martes, 25 de enero de 2011

123 - HAPPINESS. Todd Solondz. USA, 1998.

Vi esta película casi por casualidad. Yo había acudido al pase de prensa de The house of Yes (otra joyita independiente) y Happiness la pasaban a continuación. Tras chequear con la oficina que no había nada urgente, decidí quedarme y, por primera vez en mi historia como cinéfago, me vi venerando al director subiendo y alzando los brazos cual musulmán practicante.

El motivo era, y es, sencillo de comprender e, incluso, de compartir. Nunca en mi vida había visto, ni he vuelto a ver, una construcción artística con tal sentido del ritmo. De hecho, se logran cotas tan altas que, por momentos, piensas que a partir de ahí la historia hará aguas. Mentira. Sube, sube, sube y, al fin, remata de maravilla.

Sin pretenderlo, o eso creo, Solondz nos ofrece el retrato más completo y pormenorizado de todos los fantasmas que habitan en la sociedad actual. Desde el pazguato más deprimido, a la foca más reprimida (por favor, que nadie tenga en cuenta los sexos utilizados).

La vida familiar se ve tan claramente mostrada que todavía no conozco a nadie que haya visto esta película sin haberse sentido identificado con uno o varios momentos. También por suerte, nunca nadie me ha confesado haber vivido un momento tan sencillamente magistral como la conversación del padre que le cuenta al hijo lo que le gusta de los niños de 10 años. Sencillamente brutal.

El acierto del guión es totalmente de Solondz, pero también el haber trabajado con un reparto impecable (de hecho, algún premio recibieron por su labor conjunta) entre los que destacan: un Ben Gazzara a modo de peculiar pater familias; una exitosa y perturbada Lara Flynn Boyle; un pajillero telefónico con forma de Philip Seymour Hoffman; una Jane Adams que no puede ser más pringada, la pobre; y, sobre todo, el impagable Dylan Baker como el pederasta enfermo que abusa de los compañeros de clase de su hijo.

Una cumbre de la historia del cine (no sólo del independiente) que te ronda la cabeza durante bastante tiempo después de su visionado.

Para dejaros, os invito a resolver un enigma: ¿cómo se puede terminar una película mostrando semen de perro y que ésta no pertenezca al género pornográfico? La respuesta, en Happiness.

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