer de forma sencilla la importante tarea que tuvieron los ciudadanos de a pie mientras soportaban la vida explosionada de su ciudad.
En el momento de su estreno, la cinta apareció como I was a fireman, pero, hoy en día, el clásico que se celebra es, directamente, Fires were started.
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lunes, 14 de marzo de 2011
141 - KRAMER CONTRA KRAMER (Kramer vs. Kramer). Robert Benton. USA, 1979.
En la segunda mitad de los 70 aparecía una novela que se convirtió rápidamente en best-seller por contener la historia de un hombre que, de repente, se ve convertido en padre divorciado a cargo de su hijo. Pese a que hoy en día lo más fácil sería considerarlo una moñería, en su momento sí que supuso un giro radical frente a tantas tramas de mujeres abandonadas que tenían que luchar por sacar a sus hijos adelante.
Que se adaptase al cine era fácil, pero no resultaba tan sencillo hacerlo de la forma en la que el director Robert Benton atacó el asunto. Lejos de moñerías innecesarias, se rodeó del mejor reparto posible y se lanzó a todo un logro: una película emocional nada cursi.
El padre está interpretado por Dustin Hoffman, quien logra ponerte el nudo en la garganta gracias a su contención facial. Su ex-mujer está interpretada por Meryl Streep, en este personaje que la llevó a lograr su primer Oscar(c), igual que lo haría el protagonista antes citado. Junto a ellos, una estupenda Jane Alexander, hace poco fallecida, quien sabe convertirse en la mejor amiga del protagonista y del espectador con una mera secuencia.
Pero nada hubiera sido lo mismo si el actor que dio vida al chaval, hijo de la divorciada pareja, hubiera sido otro diferente a Justin Henry. Desde que aparece en pantalla, se convierte en el niño de los ojos de todo el respetable por su capacidad de ser niño sin resultar cansino, ni repelente, sino más bien ese chiquillo al que todos querríamos adoptar y llevarnos a casa inmediatamente. En su momento, con sus 8 años de edad, estuvo nominado al Oscar(c) al Mejor Actor de Reparto, convirtiéndose en el intérprete más joven jamás nominado. No se lo llevó, pero ahí le queda el reconocimiento (el ganador fue, por el contrario, el veterano Melvyn Douglas por Bienvenido, Mr. Chance, de Hal Ashby).
Además, todas las peripecias que nos cuenta la película nos llevan, casi involuntariamente, a volver a plantearnos el concepto de familia en sus distintos formatos. Una consecuencia natural de la forma en la que vemos las cosas cuando ya no las tenemos.
Con el paso del tiempo, son muchos los que defienden que la merecedora del galardón a la Mejor Película hubiera debido ser Apocalypse now, de Francis Ford Coppola (entrada nº 138 de este blog), pero no es justo descartar esta cinta sólo por el principal problema que la aqueja: su formato y narrativa cinematográficos han sido tantas veces imitados que hace años se han convertido en uno de los modelos que más siguen las tv-movies espantosas de después de comer. Y eso hace pupa.
Pero, si te sientes escéptico, te recomiendo que la veas ahora, con el tiempo, y a lo mejor te sorprendes a ti mismo cuando alguna lágrima te resbale por la cara.
Que se adaptase al cine era fácil, pero no resultaba tan sencillo hacerlo de la forma en la que el director Robert Benton atacó el asunto. Lejos de moñerías innecesarias, se rodeó del mejor reparto posible y se lanzó a todo un logro: una película emocional nada cursi.
El padre está interpretado por Dustin Hoffman, quien logra ponerte el nudo en la garganta gracias a su contención facial. Su ex-mujer está interpretada por Meryl Streep, en este personaje que la llevó a lograr su primer Oscar(c), igual que lo haría el protagonista antes citado. Junto a ellos, una estupenda Jane Alexander, hace poco fallecida, quien sabe convertirse en la mejor amiga del protagonista y del espectador con una mera secuencia.
Pero nada hubiera sido lo mismo si el actor que dio vida al chaval, hijo de la divorciada pareja, hubiera sido otro diferente a Justin Henry. Desde que aparece en pantalla, se convierte en el niño de los ojos de todo el respetable por su capacidad de ser niño sin resultar cansino, ni repelente, sino más bien ese chiquillo al que todos querríamos adoptar y llevarnos a casa inmediatamente. En su momento, con sus 8 años de edad, estuvo nominado al Oscar(c) al Mejor Actor de Reparto, convirtiéndose en el intérprete más joven jamás nominado. No se lo llevó, pero ahí le queda el reconocimiento (el ganador fue, por el contrario, el veterano Melvyn Douglas por Bienvenido, Mr. Chance, de Hal Ashby).
Además, todas las peripecias que nos cuenta la película nos llevan, casi involuntariamente, a volver a plantearnos el concepto de familia en sus distintos formatos. Una consecuencia natural de la forma en la que vemos las cosas cuando ya no las tenemos.
Con el paso del tiempo, son muchos los que defienden que la merecedora del galardón a la Mejor Película hubiera debido ser Apocalypse now, de Francis Ford Coppola (entrada nº 138 de este blog), pero no es justo descartar esta cinta sólo por el principal problema que la aqueja: su formato y narrativa cinematográficos han sido tantas veces imitados que hace años se han convertido en uno de los modelos que más siguen las tv-movies espantosas de después de comer. Y eso hace pupa.
Pero, si te sientes escéptico, te recomiendo que la veas ahora, con el tiempo, y a lo mejor te sorprendes a ti mismo cuando alguna lágrima te resbale por la cara.
domingo, 13 de marzo de 2011
140 - SOLO LOS ANGELES TIENEN ALAS (Only angels have wings). Howard Hawks. USA, 1939
A los que seguís este blog con frecuencia, ya sabéis que no siempre estoy de acuerdo con los títulos incluidos. Y éste es uno de los casos más ejemplares porque, sinceramente, no entiendo qué hace en EL.
Pese a ser cosecha del mágico año de 1939, la mejor cosecha del cine hasta la fecha, su contenido no es que esté mal, pero que si no se ve en el espacio de una vida, tampoco pasa nada.
La defienden por sus secuencias de aviones en acción. En ningún momento no sólo no superan, sino que tampoci se acercan a las que se podían ver casi una década anterior en Los ángeles del infierno (Howard Hughes, 1930; no incluída en EL, por ejemplo).
También la defiende El Libro como interesante por las relaciones que se establecen entre los personajes. Pero eso llevaba también mucho tiempo haciéndose y tampoco lo que aquí se apunta es ni novedoso ni especialmente interesante.
Dicen que esta película fue la primera en marcar un determinado tono en el cine de su creador, Howard Hawks. Y es mentira, la impronta de este director vino marcada, principalmente, por saber utilizar su estilo personal en cualquier tipo de género.
En lo único que puede destacar, de verdad, esta cinta es en un reparto interesante, aunque ninguno de ellos realizó "su mejor papel". Cary Grant, como líder del grupo, tiene su gancho, pero nada que ver con el trabajo que realizó para el mismo director un año más tarde en Luna nueva (entrada nº 12 de este blog). Thomas Mitchell está muy bien, pero no tanto como el papel de padre de Scarlett O'Hara, personaje al que dio vida ese mismo año.
Y las chicas, Rita Hayworth y Jean Arthur, pues están estupendas, pero todavía con la carga de misoginia propia de aquellos tiempos según la cual la primera es una perdida que no conviene a los hombres y la segunda es una buena muchacha, pese a su profesión.
Yo, la verdad, no os recomiendo que la veáis especialmente, pero si os aparece un día en la tele y no tenéis otra cosa que hacer, os la podéis ver.
Pese a ser cosecha del mágico año de 1939, la mejor cosecha del cine hasta la fecha, su contenido no es que esté mal, pero que si no se ve en el espacio de una vida, tampoco pasa nada.
La defienden por sus secuencias de aviones en acción. En ningún momento no sólo no superan, sino que tampoci se acercan a las que se podían ver casi una década anterior en Los ángeles del infierno (Howard Hughes, 1930; no incluída en EL, por ejemplo).
También la defiende El Libro como interesante por las relaciones que se establecen entre los personajes. Pero eso llevaba también mucho tiempo haciéndose y tampoco lo que aquí se apunta es ni novedoso ni especialmente interesante.
Dicen que esta película fue la primera en marcar un determinado tono en el cine de su creador, Howard Hawks. Y es mentira, la impronta de este director vino marcada, principalmente, por saber utilizar su estilo personal en cualquier tipo de género.
En lo único que puede destacar, de verdad, esta cinta es en un reparto interesante, aunque ninguno de ellos realizó "su mejor papel". Cary Grant, como líder del grupo, tiene su gancho, pero nada que ver con el trabajo que realizó para el mismo director un año más tarde en Luna nueva (entrada nº 12 de este blog). Thomas Mitchell está muy bien, pero no tanto como el papel de padre de Scarlett O'Hara, personaje al que dio vida ese mismo año.
Y las chicas, Rita Hayworth y Jean Arthur, pues están estupendas, pero todavía con la carga de misoginia propia de aquellos tiempos según la cual la primera es una perdida que no conviene a los hombres y la segunda es una buena muchacha, pese a su profesión.
Yo, la verdad, no os recomiendo que la veáis especialmente, pero si os aparece un día en la tele y no tenéis otra cosa que hacer, os la podéis ver.
sábado, 12 de marzo de 2011
139 - EL REINO (Riget). Lars von Trier. Dinamarca/Alemania/Francia/Suecia, 1994.
Cuando un artista te cae mal, personalmente, aunque no le conozcas más que por sus entrevistas, cuesta mucho más disfrutar de su arte. Para mí, Lars von Trier, por sus demostraciones de prepotencia que incluso ha llevado al cine en títulos como Las cinco condiciones (De fem benspaend, 2003), no me puede caer peor.
Y por eso me enfrenté a esta miniserie con una pereza inicial que terminó en los primeros minutos del primer episodio. El reino, aparte del título, es el nombre del hospital al que llega un doctor, con supuesto gran historial, pero que está loco perdido.
Entre sus experimentos que ha plagiado, el personal del hospital, el fantasma de una niña muerta en dicho establecimiento en 1919 y una cantidad de secuencias ilógicas que logran agitarte el corazón, esta entrega merece totalmente estar considerada como una de las 1001 películas que no deberías dejar de ver.
El montaje abrupto se mezcla con diferentes formatos de fotografía que combinan desde los sepia de las fotos de la época en que la criatura fue asesinada, a supuestas vídeo-cámaras de vigilancia y momentos del gore más puro, pero, rodado de tal forma que se le podría denominar gore de autor.
Entre los actores principales, difícilmente podremos reconocer a alguno y, si lo hacemos, es por haber aparecido en alguna película anterior del director danés. Tan sólo Udo Kier es el rostro que, por sus múltiples apariciones en diferentes títulos (en este blog apareció cuando hablamos de Mi Idaho Privado, entrada nº 126), nos resulta familiar.
Pero ese anonimato de cara al público, en general, es otra de las armas con las que contamos los espectadores. Al no reconocerlos, los personajes borderline y, por lo tanto, terroríficos, nos afectan con más fuerza y nos provocan mayor tensión.
El propio von Trier tiene su aparición estelar al final de cada uno de los cuatro episodios haciendo un resumen de lo que está por suceder y despidiéndose con una invitación, fruto de su educación religiosa, en la que nos recuerda que todo está entre dios y el demonio. Entre el bien y el mal, para los ateos como yo.
El cuarto capítulo concluye con un "Continuará" que se produjo tres años más tarde, con El reino 2. Y en esta segunda entrega, von Trier se vuelve a pasar de rosca y nos presenta una versión mucho más exagerada y tremenda que la primera temporada, pero que no logra gustar tanto porque los excesos son demasiados.
En todo caso, la sensación que tuve cuando terminé la entrega inicial es que El reino es para von Trier lo que Twin Peaks es para David Lynch. Incluyendo que, en ambos casos, las segundas temporadas pueden pasar al olvido sin problema ninguno. Nadie las echará de menos.
Y por eso me enfrenté a esta miniserie con una pereza inicial que terminó en los primeros minutos del primer episodio. El reino, aparte del título, es el nombre del hospital al que llega un doctor, con supuesto gran historial, pero que está loco perdido.
Entre sus experimentos que ha plagiado, el personal del hospital, el fantasma de una niña muerta en dicho establecimiento en 1919 y una cantidad de secuencias ilógicas que logran agitarte el corazón, esta entrega merece totalmente estar considerada como una de las 1001 películas que no deberías dejar de ver.
El montaje abrupto se mezcla con diferentes formatos de fotografía que combinan desde los sepia de las fotos de la época en que la criatura fue asesinada, a supuestas vídeo-cámaras de vigilancia y momentos del gore más puro, pero, rodado de tal forma que se le podría denominar gore de autor.
Entre los actores principales, difícilmente podremos reconocer a alguno y, si lo hacemos, es por haber aparecido en alguna película anterior del director danés. Tan sólo Udo Kier es el rostro que, por sus múltiples apariciones en diferentes títulos (en este blog apareció cuando hablamos de Mi Idaho Privado, entrada nº 126), nos resulta familiar.
Pero ese anonimato de cara al público, en general, es otra de las armas con las que contamos los espectadores. Al no reconocerlos, los personajes borderline y, por lo tanto, terroríficos, nos afectan con más fuerza y nos provocan mayor tensión.
El propio von Trier tiene su aparición estelar al final de cada uno de los cuatro episodios haciendo un resumen de lo que está por suceder y despidiéndose con una invitación, fruto de su educación religiosa, en la que nos recuerda que todo está entre dios y el demonio. Entre el bien y el mal, para los ateos como yo.
El cuarto capítulo concluye con un "Continuará" que se produjo tres años más tarde, con El reino 2. Y en esta segunda entrega, von Trier se vuelve a pasar de rosca y nos presenta una versión mucho más exagerada y tremenda que la primera temporada, pero que no logra gustar tanto porque los excesos son demasiados.
En todo caso, la sensación que tuve cuando terminé la entrega inicial es que El reino es para von Trier lo que Twin Peaks es para David Lynch. Incluyendo que, en ambos casos, las segundas temporadas pueden pasar al olvido sin problema ninguno. Nadie las echará de menos.
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jueves, 10 de marzo de 2011
138 - APOCALYPSE NOW. Francis Ford Coppola. USA, 1979.
Pese a que son muchos los que afirman que esta película sólo está basada, como de paso, en El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad, lo cierto es que lo que se logra aquí en cine es, realmente, captar toda la esencia de lo que narra esa novela. Es decir, la búsqueda personal de un hombre que, cuanto más se adentra en la selva en búsqueda de Kurtz, más logrará encontrarse a sí mismo.
El aventurero es Martin Sheen, quien sustituyó a Harvey Keitel, el actor con el que se empezó a rodar esta cinta pero que fue despedido por no encajar con el perfil que buscaba el director. Y Kurtz es Marlon Brando, ese coronel-filósofo que, gracias al horror vivido, ha alcanzado todo un ideario sobre el valor real de la vida, la muerte y el dolor.
Ambos están impresionantes, pese a los disgustos que se llevó el director con Brando porque incumplió su palabra de haberse leído la novela de Conrad antes de llegar al rodaje. Pero no podría haber otro Kurtz, de hecho, no podría haber otro reparto que no fuera, justo el que fue. El más valorado fue Robert Duvall, que estuvo nominado a la estatuílla de oro como Actor de Reparto.
Miles de problemas y dificultades tuvieron que superar todos los implicados en el rodaje, pero el resultado es una maravilla que pasó, directamente desde el momento de su estreno, a engrosar las listas de mejores películas de la historia. Y no es para menos.
La guerra de Vietnam, un conflicto bélico que el pueblo estadounidense siempre despreció, se muestra aquí en todo su contenido. Putas locales, exceso de alcohol, chifladuras varias conducen a un nihilismo vital que se convierte casi en la búsqueda, más o menos inconsciente, del suicidio involuntario.
Las magistrales escenas que se muestran van acompañadas de una banda sonora que mezcla a The Doors con Wagner y estas músicas refuerzan todavía más lo que ofrece la imagen por sí sola. Una desolación emocional ante los horrores de la guerra, aunque, curiosamente, el guionista primero, John Milius, era probélico.
Las conclusiones a las que lleva esta cinta se contienen en el discurso de Kurtz, un Marlon Brando que, pese a poner de los nervios a Coppolar por haber llegado al rodaje sin haber leído la novela, como el director le había pedido, logra encarnar a la perfección a ese militar autorreflexivo del que no queda claro si es la mente más preclara de todo el conflicto o el demenciado más afectado por su contexto.
El tremendo éxito de esta película (aunque ese año los Oscars(c) fueron timoratos y terminaron en manos de los responsables de Kramer contra Kramer, que también llegará a este blog) han provocado que sean numerosos los trabajos alrededor de este rodaje que de una duración inicial estimada en cuatro meses pasó a tardar tres años en ser completada.
La más completa de estas obras es Hearts of Darkness (próximamente también en este blog), el documental rodado in situ por la esposa del director y que relata, desde el conocimiento más cercano, todo lo que rodeó a esta filmación.
Pero lo que está claro es que pasarán los años y las interpretaciones seguirán siendo tremendas (aunque sólo estuvo nominado a la estatuilla dorada Robert Duvall como Actor de Reparto); la fotografía de Vittorio Storaro, quien sí logró el Oscar, seguirá dejándonos clavados a la butaca; y la nueva versión alargada, Apocalypse Now Redux, nos impactará tanto como la versión que llegó a los cines en el momento de su estreno.
Y, sin duda, seguirá influyendo en los cineastas de ahora que lograrán momentos tan memorables como la imitación que hace Ben Stiller de Brando en la magnífica comedia Tropic Thunder (Ben Stiller, 2008).
Por último, comentar que no se puede afirmar alegremente que no te gusta el cine bélico si no has visto esta joya de dicho género.
El aventurero es Martin Sheen, quien sustituyó a Harvey Keitel, el actor con el que se empezó a rodar esta cinta pero que fue despedido por no encajar con el perfil que buscaba el director. Y Kurtz es Marlon Brando, ese coronel-filósofo que, gracias al horror vivido, ha alcanzado todo un ideario sobre el valor real de la vida, la muerte y el dolor.
Ambos están impresionantes, pese a los disgustos que se llevó el director con Brando porque incumplió su palabra de haberse leído la novela de Conrad antes de llegar al rodaje. Pero no podría haber otro Kurtz, de hecho, no podría haber otro reparto que no fuera, justo el que fue. El más valorado fue Robert Duvall, que estuvo nominado a la estatuílla de oro como Actor de Reparto.
Miles de problemas y dificultades tuvieron que superar todos los implicados en el rodaje, pero el resultado es una maravilla que pasó, directamente desde el momento de su estreno, a engrosar las listas de mejores películas de la historia. Y no es para menos.
La guerra de Vietnam, un conflicto bélico que el pueblo estadounidense siempre despreció, se muestra aquí en todo su contenido. Putas locales, exceso de alcohol, chifladuras varias conducen a un nihilismo vital que se convierte casi en la búsqueda, más o menos inconsciente, del suicidio involuntario.
Las magistrales escenas que se muestran van acompañadas de una banda sonora que mezcla a The Doors con Wagner y estas músicas refuerzan todavía más lo que ofrece la imagen por sí sola. Una desolación emocional ante los horrores de la guerra, aunque, curiosamente, el guionista primero, John Milius, era probélico.
Las conclusiones a las que lleva esta cinta se contienen en el discurso de Kurtz, un Marlon Brando que, pese a poner de los nervios a Coppolar por haber llegado al rodaje sin haber leído la novela, como el director le había pedido, logra encarnar a la perfección a ese militar autorreflexivo del que no queda claro si es la mente más preclara de todo el conflicto o el demenciado más afectado por su contexto.
El tremendo éxito de esta película (aunque ese año los Oscars(c) fueron timoratos y terminaron en manos de los responsables de Kramer contra Kramer, que también llegará a este blog) han provocado que sean numerosos los trabajos alrededor de este rodaje que de una duración inicial estimada en cuatro meses pasó a tardar tres años en ser completada.
La más completa de estas obras es Hearts of Darkness (próximamente también en este blog), el documental rodado in situ por la esposa del director y que relata, desde el conocimiento más cercano, todo lo que rodeó a esta filmación.
Pero lo que está claro es que pasarán los años y las interpretaciones seguirán siendo tremendas (aunque sólo estuvo nominado a la estatuilla dorada Robert Duvall como Actor de Reparto); la fotografía de Vittorio Storaro, quien sí logró el Oscar, seguirá dejándonos clavados a la butaca; y la nueva versión alargada, Apocalypse Now Redux, nos impactará tanto como la versión que llegó a los cines en el momento de su estreno.
Y, sin duda, seguirá influyendo en los cineastas de ahora que lograrán momentos tan memorables como la imitación que hace Ben Stiller de Brando en la magnífica comedia Tropic Thunder (Ben Stiller, 2008).
Por último, comentar que no se puede afirmar alegremente que no te gusta el cine bélico si no has visto esta joya de dicho género.
domingo, 6 de marzo de 2011
137 - ASESINO IMPLACABLE (Get Carter). Mike Hodges. Reino Unido, 1971.
La enorme capacidad interpretativa de Michael Caine ha sido una de las mejores herramientas utilizadas en la historia de la humanidad. Hasta el punto de que, según el personaje, puede llegar a parecer el hombre más sexy de la tierra, y hay que ser actor para lograrlo (Jeff Goldblum puede presumir de cuerpazo, Caine no).
En esta cinta, le vemos convertido en un asesino de medio pelo, bajo el mando de un desgraciado cuya novia está enamorada del empleado, es decir, de Caine. El personaje de entrada es antipático y parece el típico chulo (que no chulazo) de barrio que, como tiene un arma, pues ve de gallito. Sin embargo, en seguida le vemos la sensibilidad cuando decide pasar de todo y todos, jefe y amante incluídos, para irse al norte a vengar el asesinato de su hermano.
A partir de este momento, se inicia una trama plagada de detalles que, con lo carcas que nos están haciendo volvernos, parecería demasiado extrema hoy en día. La hija de su hermano podría ser su propia hija por un affair que tuvo éste con su cuñada. Esta misma muchacha, la sobrina-hija, ha protagonizado un vídeo porno que es el origen de la muerte de su padre-tío, el hermano del prota. La dueña de la pensión en la que se aloja le deja claro desde el principio que puede contar con "todos los servicios de la casa" y, de hecho, los utiliza. Hay una secuencia de sexo telefónico, en mi conocimiento la primera que se mostró en cine, en la que la excitante Britt Ekland, la infiel novia del jefe del prota, se realiza un onanismo que da gusto ver la entrega de la muchacha. Por último, el remate final no puede estar mejor pensado, medido y realizado por su director, Mike Hodges.
Aparte de que la acción es muy a la British, no hay grandes explosiones, ni infinitas balas cruzadas, la tensión está presente. Sobre todo, en ese rostro controlado de Caine que va dando mayor información cuanto más se calla.
Lo mejor de ver esta cinta es el recuerdo de aquellos tiempos en que los artistas no se creaban a la hora de contar historias escabrosas sobre la realidad sin caer en lo gore ni en el mal gusto. Bien al contrario, la cortesía de los personajes en casi todos los momentos son casi una perfecta definición de la tan nombrada flema británica.
Hay un remake yankee del año 2000, que aquí se estrenó con el título original de Get Carter (dirigido por Stephen Kay, nada mencionable de este hombre) y cuyo único interés reside en, aparte de ver la versión edulcorada de la original, poder hacer seguimiento del proceso que ha llevado a Sylvester Stallone y Mickey Rourke en los ninots de sí mismos que parecen ser hoy en día.
En esta cinta, le vemos convertido en un asesino de medio pelo, bajo el mando de un desgraciado cuya novia está enamorada del empleado, es decir, de Caine. El personaje de entrada es antipático y parece el típico chulo (que no chulazo) de barrio que, como tiene un arma, pues ve de gallito. Sin embargo, en seguida le vemos la sensibilidad cuando decide pasar de todo y todos, jefe y amante incluídos, para irse al norte a vengar el asesinato de su hermano.
A partir de este momento, se inicia una trama plagada de detalles que, con lo carcas que nos están haciendo volvernos, parecería demasiado extrema hoy en día. La hija de su hermano podría ser su propia hija por un affair que tuvo éste con su cuñada. Esta misma muchacha, la sobrina-hija, ha protagonizado un vídeo porno que es el origen de la muerte de su padre-tío, el hermano del prota. La dueña de la pensión en la que se aloja le deja claro desde el principio que puede contar con "todos los servicios de la casa" y, de hecho, los utiliza. Hay una secuencia de sexo telefónico, en mi conocimiento la primera que se mostró en cine, en la que la excitante Britt Ekland, la infiel novia del jefe del prota, se realiza un onanismo que da gusto ver la entrega de la muchacha. Por último, el remate final no puede estar mejor pensado, medido y realizado por su director, Mike Hodges.
Aparte de que la acción es muy a la British, no hay grandes explosiones, ni infinitas balas cruzadas, la tensión está presente. Sobre todo, en ese rostro controlado de Caine que va dando mayor información cuanto más se calla.
Lo mejor de ver esta cinta es el recuerdo de aquellos tiempos en que los artistas no se creaban a la hora de contar historias escabrosas sobre la realidad sin caer en lo gore ni en el mal gusto. Bien al contrario, la cortesía de los personajes en casi todos los momentos son casi una perfecta definición de la tan nombrada flema británica.
Hay un remake yankee del año 2000, que aquí se estrenó con el título original de Get Carter (dirigido por Stephen Kay, nada mencionable de este hombre) y cuyo único interés reside en, aparte de ver la versión edulcorada de la original, poder hacer seguimiento del proceso que ha llevado a Sylvester Stallone y Mickey Rourke en los ninots de sí mismos que parecen ser hoy en día.
sábado, 5 de marzo de 2011
136 - SUPERDETECTIVE EN HOLLYWOOD (Beverly Hills Cop). Martin Brest. USA, 1984.
Si el éxito de Regreso al futuro (de próximo ingreso a este blog) se debió al hecho de volver a rodarla entera porque el protagonista no funcionaba (el pobre Eric Stoltz tuvo que comerse el exitazo que tuvo Michael J. Fox con ella), en este caso no hubo que llegar tan lejos.
Este proyecto nació cortado y medido a la medida de Sylvester Stallone. Por suerte, el súper Rambo se bajó del carro y se le dio vuelta y media a toda la historia. De una película en la que todo se resolviese a tiros, se llegó a una comedia que reunía varias particularidades que la hacían interesante.
En efecto, tal como fue concebida era difícil imaginar que el personaje principal se fuera a convertir en el policía más vestido de sport que se conoce. Además, con capacidad de interpretar diferentes personajes, incluyendo un mariquita amanerado que se llama Ramón y que, en su momento, fue visto como una visión homófoba de los gays. Ahora se aboga por admitir que quizá esos retratos exagerados fueron necesarios para lograr la normalidad actual, aunque creo que queda camino (¿qué pasa con la adopción, por favor?).
En todo caso, sus múltiples personalidades, de las que ha hecho gala a lo largo de toda su carrera, convirtieron a Eddie Murphy en uno de los actores más taquilleros de todos los tiempos. Provenía del afamado programa cómico Saturday Night Live, un formato que en España no ha prosperado, pero que ha sido cuna de grandes cómicos estadounidenses en las últimas décadas.
Sus capacidades de improvisación, de conseguir de los líos sin apenas violencia (la mayor parte del tiempo ni siquiera lleva arma en la mano) y, sobre todo, su vena de liante que mete en sus movidas a todos sus colegas (el pobre Judge Reinhold le aguantó/apoyó en las tres entregas de esta saga) le convirtieron en un personaje popular con el que la gente, literalmente, se desternillaba.
Pero lo más radical de esta cinta es que el protagonista, aunque ahora no parezca tan chocante, era negro. Sí, ni era el malo retorcido; ni el compañero gracioso del poli principal; y no tenía debilidades, sino una tremenda picaresca con la que escapar de las situaciones más radicales y una inteligencia que le permitía pensar por sí mismo. De alguna forma, era la revancha de toda una historia de concesiones que los afroamericanos han hecho al cine, hasta lograr que su piel no sea un dato a tener en cuenta. Quiero confiar que algún día sucedera lo mismo con los personajes homosexuales y se nos pueda ver como héroes a secas, sin ser malvados ni los mejores amigos de las chicas, que ya canta.
La dirección fue obra de Martin Brest, pero las secuelas no se quedaron cortas y contaron con Tony Scott como autor de la segunda y nada menos que a John Landis para la tercera (aparte de un cameo del señor George Lucas). Efectivamente, y como es lo normal, las partes 2 y 3 no eran tan buenas como la primera, y la originalidad ya estaba dada. Pero, todavía, es un placer ver al Murphy haciendo el payasete mientras resuelve casos policiales que, prácticamente, son lo de menos.
Este proyecto nació cortado y medido a la medida de Sylvester Stallone. Por suerte, el súper Rambo se bajó del carro y se le dio vuelta y media a toda la historia. De una película en la que todo se resolviese a tiros, se llegó a una comedia que reunía varias particularidades que la hacían interesante.
En efecto, tal como fue concebida era difícil imaginar que el personaje principal se fuera a convertir en el policía más vestido de sport que se conoce. Además, con capacidad de interpretar diferentes personajes, incluyendo un mariquita amanerado que se llama Ramón y que, en su momento, fue visto como una visión homófoba de los gays. Ahora se aboga por admitir que quizá esos retratos exagerados fueron necesarios para lograr la normalidad actual, aunque creo que queda camino (¿qué pasa con la adopción, por favor?).
En todo caso, sus múltiples personalidades, de las que ha hecho gala a lo largo de toda su carrera, convirtieron a Eddie Murphy en uno de los actores más taquilleros de todos los tiempos. Provenía del afamado programa cómico Saturday Night Live, un formato que en España no ha prosperado, pero que ha sido cuna de grandes cómicos estadounidenses en las últimas décadas.
Sus capacidades de improvisación, de conseguir de los líos sin apenas violencia (la mayor parte del tiempo ni siquiera lleva arma en la mano) y, sobre todo, su vena de liante que mete en sus movidas a todos sus colegas (el pobre Judge Reinhold le aguantó/apoyó en las tres entregas de esta saga) le convirtieron en un personaje popular con el que la gente, literalmente, se desternillaba.
Pero lo más radical de esta cinta es que el protagonista, aunque ahora no parezca tan chocante, era negro. Sí, ni era el malo retorcido; ni el compañero gracioso del poli principal; y no tenía debilidades, sino una tremenda picaresca con la que escapar de las situaciones más radicales y una inteligencia que le permitía pensar por sí mismo. De alguna forma, era la revancha de toda una historia de concesiones que los afroamericanos han hecho al cine, hasta lograr que su piel no sea un dato a tener en cuenta. Quiero confiar que algún día sucedera lo mismo con los personajes homosexuales y se nos pueda ver como héroes a secas, sin ser malvados ni los mejores amigos de las chicas, que ya canta.
La dirección fue obra de Martin Brest, pero las secuelas no se quedaron cortas y contaron con Tony Scott como autor de la segunda y nada menos que a John Landis para la tercera (aparte de un cameo del señor George Lucas). Efectivamente, y como es lo normal, las partes 2 y 3 no eran tan buenas como la primera, y la originalidad ya estaba dada. Pero, todavía, es un placer ver al Murphy haciendo el payasete mientras resuelve casos policiales que, prácticamente, son lo de menos.
domingo, 27 de febrero de 2011
135 - ESTACION CENTRAL (Bab el hadid). Youssef Chahine. Egipto, 1958.
Al igual que ocurriera en España cuando Almodóvar empezó a aplicar los parámetros de John Waters a sus películas, Youssef Chahine fue una figura clave para el cine árabe. En sus lecciones, no sólo había visto producciones como El expreso de Shanghai (título que también llegará a este blog), sino que también había disfrutado del neorrealismo italiano.
Con la influencia de ambos, reconstruye la estación central de El Cairo (a la que se refiere, obviamente, el título) y nos ofrece un amplio abanico de personajes habituales en dicho lugar. Él mismo, por ejemplo, da vida a un vendedor enamorado de una de las mujeres que habitan en dicho ambiente, la sensual Hind Rostom (aunque quizá algo demasiado madura para el personaje).
Entre medias, un montón de "compañeros de oficio" nos irán mostrando, sin paliativos, lo mejor y lo peor del género humano, partiendo de un egoísmo cerril propio de los que no tienen nada que perder y, casi cualquier cosa, les resulta una ganancia personal. No hay bien que se haga al otro sin esperar nada a cambio, parece ser el lema vital de todo este círculo.
La decoración es una delicia y, sorprendentemente, muy real como pudé comprobar cuando visité dicha estación en el año 91. Una atmósfera de riesgo y aventura parece latente en ese lugar al que tienes que llegar con varios ojos de más para velar por tus pertenencias, mientras que las sonrisas que te rodean pretenden convencerte de lo contrario.
Por su parte, la curiosidad es que el idioma, el más puro árabe, tiene tanto de mediterráneo, que a ningún espectador le extrañaría que estuviesen hablando en italiano e, incluso, en castellano. Las connotaciones son tan cercanas a nosotros que parece incluso una hermandad de la miseria propia de los países que sufrieron más de cerca los horrores de las guerras del siglo pasado.
Para poder ver esta cinta tuve que acudir a los amabilísimos encargados de la biblio-vídeoteca de la Casa Arabe de Madrid, donde me dejaron disfrutarla de forma gratuíta (una vez más, gracias).
Pero es que, aunque fue un éxito internacional y la apertura del cine árabe al mundo, su contenido la convirtió en repudiada por la censura española, pese al éxito obtenido en el Festival de Berlín, donde estuvo nominada para el Oso de Oro.
Sinceramente, en esta ocasión, estoy plenamente de acuerdo en que esta película habría que verla antes de morir.
Con la influencia de ambos, reconstruye la estación central de El Cairo (a la que se refiere, obviamente, el título) y nos ofrece un amplio abanico de personajes habituales en dicho lugar. Él mismo, por ejemplo, da vida a un vendedor enamorado de una de las mujeres que habitan en dicho ambiente, la sensual Hind Rostom (aunque quizá algo demasiado madura para el personaje).
Entre medias, un montón de "compañeros de oficio" nos irán mostrando, sin paliativos, lo mejor y lo peor del género humano, partiendo de un egoísmo cerril propio de los que no tienen nada que perder y, casi cualquier cosa, les resulta una ganancia personal. No hay bien que se haga al otro sin esperar nada a cambio, parece ser el lema vital de todo este círculo.
La decoración es una delicia y, sorprendentemente, muy real como pudé comprobar cuando visité dicha estación en el año 91. Una atmósfera de riesgo y aventura parece latente en ese lugar al que tienes que llegar con varios ojos de más para velar por tus pertenencias, mientras que las sonrisas que te rodean pretenden convencerte de lo contrario.
Por su parte, la curiosidad es que el idioma, el más puro árabe, tiene tanto de mediterráneo, que a ningún espectador le extrañaría que estuviesen hablando en italiano e, incluso, en castellano. Las connotaciones son tan cercanas a nosotros que parece incluso una hermandad de la miseria propia de los países que sufrieron más de cerca los horrores de las guerras del siglo pasado.
Para poder ver esta cinta tuve que acudir a los amabilísimos encargados de la biblio-vídeoteca de la Casa Arabe de Madrid, donde me dejaron disfrutarla de forma gratuíta (una vez más, gracias).
Pero es que, aunque fue un éxito internacional y la apertura del cine árabe al mundo, su contenido la convirtió en repudiada por la censura española, pese al éxito obtenido en el Festival de Berlín, donde estuvo nominada para el Oso de Oro.
Sinceramente, en esta ocasión, estoy plenamente de acuerdo en que esta película habría que verla antes de morir.
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sábado, 26 de febrero de 2011
134 - CABARET. Bob Fosse. USA, 1972.
El origen de esta historia es una novela del escritor gay Christopher Isherwood y destaco su sexualidad porque siempre fue una referencia importante en su obra. Su título es Adiós a Berlín y de ella salió una obra teatral, I am a camera, que a su vez también fue llevada al cine, homónimamente y dirigida por Henry Cornelius en 1955.
De dicho libreto surgió el musical que, en 1972, llevó el genio de Bob Fosse a la gran pantalla para convertirlo en uno de los títulos inevitables en la historia del cine. Fosse, que había comenzado su carrera como actor y coreógrafo logró desarrollar, a lo largo de su carrera, el estilo de baile más personal y elegante que se conocía desde Isadora Duncan. Hay una serie de gestos, movimientos y posiciones que son, simplemente, reconocibles como suyos.
El reparto debía estar cuidado al máximo y así fue que nos encontramos a Michael York dando vida al personaje inspirado en el propio escritor y que, en el momento de conocer a la protagonista, es totalmente gay. La rica niña judía, encarnada a la perfección por la bellísima Marisa Berenson. El maestro de ceremonias, cuyo rostro encierra todas las perversiones, es un Joel Grey en estado de gracia. Y, por supuesto, la simpar Liza Minelli en el mejor trabajo de toda su carrera y creando una Sally Bowles que reúne todo el compendio de energía emocional que la convierte en única.
Ella se sentirá atraída por su compañero de pensión, el joven escritor homosexual que, hasta iniciar su affair con ella, confiesa no haber tenido ninguna experiencia con el sexo femenino. Aprovechando el ambiente festivo que precedió a la II Guerra Mundial en Berlín, conocerán a un aristócrata que les adopta como compañeros de juerga y que terminará enrrollado con los dos.
Todo esto, salpicado de maravillosas canciones que siguen en el recuerdo de todos. La propia Cabaret es una gozada, pero también se alzan con fuerza propia Maybe this time, Two ladies, Money, Money, Money y el himno nazi que sobrecoge por ser un tema cantado por una maravillosa voz masculina y que, realmente, parece dar mensaje de esperanza, Tomorrow belongs to me.
Quizá lo más curioso de este trabajo es que provoca lo que ningún otro relacionado con el tema nazi: te dan ganas de vivirlo, de viajar con la máquina del tiempo y presentarte en aquel Berlín del que nunca querríamos despedirnos.
La Academia de Hollywood le concedió 8 Oscars(c) y, aunque no se llevó Mejor Película a casa, sí que Fosse le arrebató el premio de las manos a Coppola, que estaba nominado por El Padrino. También fueron para los cabareteros los premios a Mejor Actriz y Mejor Actriz de Reparto, de forma muy merecida. Pero lo cierto es que cuando un film es muy grande, los galardones son sólo un adorno para la obra maestra.
De dicho libreto surgió el musical que, en 1972, llevó el genio de Bob Fosse a la gran pantalla para convertirlo en uno de los títulos inevitables en la historia del cine. Fosse, que había comenzado su carrera como actor y coreógrafo logró desarrollar, a lo largo de su carrera, el estilo de baile más personal y elegante que se conocía desde Isadora Duncan. Hay una serie de gestos, movimientos y posiciones que son, simplemente, reconocibles como suyos.
El reparto debía estar cuidado al máximo y así fue que nos encontramos a Michael York dando vida al personaje inspirado en el propio escritor y que, en el momento de conocer a la protagonista, es totalmente gay. La rica niña judía, encarnada a la perfección por la bellísima Marisa Berenson. El maestro de ceremonias, cuyo rostro encierra todas las perversiones, es un Joel Grey en estado de gracia. Y, por supuesto, la simpar Liza Minelli en el mejor trabajo de toda su carrera y creando una Sally Bowles que reúne todo el compendio de energía emocional que la convierte en única.
Ella se sentirá atraída por su compañero de pensión, el joven escritor homosexual que, hasta iniciar su affair con ella, confiesa no haber tenido ninguna experiencia con el sexo femenino. Aprovechando el ambiente festivo que precedió a la II Guerra Mundial en Berlín, conocerán a un aristócrata que les adopta como compañeros de juerga y que terminará enrrollado con los dos.
Todo esto, salpicado de maravillosas canciones que siguen en el recuerdo de todos. La propia Cabaret es una gozada, pero también se alzan con fuerza propia Maybe this time, Two ladies, Money, Money, Money y el himno nazi que sobrecoge por ser un tema cantado por una maravillosa voz masculina y que, realmente, parece dar mensaje de esperanza, Tomorrow belongs to me.
Quizá lo más curioso de este trabajo es que provoca lo que ningún otro relacionado con el tema nazi: te dan ganas de vivirlo, de viajar con la máquina del tiempo y presentarte en aquel Berlín del que nunca querríamos despedirnos.
La Academia de Hollywood le concedió 8 Oscars(c) y, aunque no se llevó Mejor Película a casa, sí que Fosse le arrebató el premio de las manos a Coppola, que estaba nominado por El Padrino. También fueron para los cabareteros los premios a Mejor Actriz y Mejor Actriz de Reparto, de forma muy merecida. Pero lo cierto es que cuando un film es muy grande, los galardones son sólo un adorno para la obra maestra.
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viernes, 25 de febrero de 2011
133 - EL JARDIN DE LOS FINZI-CONTINI (Il Giardino dei Finzi-Contini). Vittorio de Sica. Italia/República Federal de Alemania, 1970.
Vittorio de Sica, el considerado padre del neorrealismo italiano con su obra maestra Ladrón de bicicletas (entrada 59 de este blog), llevaba años retirado del cine cuando cayó en sus manos la novela de Giorgio Bassani que ha dado título a esta película.
Aunque el tema en apariencia son las vicisitudes por las que pasa una familia judía frente el régimen del dictador fascista Benito Mussolini, lo cierto es que la historia que mejor refleja toda la filosofía de la decadencia.
Con tonos apagados, y con bellezas tan deslumbrantes como la de Helmut Berger y Dominique Sanda, de Sica nos lleva a través de unos parajes, cubiertos por vallas, en los que los personajes se muestran libremente como son, sin necesidades de artificio.
Pero es un mundo privado, cerrado y ceñido a unos patrones de status que lo convierten en irreal. Tanto que, mientras fuera de sus barreras los camisas negras van imponiendo su nociva dictadura, dentro del jardín se juega al tenis. Y al amor, en sus vertientes hétero y homo. Los privilegiados habitantes de ese reino mágico juegan a que, mientras se mantengan dentro, lo de fuera no les afectará.
Efectivamente se equivocan y me lleva a replantearme el término "película de iniciación", normalmente referido a la pérdida de la virginidad y de la inocencia. Los protagonistas de esta cinta son, en realidad, una panda de niños que ni siquiera imaginan que su dolce-far-niente pueda estar en peligro, se creen por encima del bien y del mal. Y la realidad de finales de los años 30 les sacó de su ensueño de golpe y porrazo.
Frente al realismo de su cine inicial, de Sica se permite pegarse con este trabajo un banquete estético, con planos dotados del más puro sentido de lo bucólico y con una bruma que envuelve el ambiente, de polvo dorado, que nos lo muestra como puramente mágico.
Su atrevida apuesta tuvo la respuesta internacional adecuada: Oso de Oro en Berlín a la Mejor Película y nominación al Guión Adaptado en los Oscars(c). Pero no le hacía falta, me le imagino perfectamente gozando de esta su obra con el placer que siente un padre ante su hijo favorito.
Aunque el tema en apariencia son las vicisitudes por las que pasa una familia judía frente el régimen del dictador fascista Benito Mussolini, lo cierto es que la historia que mejor refleja toda la filosofía de la decadencia.
Con tonos apagados, y con bellezas tan deslumbrantes como la de Helmut Berger y Dominique Sanda, de Sica nos lleva a través de unos parajes, cubiertos por vallas, en los que los personajes se muestran libremente como son, sin necesidades de artificio.
Pero es un mundo privado, cerrado y ceñido a unos patrones de status que lo convierten en irreal. Tanto que, mientras fuera de sus barreras los camisas negras van imponiendo su nociva dictadura, dentro del jardín se juega al tenis. Y al amor, en sus vertientes hétero y homo. Los privilegiados habitantes de ese reino mágico juegan a que, mientras se mantengan dentro, lo de fuera no les afectará.
Efectivamente se equivocan y me lleva a replantearme el término "película de iniciación", normalmente referido a la pérdida de la virginidad y de la inocencia. Los protagonistas de esta cinta son, en realidad, una panda de niños que ni siquiera imaginan que su dolce-far-niente pueda estar en peligro, se creen por encima del bien y del mal. Y la realidad de finales de los años 30 les sacó de su ensueño de golpe y porrazo.
Frente al realismo de su cine inicial, de Sica se permite pegarse con este trabajo un banquete estético, con planos dotados del más puro sentido de lo bucólico y con una bruma que envuelve el ambiente, de polvo dorado, que nos lo muestra como puramente mágico.
Su atrevida apuesta tuvo la respuesta internacional adecuada: Oso de Oro en Berlín a la Mejor Película y nominación al Guión Adaptado en los Oscars(c). Pero no le hacía falta, me le imagino perfectamente gozando de esta su obra con el placer que siente un padre ante su hijo favorito.
domingo, 20 de febrero de 2011
132 - LA PRINCESA PROMETIDA (The Princess Bride). Rob Reiner. USA, 1987.
El cuento por excelencia que encandiló a niños, jóvenes y adultos en la segunda mitad de los 80 del siglo pasado sigue manteniendo una vitalidad y frescura que muchas súperproducciones, con afán de permanencia, le envidian.
La base del mismo es el libro de William Goldman y, pese a que el propio autor es el responsable del guión, lo cierto es que resulta imposible mantener el encanto y desparpajo que el libro despliega de forma constante. De hecho, hay un juego dentro de la novela según el cual, si escribes una carta a una dirección de New York, te remiten a tu casa una circular con un apéndice de la historia. Hacedlo.
Pese a estas carencias, el contenido sigue siendo delicioso. Principalmente porque Rob Reiner, el conductor de todo esto, se encontró en estado de gracia a la hora de poner en pie esta historia.
El reparto es excepcional. Para Robin Wright (hoy en día con el apellido Penn añadido a su nombre) debutaba con esta historia, tras su trayectoria como modelo, dando vida a la hermosa campesina con posibilidades de pasar a ser princesa. El dueño de su corazón es un bellísimo Cary Elwes, recién salido de su pequeño papel en Otro país (Marek Kanievska, 1984), otro título injustamente fuera de EL.
Junto a esta pareja protagonista, toda una colección de secundarios de lujo: Peter Falk como el abuelo que le lee el libro a Fred Savage (el niño de la querida serie Aquellos maravillosos años); Mandy Patinkin como el hidalgo español que busca vengar a su padre; Wallace Shawn como un maleante de medio pelo que confía demasiado en su inteligencia; André the Giant, una estrella del wrestling, como un enorme bruto con alma de poeta; Chris Sarandon como el malvado príncipe apoyado por un despreciable Christopher Guest; y, aunque apenas por un par de secuencias, unos metamorfoseados Billy Crystal y Carol Kane como una anciana pareja de hechiceros.
Las aventuras a las que dan vida todos ellos, y pese a que los efectos especiales del momento distaban mucho de lograr la autenticidad que se consigue desde que nos ha invadido el mundo ordenador, nos envuelven, nos atrapan y nos hacen gozar indefiniblemente con cada visionado de la película. Además, otro gran logro son los golpes de humor, como la aparición del personaje llamado El Impresionante Clérigo, al que da vida estupendamente Peter Cook.
Definitivamente, si alguien quiere verse rodeado de gente que se sume al disfrute de una sesión casera de cine, ésta es una apuesta segura. Todos queremos saber qué le va a pasar a Buttercup y a su amado Westley.
La base del mismo es el libro de William Goldman y, pese a que el propio autor es el responsable del guión, lo cierto es que resulta imposible mantener el encanto y desparpajo que el libro despliega de forma constante. De hecho, hay un juego dentro de la novela según el cual, si escribes una carta a una dirección de New York, te remiten a tu casa una circular con un apéndice de la historia. Hacedlo.
Pese a estas carencias, el contenido sigue siendo delicioso. Principalmente porque Rob Reiner, el conductor de todo esto, se encontró en estado de gracia a la hora de poner en pie esta historia.
El reparto es excepcional. Para Robin Wright (hoy en día con el apellido Penn añadido a su nombre) debutaba con esta historia, tras su trayectoria como modelo, dando vida a la hermosa campesina con posibilidades de pasar a ser princesa. El dueño de su corazón es un bellísimo Cary Elwes, recién salido de su pequeño papel en Otro país (Marek Kanievska, 1984), otro título injustamente fuera de EL.
Junto a esta pareja protagonista, toda una colección de secundarios de lujo: Peter Falk como el abuelo que le lee el libro a Fred Savage (el niño de la querida serie Aquellos maravillosos años); Mandy Patinkin como el hidalgo español que busca vengar a su padre; Wallace Shawn como un maleante de medio pelo que confía demasiado en su inteligencia; André the Giant, una estrella del wrestling, como un enorme bruto con alma de poeta; Chris Sarandon como el malvado príncipe apoyado por un despreciable Christopher Guest; y, aunque apenas por un par de secuencias, unos metamorfoseados Billy Crystal y Carol Kane como una anciana pareja de hechiceros.
Las aventuras a las que dan vida todos ellos, y pese a que los efectos especiales del momento distaban mucho de lograr la autenticidad que se consigue desde que nos ha invadido el mundo ordenador, nos envuelven, nos atrapan y nos hacen gozar indefiniblemente con cada visionado de la película. Además, otro gran logro son los golpes de humor, como la aparición del personaje llamado El Impresionante Clérigo, al que da vida estupendamente Peter Cook.
Definitivamente, si alguien quiere verse rodeado de gente que se sume al disfrute de una sesión casera de cine, ésta es una apuesta segura. Todos queremos saber qué le va a pasar a Buttercup y a su amado Westley.
sábado, 19 de febrero de 2011
131 - OLIMPIADA. PARTES 1 Y 2 (Olympia. Teils 1 und 2). Leni Riefenstahl. Alemania, 1938.
Para empezar, aclarar que, para no sobrecargar el título, no he incluido los títulos de cada una de las partes de las que consta esta obra: la primera, El festival de los pueblos; la segunda, El festival de la belleza.
Hoy en día, y teniendo en cuenta que el recuerdo de la infamia nazi es desagradable para todos, cuesta ver esta película sin arrugar el morro y estar tentado de dejar de verla. No en vano, todo el rodaje fue patrocinado por el partido de Hitler y no dejamos de asistir a un metraje de propaganda que nos lo hace repugnante.
Pero, si conseguimos dejar a un lado nuestros más que justificados prejuicios, nos encontramos con una gozada cinematográfica. De hecho, posiblemente este título sea el ejercicio filmado más intenso y logrado sobre el deporte en el cine.
Tomando como escenario los juegos olímpicos de Berlín de 1936 (no olvidemos que los nacionalsocialistas habían llegado al poder por la vía democrática), nos encontramos con una narración en la que se magnifica y glorifica la perfección física de los atletas.
Nunca un cineasta había dedicado tanta atención, y detalle, a unos cuerpos que vemos perfectamente delineados en su musculatura, en su movimiento y, sobre todo, en su gracia. La belleza que se reparte casi en cada plano de este metraje sólo se ha encontrado posteriormente en la fotografía de Robert Mapplethorpe.
Los medios con los que contó la directora fueron también grandiosos, como ya disfrutara en El triunfo de la voluntad (entrada en este blog número 102). Cámaras por doquier, entramados de albañilería, posicionamiento de los operarios con libre albedrío dieron fruto a 250 horas de metraje que supusieron dos años de post-producción para llegar a este resultado.
Dicen en EL que hoy en día sería imposible reproducir este esfuerzo con los mismos materiales. Y estoy completamente de acuerdo. Pero también es verdad que con los avances tecnológicos que nos siguen llegando a cada momento, la labor no sería tan ardua.
Lo que quizá faltase sería ese sentido de la poesía que la directora pro-fascista supo imprimir a un metraje que te atrapa en una vorágine de belleza que deja sin aliento. Aunque su raíz se encuentre en unos ideales que dan miedo y repugnancia.
Hoy en día, y teniendo en cuenta que el recuerdo de la infamia nazi es desagradable para todos, cuesta ver esta película sin arrugar el morro y estar tentado de dejar de verla. No en vano, todo el rodaje fue patrocinado por el partido de Hitler y no dejamos de asistir a un metraje de propaganda que nos lo hace repugnante.
Pero, si conseguimos dejar a un lado nuestros más que justificados prejuicios, nos encontramos con una gozada cinematográfica. De hecho, posiblemente este título sea el ejercicio filmado más intenso y logrado sobre el deporte en el cine.
Tomando como escenario los juegos olímpicos de Berlín de 1936 (no olvidemos que los nacionalsocialistas habían llegado al poder por la vía democrática), nos encontramos con una narración en la que se magnifica y glorifica la perfección física de los atletas.
Nunca un cineasta había dedicado tanta atención, y detalle, a unos cuerpos que vemos perfectamente delineados en su musculatura, en su movimiento y, sobre todo, en su gracia. La belleza que se reparte casi en cada plano de este metraje sólo se ha encontrado posteriormente en la fotografía de Robert Mapplethorpe.
Los medios con los que contó la directora fueron también grandiosos, como ya disfrutara en El triunfo de la voluntad (entrada en este blog número 102). Cámaras por doquier, entramados de albañilería, posicionamiento de los operarios con libre albedrío dieron fruto a 250 horas de metraje que supusieron dos años de post-producción para llegar a este resultado.
Dicen en EL que hoy en día sería imposible reproducir este esfuerzo con los mismos materiales. Y estoy completamente de acuerdo. Pero también es verdad que con los avances tecnológicos que nos siguen llegando a cada momento, la labor no sería tan ardua.
Lo que quizá faltase sería ese sentido de la poesía que la directora pro-fascista supo imprimir a un metraje que te atrapa en una vorágine de belleza que deja sin aliento. Aunque su raíz se encuentre en unos ideales que dan miedo y repugnancia.
domingo, 13 de febrero de 2011
130 - AMOR SIN BARRERAS (West Side Story). Jerome Robbins/Robert Wise. USA, 1961.
Otra ocasión en la que la terrible traducción con la que se estrenó la película (Amor sin barreras) ha quedado en un merecido olvido dado que todo el mundo habla de West Side Story, sin más. De hecho, en EL no aparece ni reflejada semejante traducción.
En todo caso, esta adaptación ha sido piedra angular para que la historia más romántica del mundo, el Romeo y Julieta, del gran bardo Shakespeare, se mantega hoy en día en el número 1 de historias de amor.
Trasladada al West Side de Nueva York, citado en el título, las familias rivales veronesas se ven convertidas en estos dos bandos: los hijos de irlandeses e italianos, que ya llevan tiempo instalados en Manhattan; y los jóvenes portorriqueños que quieren encontrar su lugar en la Gran Manzana.
Una introducción musical de varios minutos sobre un dibujado skyline neoyorquino, en la que se nos presentan porciones de los distintos temas que conforman la magistral partitura que Leonard Bernstein y Stephen Sondheim habían compuesto para los escenarios, da paso directamente al primer enfrentamiento coreografiado entre los Jets (blancos) y los Sharks (latinos).
A partir de ese momento, el espectador queda entregado a las aventuras que se van sucediendo en pantalla y que combinan a la perfección las secuencias de baile dirigidas por Jerome Robbins, con los momentos de acción normal, rodados bajo el calculador ojo de Robert Wise. El resultado, una gozada absoluta.
Porque, normalmente, un musical que se precie puede contar con uno, dos o, con suerte, tres temas de los que se quedan en la memoria colectiva. En esta obra, no se logra encontrar ninguna canción que, aparte de ser tatareada por todos los que te rodean en cualquier situación si te da por cantarla, no cuente hoy en día con una gran variedad de versiones.
Las interpretaciones secundarias se meriendan a las protagonistas y es normal. Richard Beymer, Romeo, resulta tan blando que no enciende ninguna llama de pasión. Por su parte, la otras veces estupenda Natalie Wood, por más arena del desierto que la esparzan por la cara, no parece haber visto Puerto Rico ni en postal.
Pero encuentran un perfecto contrapeso en Russ Tamblyn, quien luce de nuevo impresionantes dotes de baile junto a un gran nivel interpretativo. Y, sobre todo, en George Chakiris y Rita Moreno, la enamorada y apasionada pareja familia de Julieta, quienes se alzaron aquel año con los Oscars(c) a los Mejores Actor y Actriz de Reparto por esta labor.
Pero no se quedó ahí la cosa, ya que fueron un total de 10 estatuillas las que barrieron para casa aquella noche los responsables del título. Y es que, efectivamente, el montaje teatral había sido traducido perfectamente a obra de cine. Así, lograron el premio a la Mejor Película y, por primera vez en la historia de estos premios, un Mejor Director compartido para Wise y Robbins.
La historia de amor de los dos jóvenes sigue siendo llevada a la pantalla por directores tan dispares como Franco Zeffirelli (Romeo y Julieta, 1968), Abel Ferrara (China Girl, 1987) o Baz Luhrman (Romeo y Julieta, de William Shakespeare, 1996) y cada una tiene su encanto.
Pero no cabe duda de que una parte de este romance universal sigue estando en el lado oeste de una isla sin par.
En todo caso, esta adaptación ha sido piedra angular para que la historia más romántica del mundo, el Romeo y Julieta, del gran bardo Shakespeare, se mantega hoy en día en el número 1 de historias de amor.
Trasladada al West Side de Nueva York, citado en el título, las familias rivales veronesas se ven convertidas en estos dos bandos: los hijos de irlandeses e italianos, que ya llevan tiempo instalados en Manhattan; y los jóvenes portorriqueños que quieren encontrar su lugar en la Gran Manzana.
Una introducción musical de varios minutos sobre un dibujado skyline neoyorquino, en la que se nos presentan porciones de los distintos temas que conforman la magistral partitura que Leonard Bernstein y Stephen Sondheim habían compuesto para los escenarios, da paso directamente al primer enfrentamiento coreografiado entre los Jets (blancos) y los Sharks (latinos).
A partir de ese momento, el espectador queda entregado a las aventuras que se van sucediendo en pantalla y que combinan a la perfección las secuencias de baile dirigidas por Jerome Robbins, con los momentos de acción normal, rodados bajo el calculador ojo de Robert Wise. El resultado, una gozada absoluta.
Porque, normalmente, un musical que se precie puede contar con uno, dos o, con suerte, tres temas de los que se quedan en la memoria colectiva. En esta obra, no se logra encontrar ninguna canción que, aparte de ser tatareada por todos los que te rodean en cualquier situación si te da por cantarla, no cuente hoy en día con una gran variedad de versiones.
Las interpretaciones secundarias se meriendan a las protagonistas y es normal. Richard Beymer, Romeo, resulta tan blando que no enciende ninguna llama de pasión. Por su parte, la otras veces estupenda Natalie Wood, por más arena del desierto que la esparzan por la cara, no parece haber visto Puerto Rico ni en postal.
Pero encuentran un perfecto contrapeso en Russ Tamblyn, quien luce de nuevo impresionantes dotes de baile junto a un gran nivel interpretativo. Y, sobre todo, en George Chakiris y Rita Moreno, la enamorada y apasionada pareja familia de Julieta, quienes se alzaron aquel año con los Oscars(c) a los Mejores Actor y Actriz de Reparto por esta labor.
Pero no se quedó ahí la cosa, ya que fueron un total de 10 estatuillas las que barrieron para casa aquella noche los responsables del título. Y es que, efectivamente, el montaje teatral había sido traducido perfectamente a obra de cine. Así, lograron el premio a la Mejor Película y, por primera vez en la historia de estos premios, un Mejor Director compartido para Wise y Robbins.
La historia de amor de los dos jóvenes sigue siendo llevada a la pantalla por directores tan dispares como Franco Zeffirelli (Romeo y Julieta, 1968), Abel Ferrara (China Girl, 1987) o Baz Luhrman (Romeo y Julieta, de William Shakespeare, 1996) y cada una tiene su encanto.
Pero no cabe duda de que una parte de este romance universal sigue estando en el lado oeste de una isla sin par.
sábado, 12 de febrero de 2011
129 - LA JETÉE. Chris Marker. Francia, 1962.
Aunque en ocasiones me quejo de que determinadas películas aparezcan contenidas en EL, lo cierto es que también debo agradecerle el haberme descubiertos ciertas joyas como ésta. Un cortometraje construído a base de foto-fija, pero con unos segundos de movimiento.
Con ese inicio, lo más lógico es pensar que se trata de un truñeque sin más. Lo cierto, en cambio, es que es una maravilla que despierta el interés desde el momento en que se aprende que es la base de la que partió Terry Gilliam para su fascinante Doce monos (USA, 1995).
Una voz de narrador es la encargada de hacer cobrar sentido a las imágenes que nos ofrece el inmóvil metraje. A través de esa narración vamos descubriendo todos los parámetros que en su momento utilizara Gilliam para lograr su obra.
Recuerdos narrados desde la infancia, la inquietante presencia de una mujer y un aeropuerto como decorado natural van creando una atmósfera que te va envolviendo y te lleva hasta un final que, sobre todo, invita a ponerte a continuación la cinta de 1995.
Chris Marker fue un revolucionario en lo audiovisual que ha ido ganando aprecio y reconocimiento con el paso de los años. Eso sí, en su momento disfrutó de una larga carrera (Sans soleil es un largometraje que también llegará a este blog) y de un renombre enmarcado, inevitablemente, a la creativa década de los 60.
Imprescindible si eres fan de los directores que han apostado por las nuevas vías.
Con ese inicio, lo más lógico es pensar que se trata de un truñeque sin más. Lo cierto, en cambio, es que es una maravilla que despierta el interés desde el momento en que se aprende que es la base de la que partió Terry Gilliam para su fascinante Doce monos (USA, 1995).
Una voz de narrador es la encargada de hacer cobrar sentido a las imágenes que nos ofrece el inmóvil metraje. A través de esa narración vamos descubriendo todos los parámetros que en su momento utilizara Gilliam para lograr su obra.
Recuerdos narrados desde la infancia, la inquietante presencia de una mujer y un aeropuerto como decorado natural van creando una atmósfera que te va envolviendo y te lleva hasta un final que, sobre todo, invita a ponerte a continuación la cinta de 1995.
Chris Marker fue un revolucionario en lo audiovisual que ha ido ganando aprecio y reconocimiento con el paso de los años. Eso sí, en su momento disfrutó de una larga carrera (Sans soleil es un largometraje que también llegará a este blog) y de un renombre enmarcado, inevitablemente, a la creativa década de los 60.
Imprescindible si eres fan de los directores que han apostado por las nuevas vías.
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lunes, 7 de febrero de 2011
128 - UN TRANVIA LLAMADO DESEO (A Streetcar Named Desire). Elia Kazan. USA, 1951.
Aunque es una de las películas más teatrales rodadas nunca, esta obra permanecerá siempre en la memoria de los cinéfilos gracias, sobre todo, a una calidad de interpretaciones difíciles de olvidar, como afirman también en EL. De hecho, siempre he pensado que esta cinta debería ser de estudio obligatorio para tod@s aquell@s que estudian para convertirse en intérpretes.
Resulta curiosa la elección de los actores, sin embargo. Kim Hunter y Karl Malden, ganadores ambos de los Oscars(c) a los Mejores Actores de Reparto de aquel año, eran habituales en el Actor's Studio, la mítica escuela de interpretación creada por el director de esta cinta, Elia Kazan.
Este también escogió de entre sus pupilos a Marlon Brando, quien daría tal tour de force con su desgarrado Stanley que pasaría directamente a engrosar el firmamento de estrellas del momento. Y no es para menos, su carnalidad, sexual y sin miramientos, es de las que te traspasa la piel y se te queda dentro para siempre. Fue el único en no recoger estatuílla dorada, pero tampoco le hacía falta.
Lo llamativo es que la encargada de dar vida al personaje de Blanche du Bois (el personaje más goloso para todas esas actrices que rondan los cuarenta), pese a haber sido interpretado en Broadway con éxito por Jessica Tandy, recayó en Vivien Leigh. La inolvidable Scarlett O'Hara rizaría el rizo con esta delicia y de dos trabajos rodados en Hollywood lograría el Oscar(c) a la Mejor Actriz por ambos trabajos.
Cuando visitas New Orleans, puedes intentar encontrar el patio en el que se desarrolla la mayor parte de la acción, pero será un intento vano. El astuto autor de la obra de la que parte este proyecto, el genial Tennessee Williams, da en el texto una dirección que hoy en día corresponde a una casa sin ningún interés per se, mientras que la dirección real era la que correspondía a su domicilio particular.
En todo caso, la versión rodada sufriría mutilaciones por parte de la censura (todas las referencias a la homosexualidad del primer marido de Blanche; su práctica de la prostitución), pero el material restante es más que suficiente para que a uno se le erice el vello. Sobre todo cuando está recitado por tanto talento actoral.
A lo largo de los años han sido numerosas las versiones que se han representado de este texto maravilloso, pero nunca, ninguna, ha logrado acercarse a lo que Kazan consiguió captar en este metraje. Nunca, nadie.
Hay una frase de esta obra que ha pasado a la posteridad, aunque cuenta con diferentes versiones en su traducción. La más fiel es "siempre he dependido de la amabilidad de los extraños", aunque quizá no la más bonita. Prefiero la versión en la que Blanche afirma "siempre he confiado", me parece más positiva.
Inolvidable e irrepetible.
Resulta curiosa la elección de los actores, sin embargo. Kim Hunter y Karl Malden, ganadores ambos de los Oscars(c) a los Mejores Actores de Reparto de aquel año, eran habituales en el Actor's Studio, la mítica escuela de interpretación creada por el director de esta cinta, Elia Kazan.
Este también escogió de entre sus pupilos a Marlon Brando, quien daría tal tour de force con su desgarrado Stanley que pasaría directamente a engrosar el firmamento de estrellas del momento. Y no es para menos, su carnalidad, sexual y sin miramientos, es de las que te traspasa la piel y se te queda dentro para siempre. Fue el único en no recoger estatuílla dorada, pero tampoco le hacía falta.
Lo llamativo es que la encargada de dar vida al personaje de Blanche du Bois (el personaje más goloso para todas esas actrices que rondan los cuarenta), pese a haber sido interpretado en Broadway con éxito por Jessica Tandy, recayó en Vivien Leigh. La inolvidable Scarlett O'Hara rizaría el rizo con esta delicia y de dos trabajos rodados en Hollywood lograría el Oscar(c) a la Mejor Actriz por ambos trabajos.
Cuando visitas New Orleans, puedes intentar encontrar el patio en el que se desarrolla la mayor parte de la acción, pero será un intento vano. El astuto autor de la obra de la que parte este proyecto, el genial Tennessee Williams, da en el texto una dirección que hoy en día corresponde a una casa sin ningún interés per se, mientras que la dirección real era la que correspondía a su domicilio particular.
En todo caso, la versión rodada sufriría mutilaciones por parte de la censura (todas las referencias a la homosexualidad del primer marido de Blanche; su práctica de la prostitución), pero el material restante es más que suficiente para que a uno se le erice el vello. Sobre todo cuando está recitado por tanto talento actoral.
A lo largo de los años han sido numerosas las versiones que se han representado de este texto maravilloso, pero nunca, ninguna, ha logrado acercarse a lo que Kazan consiguió captar en este metraje. Nunca, nadie.
Hay una frase de esta obra que ha pasado a la posteridad, aunque cuenta con diferentes versiones en su traducción. La más fiel es "siempre he dependido de la amabilidad de los extraños", aunque quizá no la más bonita. Prefiero la versión en la que Blanche afirma "siempre he confiado", me parece más positiva.
Inolvidable e irrepetible.
domingo, 6 de febrero de 2011
127 - EL ESPEJO (Zerkalo). Andrei Tarkovski. URSS, 1975.
La más personal de todas las películas del genial realizador de la antigua Rusia es un retrato onírico de su propia infancia. Como tal, se nos presenta en forma de sueño que alterna imágenes y momentos de diferentes épocas, sin ningún amago de transición, jugando con el espectador de forma sorprendente.
De entrada, a los españoles nos llama la atención que partes de la cinta estén habladas en español, por personajes de los que huyeron del maldito Franco para crear sus vidas en aquellas tierras comunistas. Incluso hay música flamenca bailada.
Pero el origen de todo esto viene del abandono que el padre del director infligió a madre e hijo cuando éste era sólo un niño. Una ausencia que el director cubre en esta película con la narración de sus propios poemas de Arseni Tarkovski, su padre. De esta forma, le convierte en una especie de fantasma que tiene su presencia pero desde la distancia y más con forma de eco, que de persona física.
Son muchos los elementos que pueden llevar a la confusión: Margarita Terekhova es la actriz que da vida tanto a la madre como a la esposa; entre las imágenes documentales de soldados en acción aparece dinero flotando sobre el agua; paisajes preciosos de niños disfrutando de la nieve.
La banda sonora, en la que se dan la mano compositores clásicos como Bach o Purcell, aporta también su grano de arena en esta narrativa. Triste e inquietante, dulce o agresiva, son los perfectos ingredientes para preparar el ánimo emocional ante lo que se está narrando.
También tiene la facultad de combinar el color con el blanco y negro, dando como resultado una grisura o viveza que se entiende como la calidad de los recuerdos del cineasta. De cómo se marcan en nuestra mente aquellos instantes, incluso los que pueden parecer más nimios, para convertirse de esa manera en cargas mentales que rara vez dejamos aflorar.
Tarkovski tuvo en su mano, y lo aprovechó al máximo, el crear un túnel espacio-temporal para trasladarnos a esos universos paralelos de los que tanto se habla, pero que tan pocos logran retratar.
Pero ten cuidado porque, a veces, no nos gusta lo que vemos al otro lado del Espejo. Hay que ser tan valiente como este artista para cruzarlo. Entra en él bajo tu propia responsabilidad.
De entrada, a los españoles nos llama la atención que partes de la cinta estén habladas en español, por personajes de los que huyeron del maldito Franco para crear sus vidas en aquellas tierras comunistas. Incluso hay música flamenca bailada.
Pero el origen de todo esto viene del abandono que el padre del director infligió a madre e hijo cuando éste era sólo un niño. Una ausencia que el director cubre en esta película con la narración de sus propios poemas de Arseni Tarkovski, su padre. De esta forma, le convierte en una especie de fantasma que tiene su presencia pero desde la distancia y más con forma de eco, que de persona física.
Son muchos los elementos que pueden llevar a la confusión: Margarita Terekhova es la actriz que da vida tanto a la madre como a la esposa; entre las imágenes documentales de soldados en acción aparece dinero flotando sobre el agua; paisajes preciosos de niños disfrutando de la nieve.
La banda sonora, en la que se dan la mano compositores clásicos como Bach o Purcell, aporta también su grano de arena en esta narrativa. Triste e inquietante, dulce o agresiva, son los perfectos ingredientes para preparar el ánimo emocional ante lo que se está narrando.
También tiene la facultad de combinar el color con el blanco y negro, dando como resultado una grisura o viveza que se entiende como la calidad de los recuerdos del cineasta. De cómo se marcan en nuestra mente aquellos instantes, incluso los que pueden parecer más nimios, para convertirse de esa manera en cargas mentales que rara vez dejamos aflorar.
Tarkovski tuvo en su mano, y lo aprovechó al máximo, el crear un túnel espacio-temporal para trasladarnos a esos universos paralelos de los que tanto se habla, pero que tan pocos logran retratar.
Pero ten cuidado porque, a veces, no nos gusta lo que vemos al otro lado del Espejo. Hay que ser tan valiente como este artista para cruzarlo. Entra en él bajo tu propia responsabilidad.
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sábado, 5 de febrero de 2011
126 - MI IDAHO PRIVADO (My Own Private Idaho). Gus van Sant. USA, 1991.
Si se tuviera que elegir una película que contenga todos los elementos que definen al cine independiente en su estado más puro, este título sería un clarísimo ejemplo de ello.
En EL, cuenta con uno de los comentarios más largos, pero insuficiente. Por ejemplo, no se cuenta que fue la cinta que obligó a los espectadores a tomar a Keanu Reeves como un actor serio, mientras que confirmaba el inmenso talento con el que contaba el fiestero River Phoenix.
Ambos dan vida a dos chaperos bajunos que viven en un edificio abandonado junto a una pandilla de otros adolescentes que se buscan la vida como pueden por las calles de Portland. El personaje de Reeves, descubrimos pronto, no es más que un niño pijo que, despechado contra su padre, sólo busca la forma más radical de humillarle. El segundo, ese Phoenix al que da ganas de abrazar y proteger desde el principio, es un narcoléptico que mantiene entre sus ataques de sueño el recuerdo de una madre, intuimos que prostituta, que le abandonó de pequeño. Por este papel, el actor fue premiado en numerosos eventos, incluyendo el Festival de Venecia. Sin embargo, todavía no estaba de moda en los Oscars(c) valorar este tipo de trabajos y ni siquiera estuvo nominado, un error de peso vista su muerte prematura.
La cinta está plagada de momentos brillantes: el Phoenix vestido de marinero mientras limpia la casa de un cliente con el aspecto más repugnante y pervertido que se ha visto en el cine; un trío sexual en foto-fija de ambos protagonistas con el siempre inquietante Udo Kier; la caída de una casa desde el cielo hasta que se estrella en el suelo.
Y, sobre todo, la bella secuencia en la que el abandonado y narcoléptico chaval le declara su amor a un Reeves que, incapaz de declarar su falta de sentimientos, le deja claro que él sólo se lo hace con hombres por dinero, mientras le pasa el brazo por los hombros.
El guión combina, con verdadera maestría, el más puro lenguaje de la calle con todos esos diálogos originales de Shakespeare que se pueden encontrar en otra gozada de película, Campanadas a medianoche (Orson Welles, 1965) que también llegará a este blog.
También es un logro magistral el trabajo de fotografía en el que el uso de la luz se combina con diferentes formatos y usos para atraparnos más que lo que logran películas más convencionales. Gozoso.
Al final, el pijo recupera el afecto y apoyo de su importante padre cuando vuelve de Italia, donde acompaña a su amigo a buscar a la madre de éste, con una novia, mujer real, que logra aplacar los ánimos de su progenitor.
Sin embargo, el corazón se nos queda con ese joven al que hemos visto cómo roban hasta las zapatillas en uno de sus ataques de sueño. Y se nos queda encogido pensando que, en cualquier momento, cualquier desalmado le quitará la vida mientras es incapaz de defenderse.
River Phoenix moriría tan sólo dos años más tarde, pero, para muchos, siempre nos quedará en la memoria este personaje que, más que follable, nos conquista por lo vulnerable.
En EL, cuenta con uno de los comentarios más largos, pero insuficiente. Por ejemplo, no se cuenta que fue la cinta que obligó a los espectadores a tomar a Keanu Reeves como un actor serio, mientras que confirmaba el inmenso talento con el que contaba el fiestero River Phoenix.
Ambos dan vida a dos chaperos bajunos que viven en un edificio abandonado junto a una pandilla de otros adolescentes que se buscan la vida como pueden por las calles de Portland. El personaje de Reeves, descubrimos pronto, no es más que un niño pijo que, despechado contra su padre, sólo busca la forma más radical de humillarle. El segundo, ese Phoenix al que da ganas de abrazar y proteger desde el principio, es un narcoléptico que mantiene entre sus ataques de sueño el recuerdo de una madre, intuimos que prostituta, que le abandonó de pequeño. Por este papel, el actor fue premiado en numerosos eventos, incluyendo el Festival de Venecia. Sin embargo, todavía no estaba de moda en los Oscars(c) valorar este tipo de trabajos y ni siquiera estuvo nominado, un error de peso vista su muerte prematura.
La cinta está plagada de momentos brillantes: el Phoenix vestido de marinero mientras limpia la casa de un cliente con el aspecto más repugnante y pervertido que se ha visto en el cine; un trío sexual en foto-fija de ambos protagonistas con el siempre inquietante Udo Kier; la caída de una casa desde el cielo hasta que se estrella en el suelo.
Y, sobre todo, la bella secuencia en la que el abandonado y narcoléptico chaval le declara su amor a un Reeves que, incapaz de declarar su falta de sentimientos, le deja claro que él sólo se lo hace con hombres por dinero, mientras le pasa el brazo por los hombros.
El guión combina, con verdadera maestría, el más puro lenguaje de la calle con todos esos diálogos originales de Shakespeare que se pueden encontrar en otra gozada de película, Campanadas a medianoche (Orson Welles, 1965) que también llegará a este blog.
También es un logro magistral el trabajo de fotografía en el que el uso de la luz se combina con diferentes formatos y usos para atraparnos más que lo que logran películas más convencionales. Gozoso.
Al final, el pijo recupera el afecto y apoyo de su importante padre cuando vuelve de Italia, donde acompaña a su amigo a buscar a la madre de éste, con una novia, mujer real, que logra aplacar los ánimos de su progenitor.
Sin embargo, el corazón se nos queda con ese joven al que hemos visto cómo roban hasta las zapatillas en uno de sus ataques de sueño. Y se nos queda encogido pensando que, en cualquier momento, cualquier desalmado le quitará la vida mientras es incapaz de defenderse.
River Phoenix moriría tan sólo dos años más tarde, pero, para muchos, siempre nos quedará en la memoria este personaje que, más que follable, nos conquista por lo vulnerable.
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lunes, 31 de enero de 2011
125 - THE ROCKY HORROR PICTURE SHOW. Jim Sharman. Reino Unido/USA, 1975.
Tomando como base la obra musical escrita por Richard O'Brien (el mismo que da vida en esta cinta a Riff Raff), este proyecto partía como un mero disparate y los productores no tenían nada claro cuál iba a ser el resultado.
Dos factores jugaban a su favor. El primero, no sólo era una comedia muy divertida, sino que su libertad sexual fue muy bien recibida por todos los públicos. En segundo lugar, el glam comenzaba a dar sus primeros pasos y esta obra se convirtió, rápidamente, en película de culto, un término que también estaba en sus inicios como nueva definición.
Los elementos de los que se compone parecen difíciles de encajar: un narrador de vieja escuela nos va dando paso a lo que sucede en pantalla; una pareja con problemas en la carretera se va a refugiar en casa de una versión drag-queen del famoso Doctor Frankenstein y ambos caen rendidos a sus encantos en la cama; los personajes que se encuentran en la casa están entre lo freaky y lo moderno; por último, resulta que todos son marcianos.
Aparte del magnífico guión, la principal razón de que este Rocky esté ya inscrito en fuego en la historia del cine se encuentra en el inmejorable reparto. Tim Curry exuda sexualidad por cada una de sus lentejuelas; Meat Loaf está perfecto como su más puro opuesto; Barry Bostwick, con su aspecto de pollito recién salido del nido no puede estar mejor con su aspecto de simplón (y con lo bien que luce en calzoncillos, todo hay que decirlo); Peter Hinwood, el modelo reconvertido en la nueva versión del monstruo, cumple también con el lucimiento de su cuerpazo y con su cara de no haber tenido una idea jamás en la vida.
Mención aparte merece la siempe divina Susan Sarandon. Aparte de bordar su papel de Janet, y cantar estupendamente en él, en los extras del DVD afirma que "pese a todas las películas que he hecho, al final se me recordará por éste. Esta película es la que pasará a la posteridad".
Las canciones son estupendas y van de las baladas más puras al más innovador gay rock (nombre con el que se conoció al glam a su llegada a España). Y "Time Warp" se mantiene como una especie de himno para todos los seguidores de dicho movimiento.
Pero también es cierto que la genialidad de combinar la proyección de la película con la actuación en directo, sobre el escenario, de lo mismo que sucede en pantalla, pero con una serie de coletillas que se gritan a la pantalla, ha sido un elemento fundamental para el status del que goza. Hasta el punto de que existe un cine en Munich que lleva ofreciendo este espectáculo desde el estreno de la cinta y cuenta con una reproducción decorada del David de Miguel Angel dentro de la sala. En la película Fama (Alan Parker, 1980) podemos ver como dos de los protagonistas acuden a una de estas representaciones, rodeados de público vestidos como alguno de los personajes, una práctica habitual en ellas. Y, no hace mucho, todos los viernes se podía gozar con este espectáculo en la sala Ya'sta, de Madrid.
Así que, si todavía no lo has hecho, sigue el consejo de otro de los temas de este musical y "Don't dream it, be it".
Dos factores jugaban a su favor. El primero, no sólo era una comedia muy divertida, sino que su libertad sexual fue muy bien recibida por todos los públicos. En segundo lugar, el glam comenzaba a dar sus primeros pasos y esta obra se convirtió, rápidamente, en película de culto, un término que también estaba en sus inicios como nueva definición.
Los elementos de los que se compone parecen difíciles de encajar: un narrador de vieja escuela nos va dando paso a lo que sucede en pantalla; una pareja con problemas en la carretera se va a refugiar en casa de una versión drag-queen del famoso Doctor Frankenstein y ambos caen rendidos a sus encantos en la cama; los personajes que se encuentran en la casa están entre lo freaky y lo moderno; por último, resulta que todos son marcianos.
Aparte del magnífico guión, la principal razón de que este Rocky esté ya inscrito en fuego en la historia del cine se encuentra en el inmejorable reparto. Tim Curry exuda sexualidad por cada una de sus lentejuelas; Meat Loaf está perfecto como su más puro opuesto; Barry Bostwick, con su aspecto de pollito recién salido del nido no puede estar mejor con su aspecto de simplón (y con lo bien que luce en calzoncillos, todo hay que decirlo); Peter Hinwood, el modelo reconvertido en la nueva versión del monstruo, cumple también con el lucimiento de su cuerpazo y con su cara de no haber tenido una idea jamás en la vida.
Mención aparte merece la siempe divina Susan Sarandon. Aparte de bordar su papel de Janet, y cantar estupendamente en él, en los extras del DVD afirma que "pese a todas las películas que he hecho, al final se me recordará por éste. Esta película es la que pasará a la posteridad".
Las canciones son estupendas y van de las baladas más puras al más innovador gay rock (nombre con el que se conoció al glam a su llegada a España). Y "Time Warp" se mantiene como una especie de himno para todos los seguidores de dicho movimiento.
Pero también es cierto que la genialidad de combinar la proyección de la película con la actuación en directo, sobre el escenario, de lo mismo que sucede en pantalla, pero con una serie de coletillas que se gritan a la pantalla, ha sido un elemento fundamental para el status del que goza. Hasta el punto de que existe un cine en Munich que lleva ofreciendo este espectáculo desde el estreno de la cinta y cuenta con una reproducción decorada del David de Miguel Angel dentro de la sala. En la película Fama (Alan Parker, 1980) podemos ver como dos de los protagonistas acuden a una de estas representaciones, rodeados de público vestidos como alguno de los personajes, una práctica habitual en ellas. Y, no hace mucho, todos los viernes se podía gozar con este espectáculo en la sala Ya'sta, de Madrid.
Así que, si todavía no lo has hecho, sigue el consejo de otro de los temas de este musical y "Don't dream it, be it".
domingo, 30 de enero de 2011
124 - BRILLANTINA. Grease. Randal Kleiser. USA, 1978.
Lo primero es aclarar que aunque hoy en día nadie lo recuerda en su momento, efectivamente, se tradujo el título de la película como Brillantina. De hecho, el que todo el mundo hablara de ella como Grease y nadie como se la había traducido supuso que los distribuidores se empezaran a plantear presentar las películas con su título original, sin más.
Lo segundo, los que vivimos su momento, sabemos lo importante que fue esta película en nuestra adolescencia. La revista Súper Pop comenzaba su andadura y, con cada número, te llevabas una serie de pegatinas con tus ídolos. Y sí, las de esta cinta adornaban mi carpeta del cole.
Además, por aquellos tiempos teníamos un matrimonio de vecinos, español él, estadounidense ella. Y lo que nos contó la yankee cuando la vieron fue que la historia reflejaba perfectamente lo que era la vida en los institutos de su país.
España todavía coleaba con los restos dejados por la nefasta dictadura franquista y este título recibió la categoría de "para mayores de 18 años". Por suerte, en el pueblo de Fuencarral existía el cine Alameda, donde nos dejaban entrar a los de 13 años a ver programas dobles fuera de nuestro alcance. Nunca olvidaré que vimos esta gozada junto a Galáctica. Tampoco que, a la salida, íbamos toda la pandilla felices y cantando las canciones de la banda sonora. Y sí, lo confieso, mi nombre en clave para el grupo era Danny.
Sirva esta larga introducción para dejar claro que, por supuesto, esta joya forma parte de mi vida, aunque sólo sea por el hecho de haberla visto más de 30 veces. Y es que es una gozada total.
Más que eso, es el perfecto cuento de hadas para jóvenes con inicio de bozo. Las pandillas de chicas y de chicos eran moneda corriente en nuestros centros de estudios. Y las relaciones entre un lado y otro, también. Por eso, los chicos estaban locos por la Newton-John, mientras que las chicas desfallecían por el atractivo Travolta.
Junto a ellos, la maravillosa Stockard Channing haciendo de Rizzo, la liberada muchacha que "llegaba hasta el final" cuando se enrollaba con los chicos, aunque no hubiera condón por medio. Lo que menos nos importaba a ninguno era que los actores que daban vida a los personajes de nuestros sueños tuvieran una edad superior a los 30, en muchos de los casos.
Todos queríamos vivir esas aventuras, pasar esas historias y encontrar esas amistades y esas parejas que parecían hacerte subir el glamour hasta límites insospechados.
Con el tiempo he llegado a conocer bastante el trabajo de Eve Arden, una secundaria maravillosa que en esta obra está estupenda como directora del instituto. En su carrera solía interpretar papeles de mujer dura y cínica, características que asoman también en este trabajo.
¿Qué decir de las canciones? ¿Quién puede evitar el menearse donde le pille cuando suenan los primeros compases de "Grease lightning"? ¿Quién no ha cantado con ganas "You're the one that I want"? Pero mi favorita, en todo caso, es "There are worse things I could do" de la voz de la Channing.
He dedicado un rato a intentar encontrarle alguna falta a la cinta por aquello de ejercer la parte más habitual de la crítica, poner verde lo que sea. Y seguro que los podría encontrar, pero no pienso dañar el principal efecto que tiene esta delicia sobre mí: cada vez que la veo, mis ojos vuelven a ser los de ese niño de trece años con ganas de conocer el mundo.
En la entrada de Cantando bajo la lluvia, defendía a esta como el mejor musical de la historia del cine. Pues que quede constancia de que Grease la sigue muy, muy de cerca. Pocas veces una película provoca tanta alegría y da tan buen rollo como ella.
Altamente recomendable para estos tiempos difíciles.
Lo segundo, los que vivimos su momento, sabemos lo importante que fue esta película en nuestra adolescencia. La revista Súper Pop comenzaba su andadura y, con cada número, te llevabas una serie de pegatinas con tus ídolos. Y sí, las de esta cinta adornaban mi carpeta del cole.
Además, por aquellos tiempos teníamos un matrimonio de vecinos, español él, estadounidense ella. Y lo que nos contó la yankee cuando la vieron fue que la historia reflejaba perfectamente lo que era la vida en los institutos de su país.
España todavía coleaba con los restos dejados por la nefasta dictadura franquista y este título recibió la categoría de "para mayores de 18 años". Por suerte, en el pueblo de Fuencarral existía el cine Alameda, donde nos dejaban entrar a los de 13 años a ver programas dobles fuera de nuestro alcance. Nunca olvidaré que vimos esta gozada junto a Galáctica. Tampoco que, a la salida, íbamos toda la pandilla felices y cantando las canciones de la banda sonora. Y sí, lo confieso, mi nombre en clave para el grupo era Danny.
Sirva esta larga introducción para dejar claro que, por supuesto, esta joya forma parte de mi vida, aunque sólo sea por el hecho de haberla visto más de 30 veces. Y es que es una gozada total.
Más que eso, es el perfecto cuento de hadas para jóvenes con inicio de bozo. Las pandillas de chicas y de chicos eran moneda corriente en nuestros centros de estudios. Y las relaciones entre un lado y otro, también. Por eso, los chicos estaban locos por la Newton-John, mientras que las chicas desfallecían por el atractivo Travolta.
Junto a ellos, la maravillosa Stockard Channing haciendo de Rizzo, la liberada muchacha que "llegaba hasta el final" cuando se enrollaba con los chicos, aunque no hubiera condón por medio. Lo que menos nos importaba a ninguno era que los actores que daban vida a los personajes de nuestros sueños tuvieran una edad superior a los 30, en muchos de los casos.
Todos queríamos vivir esas aventuras, pasar esas historias y encontrar esas amistades y esas parejas que parecían hacerte subir el glamour hasta límites insospechados.
Con el tiempo he llegado a conocer bastante el trabajo de Eve Arden, una secundaria maravillosa que en esta obra está estupenda como directora del instituto. En su carrera solía interpretar papeles de mujer dura y cínica, características que asoman también en este trabajo.
¿Qué decir de las canciones? ¿Quién puede evitar el menearse donde le pille cuando suenan los primeros compases de "Grease lightning"? ¿Quién no ha cantado con ganas "You're the one that I want"? Pero mi favorita, en todo caso, es "There are worse things I could do" de la voz de la Channing.
He dedicado un rato a intentar encontrarle alguna falta a la cinta por aquello de ejercer la parte más habitual de la crítica, poner verde lo que sea. Y seguro que los podría encontrar, pero no pienso dañar el principal efecto que tiene esta delicia sobre mí: cada vez que la veo, mis ojos vuelven a ser los de ese niño de trece años con ganas de conocer el mundo.
En la entrada de Cantando bajo la lluvia, defendía a esta como el mejor musical de la historia del cine. Pues que quede constancia de que Grease la sigue muy, muy de cerca. Pocas veces una película provoca tanta alegría y da tan buen rollo como ella.
Altamente recomendable para estos tiempos difíciles.
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martes, 25 de enero de 2011
123 - HAPPINESS. Todd Solondz. USA, 1998.
Vi esta película casi por casualidad. Yo había acudido al pase de prensa de The house of Yes (otra joyita independiente) y Happiness la pasaban a continuación. Tras chequear con la oficina que no había nada urgente, decidí quedarme y, por primera vez en mi historia como cinéfago, me vi venerando al director subiendo y alzando los brazos cual musulmán practicante.
El motivo era, y es, sencillo de comprender e, incluso, de compartir. Nunca en mi vida había visto, ni he vuelto a ver, una construcción artística con tal sentido del ritmo. De hecho, se logran cotas tan altas que, por momentos, piensas que a partir de ahí la historia hará aguas. Mentira. Sube, sube, sube y, al fin, remata de maravilla.
Sin pretenderlo, o eso creo, Solondz nos ofrece el retrato más completo y pormenorizado de todos los fantasmas que habitan en la sociedad actual. Desde el pazguato más deprimido, a la foca más reprimida (por favor, que nadie tenga en cuenta los sexos utilizados).
La vida familiar se ve tan claramente mostrada que todavía no conozco a nadie que haya visto esta película sin haberse sentido identificado con uno o varios momentos. También por suerte, nunca nadie me ha confesado haber vivido un momento tan sencillamente magistral como la conversación del padre que le cuenta al hijo lo que le gusta de los niños de 10 años. Sencillamente brutal.
El acierto del guión es totalmente de Solondz, pero también el haber trabajado con un reparto impecable (de hecho, algún premio recibieron por su labor conjunta) entre los que destacan: un Ben Gazzara a modo de peculiar pater familias; una exitosa y perturbada Lara Flynn Boyle; un pajillero telefónico con forma de Philip Seymour Hoffman; una Jane Adams que no puede ser más pringada, la pobre; y, sobre todo, el impagable Dylan Baker como el pederasta enfermo que abusa de los compañeros de clase de su hijo.
Una cumbre de la historia del cine (no sólo del independiente) que te ronda la cabeza durante bastante tiempo después de su visionado.
Para dejaros, os invito a resolver un enigma: ¿cómo se puede terminar una película mostrando semen de perro y que ésta no pertenezca al género pornográfico? La respuesta, en Happiness.
El motivo era, y es, sencillo de comprender e, incluso, de compartir. Nunca en mi vida había visto, ni he vuelto a ver, una construcción artística con tal sentido del ritmo. De hecho, se logran cotas tan altas que, por momentos, piensas que a partir de ahí la historia hará aguas. Mentira. Sube, sube, sube y, al fin, remata de maravilla.
Sin pretenderlo, o eso creo, Solondz nos ofrece el retrato más completo y pormenorizado de todos los fantasmas que habitan en la sociedad actual. Desde el pazguato más deprimido, a la foca más reprimida (por favor, que nadie tenga en cuenta los sexos utilizados).
La vida familiar se ve tan claramente mostrada que todavía no conozco a nadie que haya visto esta película sin haberse sentido identificado con uno o varios momentos. También por suerte, nunca nadie me ha confesado haber vivido un momento tan sencillamente magistral como la conversación del padre que le cuenta al hijo lo que le gusta de los niños de 10 años. Sencillamente brutal.
El acierto del guión es totalmente de Solondz, pero también el haber trabajado con un reparto impecable (de hecho, algún premio recibieron por su labor conjunta) entre los que destacan: un Ben Gazzara a modo de peculiar pater familias; una exitosa y perturbada Lara Flynn Boyle; un pajillero telefónico con forma de Philip Seymour Hoffman; una Jane Adams que no puede ser más pringada, la pobre; y, sobre todo, el impagable Dylan Baker como el pederasta enfermo que abusa de los compañeros de clase de su hijo.
Una cumbre de la historia del cine (no sólo del independiente) que te ronda la cabeza durante bastante tiempo después de su visionado.
Para dejaros, os invito a resolver un enigma: ¿cómo se puede terminar una película mostrando semen de perro y que ésta no pertenezca al género pornográfico? La respuesta, en Happiness.
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miércoles, 19 de enero de 2011
122 - TABU (Gohatto). Nagisa Oshima. Japón/Francia/Reino Unido, 1999.
Aunque la destacan en EL como película de interés por el tratamiento de la homosexualidad entre samurais durante el periodo Shogun del país del sol naciente, en realidad esta película es de visionado obligado por diferentes motivos.
Para empezar, parte de un par de novelas, nunca traducidas a nuestro idioma, sobre las relaciones entre hombres en el ámbito de los "cuarteles" en los que convivían y se entrenaban este tipo de guerreros. Por su origen literario, hay una voz en off que nos va poniendo en situación de lo que va sucediendo. De esta forma, se llenan muchos huecos de información que se hubieran quedado vacíos de no contar con este recurso.
Para el casting, el más afortunado logro es el de haber encontrado a Ryuhei Matsuda, una extraña belleza masculina que, dependiendo del ángulo (y del maquillaje), puede mostrar rasgos casi más femeninos que de hombre. Además, su expresión de mirada directa incluye también bastantes posibilidades de esconder al demonio que, al final, se supone que le domina.
Pero es verdad que también los secundarios están estupendos, incluyendo a Kitano "Beat" Takeshi, uno de los cineastas más interesantes del panorama actual internacional. Actor, director y atrevido a cubrir otras disciplinas cinematográficas, su labor de observador-narrador en esta historia logra, a través de su interpretación, una cantidad de matices muy de agradecer por lo que enriquecen la trama.
Para Oshima, cuyo El imperio de los sentidos (1976) también encontraremos en este blog, el tema del amor/sexo entre hombres no era nuevo. En 1983 había adaptado la novela de Laurens Van der Post, Feliz navidad, Mr. Lawrence. En ella, nos hablaba de la irresistible atracción que un oficial japonés siente por uno de sus prisioneros durante la II Guerra Mundial. Aunque el magnetismo entre Riuychi Sakamoto y David Bowie (encargados de dar vida a dichos personajes) era masticable, no se llegaba a mostrar nada parecido a una relación carnal. Un casto beso enmarcaba toda esa tensión sexual.
Aquí, sin embargo, llega más allá y, evitando la desnudez de la que se hacía gala en el imperio sensual, sí vemos como el protagonista es penetrado por detrás por uno de sus numerosos pretendientes. Todo un paso adelante.
Llama la atención que, tanto en esta obra como en las navidades de Lawrence, el hombre que inspira el amor homosexual tiene un tratamiento de demonio, de espíritu maligno que invade el ánimo de los amantes. Pero también es verdad que durante todo el metraje, el tratamiento que recibe el protagonista es el de femme fatale, el de ese ser frío y calculador que no tiene problema con los deseos que despierta siempre que pueda utilizarlos en su favor.
Por eso, esta gozada que cuenta de nuevo con banda sonora de Sakamoto (además de interpretar, también escribió la maravillosa partitura de Mr. Lawrence), otra corona de laurel para el compositor nipón, es de visionado imprescindible.
Porque el deseo, cuando se consigue retratarlo de forma certera y directa, traspasa los límites de lo convencional para dejar a cualquier espectador con ganas de gozar. Y mucho.
Para empezar, parte de un par de novelas, nunca traducidas a nuestro idioma, sobre las relaciones entre hombres en el ámbito de los "cuarteles" en los que convivían y se entrenaban este tipo de guerreros. Por su origen literario, hay una voz en off que nos va poniendo en situación de lo que va sucediendo. De esta forma, se llenan muchos huecos de información que se hubieran quedado vacíos de no contar con este recurso.
Para el casting, el más afortunado logro es el de haber encontrado a Ryuhei Matsuda, una extraña belleza masculina que, dependiendo del ángulo (y del maquillaje), puede mostrar rasgos casi más femeninos que de hombre. Además, su expresión de mirada directa incluye también bastantes posibilidades de esconder al demonio que, al final, se supone que le domina.
Pero es verdad que también los secundarios están estupendos, incluyendo a Kitano "Beat" Takeshi, uno de los cineastas más interesantes del panorama actual internacional. Actor, director y atrevido a cubrir otras disciplinas cinematográficas, su labor de observador-narrador en esta historia logra, a través de su interpretación, una cantidad de matices muy de agradecer por lo que enriquecen la trama.
Para Oshima, cuyo El imperio de los sentidos (1976) también encontraremos en este blog, el tema del amor/sexo entre hombres no era nuevo. En 1983 había adaptado la novela de Laurens Van der Post, Feliz navidad, Mr. Lawrence. En ella, nos hablaba de la irresistible atracción que un oficial japonés siente por uno de sus prisioneros durante la II Guerra Mundial. Aunque el magnetismo entre Riuychi Sakamoto y David Bowie (encargados de dar vida a dichos personajes) era masticable, no se llegaba a mostrar nada parecido a una relación carnal. Un casto beso enmarcaba toda esa tensión sexual.
Aquí, sin embargo, llega más allá y, evitando la desnudez de la que se hacía gala en el imperio sensual, sí vemos como el protagonista es penetrado por detrás por uno de sus numerosos pretendientes. Todo un paso adelante.
Llama la atención que, tanto en esta obra como en las navidades de Lawrence, el hombre que inspira el amor homosexual tiene un tratamiento de demonio, de espíritu maligno que invade el ánimo de los amantes. Pero también es verdad que durante todo el metraje, el tratamiento que recibe el protagonista es el de femme fatale, el de ese ser frío y calculador que no tiene problema con los deseos que despierta siempre que pueda utilizarlos en su favor.
Por eso, esta gozada que cuenta de nuevo con banda sonora de Sakamoto (además de interpretar, también escribió la maravillosa partitura de Mr. Lawrence), otra corona de laurel para el compositor nipón, es de visionado imprescindible.
Porque el deseo, cuando se consigue retratarlo de forma certera y directa, traspasa los límites de lo convencional para dejar a cualquier espectador con ganas de gozar. Y mucho.
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domingo, 16 de enero de 2011
121 - PEKING OPERA BLUES (Do ma daan). Tsui Hark. Hong Kong, 1986.
Uno de los alicientes cuando te planteas ver todas las películas incluidas en EL es el encontrarlas. Aunque la mayoría son títulos que se pueden lograr fácilmente, en varios casos, como éste, lograrlos es toda una odisea. De hecho, y a un precio alto, logré por fin comprar esta película en su edición alemana, la cual permite ver la versión original con subtítulos en inglés. Tras andar meses detrás de ella, la emoción como espectador era grande.
Tanto como la tremenda decepción cuando me encuentro con una mamonada de película que no entiendo quién ha sido el bonito de cara que la ha elegido como título imprescindible. Los valores que parecen destacarla son su capacidad de lograr entretenimiento.
Esta entrada me gustaría dedicársela directamente al "cerebrito" que habla de ella en EL y recomendarle que se dé una vuelta por las películas de Mariano Ozores que, además de ser anteriores, consiguen mejor los logros por los que se celebra este peñazo de Peking Opera Blues.
El trío protagonista es de juzgado de guardia, tres petardas insufribles que construyen sus personajes a base de gritos molestos y miradas de estreñimiento supremo. Los actores que las acompañan se mueven por los mismos baremos. Y las situaciones en sí, son de no creerlas. Hay una secuencia en la que cuatro se esconden en la cama de una enferma que hace daño en el alma.
Podréis decir, ¿y de qué va? Pues la respuesta es que eso es lo de menos, porque es todo de una estupidez tan grande que sólo quieres que se los carguen a todos cuanto antes.
O quizá no, quizá lo que duele es sospechar que esa misma secuencia, si hubiera contado con la interpretación de nombres como Manuel Alexandre, Gracita Morales o Saza, se convertiría en un momento delirante.
No me quiero extender más. Por si no ha quedado claro, esta entrada se la debía haber llevado El liguero mágico (1980), que tiene mucha más chispa.
Tanto como la tremenda decepción cuando me encuentro con una mamonada de película que no entiendo quién ha sido el bonito de cara que la ha elegido como título imprescindible. Los valores que parecen destacarla son su capacidad de lograr entretenimiento.
Esta entrada me gustaría dedicársela directamente al "cerebrito" que habla de ella en EL y recomendarle que se dé una vuelta por las películas de Mariano Ozores que, además de ser anteriores, consiguen mejor los logros por los que se celebra este peñazo de Peking Opera Blues.
El trío protagonista es de juzgado de guardia, tres petardas insufribles que construyen sus personajes a base de gritos molestos y miradas de estreñimiento supremo. Los actores que las acompañan se mueven por los mismos baremos. Y las situaciones en sí, son de no creerlas. Hay una secuencia en la que cuatro se esconden en la cama de una enferma que hace daño en el alma.
Podréis decir, ¿y de qué va? Pues la respuesta es que eso es lo de menos, porque es todo de una estupidez tan grande que sólo quieres que se los carguen a todos cuanto antes.
O quizá no, quizá lo que duele es sospechar que esa misma secuencia, si hubiera contado con la interpretación de nombres como Manuel Alexandre, Gracita Morales o Saza, se convertiría en un momento delirante.
No me quiero extender más. Por si no ha quedado claro, esta entrada se la debía haber llevado El liguero mágico (1980), que tiene mucha más chispa.
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viernes, 14 de enero de 2011
120 - EL FANTASMA Y LA SRA. MUIR (The Ghost and Mrs. Muir). Joseph L. Mankiewicz. USA, 1947.
Al principio, cuando uno ve este título incluido en EL, la reacción es de "vale, es mona, pero tampoco para tanto". Sin embargo, tras volver a disfrutar de esta delicia, se le encuentran motivos por todos lados para que ocupe un lugar entre los placeres que hay que disfrutar en esta vida.
En primer lugar, es una de las cintas con mayor encanto de la historia. Y hablo de encanto refiriéndome al charm inglés, ese concepto en el que lo canalla se mezcla con lo simpático, como ese tío soltero, borrachín, que pese a su deslenguada conversación logra hechizar a todas las señoras de la concurrencia.
Y ese punto tiene esta película en la que, pese a moverse en los estrechos ámbitos victorianos de lo moral, se salpimenta con una serie de situaciones no muy recatadas. Desde el principio, esa joven viuda que, saltándose lo prescrito, decide vivir por su cuenta con su criada y su hijo, salta lo convecional al aceptar sin mayor incomodo cuánto le gusta la idea de vivir en una casa encantada. Más cuando, al acostarse la primera noche, oye un piropo sobre su cuerpo procedente del espíritu que comparte con ella el cuarto.
En el año de su producción, el maldito código Hays estaba en plena boga y los cineastas veían pisoteadas sus vidas privadas en nombre de una cruzada contra el demonio comunista. De alguna manera, este periodo cuenta con paralelismos en el cine español en cuanto a las argucias de las que se servían guionistas y creadores para incluir en la película mucha más información de la que se podía encontrar en el papel del libreto.
La belleza de Gene Tierney, mujer que aparecerá más veces por este blog, se había utilizado ya de diversas formas, pero nunca antes, y nunca después, volvería a aparecer con la picaresca que muestra en esta cinta. En perfecta alianza con el marinero-fantasma al que da vida Rex Harrison, la combinación de ambos ingenios dan algunos de los momentos más dulcemente picantes del cine. También excelente está George Sanders como el seductor, casado y sin corazón, que la lleva a entregarse carnalmente fuera del lazo del matrimonio. Pero todo esto queda como un mal sin importancia cuando a tu lado tienes a un lobo de mar que se pirra por ti.
Mankiewicz, una vez más, demuestra que el terreno de la dirección era su campo de juegos favorito y la banda sonora de Bernard Hermann, también otra vez, se convierte en el perfecto envoltorio de esta historia atemporal.
De cara a los Oscars(c), tan sólo Charles Lang, con su excelente fotografía en blanco y negro, llegó a estar nominado. Pero, cuando una obra es maestra, no hay premios que la afecten en su status. Ni para arriba ni para abajo.
En primer lugar, es una de las cintas con mayor encanto de la historia. Y hablo de encanto refiriéndome al charm inglés, ese concepto en el que lo canalla se mezcla con lo simpático, como ese tío soltero, borrachín, que pese a su deslenguada conversación logra hechizar a todas las señoras de la concurrencia.
Y ese punto tiene esta película en la que, pese a moverse en los estrechos ámbitos victorianos de lo moral, se salpimenta con una serie de situaciones no muy recatadas. Desde el principio, esa joven viuda que, saltándose lo prescrito, decide vivir por su cuenta con su criada y su hijo, salta lo convecional al aceptar sin mayor incomodo cuánto le gusta la idea de vivir en una casa encantada. Más cuando, al acostarse la primera noche, oye un piropo sobre su cuerpo procedente del espíritu que comparte con ella el cuarto.
En el año de su producción, el maldito código Hays estaba en plena boga y los cineastas veían pisoteadas sus vidas privadas en nombre de una cruzada contra el demonio comunista. De alguna manera, este periodo cuenta con paralelismos en el cine español en cuanto a las argucias de las que se servían guionistas y creadores para incluir en la película mucha más información de la que se podía encontrar en el papel del libreto.
La belleza de Gene Tierney, mujer que aparecerá más veces por este blog, se había utilizado ya de diversas formas, pero nunca antes, y nunca después, volvería a aparecer con la picaresca que muestra en esta cinta. En perfecta alianza con el marinero-fantasma al que da vida Rex Harrison, la combinación de ambos ingenios dan algunos de los momentos más dulcemente picantes del cine. También excelente está George Sanders como el seductor, casado y sin corazón, que la lleva a entregarse carnalmente fuera del lazo del matrimonio. Pero todo esto queda como un mal sin importancia cuando a tu lado tienes a un lobo de mar que se pirra por ti.
Mankiewicz, una vez más, demuestra que el terreno de la dirección era su campo de juegos favorito y la banda sonora de Bernard Hermann, también otra vez, se convierte en el perfecto envoltorio de esta historia atemporal.
De cara a los Oscars(c), tan sólo Charles Lang, con su excelente fotografía en blanco y negro, llegó a estar nominado. Pero, cuando una obra es maestra, no hay premios que la afecten en su status. Ni para arriba ni para abajo.
jueves, 6 de enero de 2011
119 - LA VENGANZA DE UN ACTOR (Yukinojô henge). Kon Ichikawa. Japón, 1963.
Con los tiempos que corren, en los que tantas venganzas se te ocurren contra los que te deben dinero por trabajos ya realizados, viene a huevo esta película tan curiosa como atractiva. Varios elementos confirman esta afirmación.
En primer lugar, el actor protagonista es Kazuo Hasegawa, un icono en la historia del cine japonés y que, con este proyecto, cumplía su aparición número 300 en la gran pantalla. Se dice pronto, ya no hay actor de cine que pudiera igualar este récord.
Para celebrar el evento, se elige hacer un remake de una película ya protagonizada por el propio Hasegawa 28 años antes, cuando el actor contaba tan sólo con 27 años de edad. Además, es un papel doble en el que tiene que dar vida a un Onnagata (los actores que daban vida a mujeres en el teatro kabuki) y a un ladrón que va cogiendo afinidad al vengativo protagonista.
Los productores no debían estar muy seguros de la idea porque eligieron como director a Kon Ichikawa, un cineasta hundiéndose en el panorama cinéfilo por el fracaso de sus dos proyectos anteriores. La apuesta era grande, pero más grande fue el valor de Ichikawa al lanzarse a rodar una película que rompía con todos los esquemas de narrativa cinematográfica de su país.
De repente, el actor que casi dobla su edad con esta repetición de personajes lo borda y da un trabajo de filigrana dorada al dotar a sus creaciones con el milagro de los pequeños matices que dan más información que ningún guión. El director, con un par, repito, mezcla la voz en off de los pensamientos del onnagata con los diálogos en los que se va urdiendo la red que alcanzará la venganza. O soliloquios del ladrón, con su creciente empatía hacia el plan de revancha.
Y todo encaja, de forma maravillosa, todo se une de forma poética, casi irreal, en la que el kabuki se muestra como cine y el cine se confunde con el arte de las tablas. La poesía apremia por momentos, aunque controlada esperando ese plano final con el que llegas a creer en las leyendas.
Por supuesto, se muestran las pérdidas por el camino que se encuentran antes de alcanzar el remate final, la última muerte. Pero es inevitable quedarse con el sabor agridulce que debe proporcionar el lograr vengarte, ése que pese a tener una parte desagradable quieres probar una y otra vez.
Que se prepare más de uno.
En primer lugar, el actor protagonista es Kazuo Hasegawa, un icono en la historia del cine japonés y que, con este proyecto, cumplía su aparición número 300 en la gran pantalla. Se dice pronto, ya no hay actor de cine que pudiera igualar este récord.
Para celebrar el evento, se elige hacer un remake de una película ya protagonizada por el propio Hasegawa 28 años antes, cuando el actor contaba tan sólo con 27 años de edad. Además, es un papel doble en el que tiene que dar vida a un Onnagata (los actores que daban vida a mujeres en el teatro kabuki) y a un ladrón que va cogiendo afinidad al vengativo protagonista.
Los productores no debían estar muy seguros de la idea porque eligieron como director a Kon Ichikawa, un cineasta hundiéndose en el panorama cinéfilo por el fracaso de sus dos proyectos anteriores. La apuesta era grande, pero más grande fue el valor de Ichikawa al lanzarse a rodar una película que rompía con todos los esquemas de narrativa cinematográfica de su país.
De repente, el actor que casi dobla su edad con esta repetición de personajes lo borda y da un trabajo de filigrana dorada al dotar a sus creaciones con el milagro de los pequeños matices que dan más información que ningún guión. El director, con un par, repito, mezcla la voz en off de los pensamientos del onnagata con los diálogos en los que se va urdiendo la red que alcanzará la venganza. O soliloquios del ladrón, con su creciente empatía hacia el plan de revancha.
Y todo encaja, de forma maravillosa, todo se une de forma poética, casi irreal, en la que el kabuki se muestra como cine y el cine se confunde con el arte de las tablas. La poesía apremia por momentos, aunque controlada esperando ese plano final con el que llegas a creer en las leyendas.
Por supuesto, se muestran las pérdidas por el camino que se encuentran antes de alcanzar el remate final, la última muerte. Pero es inevitable quedarse con el sabor agridulce que debe proporcionar el lograr vengarte, ése que pese a tener una parte desagradable quieres probar una y otra vez.
Que se prepare más de uno.
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La venganza de un actor
miércoles, 5 de enero de 2011
118 - LA NOCHE DE SAN LORENZO (La notte di San Lorenzo). Paolo y Vittorio Taviani. Italia, 1982.
Los 80, aparte de por la imprescindible movida madrileña, serán también recordados por ser la época de proliferación de las salas de cine de estreno en versión original. Así, mientras los títulos que habían estado prohibidos en nuestro país por la nefasta dictadura franquista llegaban a la cartelera a través de los cine-clubs, también empezamos a disfrutar de producciones de todo tipo en el idioma en que se habían rodado.
Era una época gloriosa en la que a las películas se las permitía el tiempo suficiente para que el boca-oreja provocara el interés suficiente para que llegaran a formarse grandes filas a la puerta de los cines. Una de ellas fue el título que nos ocupa, esta Noche de San Lorenzo que tanto se comentó, especialmente en los círculos intelectuales de izquierdas.
Conocidos ya por su joya Padre Padrone (1977), de la que todo el mundo comentaba las imágenes de bestialismo entre adolescentes y animales de granja, la llegada de esta nueva entrega fue la confirmación de que los Taviani eran unos cineastas que tenían mucho que ofrecer. Así lo respaldaba el tremendo éxito que habían tenido en el Festival de Cannes.
Y no es para menos. Contada como si fuera un cuento de cuna de una madre a su bebé, nos encontramos con un grupo de personas que se adentran en la noche para intentar salvar su vida en pleno conflicto de la II Guerra Mundial.
Aunque el recurso de encontrar en un corpúsculo de personas a los representantes de todos los estratos sociales dominantes ya se había utilizado en repetidas ocasiones, y pese a que el conflicto bélico en el que se desarrolla era de mediados del XX, en España esta cinta tuvo un especial impacto al encontrarse relaciones directas entre los personajes que aparecían en la pantalla y los arquetipos que habían poblado los cuarenta años de la citada y despreciable dictadura de España.
Los actores que dan vida a todos estos personajes están de escándalo, pero es inevitable destacar a dos de ellos: Omero Antonutti y Margarita Lozano. Mientras que el primero siempre ha demostrado una facilidad pasmosa para imbuirse de cualquier personaje que se le ofrezca, inolvidable su protagonismo en El Sur (Víctor Erice, 1983), la segunda, nuestra exportada y magnífica actriz siempre ha sido maestra con economía de recursos para dar vida a las mujeres más variopintas. Dos joyas de la interpretación.
Por lo demás, hoy en día el visionado de esta película, con la pereza mental que todos padecemos ante los símbolos ideológicos, seguramente no obtendría los mismos resultados en el espectador. Pero cualquiera quedaría boquiabierto a poco que se fijara en que, pase el tiempo que pase, el ser humano parece abocado a no hacer más que repetirse una y otra vez.
Era una época gloriosa en la que a las películas se las permitía el tiempo suficiente para que el boca-oreja provocara el interés suficiente para que llegaran a formarse grandes filas a la puerta de los cines. Una de ellas fue el título que nos ocupa, esta Noche de San Lorenzo que tanto se comentó, especialmente en los círculos intelectuales de izquierdas.
Conocidos ya por su joya Padre Padrone (1977), de la que todo el mundo comentaba las imágenes de bestialismo entre adolescentes y animales de granja, la llegada de esta nueva entrega fue la confirmación de que los Taviani eran unos cineastas que tenían mucho que ofrecer. Así lo respaldaba el tremendo éxito que habían tenido en el Festival de Cannes.
Y no es para menos. Contada como si fuera un cuento de cuna de una madre a su bebé, nos encontramos con un grupo de personas que se adentran en la noche para intentar salvar su vida en pleno conflicto de la II Guerra Mundial.
Aunque el recurso de encontrar en un corpúsculo de personas a los representantes de todos los estratos sociales dominantes ya se había utilizado en repetidas ocasiones, y pese a que el conflicto bélico en el que se desarrolla era de mediados del XX, en España esta cinta tuvo un especial impacto al encontrarse relaciones directas entre los personajes que aparecían en la pantalla y los arquetipos que habían poblado los cuarenta años de la citada y despreciable dictadura de España.
Los actores que dan vida a todos estos personajes están de escándalo, pero es inevitable destacar a dos de ellos: Omero Antonutti y Margarita Lozano. Mientras que el primero siempre ha demostrado una facilidad pasmosa para imbuirse de cualquier personaje que se le ofrezca, inolvidable su protagonismo en El Sur (Víctor Erice, 1983), la segunda, nuestra exportada y magnífica actriz siempre ha sido maestra con economía de recursos para dar vida a las mujeres más variopintas. Dos joyas de la interpretación.
Por lo demás, hoy en día el visionado de esta película, con la pereza mental que todos padecemos ante los símbolos ideológicos, seguramente no obtendría los mismos resultados en el espectador. Pero cualquiera quedaría boquiabierto a poco que se fijara en que, pase el tiempo que pase, el ser humano parece abocado a no hacer más que repetirse una y otra vez.
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