sábado, 19 de febrero de 2011

131 - OLIMPIADA. PARTES 1 Y 2 (Olympia. Teils 1 und 2). Leni Riefenstahl. Alemania, 1938.

Para empezar, aclarar que, para no sobrecargar el título, no he incluido los títulos de cada una de las partes de las que consta esta obra: la primera, El festival de los pueblos; la segunda, El festival de la belleza.

Hoy en día, y teniendo en cuenta que el recuerdo de la infamia nazi es desagradable para todos, cuesta ver esta película sin arrugar el morro y estar tentado de dejar de verla. No en vano, todo el rodaje fue patrocinado por el partido de Hitler y no dejamos de asistir a un metraje de propaganda que nos lo hace repugnante.

Pero, si conseguimos dejar a un lado nuestros más que justificados prejuicios, nos encontramos con una gozada cinematográfica. De hecho, posiblemente este título sea el ejercicio filmado más intenso y logrado sobre el deporte en el cine.

Tomando como escenario los juegos olímpicos de Berlín de 1936 (no olvidemos que los nacionalsocialistas habían llegado al poder por la vía democrática), nos encontramos con una narración en la que se magnifica y glorifica la perfección física de los atletas.

Nunca un cineasta había dedicado tanta atención, y detalle, a unos cuerpos que vemos perfectamente delineados en su musculatura, en su movimiento y, sobre todo, en su gracia. La belleza que se reparte casi en cada plano de este metraje sólo se ha encontrado posteriormente en la fotografía de Robert Mapplethorpe.

Los medios con los que contó la directora fueron también grandiosos, como ya disfrutara en El triunfo de la voluntad (entrada en este blog número 102). Cámaras por doquier, entramados de albañilería, posicionamiento de los operarios con libre albedrío dieron fruto a 250 horas de metraje que supusieron dos años de post-producción para llegar a este resultado.

Dicen en EL que hoy en día sería imposible reproducir este esfuerzo con los mismos materiales. Y estoy completamente de acuerdo. Pero también es verdad que con los avances tecnológicos que nos siguen llegando a cada momento, la labor no sería tan ardua.

Lo que quizá faltase sería ese sentido de la poesía que la directora pro-fascista supo imprimir a un metraje que te atrapa en una vorágine de belleza que deja sin aliento. Aunque su raíz se encuentre en unos ideales que dan miedo y repugnancia.

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