Si en la historia del cine son pocos los que pueden presumir de haber creado nuevas vías en la narrativa cinematográfica, qué duda cabe de que Robert Bresson es uno de los que sobresalen por su aportación. En su caso, y por primera vez, se podría hablar del cine de disección.
Su forma de rodar, fría por lo objetiva, se convierte casi en un análisis ciéntifico de lo que se narra. El blanco y negro que utiliza en sus cintas también ayuda a la distancia necesaria para que lo que se cuenta vaya dejando su impronta en las mentes de los espectadores. Los planos centrados en determinados detalles dan mayor relevancia a lo que sucede. Y, sobre todo, sus "modelos" (que es como Bresson llamaba a sus actores), al ser mayormente no profesionales, dan vida a unos personajes que, de cara al público, parecen estar sacados directamente de la calle, con esa misma falta de pasión que provoca cualquier viandante con el que nos crucemos.
Tengo que admitir que la primera vez que vi una película de este genial director, que fue precisamente esta Pickpocket que ahora nos ocupa, tardé tiempo en entrar en la historia, en que su aspecto formal me atrapara. Pero, curiosamente, con el paso del tiempo y el visionado de otras cintas, te das cuenta de que puedes llegar a entender la pasión de los investigadores en sus estudios. Que no hace falta mostrar emociones intensas para que las mentes científicas vivan al límite.
No en vano, no hay ningún asomo de pasión en la trayectoria vital del protagonista, un ser que se ve imbuido, cada vez más, en el acto de robar carteras. Una pasión que le va dominando y que termina convirtiéndose en la meta y fin de su existencia, más allá de su madre y de su novia, y de todo lo que le rodea.
Diez años antes, Jean Genet había regalado al mundo su escrito autobiográfico Diario del ladrón y, pese a lo descarnado de su obra, había logrado encontrar una cierta comprensión social hacia las motivaciones que le habían llevado a vivir fuera de la ley. Y a pensar que los ladrones son, en realidad, ángeles mandados desde los cielos.
En este caso, Michel, el protagonista, también se nos presenta como un ser sumamente espiritual que aspira a lograr alcanzar las cumbres del Arte, con mayúsculas, a través de su creación fundamental: el perfecto robo de carteras.
Si cuando termines de ver esta obra notas que te sientes raro, no te preocupes, será que Bresson ha logrado también inocularte con ese sentido del estudio de uno mismo al que nos lleva su obra. Puede doler, pero lo llegarás a agradecer.
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