sábado, 5 de febrero de 2011

126 - MI IDAHO PRIVADO (My Own Private Idaho). Gus van Sant. USA, 1991.

Si se tuviera que elegir una película que contenga todos los elementos que definen al cine independiente en su estado más puro, este título sería un clarísimo ejemplo de ello.

En EL, cuenta con uno de los comentarios más largos, pero insuficiente. Por ejemplo, no se cuenta que fue la cinta que obligó a los espectadores a tomar a Keanu Reeves como un actor serio, mientras que confirmaba el inmenso talento con el que contaba el fiestero River Phoenix.

Ambos dan vida a dos chaperos bajunos que viven en un edificio abandonado junto a una pandilla de otros adolescentes que se buscan la vida como pueden por las calles de Portland. El personaje de Reeves, descubrimos pronto, no es más que un niño pijo que, despechado contra su padre, sólo busca la forma más radical de humillarle. El segundo, ese Phoenix al que da ganas de abrazar y proteger desde el principio, es un narcoléptico que mantiene entre sus ataques de sueño el recuerdo de una madre, intuimos que prostituta, que le abandonó de pequeño. Por este papel, el actor fue premiado en numerosos eventos, incluyendo el Festival de Venecia. Sin embargo, todavía no estaba de moda en los Oscars(c) valorar este tipo de trabajos y ni siquiera estuvo nominado, un error de peso vista su muerte prematura.

La cinta está plagada de momentos brillantes: el Phoenix vestido de marinero mientras limpia la casa de un cliente con el aspecto más repugnante y pervertido que se ha visto en el cine; un trío sexual en foto-fija de ambos protagonistas con el siempre inquietante Udo Kier; la caída de una casa desde el cielo hasta que se estrella en el suelo.

Y, sobre todo, la bella secuencia en la que el abandonado y narcoléptico chaval le declara su amor a un Reeves que, incapaz de declarar su falta de sentimientos, le deja claro que él sólo se lo hace con hombres por dinero, mientras le pasa el brazo por los hombros.

El guión combina, con verdadera maestría, el más puro lenguaje de la calle con todos esos diálogos originales de Shakespeare que se pueden encontrar en otra gozada de película, Campanadas a medianoche (Orson Welles, 1965) que también llegará a este blog.

También es un logro magistral el trabajo de fotografía en el que el uso de la luz se combina con diferentes formatos y usos para atraparnos más que lo que logran películas más convencionales. Gozoso.

Al final, el pijo recupera el afecto y apoyo de su importante padre cuando vuelve de Italia, donde acompaña a su amigo a buscar a la madre de éste, con una novia, mujer real, que logra aplacar los ánimos de su progenitor.

Sin embargo, el corazón se nos queda con ese joven al que hemos visto cómo roban hasta las zapatillas en uno de sus ataques de sueño. Y se nos queda encogido pensando que, en cualquier momento, cualquier desalmado le quitará la vida mientras es incapaz de defenderse.

River Phoenix moriría tan sólo dos años más tarde, pero, para muchos, siempre nos quedará en la memoria este personaje que, más que follable, nos conquista por lo vulnerable.

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