miércoles, 16 de marzo de 2011

143 - JULES Y JIM (Jules et Jim). François Truffaut. Francia, 1962.

Cuando el escritor Henri-Pierre Roché se lanzó a escribir a los 74 años de edad nunca se podría imaginar que iba a encontrar el mejor de los padrinos en el crítico convertido en director de cine, François Truffaut. Este, avispado como era, cogió sus dos novelas principales, la que nos ocupa y que también se titula Jules y Jim, y Las dos inglesas y el amor, obra que adaptaría casi diez años después de este título.

La pena fue que Roché contó con un éxito póstumo, por lo que no pudo gozar las mieles de la cumbre literaria. Pero si su nombre ha pasado a la historia ha sido gracias al éxito de esta primera adaptación que, pese a su contenido, fue recibida con éxito de crítica y público en muy altos niveles.

La trama habla de dos amigos inseparables (varias veces se molesta, tanto el autor como el director, en dejar claro que de homosexualidad nada) que coinciden en amar a distintas mujeres hasta que conocen a la protagonista, de la que ambos terminarán enamorándose profundamente.

Ubicada en las primeras décadas del siglo XX, ni la I Guerra Mundial ni ningún elemento externo conseguirá introducirse en una trama que, en pantalla, está básicamente respetada aunque se permitan ligeras alteraciones temporales, o detalles de ese estilo.

Sin embargo, el principal cambio aparece en el personaje femenino. Truffaut quería celebrar su amor por Jeanne Moreau y cambió a la austriaca Kathe (en el libro) por la francesa Catherine (en la película). De hecho, aquí asistimos a un amor tal por la actriz que no veremos repetido en ninguno de los otros títulos que irán llegando a este blog firmados por éste, uno de los padres de la reconocida nouvelle vague.

La otra gran alteración vendría de la mano de la propia Moreau. Porque, en la novela, el personaje de Kathe resulta extremadamente antipático, manipulador y mezquino. Sin embargo, la carnal Catherine desprende una cantidad de humanidad que deja a un lado sus motivaciones para presentarla como un ser lleno de curiosidad y de una peculiar moral.

Junto a ella, Oskar Werner como Jules y Henri Serre como Jim, resultan estupendos en sus encarnaciones. Pero la estrella estaba predestinada y es la Moreau la que cruza desde su encarnación ya sea con su gorra de golfillo, su maquillado bigote o ganando una carrera de bicicleta.

Todos estos elementos (un guión magistral, un reparto excelente y un director enamorado) logran que, frente a ese libro que llega a molestar porque los personajes parecen, sinceramente, estultos, la película deja un buen sabor de boca de tal calibre que sale uno de la sala con la impresión de haber asistido a una auténtica celebración de la vida.

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