domingo, 20 de marzo de 2011

145 - PINK FLAMINGOS. John Waters. USA, 1972.

Pese a que está a punto de cumplir 40 años de edad, Pink flamingos sigue siendo una de las películas más radicales jamás rodada. Digna heredera de todo el cine experimental que se produjera en los años 50 en Estados Unidos, sus situaciones están tan cerca del límite que, incluso, lo sobrepasa en diversas ocasiones.

John Waters, hijo de Baltimore (la ciudad-escenario donde ha rodado la mayoría de sus trabajos), tuvo la suerte de encontrarse en su camino con Harris Glen Milstead, conocido en todo el orbe como Divine. Juntos, se aprestaron a lograr las imágenes mentales del director gracias a la superación de su timidez que Milstead lograba con su transformación en la madre de todas las drag-queens.

La historia de esta cinta, ya de por sí, es salvaje. Una familia de los arrabales, compuesta por la madre (Divine), un hijo medio lerdo y una abuela (Edith Massey) que vive en un parque infantil y sólo como huevos, ven amenazada su existencia por el malvado matrimonio cuya parte femenina está encarnada por Mink Stole (otra de las musas de Waters).

Por el camino, vemos cómo la abuela se enamora del huevero, el hombre que cada día le proporciona su alimento favorito, y se casa con él sin salir del parque. El hijo, por su cumpleaños, recibe "el mejor regalo que una madre puede hacer a su hijo": una mamada. Y asistimos a distintos espectáculos entre los que se incluye un ano retráctil que asoma y desaparece sin artificio alguno.

Y es que la falta de artificios es una de las mejores bazas de este tipo de cine: en los 70 el mundo de los efectos especiales seguía despegando poco a poco. Así, sabemos que todo lo que vemos en pantalla es real, que no ha habido ordenador por medio para darnos falsas impresiones.

Incluyendo ese tremendo final en el que vemos a un señor que permite a su perro cagar en medio de la acera. Sin mover la cámara, para asegurar todavía más la verosimilitud del plano, aparece Divine, se sienta en el suelo y, ni corta ni perezosa, se come dicha mierda.

En una ocasión tuve la suerte de entrevistar a Paul Bartel, otro de los radicales de Hollywood, y le pregunté si la estrella estaba drogada para rodar esa secuencia. Me comentó que, desde su punto de vista, el mero hecho de rodarla era subidón suficiente para que no necesitara de ninguna otra sustancia.

Para los que se cuestionen hasta qué punto es interesante, o necesario, que se rueden este tipo de películas, baste decir que siempre que una persona se plantea límites existenciales tan lejanos de lo convencional, seguro que sale al menos un grado más liberal de lo que era antes de verlo.

El estilo de Waters ha sido imitado en numerosas ocasiones (aunque sin llegar a los extermos del genio de Baltimore), pero uno de los principales beneficiados fue Pedro Almodóvar, cuyo Pepi, Luci y Bom... y otras chicas del montón (1979) está plagado de referencias watersianas. Eso sí, muy bien adaptado y traído a una España que luchaba por salir de los 40 años de oscuridad que había supuesto la maldita tiranía franquista.

sábado, 19 de marzo de 2011

144 - VIJ. Georgi Kropachov/Konstantin Yerchov. URSS, 1967.

Un mismo relato de Nikolai Gogol, homónimo a esta película, ha sido la base para dos de los títulos incluidos en EL. Mientras que el segundo, La máscara del demonio, ya llegará a este blog, el primero, aunque posterior, merece más la pena.

En el más puro estilo picaresco, un joven va recorriendo su país hasta que, por circunstancias de la vida, se ve a cargo de velar el cadáver de una joven, durante tres noches consecutivas, metido en una iglesia y rodeado de un círculo de tiza mágico que le protege de su principal enemigo: el Vij, o Demonio, que intentará atacarle y sustraerle a la muchacha.

El aura de inocencia e ingenuidad que rodea al protagonista está magistralmente logrado y, aunque en su versión original hable en soviético y sea difícil establecer un trabajo de inflexión, lo que nos llega a los oídos es la voz de un jovenzuelo que, simplemente, intenta manejarse lo mejor posible con lo que le va acontenciendo.

Los parajes que recorremos son de ese tipo de austeridad que te lleva a taparte mejor con la manta mientras los ves. Sin embargo, esa misma desnudez geográfica es la que te lleva a sentirte mucho más motivado cuando llega el momento de acompañar en el velorio al chaval.

Los bichos que se le van apareciendo a lo largo de las tres noches podrían estar sacados de cuadros de El Bosco, por ejemplo, y se les nota que han sido inspiración para muchos de los bichos que hemos ido viendo posteriormente en todo tipo de sagas galácticas. No es nada extraño que, si ves la película con gente, se oigan comentarios del tipo: "ése es igual que el de Galáctica; ese trabaja para Jabba the Hutt".

De hecho, esta colección de seres que van de lo irrisorio, vistos con los ojos de hoy en día, a lo sorprendente, también por lo adelantados que nos parecen a estas alturas de la historia, son la joya de la corona de esta película que resulta muy agradable de ver y toda una lección en cuanto al diseño de personajes fantásticos.

miércoles, 16 de marzo de 2011

143 - JULES Y JIM (Jules et Jim). François Truffaut. Francia, 1962.

Cuando el escritor Henri-Pierre Roché se lanzó a escribir a los 74 años de edad nunca se podría imaginar que iba a encontrar el mejor de los padrinos en el crítico convertido en director de cine, François Truffaut. Este, avispado como era, cogió sus dos novelas principales, la que nos ocupa y que también se titula Jules y Jim, y Las dos inglesas y el amor, obra que adaptaría casi diez años después de este título.

La pena fue que Roché contó con un éxito póstumo, por lo que no pudo gozar las mieles de la cumbre literaria. Pero si su nombre ha pasado a la historia ha sido gracias al éxito de esta primera adaptación que, pese a su contenido, fue recibida con éxito de crítica y público en muy altos niveles.

La trama habla de dos amigos inseparables (varias veces se molesta, tanto el autor como el director, en dejar claro que de homosexualidad nada) que coinciden en amar a distintas mujeres hasta que conocen a la protagonista, de la que ambos terminarán enamorándose profundamente.

Ubicada en las primeras décadas del siglo XX, ni la I Guerra Mundial ni ningún elemento externo conseguirá introducirse en una trama que, en pantalla, está básicamente respetada aunque se permitan ligeras alteraciones temporales, o detalles de ese estilo.

Sin embargo, el principal cambio aparece en el personaje femenino. Truffaut quería celebrar su amor por Jeanne Moreau y cambió a la austriaca Kathe (en el libro) por la francesa Catherine (en la película). De hecho, aquí asistimos a un amor tal por la actriz que no veremos repetido en ninguno de los otros títulos que irán llegando a este blog firmados por éste, uno de los padres de la reconocida nouvelle vague.

La otra gran alteración vendría de la mano de la propia Moreau. Porque, en la novela, el personaje de Kathe resulta extremadamente antipático, manipulador y mezquino. Sin embargo, la carnal Catherine desprende una cantidad de humanidad que deja a un lado sus motivaciones para presentarla como un ser lleno de curiosidad y de una peculiar moral.

Junto a ella, Oskar Werner como Jules y Henri Serre como Jim, resultan estupendos en sus encarnaciones. Pero la estrella estaba predestinada y es la Moreau la que cruza desde su encarnación ya sea con su gorra de golfillo, su maquillado bigote o ganando una carrera de bicicleta.

Todos estos elementos (un guión magistral, un reparto excelente y un director enamorado) logran que, frente a ese libro que llega a molestar porque los personajes parecen, sinceramente, estultos, la película deja un buen sabor de boca de tal calibre que sale uno de la sala con la impresión de haber asistido a una auténtica celebración de la vida.

martes, 15 de marzo de 2011

142 - FIRES WERE STARTED. Humphrey Jennings. Reino Unido, 1943.

Mientras la II Guerra Mundial tenía lugar, fueron bastantes los cineastas que, sin tocar el frente, cumplieron una función fundamental con sus películas de propaganda en las que exaltaban el espíritu patrio e invitaban a la juventud a dar lo mejor de sí, todo por la causa.

En Inglaterra, el mayor exponente es Humphrey Jennings quien, aparte de cumplir las funciones esperadas, consiguió también retratar la vida civil de los que no luchaban con un arma en las manos. En este caso, un día cotidiano en un cuartelillo de bomberos londinenses.

Lo primero os aviso que, frente a la sexualidad actual que ofrece la imagen de un bombero, estamos hablando de los tiempos en los que los encargados de apagar fuegos eran tipos normales y corrientes que se limitaban a cumplir con sus tareas, sin preocuparse en exceso de su forma física.

Con este retrato en mente, comenzamos con las actividades habituales de los bomberos mientras no tienen curro y les vemos jugando a las cartas o comportándose de forma muy normal. La mayoría eran profesionales de este sector en su vida cotidiana y, como actores no preparados, resultan sumamente convincentes. Tanto que uno de ellos, Fred Griffiths, llegó a convertirse en un actor de reparto que participó en más de 100 películas, en la mayoría de ellas haciendo de taxista.

Los momentos menos conseguidos de esta cinta son aquellos en los que el drama toca a la puerta y, de hecho, ante la muerte de un compañero, el tono está tan poco logrado que no logra emocionar al respetable. Pero eso no quita que la principal riqueza de esta cinta resida en el retrato de un Londres destrozado por los bombarderos alemanes durante el lamentablemente famoso Blitz.

Mientras que muchos otros títulos propagandísticos no tienen mayor interés en sí mismos, la gozada de esta obra es el enaltecer de forma sencilla la importante tarea que tuvieron los ciudadanos de a pie mientras soportaban la vida explosionada de su ciudad.

En el momento de su estreno, la cinta apareció como I was a fireman, pero, hoy en día, el clásico que se celebra es, directamente, Fires were started.

lunes, 14 de marzo de 2011

141 - KRAMER CONTRA KRAMER (Kramer vs. Kramer). Robert Benton. USA, 1979.

En la segunda mitad de los 70 aparecía una novela que se convirtió rápidamente en best-seller por contener la historia de un hombre que, de repente, se ve convertido en padre divorciado a cargo de su hijo. Pese a que hoy en día lo más fácil sería considerarlo una moñería, en su momento sí que supuso un giro radical frente a tantas tramas de mujeres abandonadas que tenían que luchar por sacar a sus hijos adelante.

Que se adaptase al cine era fácil, pero no resultaba tan sencillo hacerlo de la forma en la que el director Robert Benton atacó el asunto. Lejos de moñerías innecesarias, se rodeó del mejor reparto posible y se lanzó a todo un logro: una película emocional nada cursi.

El padre está interpretado por Dustin Hoffman, quien logra ponerte el nudo en la garganta gracias a su contención facial. Su ex-mujer está interpretada por Meryl Streep, en este personaje que la llevó a lograr su primer Oscar(c), igual que lo haría el protagonista antes citado. Junto a ellos, una estupenda Jane Alexander, hace poco fallecida, quien sabe convertirse en la mejor amiga del protagonista y del espectador con una mera secuencia.

Pero nada hubiera sido lo mismo si el actor que dio vida al chaval, hijo de la divorciada pareja, hubiera sido otro diferente a Justin Henry. Desde que aparece en pantalla, se convierte en el niño de los ojos de todo el respetable por su capacidad de ser niño sin resultar cansino, ni repelente, sino más bien ese chiquillo al que todos querríamos adoptar y llevarnos a casa inmediatamente. En su momento, con sus 8 años de edad, estuvo nominado al Oscar(c) al Mejor Actor de Reparto, convirtiéndose en el intérprete más joven jamás nominado. No se lo llevó, pero ahí le queda el reconocimiento (el ganador fue, por el contrario, el veterano Melvyn Douglas por Bienvenido, Mr. Chance, de Hal Ashby).

Además, todas las peripecias que nos cuenta la película nos llevan, casi involuntariamente, a volver a plantearnos el concepto de familia en sus distintos formatos. Una consecuencia natural de la forma en la que vemos las cosas cuando ya no las tenemos.

Con el paso del tiempo, son muchos los que defienden que la merecedora del galardón a la Mejor Película hubiera debido ser Apocalypse now, de Francis Ford Coppola (entrada nº 138 de este blog), pero no es justo descartar esta cinta sólo por el principal problema que la aqueja: su formato y narrativa cinematográficos han sido tantas veces imitados que hace años se han convertido en uno de los modelos que más siguen las tv-movies espantosas de después de comer. Y eso hace pupa.

Pero, si te sientes escéptico, te recomiendo que la veas ahora, con el tiempo, y a lo mejor te sorprendes a ti mismo cuando alguna lágrima te resbale por la cara.

domingo, 13 de marzo de 2011

140 - SOLO LOS ANGELES TIENEN ALAS (Only angels have wings). Howard Hawks. USA, 1939

A los que seguís este blog con frecuencia, ya sabéis que no siempre estoy de acuerdo con los títulos incluidos. Y éste es uno de los casos más ejemplares porque, sinceramente, no entiendo qué hace en EL.

Pese a ser cosecha del mágico año de 1939, la mejor cosecha del cine hasta la fecha, su contenido no es que esté mal, pero que si no se ve en el espacio de una vida, tampoco pasa nada.

La defienden por sus secuencias de aviones en acción. En ningún momento no sólo no superan, sino que tampoci se acercan a las que se podían ver casi una década anterior en Los ángeles del infierno (Howard Hughes, 1930; no incluída en EL, por ejemplo).

También la defiende El Libro como interesante por las relaciones que se establecen entre los personajes. Pero eso llevaba también mucho tiempo haciéndose y tampoco lo que aquí se apunta es ni novedoso ni especialmente interesante.

Dicen que esta película fue la primera en marcar un determinado tono en el cine de su creador, Howard Hawks. Y es mentira, la impronta de este director vino marcada, principalmente, por saber utilizar su estilo personal en cualquier tipo de género.

En lo único que puede destacar, de verdad, esta cinta es en un reparto interesante, aunque ninguno de ellos realizó "su mejor papel". Cary Grant, como líder del grupo, tiene su gancho, pero nada que ver con el trabajo que realizó para el mismo director un año más tarde en Luna nueva (entrada nº 12 de este blog). Thomas Mitchell está muy bien, pero no tanto como el papel de padre de Scarlett O'Hara, personaje al que dio vida ese mismo año.

Y las chicas, Rita Hayworth y Jean Arthur, pues están estupendas, pero todavía con la carga de misoginia propia de aquellos tiempos según la cual la primera es una perdida que no conviene a los hombres y la segunda es una buena muchacha, pese a su profesión.

Yo, la verdad, no os recomiendo que la veáis especialmente, pero si os aparece un día en la tele y no tenéis otra cosa que hacer, os la podéis ver.

sábado, 12 de marzo de 2011

139 - EL REINO (Riget). Lars von Trier. Dinamarca/Alemania/Francia/Suecia, 1994.

Cuando un artista te cae mal, personalmente, aunque no le conozcas más que por sus entrevistas, cuesta mucho más disfrutar de su arte. Para mí, Lars von Trier, por sus demostraciones de prepotencia que incluso ha llevado al cine en títulos como Las cinco condiciones (De fem benspaend, 2003), no me puede caer peor.

Y por eso me enfrenté a esta miniserie con una pereza inicial que terminó en los primeros minutos del primer episodio. El reino, aparte del título, es el nombre del hospital al que llega un doctor, con supuesto gran historial, pero que está loco perdido.

Entre sus experimentos que ha plagiado, el personal del hospital, el fantasma de una niña muerta en dicho establecimiento en 1919 y una cantidad de secuencias ilógicas que logran agitarte el corazón, esta entrega merece totalmente estar considerada como una de las 1001 películas que no deberías dejar de ver.

El montaje abrupto se mezcla con diferentes formatos de fotografía que combinan desde los sepia de las fotos de la época en que la criatura fue asesinada, a supuestas vídeo-cámaras de vigilancia y momentos del gore más puro, pero, rodado de tal forma que se le podría denominar gore de autor.

Entre los actores principales, difícilmente podremos reconocer a alguno y, si lo hacemos, es por haber aparecido en alguna película anterior del director danés. Tan sólo Udo Kier es el rostro que, por sus múltiples apariciones en diferentes títulos (en este blog apareció cuando hablamos de Mi Idaho Privado, entrada nº 126), nos resulta familiar.

Pero ese anonimato de cara al público, en general, es otra de las armas con las que contamos los espectadores. Al no reconocerlos, los personajes borderline y, por lo tanto, terroríficos, nos afectan con más fuerza y nos provocan mayor tensión.

El propio von Trier tiene su aparición estelar al final de cada uno de los cuatro episodios haciendo un resumen de lo que está por suceder y despidiéndose con una invitación, fruto de su educación religiosa, en la que nos recuerda que todo está entre dios y el demonio. Entre el bien y el mal, para los ateos como yo.

El cuarto capítulo concluye con un "Continuará" que se produjo tres años más tarde, con El reino 2. Y en esta segunda entrega, von Trier se vuelve a pasar de rosca y nos presenta una versión mucho más exagerada y tremenda que la primera temporada, pero que no logra gustar tanto porque los excesos son demasiados.

En todo caso, la sensación que tuve cuando terminé la entrega inicial es que El reino es para von Trier lo que Twin Peaks es para David Lynch. Incluyendo que, en ambos casos, las segundas temporadas pueden pasar al olvido sin problema ninguno. Nadie las echará de menos.

jueves, 10 de marzo de 2011

138 - APOCALYPSE NOW. Francis Ford Coppola. USA, 1979.

Pese a que son muchos los que afirman que esta película sólo está basada, como de paso, en El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad, lo cierto es que lo que se logra aquí en cine es, realmente, captar toda la esencia de lo que narra esa novela. Es decir, la búsqueda personal de un hombre que, cuanto más se adentra en la selva en búsqueda de Kurtz, más logrará encontrarse a sí mismo.

El aventurero es Martin Sheen, quien sustituyó a Harvey Keitel, el actor con el que se empezó a rodar esta cinta pero que fue despedido por no encajar con el perfil que buscaba el director. Y Kurtz es Marlon Brando, ese coronel-filósofo que, gracias al horror vivido, ha alcanzado todo un ideario sobre el valor real de la vida, la muerte y el dolor.

Ambos están impresionantes, pese a los disgustos que se llevó el director con Brando porque incumplió su palabra de haberse leído la novela de Conrad antes de llegar al rodaje. Pero no podría haber otro Kurtz, de hecho, no podría haber otro reparto que no fuera, justo el que fue. El más valorado fue Robert Duvall, que estuvo nominado a la estatuílla de oro como Actor de Reparto.

Miles de problemas y dificultades tuvieron que superar todos los implicados en el rodaje, pero el resultado es una maravilla que pasó, directamente desde el momento de su estreno, a engrosar las listas de mejores películas de la historia. Y no es para menos.

La guerra de Vietnam, un conflicto bélico que el pueblo estadounidense siempre despreció, se muestra aquí en todo su contenido. Putas locales, exceso de alcohol, chifladuras varias conducen a un nihilismo vital que se convierte casi en la búsqueda, más o menos inconsciente, del suicidio involuntario.

Las magistrales escenas que se muestran van acompañadas de una banda sonora que mezcla a The Doors con Wagner y estas músicas refuerzan todavía más lo que ofrece la imagen por sí sola. Una desolación emocional ante los horrores de la guerra, aunque, curiosamente, el guionista primero, John Milius, era probélico.

Las conclusiones a las que lleva esta cinta se contienen en el discurso de Kurtz, un Marlon Brando que, pese a poner de los nervios a Coppolar por haber llegado al rodaje sin haber leído la novela, como el director le había pedido, logra encarnar a la perfección a ese militar autorreflexivo del que no queda claro si es la mente más preclara de todo el conflicto o el demenciado más afectado por su contexto.

El tremendo éxito de esta película (aunque ese año los Oscars(c) fueron timoratos y terminaron en manos de los responsables de Kramer contra Kramer, que también llegará a este blog) han provocado que sean numerosos los trabajos alrededor de este rodaje que de una duración inicial estimada en cuatro meses pasó a tardar tres años en ser completada.

La más completa de estas obras es Hearts of Darkness (próximamente también en este blog), el documental rodado in situ por la esposa del director y que relata, desde el conocimiento más cercano, todo lo que rodeó a esta filmación.

Pero lo que está claro es que pasarán los años y las interpretaciones seguirán siendo tremendas (aunque sólo estuvo nominado a la estatuilla dorada Robert Duvall como Actor de Reparto); la fotografía de Vittorio Storaro, quien sí logró el Oscar, seguirá dejándonos clavados a la butaca; y la nueva versión alargada, Apocalypse Now Redux, nos impactará tanto como la versión que llegó a los cines en el momento de su estreno.

Y, sin duda, seguirá influyendo en los cineastas de ahora que lograrán momentos tan memorables como la imitación que hace Ben Stiller de Brando en la magnífica comedia Tropic Thunder (Ben Stiller, 2008).

Por último, comentar que no se puede afirmar alegremente que no te gusta el cine bélico si no has visto esta joya de dicho género.

domingo, 6 de marzo de 2011

137 - ASESINO IMPLACABLE (Get Carter). Mike Hodges. Reino Unido, 1971.

La enorme capacidad interpretativa de Michael Caine ha sido una de las mejores herramientas utilizadas en la historia de la humanidad. Hasta el punto de que, según el personaje, puede llegar a parecer el hombre más sexy de la tierra, y hay que ser actor para lograrlo (Jeff Goldblum puede presumir de cuerpazo, Caine no).

En esta cinta, le vemos convertido en un asesino de medio pelo, bajo el mando de un desgraciado cuya novia está enamorada del empleado, es decir, de Caine. El personaje de entrada es antipático y parece el típico chulo (que no chulazo) de barrio que, como tiene un arma, pues ve de gallito. Sin embargo, en seguida le vemos la sensibilidad cuando decide pasar de todo y todos, jefe y amante incluídos, para irse al norte a vengar el asesinato de su hermano.

A partir de este momento, se inicia una trama plagada de detalles que, con lo carcas que nos están haciendo volvernos, parecería demasiado extrema hoy en día. La hija de su hermano podría ser su propia hija por un affair que tuvo éste con su cuñada. Esta misma muchacha, la sobrina-hija, ha protagonizado un vídeo porno que es el origen de la muerte de su padre-tío, el hermano del prota. La dueña de la pensión en la que se aloja le deja claro desde el principio que puede contar con "todos los servicios de la casa" y, de hecho, los utiliza. Hay una secuencia de sexo telefónico, en mi conocimiento la primera que se mostró en cine, en la que la excitante Britt Ekland, la infiel novia del jefe del prota, se realiza un onanismo que da gusto ver la entrega de la muchacha. Por último, el remate final no puede estar mejor pensado, medido y realizado por su director, Mike Hodges.

Aparte de que la acción es muy a la British, no hay grandes explosiones, ni infinitas balas cruzadas, la tensión está presente. Sobre todo, en ese rostro controlado de Caine que va dando mayor información cuanto más se calla.

Lo mejor de ver esta cinta es el recuerdo de aquellos tiempos en que los artistas no se creaban a la hora de contar historias escabrosas sobre la realidad sin caer en lo gore ni en el mal gusto. Bien al contrario, la cortesía de los personajes en casi todos los momentos son casi una perfecta definición de la tan nombrada flema británica.

Hay un remake yankee del año 2000, que aquí se estrenó con el título original de Get Carter (dirigido por Stephen Kay, nada mencionable de este hombre) y cuyo único interés reside en, aparte de ver la versión edulcorada de la original, poder hacer seguimiento del proceso que ha llevado a Sylvester Stallone y Mickey Rourke en los ninots de sí mismos que parecen ser hoy en día.

sábado, 5 de marzo de 2011

136 - SUPERDETECTIVE EN HOLLYWOOD (Beverly Hills Cop). Martin Brest. USA, 1984.

Si el éxito de Regreso al futuro (de próximo ingreso a este blog) se debió al hecho de volver a rodarla entera porque el protagonista no funcionaba (el pobre Eric Stoltz tuvo que comerse el exitazo que tuvo Michael J. Fox con ella), en este caso no hubo que llegar tan lejos.

Este proyecto nació cortado y medido a la medida de Sylvester Stallone. Por suerte, el súper Rambo se bajó del carro y se le dio vuelta y media a toda la historia. De una película en la que todo se resolviese a tiros, se llegó a una comedia que reunía varias particularidades que la hacían interesante.

En efecto, tal como fue concebida era difícil imaginar que el personaje principal se fuera a convertir en el policía más vestido de sport que se conoce. Además, con capacidad de interpretar diferentes personajes, incluyendo un mariquita amanerado que se llama Ramón y que, en su momento, fue visto como una visión homófoba de los gays. Ahora se aboga por admitir que quizá esos retratos exagerados fueron necesarios para lograr la normalidad actual, aunque creo que queda camino (¿qué pasa con la adopción, por favor?).

En todo caso, sus múltiples personalidades, de las que ha hecho gala a lo largo de toda su carrera, convirtieron a Eddie Murphy en uno de los actores más taquilleros de todos los tiempos. Provenía del afamado programa cómico Saturday Night Live, un formato que en España no ha prosperado, pero que ha sido cuna de grandes cómicos estadounidenses en las últimas décadas.

Sus capacidades de improvisación, de conseguir de los líos sin apenas violencia (la mayor parte del tiempo ni siquiera lleva arma en la mano) y, sobre todo, su vena de liante que mete en sus movidas a todos sus colegas (el pobre Judge Reinhold le aguantó/apoyó en las tres entregas de esta saga) le convirtieron en un personaje popular con el que la gente, literalmente, se desternillaba.

Pero lo más radical de esta cinta es que el protagonista, aunque ahora no parezca tan chocante, era negro. Sí, ni era el malo retorcido; ni el compañero gracioso del poli principal; y no tenía debilidades, sino una tremenda picaresca con la que escapar de las situaciones más radicales y una inteligencia que le permitía pensar por sí mismo. De alguna forma, era la revancha de toda una historia de concesiones que los afroamericanos han hecho al cine, hasta lograr que su piel no sea un dato a tener en cuenta. Quiero confiar que algún día sucedera lo mismo con los personajes homosexuales y se nos pueda ver como héroes a secas, sin ser malvados ni los mejores amigos de las chicas, que ya canta.

La dirección fue obra de Martin Brest, pero las secuelas no se quedaron cortas y contaron con Tony Scott como autor de la segunda y nada menos que a John Landis para la tercera (aparte de un cameo del señor George Lucas). Efectivamente, y como es lo normal, las partes 2 y 3 no eran tan buenas como la primera, y la originalidad ya estaba dada. Pero, todavía, es un placer ver al Murphy haciendo el payasete mientras resuelve casos policiales que, prácticamente, son lo de menos.