Con los tiempos que corren, en los que tantas venganzas se te ocurren contra los que te deben dinero por trabajos ya realizados, viene a huevo esta película tan curiosa como atractiva. Varios elementos confirman esta afirmación.
En primer lugar, el actor protagonista es Kazuo Hasegawa, un icono en la historia del cine japonés y que, con este proyecto, cumplía su aparición número 300 en la gran pantalla. Se dice pronto, ya no hay actor de cine que pudiera igualar este récord.
Para celebrar el evento, se elige hacer un remake de una película ya protagonizada por el propio Hasegawa 28 años antes, cuando el actor contaba tan sólo con 27 años de edad. Además, es un papel doble en el que tiene que dar vida a un Onnagata (los actores que daban vida a mujeres en el teatro kabuki) y a un ladrón que va cogiendo afinidad al vengativo protagonista.
Los productores no debían estar muy seguros de la idea porque eligieron como director a Kon Ichikawa, un cineasta hundiéndose en el panorama cinéfilo por el fracaso de sus dos proyectos anteriores. La apuesta era grande, pero más grande fue el valor de Ichikawa al lanzarse a rodar una película que rompía con todos los esquemas de narrativa cinematográfica de su país.
De repente, el actor que casi dobla su edad con esta repetición de personajes lo borda y da un trabajo de filigrana dorada al dotar a sus creaciones con el milagro de los pequeños matices que dan más información que ningún guión. El director, con un par, repito, mezcla la voz en off de los pensamientos del onnagata con los diálogos en los que se va urdiendo la red que alcanzará la venganza. O soliloquios del ladrón, con su creciente empatía hacia el plan de revancha.
Y todo encaja, de forma maravillosa, todo se une de forma poética, casi irreal, en la que el kabuki se muestra como cine y el cine se confunde con el arte de las tablas. La poesía apremia por momentos, aunque controlada esperando ese plano final con el que llegas a creer en las leyendas.
Por supuesto, se muestran las pérdidas por el camino que se encuentran antes de alcanzar el remate final, la última muerte. Pero es inevitable quedarse con el sabor agridulce que debe proporcionar el lograr vengarte, ése que pese a tener una parte desagradable quieres probar una y otra vez.
Que se prepare más de uno.
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