Uno de los directores europeos que más atención recibe en EL, y quién puede discutirlo, es Bernardo Bertolucci. Curiosamente, además, aunque éste es tan sólo su quinto título, cuenta en el listado de "las 1001..." con dos títulos previos que ya llegarán.
De momento, nos centramos con esta obra radical que tanto supuso en el momento de su estreno. Por ejemplo, en cuanto al concepto de los planos, la obra debe más al cine de Fellini que a la novela homónima de Alberto Moravia de la que parte.
Los personajes de figuración, por ejemplo, podrían haber surgido de los oníricos cuadros que vemos en Giulietta de los espíritus (Federico Fellini, 1965, también de entrada futura en este blog).
Lo que parece impresionante es comprobar que, pese a los años transcurridos, el señor Bertolucci recuerda perfectamente, y les acredita como se deben, a los artistas con los que trabajó en sus distintos departamentos.
Para empezar, alaba al reparto confesando que Jean-Louis Trintignant, el responsable de dar vida al protagonista, le despertaba tanto interés personal como el que quería conseguir que sintiera el público de cara a su personaje. A su lado, como dos caras de la misma moneda que es el conformista, dos mujeres: la tradicional esposa encarnada por Stefania Sandrelli y la libre, seductora y lesbiana Dominique Sanda. Tres trabajos actorales que refuerzan a ese amargado central que, en su afán de querer evitar que nadie le vea como en realidad es, pasa por ser fascista, casado, padre y asesino de su maestro.
Al primero que cita, cómo no, es a Vittorio Storaro, ese genio de la luz que logra, a través de la fotografía de la película, convertir a Roma en una prisión emocional y a París como la salida a la luz. A su lado, tan reconocido como recordado, Ferdinando Scarfiotti, quien junto al vestuario de Gitt Magrini, otro de los nombrados, logra que todos los elementos que aparecen en cada nuevo escenario encajen de manera tan precisa y espectacular como la que logran, en general, los maestros de este terreno, los británicos.
Va más allá. Confiesa que, cuando logras librarte de la manía de controlar todo, y te dejas caer en las manos de un montador como Franco Kim Arcalli, te encuentras sorpresas como la de dejarte convencer para que la narración temporal no sea lineal, como tenía previsto en un principio.
Y es que precisamente el montaje de esta cita fue una de las principales razones para que directores de la talla de Francis Ford Coppola o Arthur Penn escribieran una carta airada gracias a la cual este título gozó de un estreno de pequeño alcance en los USA.
Lo que no dice el maestro, pero lo demuestra en todo su discurso, es que el director de una película es su autor y que a él se debe, o así debería ser, que todo lo que se muestra en pantalla vaya unido por la armonía necesaria para lograr el resultado deseado. En la realidad, todos sabemos cúantos han recibido y no merecen la distinción de ser llamados "director".
lunes, 27 de diciembre de 2010
116 - QUÉ BELLO ES VIVIR (It's a Wonderful Life). Frank Capra. USA, 1946.
Si las películas pudieran ser himnos, ésta sería la celebración de la Navidad en estado puro. Objeto de múltiple bromas por lo inevitable de su emisión en dicha época (especialmente graciosas las realizadas en la saga Solo en casa, donde aparece con diferentes y políglotas doblajes), siempre cuesta rascar un poquito hasta que la persona con la que hablas admita que también le gusta. Como a todos.
A estas alturas, comentar el argumento sería aburrido para cualquiera, ya que la hemos visto mil veces. Pero es inevitable pensar cuánto molaría que nos dieran la oportunidad de comprobar cómo hubiera sido el mundo si no hubiéramos nacido. Descubrir, como si fuéramos un fantasma al que no se ve ni escucha, en qué situación se encontrarían los seres amados más cercanos.
El catálogo de personajes que aquí se presentan incluyen todo tipo de estratos y modelos de la época. La chica mona del pueblo que podría haber terminado de puta (maravillosa Gloria Grahame); el malvado Potter, encarnado de forma magistral por todo un maestro como Lionel Barrymore; esa esposa fiel y abnegada, el amor primero y eterno del protagonista, encarnada por una Donna Reed que, siete años más tarde, daría vida a la prostituta más fascinante de Pearl Harbor, en De aquí a la eternidad (la veremos por el blog); la familia entera del protagonista, los Bailey, que tienen en la madre, el padre y el hermano unos modelos de parientes ideales; el tío Billy, el despistado causante del drama que lleva a George a querer tirarse al río (impagable Thomas Mitchell en este personaje); y, por supuesto, la pareja central.
James Stewart dio lo mejor de sí para el abnegado y bondadoso ciudadano que, por culpa del banquero malo, se ve al borde de la desesperación. Por su parte, Henry Travers no podía ser más perfecto para dar vida a Clarence, el ángel de la guarda que, a la que salva a George, se gana por fin sus alas.
Y por hablar sólo de los papeles más destacados de la historia porque, la verdad, es que se podría seguir mostrando como uno de los ejemplos más claros de un casting perfecto. Hasta la señora que, en la primera crisis del banco, sólo pide 18 dólares, lo clava.
Pero hay otros grandes valores de esta cinta, sobre todo el que la conclusión final, la moralina tan habitual en las películas de Capra, nace de vientos liberales, del apoyo incondicional que el cineasta brindó a Franklin Delano Roosevelt y su New Deal.
En este caso, la lectura de esta cinta es tan simple como que si eres buena gente, recibirás el apoyo de la gente. Y que si eres un hijoputa, pues te van a dar bambú. Está claro que con la situación que estamos viviendo en este país, esta afirmación suena más que nunca a cuento de navidad.
Sin embargo, es muy bonito pensar en que hubo un tiempo en que la gente podía creer en un mundo justo e ideal. Ahora, sólo lo podemos soñar.
A estas alturas, comentar el argumento sería aburrido para cualquiera, ya que la hemos visto mil veces. Pero es inevitable pensar cuánto molaría que nos dieran la oportunidad de comprobar cómo hubiera sido el mundo si no hubiéramos nacido. Descubrir, como si fuéramos un fantasma al que no se ve ni escucha, en qué situación se encontrarían los seres amados más cercanos.
El catálogo de personajes que aquí se presentan incluyen todo tipo de estratos y modelos de la época. La chica mona del pueblo que podría haber terminado de puta (maravillosa Gloria Grahame); el malvado Potter, encarnado de forma magistral por todo un maestro como Lionel Barrymore; esa esposa fiel y abnegada, el amor primero y eterno del protagonista, encarnada por una Donna Reed que, siete años más tarde, daría vida a la prostituta más fascinante de Pearl Harbor, en De aquí a la eternidad (la veremos por el blog); la familia entera del protagonista, los Bailey, que tienen en la madre, el padre y el hermano unos modelos de parientes ideales; el tío Billy, el despistado causante del drama que lleva a George a querer tirarse al río (impagable Thomas Mitchell en este personaje); y, por supuesto, la pareja central.
James Stewart dio lo mejor de sí para el abnegado y bondadoso ciudadano que, por culpa del banquero malo, se ve al borde de la desesperación. Por su parte, Henry Travers no podía ser más perfecto para dar vida a Clarence, el ángel de la guarda que, a la que salva a George, se gana por fin sus alas.
Y por hablar sólo de los papeles más destacados de la historia porque, la verdad, es que se podría seguir mostrando como uno de los ejemplos más claros de un casting perfecto. Hasta la señora que, en la primera crisis del banco, sólo pide 18 dólares, lo clava.
Pero hay otros grandes valores de esta cinta, sobre todo el que la conclusión final, la moralina tan habitual en las películas de Capra, nace de vientos liberales, del apoyo incondicional que el cineasta brindó a Franklin Delano Roosevelt y su New Deal.
En este caso, la lectura de esta cinta es tan simple como que si eres buena gente, recibirás el apoyo de la gente. Y que si eres un hijoputa, pues te van a dar bambú. Está claro que con la situación que estamos viviendo en este país, esta afirmación suena más que nunca a cuento de navidad.
Sin embargo, es muy bonito pensar en que hubo un tiempo en que la gente podía creer en un mundo justo e ideal. Ahora, sólo lo podemos soñar.
domingo, 19 de diciembre de 2010
115 - EL HOMBRE DE LA CAMARA (Chelovek s kino-apparatom). Dziga Vertov. URSS, 1929.
Tan sólo doce años después de la revolución bolchevique, apareció la película de propaganda más innovadora y diferente de las que se han visto en la historia del cine. El hombre de la cámara, dirigida por Dziga Vertov, se convertiría además, con el paso del tiempo, en una de las referencias más importantes para futuros directores.
Plagada de innovaciones técnicas, nos llevaría de la más pura labor manual a los adelantos mecánicos que ya se apuntaban en aquel año, marcando de esta forma el paso de la sociedad soviética de los recursos más primitivos al camino de esperanza y crecimiento tecnológico que en aquellos años todavía defendían.
De esta forma, y con ritmos cambiantes, focos manejados y miles de otros trucos (se nota la influencia de las películas de Segundo de Chomón al mismo tiempo que comprobamos que los planos físicos de Leni Riefenstahl en Olimpia (1938) no salían del aire), nos encontramos ante un poema que logra plenamente su objetivo despertando la voluntad en el espectador de integrarse en una comunidad que transmite evolución, crecimiento y, sobre todo, felicidad constante.
Por lo visto, Vertov tendría más tarde problemas con los organismos oficiales de Stalin, quienes le consideraban demasiado burgués en sus parámetros. Lástima para ellos por atacar y acosar a todo un creativo del cine.
Pero, hoy en día, el visionado de esta obra con la banda sonora compuesta especialmente por In the Nursery (hicieron una gira con éxito por todo el Reino Unido tocando su música durante la proyección de la película) se convierte en toda una experiencia, casi en una lectura poética que habla de mundos legendarios, de los pasados reinos comunistas.
Imprescindible para los amantes de Koyaanisqatsi (Godfrey Reggio, 1982) y títulos semejantes para comprobar que no era tanta la innovación que suponía dicha propuesta, por supuesto, sin restar sus méritos.
También merece la pena disfrutar de esta joya con un cigarrito combinado en las manos, ayuda a integrarse en la proyección.
Plagada de innovaciones técnicas, nos llevaría de la más pura labor manual a los adelantos mecánicos que ya se apuntaban en aquel año, marcando de esta forma el paso de la sociedad soviética de los recursos más primitivos al camino de esperanza y crecimiento tecnológico que en aquellos años todavía defendían.
De esta forma, y con ritmos cambiantes, focos manejados y miles de otros trucos (se nota la influencia de las películas de Segundo de Chomón al mismo tiempo que comprobamos que los planos físicos de Leni Riefenstahl en Olimpia (1938) no salían del aire), nos encontramos ante un poema que logra plenamente su objetivo despertando la voluntad en el espectador de integrarse en una comunidad que transmite evolución, crecimiento y, sobre todo, felicidad constante.
Por lo visto, Vertov tendría más tarde problemas con los organismos oficiales de Stalin, quienes le consideraban demasiado burgués en sus parámetros. Lástima para ellos por atacar y acosar a todo un creativo del cine.
Pero, hoy en día, el visionado de esta obra con la banda sonora compuesta especialmente por In the Nursery (hicieron una gira con éxito por todo el Reino Unido tocando su música durante la proyección de la película) se convierte en toda una experiencia, casi en una lectura poética que habla de mundos legendarios, de los pasados reinos comunistas.
Imprescindible para los amantes de Koyaanisqatsi (Godfrey Reggio, 1982) y títulos semejantes para comprobar que no era tanta la innovación que suponía dicha propuesta, por supuesto, sin restar sus méritos.
También merece la pena disfrutar de esta joya con un cigarrito combinado en las manos, ayuda a integrarse en la proyección.
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sábado, 18 de diciembre de 2010
114 - DE ENTRE LOS MUERTOS (Vertigo). Alfred Hitchcock. USA, 1958.
Sirva como primera curiosidad de esta película que, pese a que en su momento de estreno se la llamó De entre los muertos, lo cierto es que en España todos los que escribimos sobre cine nos hemos acostumbrado a presentarla como Vértigo (De entre los muertos), con acento y todo. Con esto, se convierte en uno de los pocos casos en los que el título original se impone a la versión que se utiliza para su lanzamiento comercial. Sobre todo en el caso de los clásicos.
Para continuar, llama la atención que los autores de la novela (Pierre Boileau y Thomas Narcejac) en la que se basa esta obra eran también los creadores del libro del que salió Las diabólicas (Henri Georges-Cluzot, 1955), otra delicia que se sumará a este blog. Sin embargo, D'entre les morts (título original de la obra escrita) jugaba a sorprender, mientras que el maestro del suspense jugaba a lo de siempre, a inquietar.
Aparte de las magistrales interpretaciones de James Stewart y Kim Novak, hay una cantidad importante de innovaciones narrativas, cinematográficamente hablando, como el efecto zoom utilizado para mostrar el mal del personaje de Stewart cuando se enfrenta a las alturas. Basta leer lo descrito para que los españoles de una cierta edad recordemos inmediatamente a Valerio Lazarov y su ballet Zoom. ¿O no?
Respecto a la intriga, el prota recibe de encargo por parte de un antiguo amigo que vigile a su esposa, de la que sospecha infidelidad. Durante el seguimiento, el antiguo policía, retirado por su vértigo insuperable, se enamora del objeto de su persecución. La sigue hasta el momento en que ésta se suicida tirándose al río bajo el puente Golden Gate para que, poco después, el policía se encuentre una réplica exacta, sólo que en moreno, en forma de dependienta de tienda.
A estas alturas, el personaje de Stewart ya no es que sufra sólo vértigo, sino que empieza a padecer una obsesión brutal por las tres mujeres con exacta presencia física que habitan en su perturbada mente (además de la suicida y la tendera también hay un cuadro de una antepasada clavadita a estas dos).
En este sentido, todo lo que rodea al antiguo policía son precedentes directos de los momentos más lisérgicos que se empezarían a retratar, en el cine, en la década siguiente con tanto intelectual (William S. Burroughs, Allen Ginsberg) traspasando Las puertas de la percepción, escritas y descritas por Aldoux Huxley.
Una vez más, la banda sonora de Bernard Hermann se convierte en otro de los personajes de la película, llevándonos por situaciones y momentos que deben más su intensidad a esta partitura que a los elementos visuales. Va siendo hora de comentar que estas bandas sonoras, si te las pones en casa para escucharlas, no pueden ser más chirriantes. Pero tampoco te puedes imaginar ninguna de estas cintas sin esa banda sonora en concreto.
Hoy en día, en San Francisco, la ciudad escenario de esta obra, existe un hotel que lleva el nombre de la película y se puede realizar un recorrido turístico de la ciudad visitando las localizaciones utilizadas. Por lo que es imprescindible ver esta cinta antes de ir y así gozar más de lo que la ciudad pone a nuestro alcance para nuestro placer. Que es mucho.
Para continuar, llama la atención que los autores de la novela (Pierre Boileau y Thomas Narcejac) en la que se basa esta obra eran también los creadores del libro del que salió Las diabólicas (Henri Georges-Cluzot, 1955), otra delicia que se sumará a este blog. Sin embargo, D'entre les morts (título original de la obra escrita) jugaba a sorprender, mientras que el maestro del suspense jugaba a lo de siempre, a inquietar.
Aparte de las magistrales interpretaciones de James Stewart y Kim Novak, hay una cantidad importante de innovaciones narrativas, cinematográficamente hablando, como el efecto zoom utilizado para mostrar el mal del personaje de Stewart cuando se enfrenta a las alturas. Basta leer lo descrito para que los españoles de una cierta edad recordemos inmediatamente a Valerio Lazarov y su ballet Zoom. ¿O no?
Respecto a la intriga, el prota recibe de encargo por parte de un antiguo amigo que vigile a su esposa, de la que sospecha infidelidad. Durante el seguimiento, el antiguo policía, retirado por su vértigo insuperable, se enamora del objeto de su persecución. La sigue hasta el momento en que ésta se suicida tirándose al río bajo el puente Golden Gate para que, poco después, el policía se encuentre una réplica exacta, sólo que en moreno, en forma de dependienta de tienda.
A estas alturas, el personaje de Stewart ya no es que sufra sólo vértigo, sino que empieza a padecer una obsesión brutal por las tres mujeres con exacta presencia física que habitan en su perturbada mente (además de la suicida y la tendera también hay un cuadro de una antepasada clavadita a estas dos).
En este sentido, todo lo que rodea al antiguo policía son precedentes directos de los momentos más lisérgicos que se empezarían a retratar, en el cine, en la década siguiente con tanto intelectual (William S. Burroughs, Allen Ginsberg) traspasando Las puertas de la percepción, escritas y descritas por Aldoux Huxley.
Una vez más, la banda sonora de Bernard Hermann se convierte en otro de los personajes de la película, llevándonos por situaciones y momentos que deben más su intensidad a esta partitura que a los elementos visuales. Va siendo hora de comentar que estas bandas sonoras, si te las pones en casa para escucharlas, no pueden ser más chirriantes. Pero tampoco te puedes imaginar ninguna de estas cintas sin esa banda sonora en concreto.
Hoy en día, en San Francisco, la ciudad escenario de esta obra, existe un hotel que lleva el nombre de la película y se puede realizar un recorrido turístico de la ciudad visitando las localizaciones utilizadas. Por lo que es imprescindible ver esta cinta antes de ir y así gozar más de lo que la ciudad pone a nuestro alcance para nuestro placer. Que es mucho.
domingo, 12 de diciembre de 2010
113 - LOUISIANA STORY. Robert J. Flaherty. USA, 1948.
Siendo una película de encargo que la Standard Oil hizo al documentalista Robert J. Flaherty pocos podían imaginar que dicha labor se convertiría en la obra de arte que hoy conocemos. También era difícil adivinar que éste sería el último título dirigido por el creador de otros grandes documentales como Nanouk el esquimal (1922).
Tomando como eje central las prospecciones petrolíferas llevadas a cabo en los pantanos de Louisiana, y conducidos en todo momento por un niño de doce años, nos adentramos en un universo que nos resulta fascinante.
Sobre todo por verlo a través los ojos de ese muchacho para el que el entorno es, sobre todo, un terreno donde todo tipo de aventuras son posibles. Los animales son tanto cómplices como enemigos y la barca con la que se mueve es más atractiva y divertida que cualquier tipo de coche.
Comentan en EL que muchos criticaron que la película fuera tan suave y lo achacaron al hecho de estar financiada por la compañía de crudo antes citada. No estoy de acuerdo. Esta cinta transmite la misma ternura que los documentales de Flaherty suelen contener. Es más, no creo que fuera necesario, ni interesante, irse por las vías de lo melodramático para retratar una comunidad cuya vida cotidiana se desarrolla tan lejos de los núcleos cívicos.
La mayor fuerza expresiva en este trabajo es la magnífica banda sonora de Virgil Thomson, la primera en recibir un premio Pulitzer, y que se convierte en el auténtico hilo conductor de la cinta mientras acompaña al niño en todas sus proezas.
Respecto a los personajes que aparecen, todos son, como solía suceder con Flaherty, gente de la zona, nada de actores. Pero el diálogo es muy escaso y es la música la que rellena los huecos de información de lo que se nos va mostrando.
Por último, sólo apuntar que, después de ver esta película, visitar esos pantanos con la música de Thomson sonándote en los oídos es una experiencia preciosa que merece la pena vivir.
Tomando como eje central las prospecciones petrolíferas llevadas a cabo en los pantanos de Louisiana, y conducidos en todo momento por un niño de doce años, nos adentramos en un universo que nos resulta fascinante.
Sobre todo por verlo a través los ojos de ese muchacho para el que el entorno es, sobre todo, un terreno donde todo tipo de aventuras son posibles. Los animales son tanto cómplices como enemigos y la barca con la que se mueve es más atractiva y divertida que cualquier tipo de coche.
Comentan en EL que muchos criticaron que la película fuera tan suave y lo achacaron al hecho de estar financiada por la compañía de crudo antes citada. No estoy de acuerdo. Esta cinta transmite la misma ternura que los documentales de Flaherty suelen contener. Es más, no creo que fuera necesario, ni interesante, irse por las vías de lo melodramático para retratar una comunidad cuya vida cotidiana se desarrolla tan lejos de los núcleos cívicos.
La mayor fuerza expresiva en este trabajo es la magnífica banda sonora de Virgil Thomson, la primera en recibir un premio Pulitzer, y que se convierte en el auténtico hilo conductor de la cinta mientras acompaña al niño en todas sus proezas.
Respecto a los personajes que aparecen, todos son, como solía suceder con Flaherty, gente de la zona, nada de actores. Pero el diálogo es muy escaso y es la música la que rellena los huecos de información de lo que se nos va mostrando.
Por último, sólo apuntar que, después de ver esta película, visitar esos pantanos con la música de Thomson sonándote en los oídos es una experiencia preciosa que merece la pena vivir.
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sábado, 11 de diciembre de 2010
112 - EL FESTIN DE BABETTE (Babettes gaestebud). Gabriel Axel. Dinamarca, 1987.
Son numerosos los ejemplos de pequeños relatos literarios que han dado lugar a películas muy hermosas. Entre ellos era inevitable que EL escogiera este título como una de los obras que ver antes de morir, haciendo especial hincapié precisamente en dicha adaptación de la página a la pantalla.
Y no es para menos, esta obra de Gabriel Axel es una delicia tanto en el sentido ocular como en el gustativo, porque el banquete al que hace referencia el título hace agua la boca del más pintado.
Basada en un relato de Karen Blixen (o Isak Dinesen) la genial mujer a la que también debemos el material en que se basó Memorias de Africa (Sydney Pollack, 1985), la historia habla de amor, de fe y, desde mi punto de vista, de las cosas que de verdad nos pueden hacer felices en esta existencia.
Eso sí, y de cómo todos nuestros principios, prejuicios y valores ven tambalearse su fuerza ante unas motivaciones tan básicas como las que proporciona una comilona que da placer al cuerpo (y como puerta hacia placeres subsiguientes).
Para el papel de la cocinera, era importante contar con una actriz capaz de darle la dimensión humana necesaria. Stephane Audran, esa bella pelirroja que ilumina todo lo que toca (¿quién no recuerda su papel de Cara en la mejor serie de la historia de la tele, Retorno a Brideshead?). Su saber interpretativo se convierte en el perfecto preámbulo para la bacanal gastronómica hacia la que nos lleva la historia.
La comunidad religiosa, trasladada de la Noruega del libro a la Dinamarca de la película, logra suavizar las formas de otros directores que, inevitablemente se nos vienen a la memoria, como Bergman o Dreyer. La tensión social no es nunca tan severa como la que se encuentra en cintas de esos directores.
Sin embargo, sí se ve el cambio ejercido en los habitantes gracias a la decisión de Babette de cocinar, por última vez, el mejor de los menús. Y este es el tema principal de esta película: ese debate que siempre ha existido entre nuestra alma y nuestro cuerpo, cuál es el más importante en la vida de una persona. Sirva esta joya cinematográfica como demostración de que es imposible lograr ningún tipo de equilibrio interior si no se es capaz de alimentar de forma equitativa tanto al uno como al otro.
Sobra decir que, como ateo que soy, mi lectura personal no incluye ningún tipo de religiosidad en el plano de lo espiritual. Pero sí hablo de cuánto me gusta leerme un buen libro con un buen bocadillo de jamón a mi alcance. O similar.
Y no es para menos, esta obra de Gabriel Axel es una delicia tanto en el sentido ocular como en el gustativo, porque el banquete al que hace referencia el título hace agua la boca del más pintado.
Basada en un relato de Karen Blixen (o Isak Dinesen) la genial mujer a la que también debemos el material en que se basó Memorias de Africa (Sydney Pollack, 1985), la historia habla de amor, de fe y, desde mi punto de vista, de las cosas que de verdad nos pueden hacer felices en esta existencia.
Eso sí, y de cómo todos nuestros principios, prejuicios y valores ven tambalearse su fuerza ante unas motivaciones tan básicas como las que proporciona una comilona que da placer al cuerpo (y como puerta hacia placeres subsiguientes).
Para el papel de la cocinera, era importante contar con una actriz capaz de darle la dimensión humana necesaria. Stephane Audran, esa bella pelirroja que ilumina todo lo que toca (¿quién no recuerda su papel de Cara en la mejor serie de la historia de la tele, Retorno a Brideshead?). Su saber interpretativo se convierte en el perfecto preámbulo para la bacanal gastronómica hacia la que nos lleva la historia.
La comunidad religiosa, trasladada de la Noruega del libro a la Dinamarca de la película, logra suavizar las formas de otros directores que, inevitablemente se nos vienen a la memoria, como Bergman o Dreyer. La tensión social no es nunca tan severa como la que se encuentra en cintas de esos directores.
Sin embargo, sí se ve el cambio ejercido en los habitantes gracias a la decisión de Babette de cocinar, por última vez, el mejor de los menús. Y este es el tema principal de esta película: ese debate que siempre ha existido entre nuestra alma y nuestro cuerpo, cuál es el más importante en la vida de una persona. Sirva esta joya cinematográfica como demostración de que es imposible lograr ningún tipo de equilibrio interior si no se es capaz de alimentar de forma equitativa tanto al uno como al otro.
Sobra decir que, como ateo que soy, mi lectura personal no incluye ningún tipo de religiosidad en el plano de lo espiritual. Pero sí hablo de cuánto me gusta leerme un buen libro con un buen bocadillo de jamón a mi alcance. O similar.
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miércoles, 8 de diciembre de 2010
111 - EL MENSAJERO DEL MIEDO (The Manchurian Candidate). John Frankenheimer. USA, 1962.
En el año en que se rodó esta película, a principios de la década de los 60, todo tipo de experiencia extracorporal estaba plenamente en boga, ya fuera por la vía lisérgica o por la mera mentalización de que uno salía de su cuerpo para verse desde arriba. El hipnotismo, por otro lado, había estado de moda desde finales del XIX y todavía se jugaba mucho con la idea de los logros que se podían obtener mediante esta práctica.
Pues bien, si hay un adjetivo con el que calificar a esta obra es con el de hipnótica. Desde la fabulosa interpretación de Laurence Harvey como el militar sometido, hasta todos los elementos de los que se valen los malvados para dominar su voluntad, el espectador siente que en cualquier momento va a ser él el que se entregue a los mandatos de los malvados.
La historia va de eso, de un grupo de militares que vuelven con honores de la guerra para, poco a poco, ir descubriendo a través de sus sueños que algo en su pasado no se les termina de revelar. De hecho, pronto descubrimos que el más galardonado, el citado Harvey, se convierte en asesino oscuro cuando le ponen en las manos una baraja.
Sus compañeros de reparto también están que se salen, incluyendo a Frank Sinatra, que está mejor incluso que en De aquí a la eternidad. Janet Leigh y Angela Lansbury, por su parte, clavan los retratos femeninos de los que se vale la trama.
Dicen en EL que es la película estadounidense más cercana a la nouvelle vague. Para nada, de hecho ni se rozan. Lo que sí que hay que tener en cuenta es que al frente de este tinglado está nada menos que John Frankenheimer, quien, tras dar sus primeros pasos en el medio televisivo, se había lanzado a contar, cinematográficamente hablando, las historias sencillas de otra manera.
A él le debemos por completo esta sensación, claustrofóbica por momentos, de tener nuestra voluntad sometida a no se sabe qué fuerza del mal. Y el mal rollo que da una baraja de naipes tras gozar de esta joya.
Lo que sí es interesante de lo que cuentan en EL es que fue el propio Sinatra el que logró comprar los derechos de la película para que tuviera una más amplia distribución, hecho que le debemos agradecer todos los cinéfagos que en el mundo somos.
En 2007, Jonathan Demme (el que no ha vuelto a dar pie con bola desde El silencio de los corderos) hizo un remake bastante despreciable, sobre todo por estar construido para loor y gloria de su protagonista, un siempre demasiado alabado Denzel Washington. Lo único que merece la pena de esta nueva entrega es la presencia de Meryl Streep. Y eso que, comparada con la ambivalencia de la Lansbury en el original, resulta excesivamente obvia.
Pues bien, si hay un adjetivo con el que calificar a esta obra es con el de hipnótica. Desde la fabulosa interpretación de Laurence Harvey como el militar sometido, hasta todos los elementos de los que se valen los malvados para dominar su voluntad, el espectador siente que en cualquier momento va a ser él el que se entregue a los mandatos de los malvados.
La historia va de eso, de un grupo de militares que vuelven con honores de la guerra para, poco a poco, ir descubriendo a través de sus sueños que algo en su pasado no se les termina de revelar. De hecho, pronto descubrimos que el más galardonado, el citado Harvey, se convierte en asesino oscuro cuando le ponen en las manos una baraja.
Sus compañeros de reparto también están que se salen, incluyendo a Frank Sinatra, que está mejor incluso que en De aquí a la eternidad. Janet Leigh y Angela Lansbury, por su parte, clavan los retratos femeninos de los que se vale la trama.
Dicen en EL que es la película estadounidense más cercana a la nouvelle vague. Para nada, de hecho ni se rozan. Lo que sí que hay que tener en cuenta es que al frente de este tinglado está nada menos que John Frankenheimer, quien, tras dar sus primeros pasos en el medio televisivo, se había lanzado a contar, cinematográficamente hablando, las historias sencillas de otra manera.
A él le debemos por completo esta sensación, claustrofóbica por momentos, de tener nuestra voluntad sometida a no se sabe qué fuerza del mal. Y el mal rollo que da una baraja de naipes tras gozar de esta joya.
Lo que sí es interesante de lo que cuentan en EL es que fue el propio Sinatra el que logró comprar los derechos de la película para que tuviera una más amplia distribución, hecho que le debemos agradecer todos los cinéfagos que en el mundo somos.
En 2007, Jonathan Demme (el que no ha vuelto a dar pie con bola desde El silencio de los corderos) hizo un remake bastante despreciable, sobre todo por estar construido para loor y gloria de su protagonista, un siempre demasiado alabado Denzel Washington. Lo único que merece la pena de esta nueva entrega es la presencia de Meryl Streep. Y eso que, comparada con la ambivalencia de la Lansbury en el original, resulta excesivamente obvia.
martes, 7 de diciembre de 2010
110 - LA CONVERSACION (The Conversation). Francis Ford Coppola. USA, 1974.
En ocasiones, las películas se ven sumamente beneficiadas por el momento en el que llegan al público. Cuando se estrenó esta cinta, el caso Watergate estaba en pleno auge y esta trama de un vigilante que se queda enganchado a una información no propia estaba muy cercana a la "casualidad" que había llevado a la caída de Richard Nixon del poder.
Si el director de esta obra fuera otro que Coppola, sería muy fácil acusarla de oportunista. Lo cierto es que, siendo también guionista, el genial creador de los Padrinos no se limita a contar una trama de espionaje casero, sino que muestra también ese lado cotilla que todos tenemos cuando nos encontramos con los trapos sucios de gente ajena a nuestra realidad.
Evidentemente, esta meta no se hubiera logrado si el actor protagonista, también en este caso, fuera otro distinto a Gene Hackman. La creación de ese hombre gris que, de repente, cree poder traspasar la grisura de su existencia al convertirse en controlador de la estrategia que descubre requería de una cantidad interpretativa de matices que, difícilmente, otro actor hubiera logrado.
En el Festival de Cannes dio el campanazo y se fue a casa con la Palma de Oro, así como logró estar nominada a tres Oscars(c), incluyendo el de Mejor Película. Pero no son los premios los que logran que una película envejezca en condiciones.
De hecho, Todos los hombres del presidente (tan sólo dos años más joven que la que ahora nos ocupa), tiene ya otro ritmo, otra perspectiva de contar un argumento similar. Y, sobre todo, cuenta con sentido del humor, que a La conversación le falta y, por ello, tienes que ser muy amante del cine político para imbuirte de lo que sucede en la pantalla.
No me atrevo a afirmar que el aburrimiento está garantizado, ni mucho menos, pero tampoco es difícil que, hoy en día, este título resulte plomizo. Aunque, y esto es lo más común, muchos la sigan defendiendo para demostrar que su conocimiento del Séptimo Arte está por encima de la media. Con lo fáicl que es confesar que algo te ha resultado un coñazo...
Si el director de esta obra fuera otro que Coppola, sería muy fácil acusarla de oportunista. Lo cierto es que, siendo también guionista, el genial creador de los Padrinos no se limita a contar una trama de espionaje casero, sino que muestra también ese lado cotilla que todos tenemos cuando nos encontramos con los trapos sucios de gente ajena a nuestra realidad.
Evidentemente, esta meta no se hubiera logrado si el actor protagonista, también en este caso, fuera otro distinto a Gene Hackman. La creación de ese hombre gris que, de repente, cree poder traspasar la grisura de su existencia al convertirse en controlador de la estrategia que descubre requería de una cantidad interpretativa de matices que, difícilmente, otro actor hubiera logrado.
En el Festival de Cannes dio el campanazo y se fue a casa con la Palma de Oro, así como logró estar nominada a tres Oscars(c), incluyendo el de Mejor Película. Pero no son los premios los que logran que una película envejezca en condiciones.
De hecho, Todos los hombres del presidente (tan sólo dos años más joven que la que ahora nos ocupa), tiene ya otro ritmo, otra perspectiva de contar un argumento similar. Y, sobre todo, cuenta con sentido del humor, que a La conversación le falta y, por ello, tienes que ser muy amante del cine político para imbuirte de lo que sucede en la pantalla.
No me atrevo a afirmar que el aburrimiento está garantizado, ni mucho menos, pero tampoco es difícil que, hoy en día, este título resulte plomizo. Aunque, y esto es lo más común, muchos la sigan defendiendo para demostrar que su conocimiento del Séptimo Arte está por encima de la media. Con lo fáicl que es confesar que algo te ha resultado un coñazo...
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lunes, 6 de diciembre de 2010
109 - UNA HABITACION CON VISTAS (A room with a view). James Ivory. Reino Unido, 1985.
Si tuviéramos que asistir al funeral de esta película (¡Buda no lo quiera!), preciosa, elegante y bonita serían las palabras más repetidas. Y no es para menos, la verdad, porque esta gozada es linda en todos sus extremos.
Para empezar, cuenta con un equipo técnico alucinante. James Ivory (el director más británico de todos los tiempos, pese a haber nacido en los USA); su productor, y pareja en la vida real, Ismail Merchant; la guionista Ruth Prawer Jhabvala, adaptando con maestría la novela de E.M. Forster; la cámara dirigida por Tony Pierce-Roberts; y la diseñadora de vestuario, Jenny Beavan.
Junto a ellos, un reparto de escándalo. Helena Bonham-Carter, en el único papel que no da la impresión de tener halitosis; Julian Sands, más bello y animal que nunca; Daniel Day-Lewis, simplemente bestial; Denholm Elliott, de abuelete que todos nos querríamos llevar a casa; Maggie Smith, con un personaje que provoca tanta lástima como antipatía; y un joven Rupert Graves, tan sensual como siempre.
Juntos hicieron historia porque esta película quedará para siempre en todos los libros que se dediquen a investigar la historia del cine. La contraposición de la gris vida en Londres frente a la pasión por la existencia que despierta la soleada Florencia supone uno de los mejores estudios sobre hasta qué punto el entorno marca por completo el comportamiento del individuo.
Y la estética reinante en cada segundo de su metraje encierra un lenguaje oculto que sólo reconocemos los gays. A través del personaje de Rupert Graves, que da vida al hermano del representando por la Carter, entrevemos una trama de trastienda en la que: se baña desnudo junto al amor de su hermana; se mofa del pretendiente primero de la misma, el personaje de Day-Lewis; lleva a un invitado de su mismo sexo a estar con él en la casa familiar.
Entiendo que esto no es muy aparente en principio, y soy de los que me molestan las incesantes lecturas de todo acto, gesto u obra que pretenden encontrar elementos homosexuales en todo lo que se les cruza.
Pero, por otro lado, es inevitable que los que nos hemos críado viendo imágenes gays siempre en la retaguardia, siempre con dobles sentidos, siempre entendiendo que un personaje cuyo pañuelo huele a perfume es un mariquita como nosotros, sabemos de estas cosas.
Un ejemplo: en la secuencia del baño comunal en la charca del bosque, si eres capaz de verla sin excitarte, eres macho heterosexual. Si se te mueve la culebrilla, mirátelo. En una sauna.
Para empezar, cuenta con un equipo técnico alucinante. James Ivory (el director más británico de todos los tiempos, pese a haber nacido en los USA); su productor, y pareja en la vida real, Ismail Merchant; la guionista Ruth Prawer Jhabvala, adaptando con maestría la novela de E.M. Forster; la cámara dirigida por Tony Pierce-Roberts; y la diseñadora de vestuario, Jenny Beavan.
Junto a ellos, un reparto de escándalo. Helena Bonham-Carter, en el único papel que no da la impresión de tener halitosis; Julian Sands, más bello y animal que nunca; Daniel Day-Lewis, simplemente bestial; Denholm Elliott, de abuelete que todos nos querríamos llevar a casa; Maggie Smith, con un personaje que provoca tanta lástima como antipatía; y un joven Rupert Graves, tan sensual como siempre.
Juntos hicieron historia porque esta película quedará para siempre en todos los libros que se dediquen a investigar la historia del cine. La contraposición de la gris vida en Londres frente a la pasión por la existencia que despierta la soleada Florencia supone uno de los mejores estudios sobre hasta qué punto el entorno marca por completo el comportamiento del individuo.
Y la estética reinante en cada segundo de su metraje encierra un lenguaje oculto que sólo reconocemos los gays. A través del personaje de Rupert Graves, que da vida al hermano del representando por la Carter, entrevemos una trama de trastienda en la que: se baña desnudo junto al amor de su hermana; se mofa del pretendiente primero de la misma, el personaje de Day-Lewis; lleva a un invitado de su mismo sexo a estar con él en la casa familiar.
Entiendo que esto no es muy aparente en principio, y soy de los que me molestan las incesantes lecturas de todo acto, gesto u obra que pretenden encontrar elementos homosexuales en todo lo que se les cruza.
Pero, por otro lado, es inevitable que los que nos hemos críado viendo imágenes gays siempre en la retaguardia, siempre con dobles sentidos, siempre entendiendo que un personaje cuyo pañuelo huele a perfume es un mariquita como nosotros, sabemos de estas cosas.
Un ejemplo: en la secuencia del baño comunal en la charca del bosque, si eres capaz de verla sin excitarte, eres macho heterosexual. Si se te mueve la culebrilla, mirátelo. En una sauna.
sábado, 4 de diciembre de 2010
108 - I KNOW WHERE I'M GOING. Michael Powell/Emeric Pressburger. Reino Unido, 1945.
Mientras que son numerosas las parejas de director/actor (o actriz) que han funcionado en la historia del cine. O incluso de actor/actor (y lo mismo en su versión femenina, alterna donde quieras), en muy pocas ocasiones nos encontramos con dos directores que hayan funcionado tan bien y durante tantas entregas como la formada por Michael Powell y Emeric Pressburger. De hecho, en EL encontramos varias obras más creadas por este par de cineastas.
En la que nos ocupa, partimos de un inicio al más puro estilo Capra, en el que se nos presenta a Joan Webster, una joven muy determinada que, en el momento en que la acción comienza ha decidido casarse con un hombre mucho mayor que ella, pero sumamente rico.
Para llegar a él, necesita hacer escala en la Escocia profunda donde, por motivos de temporales, se verá obligada a permanecer más tiempo del deseado. En este lugar, conocerá a un hombre al que aprenderá a amar (con ayuda de los vecinos del lugar), pese a que no tiene dónde caerse muerto.
Todo está contado en todo de comedia y resulta de lo más encantador. Aunque en este caso no me atrevo a descafalificar por completo la obra (se me ocurren muchas otras comedias que merecerían aparecer en EL), lo cierto es que esta película no hubiese pasado por mis manos de no haber sido por su inclusión en el libro. De hecho, ni siquiera fue estrenada en nuestro país, aunque no contiene ningún elemento censurable para lo que se exigía en la época.
La fotografía en blanco y negro está perfectamente iluminada consiguiendo realzar algunos paisajes de natural hermosura que se crecen en pantalla. La protagonista, Wendy Hiller, logra un retrato perfecto de su ambiciosa Joan. Y los actores/actrices de reparto están todos perfectos. Es de esos ejemplos que te dan ganas de recomendar a todos los directores que se empeñan en dar papelitos en sus películas a padres, tíos, primos, novias, etc.
Para aclarar, el título original termina con un signo de admiración dando mayor relevancia a la seguridad con la que habla la joven principal. Pero en el blog no me dejan incluir dicho signo en el título, lo siento.
Resulta agradable de ver en cualquier momento, pero, por la climatología que reina en toda la cinta, es especialmente gozosa de ver cuando fuera de tu ventana llueve y truena.
En la que nos ocupa, partimos de un inicio al más puro estilo Capra, en el que se nos presenta a Joan Webster, una joven muy determinada que, en el momento en que la acción comienza ha decidido casarse con un hombre mucho mayor que ella, pero sumamente rico.
Para llegar a él, necesita hacer escala en la Escocia profunda donde, por motivos de temporales, se verá obligada a permanecer más tiempo del deseado. En este lugar, conocerá a un hombre al que aprenderá a amar (con ayuda de los vecinos del lugar), pese a que no tiene dónde caerse muerto.
Todo está contado en todo de comedia y resulta de lo más encantador. Aunque en este caso no me atrevo a descafalificar por completo la obra (se me ocurren muchas otras comedias que merecerían aparecer en EL), lo cierto es que esta película no hubiese pasado por mis manos de no haber sido por su inclusión en el libro. De hecho, ni siquiera fue estrenada en nuestro país, aunque no contiene ningún elemento censurable para lo que se exigía en la época.
La fotografía en blanco y negro está perfectamente iluminada consiguiendo realzar algunos paisajes de natural hermosura que se crecen en pantalla. La protagonista, Wendy Hiller, logra un retrato perfecto de su ambiciosa Joan. Y los actores/actrices de reparto están todos perfectos. Es de esos ejemplos que te dan ganas de recomendar a todos los directores que se empeñan en dar papelitos en sus películas a padres, tíos, primos, novias, etc.
Para aclarar, el título original termina con un signo de admiración dando mayor relevancia a la seguridad con la que habla la joven principal. Pero en el blog no me dejan incluir dicho signo en el título, lo siento.
Resulta agradable de ver en cualquier momento, pero, por la climatología que reina en toda la cinta, es especialmente gozosa de ver cuando fuera de tu ventana llueve y truena.
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viernes, 3 de diciembre de 2010
107 - LA JUNGLA DE ASFALTO (The Asphalt Jungle). John Huston. USA, 1950.
Que al irlandés genial le gustaba el lumpen es un dato conocido. Pero que tuviera las narices de retratarlo de forma tan realista es lo que todavía sigue causando admiración. Porque, pese a tener una base literaria en forma de novela, lo que transpira toda esta película es el afán de querer que ganen los normalmente reconocidos como malos.
Y eso se nota desde que comienza la cinta con la presentación del personaje de Dix (Sterling Hayden), el típico gorila del que se sirven los cerebros para que suplan con creces la fuerza física de la que ellos carecen. Desde el momento en que vemos aparecer su cara, indicadora de poca inteligencia, se le ve rodeado del amor que le profesa Doll (una estupenda Jean Hagen a la que cuesta reconocer como la rubia tonta de Cantando bajo la lluvia).
A partir de ese momento, se nos muestra la estructura de poder que rige el submundo en el que se mueven los personajes criminales. Conocemos al típico ricachón de familia que, siendo de su clase, parece no haberse manchado nunca con nada (un soberbio Louis Calhern), ni siquiera con su amante. Este papel lo interpretó, nada menos, que Marilyn Monroe y fue su escopetazo de salida hacia la fama eterna de la que disfruta. Y eso que sale menos de cinco minutos.
Pero el personaje más interesante es el alemán interpretado por Sam Jaffe (fue el único que estuvo nominado para diferentes premios, logrando llevarse alguno a casa). Con la frialdad propia de los nazis más templados que se han mostrado en la gran pantalla, este hombre es el auténtico cerebro de la operación que se nos relata (frente a la acostumbrada imagen de que los yankis siempre son los más en todo). De hecho, que al final le cojan por dejarse seducir con la visión de una adolescente bailando resulta poco creíble.
De la misma manera que es una lástima que, rozando ya su meta, Hayden caiga en puertas del rancho donde hubiese encontrado la paz.
Y es que, pese a todo, la policía tenía que ganar, en la época era obligatorio, pese a la poca ilusión que se le nota al director de que esto fuera así. Sin embargo, no podemos dejar que esta imposición nos evite gozar con este viaje interior al fondo de lo bajuno. Probadlo.
Y eso se nota desde que comienza la cinta con la presentación del personaje de Dix (Sterling Hayden), el típico gorila del que se sirven los cerebros para que suplan con creces la fuerza física de la que ellos carecen. Desde el momento en que vemos aparecer su cara, indicadora de poca inteligencia, se le ve rodeado del amor que le profesa Doll (una estupenda Jean Hagen a la que cuesta reconocer como la rubia tonta de Cantando bajo la lluvia).
A partir de ese momento, se nos muestra la estructura de poder que rige el submundo en el que se mueven los personajes criminales. Conocemos al típico ricachón de familia que, siendo de su clase, parece no haberse manchado nunca con nada (un soberbio Louis Calhern), ni siquiera con su amante. Este papel lo interpretó, nada menos, que Marilyn Monroe y fue su escopetazo de salida hacia la fama eterna de la que disfruta. Y eso que sale menos de cinco minutos.
Pero el personaje más interesante es el alemán interpretado por Sam Jaffe (fue el único que estuvo nominado para diferentes premios, logrando llevarse alguno a casa). Con la frialdad propia de los nazis más templados que se han mostrado en la gran pantalla, este hombre es el auténtico cerebro de la operación que se nos relata (frente a la acostumbrada imagen de que los yankis siempre son los más en todo). De hecho, que al final le cojan por dejarse seducir con la visión de una adolescente bailando resulta poco creíble.
De la misma manera que es una lástima que, rozando ya su meta, Hayden caiga en puertas del rancho donde hubiese encontrado la paz.
Y es que, pese a todo, la policía tenía que ganar, en la época era obligatorio, pese a la poca ilusión que se le nota al director de que esto fuera así. Sin embargo, no podemos dejar que esta imposición nos evite gozar con este viaje interior al fondo de lo bajuno. Probadlo.
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miércoles, 1 de diciembre de 2010
106 - SALO O LOS CIENTO VEINTE DIAS DE SODOMA (Saló o le centoventi giornate di Sodoma). Pier Paolo Pasolini. Italia/Francia, 1975.
Una de las películas más duras de todos los tiempos, esta obra es el testamento fílmico de Pier Paolo Pasolini, un artista polifacético italiano que supo levantar tantos odios como pasiones. De hecho, en su particular filosofía de la vida mezclaba el ser comunista recalcitrante con sus firmes creencias católicas.
Tras la belleza imperante en su celebrada Trilogía de la vida (compuesta por El Decamerón, 1971; Los cuentos de Canterbury, 1972; y Las mil y una noches, 1974), el rodaje de este Saló (nombre sacado de la Repúbica creada por Mussolini durante su dictadura) parece hoy en día un ejercicio catártico con el que limpiar todo su odio contenido contra el mandato del camisa negra.
Basada, muy libremente, en Los 120 días de Sodoma, escrita por el Marqués de Sade, nos encontramos con cuatro personajes fascistas que representan a todos los sectores de poder en los que se basó la citada dictadura derechista (incluyendo el religioso) y que deciden, casi por diversión, raptar a un grupo de jóvenes del pueblo cercano, de ambos sexos, jóvenes y hermosos.
Apoyados por un grupo de soldados sanguinarios, más que dispuestos a satisfacer todas las necesidades de sus mandatarios, los cuatro pervertidos se dedican a humillar hasta límites inhumanos, a los adolescentes hasta un paroxismo final en el que mutilan y matan a todos los miembros de ese, para ellos, rebaño.
La música de fondo es el Carmina Burana, música que Pasolini consideraba fascista, y se escuchan versos de Ezra Pound, el poeta estadounidense que defendía la política de Mussolini.
Las acciones escatológicas logran revolver el estómago del más pintado, las situaciones a las que se ven sometidos los muchachos son espeluznantes y, lo más importante, el director no se sirve de ningún recurso efectista para lograr este resultado. Simplemente, basta tener un par de ojos para que se te revire el alma.
Antes del estreno de esta cinta, Pasolini fue asesinado por ejecutores poco claros (hay quien dice que le mató un chapero, otros afirman que fueron los fascistas quienes lo hicieron). A esto se añade el que este título ha estado prohibido en numerosos países, incluyendo Reino Unido y los Estados Unidos, hasta hace poco tiempo.
Pero quizá el principal temor de esa censura insensata sea el que a través de estas imágenes la gente descubra que sus vías de placer sean otras diversas a las consideradas socialmente aceptable.
Tras la belleza imperante en su celebrada Trilogía de la vida (compuesta por El Decamerón, 1971; Los cuentos de Canterbury, 1972; y Las mil y una noches, 1974), el rodaje de este Saló (nombre sacado de la Repúbica creada por Mussolini durante su dictadura) parece hoy en día un ejercicio catártico con el que limpiar todo su odio contenido contra el mandato del camisa negra.
Basada, muy libremente, en Los 120 días de Sodoma, escrita por el Marqués de Sade, nos encontramos con cuatro personajes fascistas que representan a todos los sectores de poder en los que se basó la citada dictadura derechista (incluyendo el religioso) y que deciden, casi por diversión, raptar a un grupo de jóvenes del pueblo cercano, de ambos sexos, jóvenes y hermosos.
Apoyados por un grupo de soldados sanguinarios, más que dispuestos a satisfacer todas las necesidades de sus mandatarios, los cuatro pervertidos se dedican a humillar hasta límites inhumanos, a los adolescentes hasta un paroxismo final en el que mutilan y matan a todos los miembros de ese, para ellos, rebaño.
La música de fondo es el Carmina Burana, música que Pasolini consideraba fascista, y se escuchan versos de Ezra Pound, el poeta estadounidense que defendía la política de Mussolini.
Las acciones escatológicas logran revolver el estómago del más pintado, las situaciones a las que se ven sometidos los muchachos son espeluznantes y, lo más importante, el director no se sirve de ningún recurso efectista para lograr este resultado. Simplemente, basta tener un par de ojos para que se te revire el alma.
Antes del estreno de esta cinta, Pasolini fue asesinado por ejecutores poco claros (hay quien dice que le mató un chapero, otros afirman que fueron los fascistas quienes lo hicieron). A esto se añade el que este título ha estado prohibido en numerosos países, incluyendo Reino Unido y los Estados Unidos, hasta hace poco tiempo.
Pero quizá el principal temor de esa censura insensata sea el que a través de estas imágenes la gente descubra que sus vías de placer sean otras diversas a las consideradas socialmente aceptable.
105 - PSICOSIS (Psycho). Alfred Hitchcock. USA, 1960.
Uno de los títulos más famosos y más versioneados de la historia del cine, Psicosis tuvo el gran acierto de convertir sus múltiples novedades en cánones clásicos.
Para empezar, fue la primera ocasión, y por mandato directo de Hitchcock, que no se permitía el acceso a las salas después de proyectados los títulos de crédito. Esta medida, que muchos auguraban como funesta, dio su justo valor cuando las filas para comprar entradas daban la vuelta a manzanas enteras.
También por primera vez la protagonista femenina, de hecho, la estrella del film, Janet Leigh, moría antes de haber llegado a la mitad del metraje. Esta idea, también mil veces copiada, ha dado pie a tratamientos similares en Vestida para matar (Brian de Palma, 1980) y, de forma mucho más concisa, en Scream (Wes Craven, 1996).
También fundamental fue la interpretación de Anthony Perkins, quien logró uno de esos personajes que se arrastran para el resto de sus carreras. Su delicadeza sensible fue uno de los distintivos que también han inspirado numerosos malotes de película que salían fuera de los habituales cuasi animales que eran mostrados como asesinos.
Lo que también es digno de estudio minucioso es ese montaje milimétrico que la hace salir del género del terror para convertirla en obra maestra por derecho propio. La tensión que se acumula a lo largo de la acción consigue llegar a las cimas más altas con numerosos casos de gente afectada durante su desarrollo en el momento de su estreno.
Y la secuencia de la ducha es de esas imágenes que han pasado al colectivo universal hasta el punto de que la portada de EL, en mi edición, es un primer plano de la Leigh en pleno grito horrorizado.
Las secuelas que ha tenido esta cinta no merecen la pena ni para ser citadas. Pero el original seguirá siendo un título de referencia para las generaciones venideras.
Para empezar, fue la primera ocasión, y por mandato directo de Hitchcock, que no se permitía el acceso a las salas después de proyectados los títulos de crédito. Esta medida, que muchos auguraban como funesta, dio su justo valor cuando las filas para comprar entradas daban la vuelta a manzanas enteras.
También por primera vez la protagonista femenina, de hecho, la estrella del film, Janet Leigh, moría antes de haber llegado a la mitad del metraje. Esta idea, también mil veces copiada, ha dado pie a tratamientos similares en Vestida para matar (Brian de Palma, 1980) y, de forma mucho más concisa, en Scream (Wes Craven, 1996).
También fundamental fue la interpretación de Anthony Perkins, quien logró uno de esos personajes que se arrastran para el resto de sus carreras. Su delicadeza sensible fue uno de los distintivos que también han inspirado numerosos malotes de película que salían fuera de los habituales cuasi animales que eran mostrados como asesinos.
Lo que también es digno de estudio minucioso es ese montaje milimétrico que la hace salir del género del terror para convertirla en obra maestra por derecho propio. La tensión que se acumula a lo largo de la acción consigue llegar a las cimas más altas con numerosos casos de gente afectada durante su desarrollo en el momento de su estreno.
Y la secuencia de la ducha es de esas imágenes que han pasado al colectivo universal hasta el punto de que la portada de EL, en mi edición, es un primer plano de la Leigh en pleno grito horrorizado.
Las secuelas que ha tenido esta cinta no merecen la pena ni para ser citadas. Pero el original seguirá siendo un título de referencia para las generaciones venideras.
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domingo, 21 de noviembre de 2010
104 - CARAVAGGIO. Derek Jarman. Reino Unido, 1986.
Dicen los místicos que hay espíritus que se apoderan de personas habitando en sus cuerpos. Para hablar de Derek Jarman, habría que pensar en un genio creativo tan grande que le costaba limitarse a sus formas físicas y tenía que soltarlo por donde fuera.
Escritor, director, en ocasiones actor, fotógrafo, director de vídeo-clips para The Smiths y Pet Shop Boys y gran activista gay, Caravaggio sería sin duda el título a elegir como muestra de su cumbre cinematográfica (seguida muy de cerca por Eduardo II , de 1991).
El género de biopics de pintores ha contado con grandes logros a lo largo de su historia, sirvan como ejemplo El loco del pelo rojo (Vincente Minnelli, 1956, sobre Van Gogh) y Moulin Rouge (John Huston, 1952, sobre Toulouse Lautrec).
Pero también es verdad que en los últimos tiempos, los productos que nos llegan a bien son excesivamente edulcorados y con mala elección de actores para los personajes principales (Frida, Julie Taymor, 2002); o resultan sencillamente insoportables de aburridos (Klimt, Raoul Ruiz, 2006); o te dejan con la impresión de que no se han atrevido suficiente a contar la verdad(Basquiat, Julian Schnabel, 1996).
Las únicas salvables, realmente, serían El amor es el demonio (ese infierno de Francis Bacon retratado por John Maybury en 1998) y Pollock (el encomiable esfuerzo de entrar en la mente del pintor que Ed Harris acometió en el 2000, delante y detrás de la cámara).
¿Qué las une? Que ambas son pupilas de Caravaggio, la primera ocasión en la que un cerebro parece haber sido trasladado a la gran pantalla. Nigel Terry, el rey Arturo de Excalibur (John Boorman, 1981), da vida al pintor renacentista. Para objeto de sus pasiones, un Sean Bean, bajuno y visceral, encarnando a un Ranuccio tan voluble en sus deseos como ambicioso para sus logros. Completando el magistral trío, nada menos que la inmensa Tilda Swinton, a la que muchos parecen haber descubierto cuando ganó el Oscar(c) por Michael Clayton (Tony Gilroy, 2007), o por la saga de Narnia en la que hace de bruja mala, olvidando su dilatada y espléndida carrera desde que comenzara con el título del que ahora hablamos.
Además, ese deseo de hombre a hombre que mueve toda la acción de la película se ve también reflejado en los decorados que se nos muestran, esbozos fieles de las pinturas del maestro italiano. Sus problemas con el poder, en esa secuencia terrorífica de ministros de la iglesia confabulando en secreto, mostrados como los auténticos demonios que son. Y, sobre todo, el lado de visionario que se adivina en su obra, con esos elementos anacrónicos que aparecen (desde una hoja de periódico a una máquina de escribir).
Cuando terminas de ver esta película, lo más fácil es que no puedas hablar durante unos minutos. Algo en ti estará profundamente conmovido y te costará expresarlo. Pero, después de un rato, y pese al destemple que te pueda haber provocado, comprobarás que ha sido una experiencia sin igual.
Derek Jarman ganó su puesto en la historia de la cultura universal y que así continúe por mucho tiempo.
Escritor, director, en ocasiones actor, fotógrafo, director de vídeo-clips para The Smiths y Pet Shop Boys y gran activista gay, Caravaggio sería sin duda el título a elegir como muestra de su cumbre cinematográfica (seguida muy de cerca por Eduardo II , de 1991).
El género de biopics de pintores ha contado con grandes logros a lo largo de su historia, sirvan como ejemplo El loco del pelo rojo (Vincente Minnelli, 1956, sobre Van Gogh) y Moulin Rouge (John Huston, 1952, sobre Toulouse Lautrec).
Pero también es verdad que en los últimos tiempos, los productos que nos llegan a bien son excesivamente edulcorados y con mala elección de actores para los personajes principales (Frida, Julie Taymor, 2002); o resultan sencillamente insoportables de aburridos (Klimt, Raoul Ruiz, 2006); o te dejan con la impresión de que no se han atrevido suficiente a contar la verdad(Basquiat, Julian Schnabel, 1996).
Las únicas salvables, realmente, serían El amor es el demonio (ese infierno de Francis Bacon retratado por John Maybury en 1998) y Pollock (el encomiable esfuerzo de entrar en la mente del pintor que Ed Harris acometió en el 2000, delante y detrás de la cámara).
¿Qué las une? Que ambas son pupilas de Caravaggio, la primera ocasión en la que un cerebro parece haber sido trasladado a la gran pantalla. Nigel Terry, el rey Arturo de Excalibur (John Boorman, 1981), da vida al pintor renacentista. Para objeto de sus pasiones, un Sean Bean, bajuno y visceral, encarnando a un Ranuccio tan voluble en sus deseos como ambicioso para sus logros. Completando el magistral trío, nada menos que la inmensa Tilda Swinton, a la que muchos parecen haber descubierto cuando ganó el Oscar(c) por Michael Clayton (Tony Gilroy, 2007), o por la saga de Narnia en la que hace de bruja mala, olvidando su dilatada y espléndida carrera desde que comenzara con el título del que ahora hablamos.
Además, ese deseo de hombre a hombre que mueve toda la acción de la película se ve también reflejado en los decorados que se nos muestran, esbozos fieles de las pinturas del maestro italiano. Sus problemas con el poder, en esa secuencia terrorífica de ministros de la iglesia confabulando en secreto, mostrados como los auténticos demonios que son. Y, sobre todo, el lado de visionario que se adivina en su obra, con esos elementos anacrónicos que aparecen (desde una hoja de periódico a una máquina de escribir).
Cuando terminas de ver esta película, lo más fácil es que no puedas hablar durante unos minutos. Algo en ti estará profundamente conmovido y te costará expresarlo. Pero, después de un rato, y pese al destemple que te pueda haber provocado, comprobarás que ha sido una experiencia sin igual.
Derek Jarman ganó su puesto en la historia de la cultura universal y que así continúe por mucho tiempo.
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sábado, 20 de noviembre de 2010
103 - IVAN EL TERRIBLE. 1ª y 2ª partes. (Ivan Groznyy). Sergei M. Eisenstein. URSS, 1944.
Cuando surge el nombre de Eisenstein en una conversación sobre cine, inevitablemente se le cita por sus obras maestras rodadas en la época del cine mudo, cuando no sólo se le conoce por El Acorazado Potemkin (1925).
Sin embargo, son dos las obras que rodó utilizando el sonoro, y ambas son también dos maravillas. En la que nos ocupa, además, se reúnen una serie de factores que la hacen irrepetible.
Para empezar, este proyecto comenzó planteándose como una trilogía encargada por Stalin, jefe de estado, dictador, en aquel momento de la Unión Soviética. De estas tres partes, tan sólo dos fueron filmadas por el genial cineasta.
Los motivos: que Stalin y sus secuaces empezaron a ver que la degeneración que sufre el zar del título por causa del poder se podría entender como una crítica al cabeza del poder ruso (como, efectivamente, así era). De hecho, por esta causa, la segunda parte vio retrasada su estreno hasta 1958, cuando tanto el político como el director habían muerto.
De la tercera parte, Eisenstein llegó a dirigir diez minutos que quedaron inacabados por la muerte repentina del cineasta. Lástima que no se terminara porque lo que rezuma esta obra, en sus dos mitades, es genialidad.
Ya no sólo por el contenido ideológico y el estudio psicológico de los límites a los que llega un hombre cuando pierde el oremus por el exceso de dominio. También porque, técnicamente, los recursos utilizados por el director eran nuevos en su carrera.
Cuando realizó su única visita a Hollywood, Eisenstein criticó duramente la magnífica Capricho Imperial (un título de Josef von Sternberg, 1934, injustamente olvidado en EL). En esta delicia, protagonizada por Marlene Dietrich, la sublime dirección artística dejaba sin habla a los espectadores que se quedaban boquiabiertos ante la historia de Catalina la Grande.
Sin embargo, en este Iván, la escenografía es un elemento fundamental, grandioso, y perfectamente acompañado por una fotografía que se convierte en un código interior y personal. Las sombras que se disfrutan en la cinta provienen de una combinación de luces y oscuridades que estremecen al más pintado. No os preocupéis, no es que sea una película difícil de seguir, ni mucho menos, pero si estáis atentos a los detalles gozaréis de ella mucho más.
Además, la banda sonora de Sergei Prokofiez se convierte en perfecta compañera y aliada de esta delicia que ahonda en esa imagen dura y oscura de los personajes rusos malísimos que nos vienen a la cabeza cuando nos citan nombres como Rasputín.
Otro título imprescindible que, de verdad, nadie debería perderse. De babear.
Sin embargo, son dos las obras que rodó utilizando el sonoro, y ambas son también dos maravillas. En la que nos ocupa, además, se reúnen una serie de factores que la hacen irrepetible.
Para empezar, este proyecto comenzó planteándose como una trilogía encargada por Stalin, jefe de estado, dictador, en aquel momento de la Unión Soviética. De estas tres partes, tan sólo dos fueron filmadas por el genial cineasta.
Los motivos: que Stalin y sus secuaces empezaron a ver que la degeneración que sufre el zar del título por causa del poder se podría entender como una crítica al cabeza del poder ruso (como, efectivamente, así era). De hecho, por esta causa, la segunda parte vio retrasada su estreno hasta 1958, cuando tanto el político como el director habían muerto.
De la tercera parte, Eisenstein llegó a dirigir diez minutos que quedaron inacabados por la muerte repentina del cineasta. Lástima que no se terminara porque lo que rezuma esta obra, en sus dos mitades, es genialidad.
Ya no sólo por el contenido ideológico y el estudio psicológico de los límites a los que llega un hombre cuando pierde el oremus por el exceso de dominio. También porque, técnicamente, los recursos utilizados por el director eran nuevos en su carrera.
Cuando realizó su única visita a Hollywood, Eisenstein criticó duramente la magnífica Capricho Imperial (un título de Josef von Sternberg, 1934, injustamente olvidado en EL). En esta delicia, protagonizada por Marlene Dietrich, la sublime dirección artística dejaba sin habla a los espectadores que se quedaban boquiabiertos ante la historia de Catalina la Grande.
Sin embargo, en este Iván, la escenografía es un elemento fundamental, grandioso, y perfectamente acompañado por una fotografía que se convierte en un código interior y personal. Las sombras que se disfrutan en la cinta provienen de una combinación de luces y oscuridades que estremecen al más pintado. No os preocupéis, no es que sea una película difícil de seguir, ni mucho menos, pero si estáis atentos a los detalles gozaréis de ella mucho más.
Además, la banda sonora de Sergei Prokofiez se convierte en perfecta compañera y aliada de esta delicia que ahonda en esa imagen dura y oscura de los personajes rusos malísimos que nos vienen a la cabeza cuando nos citan nombres como Rasputín.
Otro título imprescindible que, de verdad, nadie debería perderse. De babear.
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domingo, 14 de noviembre de 2010
102 - El triunfo de la voluntad (Triumph des Willens). Leni Riefenstahl. Alemania, 1935.
Pese a su contenido de loa al movimiento del Tercer Reich, esta obra sigue siendo considerada la mejor película de propaganda política de la historia del cine. Y no es para menos porque, pese a los múltiples y previos ejemplos que se pueden encontrar en la cinematografía rusa, este título es producto de una megalomanía y una ambición desmedida.
La primera, la de Adolf Hitler, quien dejó en manos de la previamente actriz-bailarina Leni Riefenstahl la realización del documento que reflejara la celebración del congreso de su partido en la ciudad de Nüremberg. Y con todos los medios que hiciera falta, por lo que la citada ciudad se convirtió en un imenso decorado en el que se construyeron innumerables elementos (puentes, altos en las calles) para lograr los planos que la cineasta concibiera. Además, contó con nada menos que treinta cámaras para rodar el más mínimo movimiento que ocurriera en la ciudad.
La ambiciosa Riefenstahl, por su parte, y aunque tras la guerra negara ad infinitum haber tenido parte activa en la política de su país, tenía claro en lo que debía consistir su encargo. En realidad, esta obra tiene más de mística pagana que de reflejo político-social. Por un lado, logra alimentar el desmedido ego hitleriano al presentarle, a su llegada al congreso, más en un dios mostrado a los humanos que un mero líder ideológico. Orlado de sol, el enano del bigote parecía un ser caído a la tierra desde espacios celestiales.
Pero no queda ahí la astuta forma de filmar de esta directora. Además, establece categorías entre los diferentes asistentes a dicho congreso. Así, hay soldados que parecen emisarios alados, grupos de soldados que parecen fuerzas a las órdenes de la mano divina y, sobre todo, un público enfervorizado, entregado al espectáculo ofrecido que arde en deseos de rozar la eternidad.
El metraje que llegó a las pantallas correspondía tan sólo a un tres por ciento del total rodado (y estamos hablando de dos horas de duración). Esto nos lleva a otra de las grandes armas de las que se alimenta esta obra: un montaje perfectamente sincronizado que busca, y en su momento consiguió, encender al espectador, llevarlo a querer estar cerca de esa congregación de héroes que celebraba su entrada en la historia.
Hoy en día, se tiende a epitetar a esta película con adjetivos despectivos por lo que han sido los nazis en la historia de la humanidad. Pero bien sirve este título para comprobar que, con los mismos elementos, en las mismas condiciones, bien peligroso es que este tipo de cine se realice para propagar cualquier tipo de totalitarismo.
Respecto a su lado más puramente artístico, yo, como cinéfago y estudioso de este arte, no puedo dejar de salivar de placer ante la maravillosa técnica que se muestra. Toda una delicia.
La primera, la de Adolf Hitler, quien dejó en manos de la previamente actriz-bailarina Leni Riefenstahl la realización del documento que reflejara la celebración del congreso de su partido en la ciudad de Nüremberg. Y con todos los medios que hiciera falta, por lo que la citada ciudad se convirtió en un imenso decorado en el que se construyeron innumerables elementos (puentes, altos en las calles) para lograr los planos que la cineasta concibiera. Además, contó con nada menos que treinta cámaras para rodar el más mínimo movimiento que ocurriera en la ciudad.
La ambiciosa Riefenstahl, por su parte, y aunque tras la guerra negara ad infinitum haber tenido parte activa en la política de su país, tenía claro en lo que debía consistir su encargo. En realidad, esta obra tiene más de mística pagana que de reflejo político-social. Por un lado, logra alimentar el desmedido ego hitleriano al presentarle, a su llegada al congreso, más en un dios mostrado a los humanos que un mero líder ideológico. Orlado de sol, el enano del bigote parecía un ser caído a la tierra desde espacios celestiales.
Pero no queda ahí la astuta forma de filmar de esta directora. Además, establece categorías entre los diferentes asistentes a dicho congreso. Así, hay soldados que parecen emisarios alados, grupos de soldados que parecen fuerzas a las órdenes de la mano divina y, sobre todo, un público enfervorizado, entregado al espectáculo ofrecido que arde en deseos de rozar la eternidad.
El metraje que llegó a las pantallas correspondía tan sólo a un tres por ciento del total rodado (y estamos hablando de dos horas de duración). Esto nos lleva a otra de las grandes armas de las que se alimenta esta obra: un montaje perfectamente sincronizado que busca, y en su momento consiguió, encender al espectador, llevarlo a querer estar cerca de esa congregación de héroes que celebraba su entrada en la historia.
Hoy en día, se tiende a epitetar a esta película con adjetivos despectivos por lo que han sido los nazis en la historia de la humanidad. Pero bien sirve este título para comprobar que, con los mismos elementos, en las mismas condiciones, bien peligroso es que este tipo de cine se realice para propagar cualquier tipo de totalitarismo.
Respecto a su lado más puramente artístico, yo, como cinéfago y estudioso de este arte, no puedo dejar de salivar de placer ante la maravillosa técnica que se muestra. Toda una delicia.
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sábado, 13 de noviembre de 2010
101 - SHOAH. Claude Lanzmann. Francia, 1985.
Al principio de este blog ya comentaba que parte del interés del libro Las 1001 películas que ver antes de morir procedía de los diferentes formatos que en él se incluyen. Así, cortos, largos y series de televisión conviven en ese terreno común que es la maravilla del Séptimo Arte.
En esta ocasión voy a hablar de Shoah, una serie televisiva de nueve horas de duración que supuso toda una revolución en su momento. Su hacedor, Claude Lanzmann, recorrió durante diez años los espacios reales donde habían estado instalados los campos de exterminio que los nazis utilizaron para el holocausto judío.
Demasiado alabada en EL, lo cierto es que este trabajo contiene momentos espeluznantes (que se corresponden con los testimonios de supervivientes o habitantes de los pueblos vecinos a los campos) en los que se certifica la gran mentira que se creó para el público externo. En su mayoría, al igual que harían los nazis en los famosos juicios de Nüremberg, declaran haber ignorado por completo las matanzas que se llevaban a cabo en estos lugares. Pero también se encuentran declaraciones de gente que reconoce su impotencia ante lo que ellos sabían que estaba sucediendo.
Sin embargo, nueve horas de paisajes y gente hablando resultan excesivas. Es cierto que el holocausto judío ha recibido la mayor atención, en todos los niveles, por la monstruosidad que supuso. Pero no sólo por eso: otra gran razón es el posicionamiento que los judíos han logrado en el mundo del show-business, donde se encuentran innumerables productores/directores que pertenecen a dicha raza.
Y está claro que es una mancha en la historia que no deberíamos olvidar nunca, sobre todo ante los movimientos neo-nazis que siguen funcionando o lo voluble y maleable que es el ser humano, como hemos podido ver en la magnífica y reciente película La ola (Dennis Gansel, 2008).
En todo caso, espero que este tipo de documentos sirvan como ejemplo a la hora de tratar otros dramas reales como la deleznable Intifada o que, por fin, los propios yankis tengan los huevos de contar desde dentro todo lo ocurrido en Guantánamo.
Para los interesados en esta obra, os recomendaría que cojáis cualquier episodio a voleo y, sólo en caso de que os guste mucho, seguir con la saga completa. Yo lo he hecho y me he aburrido más de lo que me he sentido emocionado.
En esta ocasión voy a hablar de Shoah, una serie televisiva de nueve horas de duración que supuso toda una revolución en su momento. Su hacedor, Claude Lanzmann, recorrió durante diez años los espacios reales donde habían estado instalados los campos de exterminio que los nazis utilizaron para el holocausto judío.
Demasiado alabada en EL, lo cierto es que este trabajo contiene momentos espeluznantes (que se corresponden con los testimonios de supervivientes o habitantes de los pueblos vecinos a los campos) en los que se certifica la gran mentira que se creó para el público externo. En su mayoría, al igual que harían los nazis en los famosos juicios de Nüremberg, declaran haber ignorado por completo las matanzas que se llevaban a cabo en estos lugares. Pero también se encuentran declaraciones de gente que reconoce su impotencia ante lo que ellos sabían que estaba sucediendo.
Sin embargo, nueve horas de paisajes y gente hablando resultan excesivas. Es cierto que el holocausto judío ha recibido la mayor atención, en todos los niveles, por la monstruosidad que supuso. Pero no sólo por eso: otra gran razón es el posicionamiento que los judíos han logrado en el mundo del show-business, donde se encuentran innumerables productores/directores que pertenecen a dicha raza.
Y está claro que es una mancha en la historia que no deberíamos olvidar nunca, sobre todo ante los movimientos neo-nazis que siguen funcionando o lo voluble y maleable que es el ser humano, como hemos podido ver en la magnífica y reciente película La ola (Dennis Gansel, 2008).
En todo caso, espero que este tipo de documentos sirvan como ejemplo a la hora de tratar otros dramas reales como la deleznable Intifada o que, por fin, los propios yankis tengan los huevos de contar desde dentro todo lo ocurrido en Guantánamo.
Para los interesados en esta obra, os recomendaría que cojáis cualquier episodio a voleo y, sólo en caso de que os guste mucho, seguir con la saga completa. Yo lo he hecho y me he aburrido más de lo que me he sentido emocionado.
martes, 9 de noviembre de 2010
100 - CON FALDAS Y A LO LOCO (Some like it hot). Billy Wilder. USA, 1959.
Para empezar, que esta película tenga la entrada número 100 en mi blog es ya parte del homenaje que merece esta cinta prodigiosa que parece ser de las pocas que han encontrado la fuente de la eterna juventud.
Con medio siglo a sus espaldas, Con faldas y a lo loco es considerada por infinidad de especialistas (entre los que me incluyo) como la mejor comedia de todos los tiempos. Y eso que, en su momento, se le auguraba el peor de los futuros.
Rodada en blanco y negro, comienza con el drama de la Matanza del Día de San Valentín. Además, frente a los usos de la época, los dos protagonistas masculinos se travestían pasando de ser unos músicos de mala muerte a dos jovencitas que se unen a una banda femenina para ir a actuar a la costa. Las situaciones de enredo muestran demasiados enredos que parecen de difícil solución. Sobre todo, el ahora tan celebrado final fue una apuesta de peso ofrecida por el co-guionista, I.A.L. Diamond, a quien se le ocurrió la noche anterior a finalizar el rodaje.
Sin embargo, todos estos elementos citados son la combinación explosiva que ha logrado que esta cinta siga encandilando a todo tipo de espectador. La impecable interpretación de sus actores (Tony Curtis sorprendió con su remedo de Cary Grant en su faceta de falso millonario; Jack Lemmon resultaba magistral como el confuso objeto de deseo de otro millonario; y Marilyn Monroe, pese a lo difícil que resultaba para trabajar, está mejor que nunca como pícara cantante) es otro de los elementos clave.
Pero de lo que no se ha hablado suficiente es de lo que este título supuso para la comunidad homosexual. El hecho de que dos hombres aparecieran en estilo drag-queen en una producción mainstream, así como ese final esperanzador que da a entender que dos hombres se pueden amar el uno al otro, pasando por encima de las convenciones, fue una de las primeras puertas abiertas para los homosexuales que se habían visto reprimidos y relegados a un gigante armario como consecuencia de la política mundial conservadora que se propagó a raíz de la II Guerra Mundial. Los gobiernos querían que la gente repoblara el planeta, por lo que el sexo entre humanos de igual condición fue perseguido, penado y condenado en todos los sectores de la sociedad. Mientras que, en el fondo, bastaba con un simple "Nadie es perfecto".
Sería injusto no citar al genio de la lámpara que anda detrás de todo esto entramado tan perfectamente ensamblado. Un Billy Wilder que supo construir al detalle esta delicia para la que se inspiró en un musical de su época en la UFA. Sobra decir que el original queda chico comparado con esta evolución magistral.
Aparte de todo esto, os contaré una anécdota. Sábado después de comer, mi hermana Laura y yo vinimos a casa con intención de poner una peli con la que echarnos la siesta. La elegida fue esta maravilla y el resultado que ni ella ni yo pegamos ojo. De tal forma nos atrapó que no hubo manera. Probadlo.
Con medio siglo a sus espaldas, Con faldas y a lo loco es considerada por infinidad de especialistas (entre los que me incluyo) como la mejor comedia de todos los tiempos. Y eso que, en su momento, se le auguraba el peor de los futuros.
Rodada en blanco y negro, comienza con el drama de la Matanza del Día de San Valentín. Además, frente a los usos de la época, los dos protagonistas masculinos se travestían pasando de ser unos músicos de mala muerte a dos jovencitas que se unen a una banda femenina para ir a actuar a la costa. Las situaciones de enredo muestran demasiados enredos que parecen de difícil solución. Sobre todo, el ahora tan celebrado final fue una apuesta de peso ofrecida por el co-guionista, I.A.L. Diamond, a quien se le ocurrió la noche anterior a finalizar el rodaje.
Sin embargo, todos estos elementos citados son la combinación explosiva que ha logrado que esta cinta siga encandilando a todo tipo de espectador. La impecable interpretación de sus actores (Tony Curtis sorprendió con su remedo de Cary Grant en su faceta de falso millonario; Jack Lemmon resultaba magistral como el confuso objeto de deseo de otro millonario; y Marilyn Monroe, pese a lo difícil que resultaba para trabajar, está mejor que nunca como pícara cantante) es otro de los elementos clave.
Pero de lo que no se ha hablado suficiente es de lo que este título supuso para la comunidad homosexual. El hecho de que dos hombres aparecieran en estilo drag-queen en una producción mainstream, así como ese final esperanzador que da a entender que dos hombres se pueden amar el uno al otro, pasando por encima de las convenciones, fue una de las primeras puertas abiertas para los homosexuales que se habían visto reprimidos y relegados a un gigante armario como consecuencia de la política mundial conservadora que se propagó a raíz de la II Guerra Mundial. Los gobiernos querían que la gente repoblara el planeta, por lo que el sexo entre humanos de igual condición fue perseguido, penado y condenado en todos los sectores de la sociedad. Mientras que, en el fondo, bastaba con un simple "Nadie es perfecto".
Sería injusto no citar al genio de la lámpara que anda detrás de todo esto entramado tan perfectamente ensamblado. Un Billy Wilder que supo construir al detalle esta delicia para la que se inspiró en un musical de su época en la UFA. Sobra decir que el original queda chico comparado con esta evolución magistral.
Aparte de todo esto, os contaré una anécdota. Sábado después de comer, mi hermana Laura y yo vinimos a casa con intención de poner una peli con la que echarnos la siesta. La elegida fue esta maravilla y el resultado que ni ella ni yo pegamos ojo. De tal forma nos atrapó que no hubo manera. Probadlo.
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lunes, 1 de noviembre de 2010
99 - PESADILLA EN ELM STREET (A Nightmare on Elm Street). Wes Craven. USA, 1984.
Entre las muchas razones por las que cabe destacar este título como película que nadie debería morirse sin ver, destacan en EL el nacimiento de Freddy Krueger, un personaje que se ha asociado con los malos sueños desde este título. Y estoy de acuerdo, pero creo que hay otros tantos motivos para que se la disfrute.
Aparte del mencionado, ese sujeto quemado con dedos de cuchillas, destaca mucho que en esta película la heroína sea una chica, no el típico chavalote, bueno y sano, que puede con todo para salvar a su princesa. La pena es que la actriz sea tan mala, pero qué se le va a hacer.
También es importante la genialidad de concebir al enemigo como un ser que te ataca mientras duermes, creando ese universo paralelo en el que los protas vienen y van del universo onírico, arrastrando en ocasiones al bichaco que les hace sufrir.
Aparte del espaldarazo que supuso en la carrera de Robert Englund (un actor que parecía abocado a una carrera en televisión sin remisión), la saga Elm Street también ha sido trampolín de inicio para actores tan relevantes como Johnny Depp (en el primer capítulo); Patricia Arquette (protagonista de la tercera entrega); o Breckin Meyer que participa en la nefasta sexta parte.
Y no es que los nueve episodios que se han rodado hasta ahora sean imprescindibles, ni mucho menos, pero sí que tiene cierta gracia conocer que la madre del Krueger era una monja inocente a la que violaron los locos de un manicomio (todos) con lo que el Freddy se ve convertido, sin más ni más, en el auténtico hijo de puta que es.
El genio detrás de todo este ensamblaje es Wes Craven, un director que cuenta con tres entradas en EL. Y no es que me queje, porque los otros dos títulos (Las colinas tienen ojos y Scream) también tienen su aquel, pero ¿dónde está La piel que brilla? ¿Dónde El niño que gritó puta? Al menos que los editen, por favor.
Aparte del mencionado, ese sujeto quemado con dedos de cuchillas, destaca mucho que en esta película la heroína sea una chica, no el típico chavalote, bueno y sano, que puede con todo para salvar a su princesa. La pena es que la actriz sea tan mala, pero qué se le va a hacer.
También es importante la genialidad de concebir al enemigo como un ser que te ataca mientras duermes, creando ese universo paralelo en el que los protas vienen y van del universo onírico, arrastrando en ocasiones al bichaco que les hace sufrir.
Aparte del espaldarazo que supuso en la carrera de Robert Englund (un actor que parecía abocado a una carrera en televisión sin remisión), la saga Elm Street también ha sido trampolín de inicio para actores tan relevantes como Johnny Depp (en el primer capítulo); Patricia Arquette (protagonista de la tercera entrega); o Breckin Meyer que participa en la nefasta sexta parte.
Y no es que los nueve episodios que se han rodado hasta ahora sean imprescindibles, ni mucho menos, pero sí que tiene cierta gracia conocer que la madre del Krueger era una monja inocente a la que violaron los locos de un manicomio (todos) con lo que el Freddy se ve convertido, sin más ni más, en el auténtico hijo de puta que es.
El genio detrás de todo este ensamblaje es Wes Craven, un director que cuenta con tres entradas en EL. Y no es que me queje, porque los otros dos títulos (Las colinas tienen ojos y Scream) también tienen su aquel, pero ¿dónde está La piel que brilla? ¿Dónde El niño que gritó puta? Al menos que los editen, por favor.
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sábado, 30 de octubre de 2010
98 - CENTAUROS DEL DESIERTO (The Searchers). John Ford. USA, 1956.
Otra de las películas incluidas en todos los listados de "las mejores de la historia", este western ha sido alabado por muchos motivos, con los que estoy de acuerdo, excepto el de que Ford destacara sobre todo a un protagonista (lo hizo varias veces, la verdad).
En todo caso, es cierto que son muchas las virtudes de este western que se queda grabado en la mente de todos sus espectadores. Para empezar, la imagen inicial de una sombra femenina mirando por la ventana al árido horizonte, por donde llega un vaquero, es más que una preciosa postal: es todo un contenido de información romántica sobre lo que se va a desarrollar a continuación.
También se ha elevado la interpretación de Wayne, con razón, excepto cuando inciden en el amor secreto que siente por su cuñada. De secreto, ni pizca porque se la come con los ojos desde que se la encuentra. Pero sí, hace un trabajo diferente al de ser, simplemente, un durazo.
Se ha acusado a la película de que, en muy buena parte, su sentido del humor viene de mofarse de los indios. Pero dos detalles restan importancia a esta xenofobia de ficción: el primero, que Ford se hizo muy colega de los actores nativos que aparecen en la peli y se iba con ellos de caza y de juerga; el segundo, que muchos de los chistes vienen directamente de Wayne quedando por encima del resto de los personajes, sobre todo, de un viejo borrachuzo y del personaje de Hunter que le sigue como un becario durante todo el metraje.
Otra de las maravillas de esta gozada son los secundarios. Un grupo nutrido de actores que, bajo el control de la omnipresencia de Wayne, le complementan como pocos coros se han creado desde los tiempos de los griegos. Quizá se podría descalificar la interpretación de Jefrrey Hunter como el mestizo acogido en la familia del prota. Y es que el pobre era muy flojito, pero como era tan guapo y le maquillan morenazo por lo étnico, pues adorna una barbaridad.
Y es que, para mí, ésa es la auténtica clave de que Centauros del desierto sea la maravilla que es. En escasas ocasiones se puede calificar a una película de bella. En este caso, no hay otro adjetivo que se pueda adelantar a la estética de rechupete que adorna toda la cinta. Entre los paisajes de Monument Valley y la gran labor de iluminación de Winton C. Hoch (director de fotografía al que también le debemos El hombre tranquilo), el ojo no se cansa ni un segundo de lo que le ponen por delante.
Este placer no hubiera sido posible, qué duda cabe, si no hubiera estado al control la batuta de John Ford, un irlandés borrachín e iluminado que supo rozar la perfección.
En todo caso, es cierto que son muchas las virtudes de este western que se queda grabado en la mente de todos sus espectadores. Para empezar, la imagen inicial de una sombra femenina mirando por la ventana al árido horizonte, por donde llega un vaquero, es más que una preciosa postal: es todo un contenido de información romántica sobre lo que se va a desarrollar a continuación.
También se ha elevado la interpretación de Wayne, con razón, excepto cuando inciden en el amor secreto que siente por su cuñada. De secreto, ni pizca porque se la come con los ojos desde que se la encuentra. Pero sí, hace un trabajo diferente al de ser, simplemente, un durazo.
Se ha acusado a la película de que, en muy buena parte, su sentido del humor viene de mofarse de los indios. Pero dos detalles restan importancia a esta xenofobia de ficción: el primero, que Ford se hizo muy colega de los actores nativos que aparecen en la peli y se iba con ellos de caza y de juerga; el segundo, que muchos de los chistes vienen directamente de Wayne quedando por encima del resto de los personajes, sobre todo, de un viejo borrachuzo y del personaje de Hunter que le sigue como un becario durante todo el metraje.
Otra de las maravillas de esta gozada son los secundarios. Un grupo nutrido de actores que, bajo el control de la omnipresencia de Wayne, le complementan como pocos coros se han creado desde los tiempos de los griegos. Quizá se podría descalificar la interpretación de Jefrrey Hunter como el mestizo acogido en la familia del prota. Y es que el pobre era muy flojito, pero como era tan guapo y le maquillan morenazo por lo étnico, pues adorna una barbaridad.
Y es que, para mí, ésa es la auténtica clave de que Centauros del desierto sea la maravilla que es. En escasas ocasiones se puede calificar a una película de bella. En este caso, no hay otro adjetivo que se pueda adelantar a la estética de rechupete que adorna toda la cinta. Entre los paisajes de Monument Valley y la gran labor de iluminación de Winton C. Hoch (director de fotografía al que también le debemos El hombre tranquilo), el ojo no se cansa ni un segundo de lo que le ponen por delante.
Este placer no hubiera sido posible, qué duda cabe, si no hubiera estado al control la batuta de John Ford, un irlandés borrachín e iluminado que supo rozar la perfección.
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lunes, 11 de octubre de 2010
97 - LA BATALLA DE ARGEL (La battaglia di Algeri). Gillo Pontecorvo. Italia/Argelia, 1966.
Hay ocasiones en las que parece recaer en manos del cine el denunciar, relatar o intentar explicar determinados hechos históricos que los gobiernos, a los que correspondería tener las narices de contarlo, intentan por todos los medios mantener en la ignorancia.
En este caso, Gillo Pontecorvo, cineasta que luego alcanzaría una más que merecida fama, comenzó su carrera con este falso documental que dejó boquiabiertos a críticos y espectadores de la época. Incluso se alzó con el León de Oro del Festival de Venecia.
Y no es para menos. Con una objetividad permanente, el recurso más efectivo a la hora de impactar al público, nos relata diferentes momentos de la historia de Argel, la antigua colonia francesa, y cómo logró su independencia a través de la historia de uno de sus habitantes.
Con patrones cogidos del neorrealismo (entre los que se incluye el que la mayoría del reparto sea no profesional), nos mueve a lo largo de una década por situaciones de agobio social en las que se puede llegar a sentir la falta de oxígeno con la que vivieron los habitantes de aquella "posesión" francesa. Todo ello excelentemente acompañado de una genial banda sonora firmada por el propio Pontecorvo junto al simpar Ennio Morricone.
Aunque no juegue con los roles tradicionales de buenos y malos, lo que sí resulta evidente es un mensaje anticolonialista que se puede aplicar a todos los territorios que, en algún momento de su historia, se vieron sometidos a un poder europeo (hoy en día son los yankis los que deberían revisar su así llamada política exterior).
Hay momentos sencillamente de quedarse sin aliento, situaciones más tensas que el suspense mejor trabajado y, sobre todo, un mensaje idealista que subyace a lo largo de todo su desarrollo y que se podría traducir en ese afán de libertad del que nos hemos visto privados por el capitalismo imperante. Lástima que ahoa sea tan sólo un recuerdo.
En este caso, Gillo Pontecorvo, cineasta que luego alcanzaría una más que merecida fama, comenzó su carrera con este falso documental que dejó boquiabiertos a críticos y espectadores de la época. Incluso se alzó con el León de Oro del Festival de Venecia.
Y no es para menos. Con una objetividad permanente, el recurso más efectivo a la hora de impactar al público, nos relata diferentes momentos de la historia de Argel, la antigua colonia francesa, y cómo logró su independencia a través de la historia de uno de sus habitantes.
Con patrones cogidos del neorrealismo (entre los que se incluye el que la mayoría del reparto sea no profesional), nos mueve a lo largo de una década por situaciones de agobio social en las que se puede llegar a sentir la falta de oxígeno con la que vivieron los habitantes de aquella "posesión" francesa. Todo ello excelentemente acompañado de una genial banda sonora firmada por el propio Pontecorvo junto al simpar Ennio Morricone.
Aunque no juegue con los roles tradicionales de buenos y malos, lo que sí resulta evidente es un mensaje anticolonialista que se puede aplicar a todos los territorios que, en algún momento de su historia, se vieron sometidos a un poder europeo (hoy en día son los yankis los que deberían revisar su así llamada política exterior).
Hay momentos sencillamente de quedarse sin aliento, situaciones más tensas que el suspense mejor trabajado y, sobre todo, un mensaje idealista que subyace a lo largo de todo su desarrollo y que se podría traducir en ese afán de libertad del que nos hemos visto privados por el capitalismo imperante. Lástima que ahoa sea tan sólo un recuerdo.
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domingo, 10 de octubre de 2010
96 - DAVID HOLZMAN'S DIARY. Jim McBride. USA, 1967.
Uno de los valores indiscutibles de EL es el incluir títulos experimentales que, si bien hoy en día podrían resultar incluso aburridos, tienen el fascinante poder de haber sido los pioneros en distintas técnicas cinematográficas que ahora parecen cotidianas.
En este caso, nos encontramos con un falso documental que, partiendo de la obsesión propia de los artistas de mirarse en exceso el ombligo, nos cuenta los descubrimientos que hace un individuo después de pasar bastante tiempo haciendo caso sólo a lo que le sucede. A él, particularmente.
La ventaja de rodar con dos duros y con materiales bastante precarios le lleva a probar una serie de planos y técnicas que, como decía al principio, luego se han convertido en parte constante de rodajes puramente comerciales.
Pero Jim McBride, autor del que luego veríamos títulos como Querido detective (1986) o Gran bola de fuego (1989), y que rodaría en España la fallida La tabla de Flandes (1994), logra que nos centremos en un sujeto que no tiene mayor interés. Lo cual es todo un mérito teniendo en cuenta que no es ni simpático ni atractivo.
Eso sí, para los que estéis interesados en conocer el Séptimo Arte desde su lado más puramente formal, no podéis perderos esta pequeña joya que tantas cosas os hará aprender. A los que sólo disfrutéis del cine como espectadores sin ganas de complicaros, elegid otro título.
En este caso, nos encontramos con un falso documental que, partiendo de la obsesión propia de los artistas de mirarse en exceso el ombligo, nos cuenta los descubrimientos que hace un individuo después de pasar bastante tiempo haciendo caso sólo a lo que le sucede. A él, particularmente.
La ventaja de rodar con dos duros y con materiales bastante precarios le lleva a probar una serie de planos y técnicas que, como decía al principio, luego se han convertido en parte constante de rodajes puramente comerciales.
Pero Jim McBride, autor del que luego veríamos títulos como Querido detective (1986) o Gran bola de fuego (1989), y que rodaría en España la fallida La tabla de Flandes (1994), logra que nos centremos en un sujeto que no tiene mayor interés. Lo cual es todo un mérito teniendo en cuenta que no es ni simpático ni atractivo.
Eso sí, para los que estéis interesados en conocer el Séptimo Arte desde su lado más puramente formal, no podéis perderos esta pequeña joya que tantas cosas os hará aprender. A los que sólo disfrutéis del cine como espectadores sin ganas de complicaros, elegid otro título.
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sábado, 9 de octubre de 2010
95 - ULTIMATUM A LA TIERRA (The Day The Earth Stood Still). Robet Wise. USA, 1951.
Corre el año 1951 y a las recientes heridas provocadas por la II Guerra Mundial se suma la amenaza de la bomba atómica, otro motivo de los que se sirvió el gobierno USA para tener asustados a sus habitantes y hacer crecer el control sobre todos (tal y como ha ocurrido desde el terrible, a la par que genial, ataque del 11-S).
De repente, entre las filas de películas de serie B, aparece esta producción en la que un marciano llega a la Tierra para hacer llegar el mensaje de que los humanos tenemos que dejar de luchar los unos contra los otros. Y ese mensaje se convierte en la esperanza que los ciudadanos de a pie necesita escuchar.
A partir de ese momento, el público decide obviar los trucos que se ven, de forma descarada, en el metraje de la cinta para aprenderse la cantinela que el extraterrestre necesita para sus fines. Y se entrega con ganas a lo que Klaatu, el ser venido de otro mundo, tiene que decir.
Varios aciertos, además, lograron que este título tuviera un éxito prodigioso. Primero, la dirección de Robert Wise (un hombre que luego triunfaría con sus musicales West Side Story y Sonrisas y lágrimas, ambos incluidos en EL) que logra realmente que una comunicación interplanetaria se presente como una relación totalmente humana.
En el reparto, el peso caía en hombros de Patricia Neal, una actriz de la época que representó como nadie a la nueva mujer, fuerte, libre e independiente que surgió a través de los esfuerzos de este sexo realizados durante la contienda bélica. Perfecta en su retrato.
Y, por supuesto, la banda sonora del genial Bernard Hermann, que elevó al status de música galáctica una banda sonora en la que destacaba, radicalmente, el uso del theremin, un instrumento que luego sería utilizado ad infinitum en la siguiente década.
Hay un remake de 2008, protagonizado por Keanu Reeves y dirigido por Scott Derrickson, que pierde toda su fuerza, precisamente, por contar con lo que no tuvo la primera versión: medios económicos. Con muchos efectos especiales y con las historias matizadas para que resulten más modernas, el resultado es, sencillamente, decepcionante.
Eso sí, para gozar de esta película en toda su extensión, prepárense con palomitas, manta de sofá y, aunque a veces se escapen risas por los torpes efectos visuales, dense un rato para pensar en el mensaje que se transmite.
De repente, entre las filas de películas de serie B, aparece esta producción en la que un marciano llega a la Tierra para hacer llegar el mensaje de que los humanos tenemos que dejar de luchar los unos contra los otros. Y ese mensaje se convierte en la esperanza que los ciudadanos de a pie necesita escuchar.
A partir de ese momento, el público decide obviar los trucos que se ven, de forma descarada, en el metraje de la cinta para aprenderse la cantinela que el extraterrestre necesita para sus fines. Y se entrega con ganas a lo que Klaatu, el ser venido de otro mundo, tiene que decir.
Varios aciertos, además, lograron que este título tuviera un éxito prodigioso. Primero, la dirección de Robert Wise (un hombre que luego triunfaría con sus musicales West Side Story y Sonrisas y lágrimas, ambos incluidos en EL) que logra realmente que una comunicación interplanetaria se presente como una relación totalmente humana.
En el reparto, el peso caía en hombros de Patricia Neal, una actriz de la época que representó como nadie a la nueva mujer, fuerte, libre e independiente que surgió a través de los esfuerzos de este sexo realizados durante la contienda bélica. Perfecta en su retrato.
Y, por supuesto, la banda sonora del genial Bernard Hermann, que elevó al status de música galáctica una banda sonora en la que destacaba, radicalmente, el uso del theremin, un instrumento que luego sería utilizado ad infinitum en la siguiente década.
Hay un remake de 2008, protagonizado por Keanu Reeves y dirigido por Scott Derrickson, que pierde toda su fuerza, precisamente, por contar con lo que no tuvo la primera versión: medios económicos. Con muchos efectos especiales y con las historias matizadas para que resulten más modernas, el resultado es, sencillamente, decepcionante.
Eso sí, para gozar de esta película en toda su extensión, prepárense con palomitas, manta de sofá y, aunque a veces se escapen risas por los torpes efectos visuales, dense un rato para pensar en el mensaje que se transmite.
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martes, 21 de septiembre de 2010
94 - COWBOY DE MEDIANOCHE (Midnight Cowboy). John Schlesinger. USA, 1969.
Cuando James Leo Herlihy publicó, en 1965, su novela Midnight Cowboy (argot para prostituto de cualquier tendencia), el revuelo fue de marca mayor. Hasta entonces, nadie había contado en lenguaje de best seller historias de las calles de Nueva York en las que se mezclaran prostituciones cruzadas, drogas psicodélicas, chaperismo y vidas en casas condenadas.
Pero el tema principal de la novela es el de la soledad. La que sufre y padece ese protagonista que, armado con un gran físico, pasa por distintas experiencias hasta que, desencantado con el mundo, pone rumbo a la gran ciudad creyendo que se la va a merendar.
Cuando llega, el despreciable personaje de Ratso (quien empieza timándole) se convierte a sus ojos en el ser más instruido y sofisticado del planeta. Y, sobre todo, le ofrece compartir un cuchitril con el que el joven recupera el perdido sentido de hogar.
Para dirigir esta obra, se logró que John Schlesinger, director homosexual que ya había tratado sobre el tema en trabajos previos, aunque de forma mucho más sutil, cruzara el charco y que esta adaptación fuera su primera producción estadounidense.
La elección de los actores, muy discutida en la preproducción, recayó en un Dustin Hoffman que no encajaba físicamente con la descripción del personaje y un Jon Voight, semidesconocido (saltó a la fama con este trabajo), pero que cumplía todos los requisitos de lo descrito en la novela. Pese a los peros del primero, su creación es sencillamente una gozada. Y la del segundo, un rotundo éxito que, si has leido la novela, espeluzna pensar que ha salido directo de entre las páginas leídas.
Respecto a la adaptación, aunque no literal, lógicamente, si que encuentras en la pantalla todo lo escrito. Cambian cosas como el físico de Ratso, ya citado, o la situación de la fiesta que, en este metraje, es un homenaje al mundo de Warhol y su Factory, pero que encaja perfectamente con la contada en el libro.
Los dos protagonistas estuvieron nominados aquel año al Oscar(c) por este trabajo, pero les birló el galardón John Wayne con el único trofeo que recogió en su carrera. Sin embargo, Mejor Película, Mejor Director y Mejor Guión Adaptado fueron a parar a este título que, tras comenzar su carrera con la clasificación X (única vez en la historia que una peli X gana Mejor Película del año), luego fue reevaluada y gozó de un tremendo éxito en todos los aspectos. Una lección para los propios yankis de que el público estaba preparado para historias más fuertes de lo aprobado hasta entonces.
Supongo que muchos habéis visto ya esta peli pero, en serio, intentad leer y libro y veréis que fácil os resulta gozarlo.
Pero el tema principal de la novela es el de la soledad. La que sufre y padece ese protagonista que, armado con un gran físico, pasa por distintas experiencias hasta que, desencantado con el mundo, pone rumbo a la gran ciudad creyendo que se la va a merendar.
Cuando llega, el despreciable personaje de Ratso (quien empieza timándole) se convierte a sus ojos en el ser más instruido y sofisticado del planeta. Y, sobre todo, le ofrece compartir un cuchitril con el que el joven recupera el perdido sentido de hogar.
Para dirigir esta obra, se logró que John Schlesinger, director homosexual que ya había tratado sobre el tema en trabajos previos, aunque de forma mucho más sutil, cruzara el charco y que esta adaptación fuera su primera producción estadounidense.
La elección de los actores, muy discutida en la preproducción, recayó en un Dustin Hoffman que no encajaba físicamente con la descripción del personaje y un Jon Voight, semidesconocido (saltó a la fama con este trabajo), pero que cumplía todos los requisitos de lo descrito en la novela. Pese a los peros del primero, su creación es sencillamente una gozada. Y la del segundo, un rotundo éxito que, si has leido la novela, espeluzna pensar que ha salido directo de entre las páginas leídas.
Respecto a la adaptación, aunque no literal, lógicamente, si que encuentras en la pantalla todo lo escrito. Cambian cosas como el físico de Ratso, ya citado, o la situación de la fiesta que, en este metraje, es un homenaje al mundo de Warhol y su Factory, pero que encaja perfectamente con la contada en el libro.
Los dos protagonistas estuvieron nominados aquel año al Oscar(c) por este trabajo, pero les birló el galardón John Wayne con el único trofeo que recogió en su carrera. Sin embargo, Mejor Película, Mejor Director y Mejor Guión Adaptado fueron a parar a este título que, tras comenzar su carrera con la clasificación X (única vez en la historia que una peli X gana Mejor Película del año), luego fue reevaluada y gozó de un tremendo éxito en todos los aspectos. Una lección para los propios yankis de que el público estaba preparado para historias más fuertes de lo aprobado hasta entonces.
Supongo que muchos habéis visto ya esta peli pero, en serio, intentad leer y libro y veréis que fácil os resulta gozarlo.
lunes, 20 de septiembre de 2010
93 - OLDBOY (Oldeuboi). Chanwook Park. Corea del Sur, 2003.
Nacida como clásico y entrando directamente en las listas de las mejores películas de la historia, esta fábula coreana pasó rápidamente a engrosar mi lista personal de películas favoritas de todos los tiempos. Una gran sorpresa que el cine coreano nos viene brindando desde finales del siglo pasado con directores como el que nos ocupa o el también genial Kim Ki-Duk, injustamente ignorado en el libro.
Desde el principio, esta obra magnética nos transporta a un universo tan improbable como posible. El protagonista, interpretado con maestría por Minsik Choi quien no quiso que le doblaran en las secuencias de acción, es un hombre que ha pasado 15 años encerrado en una habitación sin saber el motivo.
De repente, y de forma aparentemente sencilla, consigue escapar y comienza una búsqueda de conocimiento y venganza que le llevará a un final brutal, tan redondo que se convierte en uno de los elementos claves de que esta película sea la joya que es.
Son tantos los temas que se tocan en este metraje (libertad, fuerza interior de las personas, incesto) y de tal forma que la oscuridad de lo que se narra por momentos ahoga, otras veces aclara.
Lo fundamental, en todo caso, es que el tema central de esta obra, que en EL defienden como una posible comedia negra, es el de la venganza. Pero la venganza buena, la elaborada. Personalmente, siempre me ha sabido poco que, cuando en una película se pasan todo el rato detrás del malo, le liquiden simplemente con un tiro.
El estilo John Woo de meter quince balazos al chungo tampoco me termina de satisfacer. Sin embargo, el entramado cuasi arquitectónico de esta historia, de cómo las personas pueden dedicar su existencia a hundir al que un día le arruinó la vida, fascina porque la conclusión final es que no merece la pena. Sobre todo por el hecho de comprobar que, una vez que has logrado la meta propuesta, te queda vacío y sin fuerzas para encontrar nuevos retos a lograr.
Desde el principio, esta obra magnética nos transporta a un universo tan improbable como posible. El protagonista, interpretado con maestría por Minsik Choi quien no quiso que le doblaran en las secuencias de acción, es un hombre que ha pasado 15 años encerrado en una habitación sin saber el motivo.
De repente, y de forma aparentemente sencilla, consigue escapar y comienza una búsqueda de conocimiento y venganza que le llevará a un final brutal, tan redondo que se convierte en uno de los elementos claves de que esta película sea la joya que es.
Son tantos los temas que se tocan en este metraje (libertad, fuerza interior de las personas, incesto) y de tal forma que la oscuridad de lo que se narra por momentos ahoga, otras veces aclara.
Lo fundamental, en todo caso, es que el tema central de esta obra, que en EL defienden como una posible comedia negra, es el de la venganza. Pero la venganza buena, la elaborada. Personalmente, siempre me ha sabido poco que, cuando en una película se pasan todo el rato detrás del malo, le liquiden simplemente con un tiro.
El estilo John Woo de meter quince balazos al chungo tampoco me termina de satisfacer. Sin embargo, el entramado cuasi arquitectónico de esta historia, de cómo las personas pueden dedicar su existencia a hundir al que un día le arruinó la vida, fascina porque la conclusión final es que no merece la pena. Sobre todo por el hecho de comprobar que, una vez que has logrado la meta propuesta, te queda vacío y sin fuerzas para encontrar nuevos retos a lograr.
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viernes, 17 de septiembre de 2010
92 - LA REINA DE AFRICA (The African Queen). John Huston. USA, 1951.
Mientras John Huston dejaba en manos de los productores que le destrozaran su obra malograda The Red Badge of Courage (1951), él se embarcaba para Africa para rodar una película que, en sí misma, ya le hubiera llevado a las páginas doradas de la historia del cine.
Basada en la novela homónima de C.S. Forester, contaba la relación entre un capitán de bote y una puritana inglesa a la que se le ha muerto el hermano, pregonador como ella. El planteamiento puede sonar lleno de caspa, pero el resultado no puede ser más delicioso.
Para empezar, muchos citan la labor de Robert Morley como hermano predicador de la reprimida católica, pero, la verdad, lo que hace y nada, todo es nada. No es que esté mal, pero si te pilla estornudando te lo pierdes, de lo poco que sale.
Los que sí están tremendos son los dos protagonistas: Katharine Hepburn y Humphrey Bogart. Aunque, a priori, sonaba como una pareja con poco futuro, lo cierto es que descubrieron una química en pantalla que es de las más emocionantes jamás mostradas.
Por un lado, Bogart retrata perfectamente su transformación de borracho imposible a enamorado que se comporta como un imberbe. De la misma forma que vemos a la Hepburn transformarse en una quinceañera emocionada que se vuelve loca con su galán. El primero, logró hacerse con el Oscar(c) al Mejor Actor de aquel año y a ella sólo la paró la impresionante labor de Vivien Leigh en Un tranvía llamado Deseo (Elia Kazan, 1951).
También se han dado muchas vueltas alrededor del final de la cinta. Sinceramente, con el placer que supone ver a dos maduros haciendo de tortolitos, si la historia hubiera terminado mal, yo sería de los primeros en poner el grito en el cielo. Esos dos tienen que vivir.
Huston necesitaba un éxito y pronto. De ahí que este bombazo de taquilla y crítica le viniera al pelo. Y eso que, según Eastwood en su Cazador blanco, corazón negro (1990), estuvo más interesado en cazar un elefante que en el rodaje.
En todo caso, siempre quedarán las anécdotas tan divertidas como que, de todo el equipo, los únicos que no padecieron enfermedades de la zona fueron Huston y Bogie por ponerse finos juntos a whisky, especialmente llevado para ellos. Genio y figura.
Basada en la novela homónima de C.S. Forester, contaba la relación entre un capitán de bote y una puritana inglesa a la que se le ha muerto el hermano, pregonador como ella. El planteamiento puede sonar lleno de caspa, pero el resultado no puede ser más delicioso.
Para empezar, muchos citan la labor de Robert Morley como hermano predicador de la reprimida católica, pero, la verdad, lo que hace y nada, todo es nada. No es que esté mal, pero si te pilla estornudando te lo pierdes, de lo poco que sale.
Los que sí están tremendos son los dos protagonistas: Katharine Hepburn y Humphrey Bogart. Aunque, a priori, sonaba como una pareja con poco futuro, lo cierto es que descubrieron una química en pantalla que es de las más emocionantes jamás mostradas.
Por un lado, Bogart retrata perfectamente su transformación de borracho imposible a enamorado que se comporta como un imberbe. De la misma forma que vemos a la Hepburn transformarse en una quinceañera emocionada que se vuelve loca con su galán. El primero, logró hacerse con el Oscar(c) al Mejor Actor de aquel año y a ella sólo la paró la impresionante labor de Vivien Leigh en Un tranvía llamado Deseo (Elia Kazan, 1951).
También se han dado muchas vueltas alrededor del final de la cinta. Sinceramente, con el placer que supone ver a dos maduros haciendo de tortolitos, si la historia hubiera terminado mal, yo sería de los primeros en poner el grito en el cielo. Esos dos tienen que vivir.
Huston necesitaba un éxito y pronto. De ahí que este bombazo de taquilla y crítica le viniera al pelo. Y eso que, según Eastwood en su Cazador blanco, corazón negro (1990), estuvo más interesado en cazar un elefante que en el rodaje.
En todo caso, siempre quedarán las anécdotas tan divertidas como que, de todo el equipo, los únicos que no padecieron enfermedades de la zona fueron Huston y Bogie por ponerse finos juntos a whisky, especialmente llevado para ellos. Genio y figura.
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jueves, 16 de septiembre de 2010
91 - LA DILIGENCIA (Stagecoach). John Ford. USA, 1939.
Otra de las hijas del año 39, La diligencia está considerada de forma unánime la madre del western moderno. Y con razón. A lo largo de la década de los 30, las películas de vaqueros habían caído en picado y los estudios habían perdido el interés en ellas.
De hecho, he de confesar que John Ford, el hacedor de esta obra, es el director de cine que más me ha sorprendido nunca con su producción. Partiendo del respeto que dan los grandes nombres, lo que he gozado con algunos de sus títulos no está escrito.
Sin embargo, Ford había encontrado una nueva fórmula que, el tiempo lo ha demostrado así, sería copiada ad infinitum por numerosos directores. Entre las novedades (que son muchas), se encuentra una narrativa de una sencillez y eficacia pasmosas.
Al fin y al cabo, estamos ante la historia de un viaje en diligencia por el viejo Oeste. Los pasajeros representan, cada uno, a un estrato de la sociedad aunque, según el modelo más fordiano, son precisamente los representantes de las clases más dudosas los que tienen un mayor y complejo esquema de valores.
Como protagonistas, John Wayne por fin encontró el pesonaje que le convertiría en estrella durante los siguientes treinta años. Claire Trevor, la chica, también se vería favorecida por el tremendo éxito de este título. Y el entrañable Thomas Mitchell disfrutaría de un año glorioso al haber dado vida también al padre de Escarlata O'Hara.
Otras novedades fueron que, por primera vez, Ford rodó en el ahora mítico Monument Valley y que, también por primera vez, el 7º de Caballería (que daría nombre incluso a un programa musical de TVE conducido por Miguel Bosé) salvaría la situación apareciendo al final para salvar a los buenos.
Parecerá mentira pero, en su momento, fueron muchos los productores que sufrieron por causa de esta película. Y es que al director le costó un gran esfuerzo encontrar estudio que le financiara su proyecto. Es que los hay que no tienen ojo.
Para mí, el visionado de esta joya supuso mi entrada en este género. Acostumbrado desde pequeño a que no me interesaran las historias del far west, lo que gocé con La diligencia fue mi primer paso hacia un género que, hoy en día, me sigue haciendo disfrutar. De vez en cuando.
De hecho, he de confesar que John Ford, el hacedor de esta obra, es el director de cine que más me ha sorprendido nunca con su producción. Partiendo del respeto que dan los grandes nombres, lo que he gozado con algunos de sus títulos no está escrito.
Sin embargo, Ford había encontrado una nueva fórmula que, el tiempo lo ha demostrado así, sería copiada ad infinitum por numerosos directores. Entre las novedades (que son muchas), se encuentra una narrativa de una sencillez y eficacia pasmosas.
Al fin y al cabo, estamos ante la historia de un viaje en diligencia por el viejo Oeste. Los pasajeros representan, cada uno, a un estrato de la sociedad aunque, según el modelo más fordiano, son precisamente los representantes de las clases más dudosas los que tienen un mayor y complejo esquema de valores.
Como protagonistas, John Wayne por fin encontró el pesonaje que le convertiría en estrella durante los siguientes treinta años. Claire Trevor, la chica, también se vería favorecida por el tremendo éxito de este título. Y el entrañable Thomas Mitchell disfrutaría de un año glorioso al haber dado vida también al padre de Escarlata O'Hara.
Otras novedades fueron que, por primera vez, Ford rodó en el ahora mítico Monument Valley y que, también por primera vez, el 7º de Caballería (que daría nombre incluso a un programa musical de TVE conducido por Miguel Bosé) salvaría la situación apareciendo al final para salvar a los buenos.
Parecerá mentira pero, en su momento, fueron muchos los productores que sufrieron por causa de esta película. Y es que al director le costó un gran esfuerzo encontrar estudio que le financiara su proyecto. Es que los hay que no tienen ojo.
Para mí, el visionado de esta joya supuso mi entrada en este género. Acostumbrado desde pequeño a que no me interesaran las historias del far west, lo que gocé con La diligencia fue mi primer paso hacia un género que, hoy en día, me sigue haciendo disfrutar. De vez en cuando.
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miércoles, 15 de septiembre de 2010
90 - LOS ASESINOS (Di huet seung hung). John Woo. Hong Kong, 1989.
Lo primero, para los que seáis seguidores de EL, os comento que el título que he puesto como original es el auténtico. La diferencia con el que aparece en mi edición es que Die xue shaung xiong es que es su versión en mandarín.
Para empezar, me parece bastante escandaloso que entre las películas que son necesarias ver antes de morir aparezca ninguna de John Woo, el director que se pasa el raccord por el arco del triunfo en todos los sentidos. Desde especialistas que no se parecen en absoluto a los actores a los que doblan con sus cuerpos, ni ángulos de tiro de los asesinos, ni si quiera el cauce de un río. Además, no deja de chocarme la cantidad de referentes occidentales que introduce en su cine como cosas católicas o iconos procedentes de este lado del mundo. Preferiría conocer más su mundo, la verdad.
Pero como este señor ha fascinado al nuevo genio de Hollywood, léase Quentin Tarantino, pues que hay que incluirlo. Lo que sí es cierto es que la elegida merece la pena ser vista, aunque sólo sea por consistir, en realidad, en una historia de amor homosexual.
Chow Yun-Fat, al que conocimos todos en oriente por su labor en Tigre y Dragón (por supuesto, aparecerá en este blog), da vida a un asesino a sueldo con sentimientos y sentido de la justicia. De hecho, hacia el final confiesa que no le cuesta cometer dichos crímenes porque son gente que no ha tratado. Más majo...
El que se vuelve loco por él es un policía que comienza admirando su sentido de la compasión (en el sentido kunderiano de la palabra) y que termina queriendo meterse en su mente cual amante obsesivo con afán de poseer.
Lo triste es que yo, cuando veo que hay cosas que no encajan (como la supuesta sorpresa que se lleva el mercenario en casa de la ciega), pues me salgo de la historia y como que pierdo el interés.
Eso sí, todos los topicazos del cine Made in Woo los encontraréis en esta cinta. Y, para los que gusten de curiosidades, la secuencia del final en la iglesia católica está prácticamente copiada en ese otro bodrio titulado Cara a cara (Face/Off), rodada por Woo en 1997.
Para empezar, me parece bastante escandaloso que entre las películas que son necesarias ver antes de morir aparezca ninguna de John Woo, el director que se pasa el raccord por el arco del triunfo en todos los sentidos. Desde especialistas que no se parecen en absoluto a los actores a los que doblan con sus cuerpos, ni ángulos de tiro de los asesinos, ni si quiera el cauce de un río. Además, no deja de chocarme la cantidad de referentes occidentales que introduce en su cine como cosas católicas o iconos procedentes de este lado del mundo. Preferiría conocer más su mundo, la verdad.
Pero como este señor ha fascinado al nuevo genio de Hollywood, léase Quentin Tarantino, pues que hay que incluirlo. Lo que sí es cierto es que la elegida merece la pena ser vista, aunque sólo sea por consistir, en realidad, en una historia de amor homosexual.
Chow Yun-Fat, al que conocimos todos en oriente por su labor en Tigre y Dragón (por supuesto, aparecerá en este blog), da vida a un asesino a sueldo con sentimientos y sentido de la justicia. De hecho, hacia el final confiesa que no le cuesta cometer dichos crímenes porque son gente que no ha tratado. Más majo...
El que se vuelve loco por él es un policía que comienza admirando su sentido de la compasión (en el sentido kunderiano de la palabra) y que termina queriendo meterse en su mente cual amante obsesivo con afán de poseer.
Lo triste es que yo, cuando veo que hay cosas que no encajan (como la supuesta sorpresa que se lleva el mercenario en casa de la ciega), pues me salgo de la historia y como que pierdo el interés.
Eso sí, todos los topicazos del cine Made in Woo los encontraréis en esta cinta. Y, para los que gusten de curiosidades, la secuencia del final en la iglesia católica está prácticamente copiada en ese otro bodrio titulado Cara a cara (Face/Off), rodada por Woo en 1997.
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martes, 14 de septiembre de 2010
89 - LA GRAN ILUSION (La grande illusion). Jean Renoir. Francia, 1937.
La genialidad de Renoir, al cual ya hemos conocido con La regla del juego (una película que se rodó dos años más tarde que la que nos ocupa), se hizo patente desde el principio de su entrada en el mundo del cine.
Con esta obra, ubicada históricamente en la I Guerra Mundial, nos encontramos ante una fábula en la que en un campo de prisioneros alemán vemos como los oficiales de un bando y otro juegan a crear una especie de sociedad elegante y refinada en el marco hostil que supone todo enfrentamiento bélico.
Si ya fue difícil sacarla adelante (se consiguió la financiación cuando el gran amor de Renoir, el actor Jean Gabin, accedió a protagonizarla), más difícil tendría su posterior carrera. También el hecho de que Erich von Stroheim accediera a dar vida al oficial alemán supuso que su personaje, de menor presencia en el guión original, creciera y se convirtiera en uno de los protagonistas.
Rodada en blanco y negro, la influencia que el cineasta recibió de su aclamado padre y sus pinturas se deja ver en muchos de los planos que resultan pictóricamente hermosos hasta el punto de que algunos dan ganas de enmarcarlos.
En su momento, obtuvo el Premio Especial del Jurado en el Festival de Venecia, pero fue prohibida en Francia e Italia durante la época de dominio nazi. Y eso que a Goering le gustaba, mientras que Goebbels la temía. Por su parte, Roosevelt declaró que era una cinta de obligatorio visionado para cualquier demócrata que se preciara.
Pero esa gran ilusión de la que habla el título se refiere al submundo mágico que se crea en el supuesto campo de prisioneros, un microcosmos en el que, pese a que los detenidos no cesan de intentar escapar, nunca se pierden las formas. Una utopía digna de ser soñada.
Hoy en día, y vista con perspectiva histórica, sigue siendo uno de los más bellos cuentos hechos alrededor de las terribles guerras. Todos los personajes, absolutamente todos, están perfectamente interpretados y resulta un placer verles interactuando. Eso sí, llama la atención que, para su estreno en USA, no aparecieran en los subtítulos la palabra judío, algo que molestó profundamente a su director.
Con esta obra, ubicada históricamente en la I Guerra Mundial, nos encontramos ante una fábula en la que en un campo de prisioneros alemán vemos como los oficiales de un bando y otro juegan a crear una especie de sociedad elegante y refinada en el marco hostil que supone todo enfrentamiento bélico.
Si ya fue difícil sacarla adelante (se consiguió la financiación cuando el gran amor de Renoir, el actor Jean Gabin, accedió a protagonizarla), más difícil tendría su posterior carrera. También el hecho de que Erich von Stroheim accediera a dar vida al oficial alemán supuso que su personaje, de menor presencia en el guión original, creciera y se convirtiera en uno de los protagonistas.
Rodada en blanco y negro, la influencia que el cineasta recibió de su aclamado padre y sus pinturas se deja ver en muchos de los planos que resultan pictóricamente hermosos hasta el punto de que algunos dan ganas de enmarcarlos.
En su momento, obtuvo el Premio Especial del Jurado en el Festival de Venecia, pero fue prohibida en Francia e Italia durante la época de dominio nazi. Y eso que a Goering le gustaba, mientras que Goebbels la temía. Por su parte, Roosevelt declaró que era una cinta de obligatorio visionado para cualquier demócrata que se preciara.
Pero esa gran ilusión de la que habla el título se refiere al submundo mágico que se crea en el supuesto campo de prisioneros, un microcosmos en el que, pese a que los detenidos no cesan de intentar escapar, nunca se pierden las formas. Una utopía digna de ser soñada.
Hoy en día, y vista con perspectiva histórica, sigue siendo uno de los más bellos cuentos hechos alrededor de las terribles guerras. Todos los personajes, absolutamente todos, están perfectamente interpretados y resulta un placer verles interactuando. Eso sí, llama la atención que, para su estreno en USA, no aparecieran en los subtítulos la palabra judío, algo que molestó profundamente a su director.
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lunes, 13 de septiembre de 2010
88 - LA DELGADA LÍNEA ROJA (The Thin Red Line). Terrence Malick. USA, 1998.
Después de 20 años en silencio y retirado del mundanal ruido, Malick volvió a la actualidad con esta película maravillosa en la que, en lugar de utilizar los habituales argumentos antibélicos, poesía y filosofía se dan la mano en la mente del personaje protagonista. Este, un soldado desertor, quiere encontrar el sentido de la vida en medio de un entorno en guerra.
Con una voz en off (como es habitual en el cine de este director), nos vamos encontrando con múltiples teorías que nos afectan y nos trastocan. Así, pasan varias horas desde que has terminado de ver esta joya hasta que tu mente reposa.
Pero es un ejercicio maravilloso que te renueva y te hace más fuerte. Te hace ver la vida de forma radicalmente distinta y, desde luego, te convence todavía más de que debería haber otras formas de resolver los conflictos sin necesidad de llegar a esas matanzas comunales.
Junto a estrellas tan incontestables como Sean Penn y Nick Nolte (por citar sólo a dos de los que aparecen en la obra), destaca la labor de Jim Caviezel como el principal personaje al que sigue la trama. Su serena belleza y su mirada que parece ver mucho más allá de las meras apariencias, su imagen y palabras te atrapan y te enamoran.
Tuve la suerte de entrevistarle cuando vino a promocionar su versión de El Conde de Montecristo (Kevin Reynolds, 2002) y resulta que es, en sí mismo, un iluminado que defiende que todo lo que le sucede en la vida se lo debe a Jesucristo. Pero lo dice con una calma tan grande que, en lugar de despertar el miedo que dan los fanáticos, parece más bien que se ha metido ácido en el cuerpo y no se le ha pasado.
La novela de James Jones, homónima y autobiográfica, encuentra un traslado bastante fiel en esta película. Salvo en detalles tan significativos como la ausencia de la historia homosexual entre dos de los soldados, tema que, como es habitual en Hollywood, se ningunea y ni siquiera se insinúa. Mal, Tinseltown, mal.
En todo caso, siendo cosecha del mismo año en el que se presentó Salvar al Soldado Ryan (que también llegará a este blog), para mí, sin duda, este título es mucho más de imprescindible visionado que la antes citada. Deliciosa.
Con una voz en off (como es habitual en el cine de este director), nos vamos encontrando con múltiples teorías que nos afectan y nos trastocan. Así, pasan varias horas desde que has terminado de ver esta joya hasta que tu mente reposa.
Pero es un ejercicio maravilloso que te renueva y te hace más fuerte. Te hace ver la vida de forma radicalmente distinta y, desde luego, te convence todavía más de que debería haber otras formas de resolver los conflictos sin necesidad de llegar a esas matanzas comunales.
Junto a estrellas tan incontestables como Sean Penn y Nick Nolte (por citar sólo a dos de los que aparecen en la obra), destaca la labor de Jim Caviezel como el principal personaje al que sigue la trama. Su serena belleza y su mirada que parece ver mucho más allá de las meras apariencias, su imagen y palabras te atrapan y te enamoran.
Tuve la suerte de entrevistarle cuando vino a promocionar su versión de El Conde de Montecristo (Kevin Reynolds, 2002) y resulta que es, en sí mismo, un iluminado que defiende que todo lo que le sucede en la vida se lo debe a Jesucristo. Pero lo dice con una calma tan grande que, en lugar de despertar el miedo que dan los fanáticos, parece más bien que se ha metido ácido en el cuerpo y no se le ha pasado.
La novela de James Jones, homónima y autobiográfica, encuentra un traslado bastante fiel en esta película. Salvo en detalles tan significativos como la ausencia de la historia homosexual entre dos de los soldados, tema que, como es habitual en Hollywood, se ningunea y ni siquiera se insinúa. Mal, Tinseltown, mal.
En todo caso, siendo cosecha del mismo año en el que se presentó Salvar al Soldado Ryan (que también llegará a este blog), para mí, sin duda, este título es mucho más de imprescindible visionado que la antes citada. Deliciosa.
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87 - NAPOLEON (Napoléon). Abel Gance. Francia, 1927.
Uno de los primeros biopics de la historia del cine, la grandeza de esta obra magna consiste en la utilización de múltiples recursos que luego se irían convirtiendo en elementos cotidianos en las producciones fílmicas. Entre ellos, destaca el uso del color en algunos de los planos (con los colores de la bandera francesa, por ejemplo) o la imagen tripartita con la que se muestran distintos aspectos de lo que está sucediendo.
Pero resulta fundamental el que, por primera vez, se contaría parte del relato (el correspondiente a los años escolares del futuro emperador) desde el punto de vista subjetivo de un niño, adelantándose así a personajes como el Elliot de E.T. (que también llegará a este blog).
Sujeta a distintas versiones, debido principalmente a lo moderno de su planteamiento en los tiempos en que no había llegado el sonoro, se le fue incorporando partes sonoras e, incluso, se llegó a estrenar una variante en la que se escuchaban diálogos completos.
Hoy en día son muchos los que la critican de no ser muy profunda en lo referente al estudio del personaje principal, pero lo que no se tiene en cuenta es que, precisamente eso, es uno de los encantos de esta maravilla. La visión que se logra del líder francés es la de un hombre "condenado" a su destino, a una posición mundial que no parece tener remedio.
De entre las múltiples formas en las que se ha presentado al público (llegó a exisitir una versión de 70 minutos estrenada en los USA), la que ahora se muestra habitualmente es una de 4 horas de duración que cuenta con una banda sonora asignada en la que se incluye la icónica "La Marsellesa", uno de los momentos más álgidos de esta cinta.
Indudablemente, a todos aquellos que la han criticado queriendo negar su importancia, les pediría que repasaran los biopics que se rodaron a partir de esta obra y que se dieran cuenta de la tremenda importancia que ha tenido esta obra para las posteriores biografías rodadas en cine.
Pero resulta fundamental el que, por primera vez, se contaría parte del relato (el correspondiente a los años escolares del futuro emperador) desde el punto de vista subjetivo de un niño, adelantándose así a personajes como el Elliot de E.T. (que también llegará a este blog).
Sujeta a distintas versiones, debido principalmente a lo moderno de su planteamiento en los tiempos en que no había llegado el sonoro, se le fue incorporando partes sonoras e, incluso, se llegó a estrenar una variante en la que se escuchaban diálogos completos.
Hoy en día son muchos los que la critican de no ser muy profunda en lo referente al estudio del personaje principal, pero lo que no se tiene en cuenta es que, precisamente eso, es uno de los encantos de esta maravilla. La visión que se logra del líder francés es la de un hombre "condenado" a su destino, a una posición mundial que no parece tener remedio.
De entre las múltiples formas en las que se ha presentado al público (llegó a exisitir una versión de 70 minutos estrenada en los USA), la que ahora se muestra habitualmente es una de 4 horas de duración que cuenta con una banda sonora asignada en la que se incluye la icónica "La Marsellesa", uno de los momentos más álgidos de esta cinta.
Indudablemente, a todos aquellos que la han criticado queriendo negar su importancia, les pediría que repasaran los biopics que se rodaron a partir de esta obra y que se dieran cuenta de la tremenda importancia que ha tenido esta obra para las posteriores biografías rodadas en cine.
sábado, 11 de septiembre de 2010
86 - 2001: Una odisea del espacio (2001: A Space Odyssey). Stanley Kubrick. Reino Unido/USA, 1968.
En plena época del LSD y cuando todos los jóvenes buscaban encontrar otros caminos de percepción aparte de los socialmente establecidos (que se lo cuenten a Kubrick, creador de esta obra), aparece una película que no es que parezca un viaje lisérgico, sino que realmente se la puede disfrutar si estás en uno de dichos viajes.
Fueron miles las cartas recibidas por el director en las que se le pedía que explicase su película. Era normal, gentes que no hubieran fumado un buen peta no podían saber lo que se esperaba de este tipo de espectáculo, al igual que ocurriera años más tarde cuando, con el estreno de El muro (Alan Parker, 1982), el cuarto del baño del cine parecía un fumadero de hash.
Tengo que admitir que la primera vez que vi esta obra fundamental de la historia del cine se me hizo muy pesada, lenta e incomprensible. Vista de nuevo, y con un buen par de petas en el coleto, me entretiene más, me siento más atrapado en sus redes.
Los aspectos que destacan, desde mi punto de vista, no son ni los monos a los que se notan demasiado humanos con disfraces prohibidos para gente con alergia al polvo, ni la historia en sí, que me sigue pareciendo lo menos importante de esta película.
Sin embargo, esos efectos especiales cuyo diseño le valió a Kubrick un Oscar(c) con un movimiento sincronizado con la música clásica de la que se compone la banda sonora son un fenómeno aparte a estudiar. Alex North, uno de los grandes en el campo de la música para cine, compuso en su momento una partitura original, pero el director prefirió seleccionar unos temas de música clásica que, desde entonces, han permanecido en el colectivo social.
Realmente, la sola idea de crear un vals de satélites o naves espaciales es para celebrar a cualquiera que haya sido su ideador. Insisto, la trama, inspirada en dos relatos del coguionista Arthur C. Clarke me la trae bastante al pairo. Trata sobre la obsesión de la ciencia-ficción en pensar que un días las máquinas dominarán al hombre (cuando en lugar de computadores tenían que haber pensado en la banca, tal y como está sucediendo ahora).
En todo caso, de toda la psicodelia de la que se nutre la peli me destaca especialmente la interpretación de Keir Dullea, el científico protagonista que, además de ser simplemente bello, transmite ese estado de pasmo necesario que se te debe quedar llevas no sé cuánto tiempo hibernando en el espacio.
Y es que a mí, la verdad, las máquinas me siguen pareciendo enemigos a evitar.
En 1984, Peter Hyams dirigió un intento de secuela de esta obra original, 2010: Odisea dos. Pese a la experiencia del director en este género (había dirigdo títulos como Capricornio Uno, de 1977), el hecho de hacer coincidir la secuela rodándola en otro año de referencia en el terreno de lo fantástico no sirvió más que para destacar su absurdo propósito.
Por último, destacar que, por mucho que a uno le pueda aburrir esta película en estado sobrio, lo que es innegable es la tremenda influencia que ha tenido en el cine a partir de su concepción con la cantidad de momentos inspirados en ella que se siguen encontrando en todo tipo de películas de todo tipo de géneros.
Fueron miles las cartas recibidas por el director en las que se le pedía que explicase su película. Era normal, gentes que no hubieran fumado un buen peta no podían saber lo que se esperaba de este tipo de espectáculo, al igual que ocurriera años más tarde cuando, con el estreno de El muro (Alan Parker, 1982), el cuarto del baño del cine parecía un fumadero de hash.
Tengo que admitir que la primera vez que vi esta obra fundamental de la historia del cine se me hizo muy pesada, lenta e incomprensible. Vista de nuevo, y con un buen par de petas en el coleto, me entretiene más, me siento más atrapado en sus redes.
Los aspectos que destacan, desde mi punto de vista, no son ni los monos a los que se notan demasiado humanos con disfraces prohibidos para gente con alergia al polvo, ni la historia en sí, que me sigue pareciendo lo menos importante de esta película.
Sin embargo, esos efectos especiales cuyo diseño le valió a Kubrick un Oscar(c) con un movimiento sincronizado con la música clásica de la que se compone la banda sonora son un fenómeno aparte a estudiar. Alex North, uno de los grandes en el campo de la música para cine, compuso en su momento una partitura original, pero el director prefirió seleccionar unos temas de música clásica que, desde entonces, han permanecido en el colectivo social.
Realmente, la sola idea de crear un vals de satélites o naves espaciales es para celebrar a cualquiera que haya sido su ideador. Insisto, la trama, inspirada en dos relatos del coguionista Arthur C. Clarke me la trae bastante al pairo. Trata sobre la obsesión de la ciencia-ficción en pensar que un días las máquinas dominarán al hombre (cuando en lugar de computadores tenían que haber pensado en la banca, tal y como está sucediendo ahora).
En todo caso, de toda la psicodelia de la que se nutre la peli me destaca especialmente la interpretación de Keir Dullea, el científico protagonista que, además de ser simplemente bello, transmite ese estado de pasmo necesario que se te debe quedar llevas no sé cuánto tiempo hibernando en el espacio.
Y es que a mí, la verdad, las máquinas me siguen pareciendo enemigos a evitar.
En 1984, Peter Hyams dirigió un intento de secuela de esta obra original, 2010: Odisea dos. Pese a la experiencia del director en este género (había dirigdo títulos como Capricornio Uno, de 1977), el hecho de hacer coincidir la secuela rodándola en otro año de referencia en el terreno de lo fantástico no sirvió más que para destacar su absurdo propósito.
Por último, destacar que, por mucho que a uno le pueda aburrir esta película en estado sobrio, lo que es innegable es la tremenda influencia que ha tenido en el cine a partir de su concepción con la cantidad de momentos inspirados en ella que se siguen encontrando en todo tipo de películas de todo tipo de géneros.
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85 - PAISÁ. Roberto Rossellini. Italia, 1946.
Son pocas las ocasiones en las que una película puede suponer un puñetazo en el estómago para el espectador y Paisá es una de ellas. Dividida en seis capítulos que cuentan sendas historias sobre la II Guerra Mundial, la principal fuerza la recibe de trabajar con actores no profesionales quienes, sin dramas innecesarios, te transmiten lo terrible de dichas historias.
Desde un muchacho que se hace amigo de un soldado de color, al que roba las botas cuando está borracho, hasta el espeluznante fusilamiento final, lo que se nos muestra es desnudo, descarnado, real. A través de lo mostrado en pantalla, este título provoca que nos hagamos una revisión interior al cuestionarnos hasta qué punto estaríamos dispuestos a llegar a tales extremos.
En su obra anterior, Roma, ciudad abierta, que ya llegará al blog, ya había rodeado Rossellini a la gran Anna Magnani de actores no profesionales. Aquí, prescinde directamente de meter a ninguna estrella para que la sensación de documental aumente entre las filas.
Los episodios se van sucediendo de forma que, al terminar cada uno, te quedas con la angustia de no saber lo que te va a contar el siguiente. Y eso provocó que fueran muchos los que asistían a ver esta película y que salían de la sala sin concluirla.
Sin embargo, Federico Fellini, ayudante de dirección de este primer genio, tuvo claro a raíz de Paisá que dedicaría su vida al cine. Los Hermanos Taviani, viéndola en su etapa colegial, también decidieron, al salir de este visionado, que su vida sería el 7º Arte. Y fue esta cinta la que provocó que Ingrid Bergman, pensando que un gran nombre le podría venir bien al cineasta italiano a la hora de convertirse en popular, mandara una carta al director que se convertiría en su amante, suceso por el que Hollywood dio la espalda a la estrella sueca durante muchos años.
Está claro que no es recomendable esta cinta para esas tardes de domingo de las que hemos hablado varias veces, pero, desde luego, todo aquel que quiera sentir el auténtico poder del cine no debería dejar de verla.
Desde un muchacho que se hace amigo de un soldado de color, al que roba las botas cuando está borracho, hasta el espeluznante fusilamiento final, lo que se nos muestra es desnudo, descarnado, real. A través de lo mostrado en pantalla, este título provoca que nos hagamos una revisión interior al cuestionarnos hasta qué punto estaríamos dispuestos a llegar a tales extremos.
En su obra anterior, Roma, ciudad abierta, que ya llegará al blog, ya había rodeado Rossellini a la gran Anna Magnani de actores no profesionales. Aquí, prescinde directamente de meter a ninguna estrella para que la sensación de documental aumente entre las filas.
Los episodios se van sucediendo de forma que, al terminar cada uno, te quedas con la angustia de no saber lo que te va a contar el siguiente. Y eso provocó que fueran muchos los que asistían a ver esta película y que salían de la sala sin concluirla.
Sin embargo, Federico Fellini, ayudante de dirección de este primer genio, tuvo claro a raíz de Paisá que dedicaría su vida al cine. Los Hermanos Taviani, viéndola en su etapa colegial, también decidieron, al salir de este visionado, que su vida sería el 7º Arte. Y fue esta cinta la que provocó que Ingrid Bergman, pensando que un gran nombre le podría venir bien al cineasta italiano a la hora de convertirse en popular, mandara una carta al director que se convertiría en su amante, suceso por el que Hollywood dio la espalda a la estrella sueca durante muchos años.
Está claro que no es recomendable esta cinta para esas tardes de domingo de las que hemos hablado varias veces, pero, desde luego, todo aquel que quiera sentir el auténtico poder del cine no debería dejar de verla.
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martes, 7 de septiembre de 2010
84 - EL GATOPARDO (Il Gattopardo). Luchino Visconti. Italia/Francia, 1963.
Una de las mejores adaptaciones de una novela al cine, El Gatopardo es la historia, bastante autobiográfica, que Giuseppe Tomasi di Lampedusa escribió sobre su familia siciliana en la segunda mitad del siglo XIX. El libro, que fue despreciado en principio por los editores, se convirtió en la obra literaria por excelencia sobre las peculiares características de los habitantes y la historia de aquella isla.
La adaptación que se hace en este libro se presenta como su fuera posible abrirlo por cualquier página y que aparecieran en 3D las situaciones que se relatan. Y es que Visconti, lejos de hacer una adaptación al uso, nos regala con una total recreación del contenido de sus páginas.
La ambientación es de lujo presentando unos espacios, incluyendo los vacíos, que parecen tal cual los de los Lampedusa. La fotografía es un trabajo minucioso en el que no queda detalle sin uso ni falta de apreciación. Y la banda sonora, del enorme Nino Rota, envuelve todos los aspectos cual caja de música en la que los actores son las figuras que bailan a su ritmo.
Pero el logro principal es haber logrado juntar a tres personalidades de la historia del cine en las que recae muy buena parte del peso de la cinta. Para empezar, el estadounidense Burt Lancaster, del que ya habíamos destacado su belleza animal en Forajidos, aquí no sólo demuestra lo bien que se puede envejecer, sino que derrocha oficio y talento.
La tunecina de nacimiento, afincada en Italia, Claudia Cardinale, impresiona por esa capacidad de compaginar belleza con la vulgaridad que requiere su personaje, sobre todo, en las risas en la cena en la que aparece por primera vez en la cinta.
Por último, pero ni muchísimo menos a un segundo nivel, el galo Alain Delon es el tercer vértice de un triángulo del que resultaría prácticamente imposible escoger un ganador en cuanto a combinación de belleza y talento se refiere.
Pese a sus simpatías hacia el comunismo, Visconti era de origen noble y no se puede pensar, tampoco, a otro director trayendo a la vida las vicisitudes del Príncipe de Salina y su familia mientras a su alrededor se van cambiando las tornas de lo establecido.
Fueron muchas las críticas que recibió esta cinta, más hacia el director que hacia la obra. Pero la razón principal fue el tremendo éxito de este título que, tras ganar la Palma de Oro en el Festival de Cannes, se convirtió en un gran éxito internacional.
Si el gran sentido estético del cineasta se ha hecho sentir en otros trabajos por el lado de la decadencia, en este caso rozamos el esplendor absoluto en esta obra que no sólo es una de las mejores de Visconti, sino una de las mejores súperproducciones que en la historia del cine se han dado.
La adaptación que se hace en este libro se presenta como su fuera posible abrirlo por cualquier página y que aparecieran en 3D las situaciones que se relatan. Y es que Visconti, lejos de hacer una adaptación al uso, nos regala con una total recreación del contenido de sus páginas.
La ambientación es de lujo presentando unos espacios, incluyendo los vacíos, que parecen tal cual los de los Lampedusa. La fotografía es un trabajo minucioso en el que no queda detalle sin uso ni falta de apreciación. Y la banda sonora, del enorme Nino Rota, envuelve todos los aspectos cual caja de música en la que los actores son las figuras que bailan a su ritmo.
Pero el logro principal es haber logrado juntar a tres personalidades de la historia del cine en las que recae muy buena parte del peso de la cinta. Para empezar, el estadounidense Burt Lancaster, del que ya habíamos destacado su belleza animal en Forajidos, aquí no sólo demuestra lo bien que se puede envejecer, sino que derrocha oficio y talento.
La tunecina de nacimiento, afincada en Italia, Claudia Cardinale, impresiona por esa capacidad de compaginar belleza con la vulgaridad que requiere su personaje, sobre todo, en las risas en la cena en la que aparece por primera vez en la cinta.
Por último, pero ni muchísimo menos a un segundo nivel, el galo Alain Delon es el tercer vértice de un triángulo del que resultaría prácticamente imposible escoger un ganador en cuanto a combinación de belleza y talento se refiere.
Pese a sus simpatías hacia el comunismo, Visconti era de origen noble y no se puede pensar, tampoco, a otro director trayendo a la vida las vicisitudes del Príncipe de Salina y su familia mientras a su alrededor se van cambiando las tornas de lo establecido.
Fueron muchas las críticas que recibió esta cinta, más hacia el director que hacia la obra. Pero la razón principal fue el tremendo éxito de este título que, tras ganar la Palma de Oro en el Festival de Cannes, se convirtió en un gran éxito internacional.
Si el gran sentido estético del cineasta se ha hecho sentir en otros trabajos por el lado de la decadencia, en este caso rozamos el esplendor absoluto en esta obra que no sólo es una de las mejores de Visconti, sino una de las mejores súperproducciones que en la historia del cine se han dado.
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lunes, 6 de septiembre de 2010
83 - HA NACIDO UNA ESTRELLA (A star is born). George Cukor. USA, 1954.
Hasta la fecha son tres las versiones que se han filmado de esta historia que es, prácticamente, un cuento para adultos-niños de Hollywood: joven actriz aspirante conoce a estrella masculina en la cumbre de su carrera y mantienen una relación mientras se invierten los papeles y ella logra la fama que él se ve condenado a perder.
Con este asunto por medio, difícil era que una de ellas no estuviera incluida en EL. Con idéntico título, las tres tuvieron presencia en los Oscars(c) de sus años respectivos y ésta es la que no logró ninguno. Pese a que la de 1937 no deja de tener su gracia y la de 1976 sólo merece la pena por los números musicales de la Streisand ("Woman in the moon", una gozada), la que nos ocupa es la victoriosa de la saga.
James Mason, perfecto en su papel como esa estrella que empieza a perder su luz y quiere ahogarlo con alcohol por tubos, estaba tremendo no sólo en su personaje sino como perfecta réplica de Judy Garland. Esta película suponía el gran regreso a la pantalla de la Dorothy que todos habíamos amado en El mago de Oz (de pronta llegada a este blog).
Su último proyecto, La reina del oeste (George Sidney, 1950), se había visto frustrado por su afición desmedida al alcohol y otras sustancias, yendo aquel personaje a parar a manos de Betty Hutton. Sin embargo, un tropezón como éste, que hubiese podido acabar con las carreras de otros, para la Garland se quedó meramente en eso, en tropezón.
Resurgió cual ave Fénix de entre sus cenizas con esta megaproducción en la que su principal enemigo volvió a ser ella misma, con su falta de disciplina, y el propio director, George Cukor, quien, cansado como estaba de la diva, se fue de viaje a Europa mientras se volvían a rodar algunas de las secuencias y la Garland se encargaba de incluir en el montaje final su larguísimo número musical "Born in a trunk".
Estas desavenencias llevaron a que Cukor fuera olvidado aquel año en los premios legendarios de la Academia de Hollywood, pero poco le importaba por las desavenencias que tenía, en esa época, con el jefe de todo aquello, Jack Warner, uno de esos productores que querían dejar su impronta en todo en lo que ponían dinero. De hecho, a raíz de este trabajo Cukor lograría ser libre y comenzar a dirigir para otros estudios.
A estos protagonistas les acompaña una larga y excepcional serie de actores de reparto que realizan unas labores tan grandes que dejan todavía más claro por qué esta versión es la favorita de todos.
En mi revisión de la misma, me he encontrado con los veintipico minutos extra que se encontraron a finales del siglo pasado. Y tengo que confesar que mola verlos como curiosidad, pero que no quedan muy bien de forma permanente ya que la mayoría son foto-fijas con sonido real, pero cortan mucho el ritmo. Hubiesen quedado mejor como extra, no de forma permanente.
Con este asunto por medio, difícil era que una de ellas no estuviera incluida en EL. Con idéntico título, las tres tuvieron presencia en los Oscars(c) de sus años respectivos y ésta es la que no logró ninguno. Pese a que la de 1937 no deja de tener su gracia y la de 1976 sólo merece la pena por los números musicales de la Streisand ("Woman in the moon", una gozada), la que nos ocupa es la victoriosa de la saga.
James Mason, perfecto en su papel como esa estrella que empieza a perder su luz y quiere ahogarlo con alcohol por tubos, estaba tremendo no sólo en su personaje sino como perfecta réplica de Judy Garland. Esta película suponía el gran regreso a la pantalla de la Dorothy que todos habíamos amado en El mago de Oz (de pronta llegada a este blog).
Su último proyecto, La reina del oeste (George Sidney, 1950), se había visto frustrado por su afición desmedida al alcohol y otras sustancias, yendo aquel personaje a parar a manos de Betty Hutton. Sin embargo, un tropezón como éste, que hubiese podido acabar con las carreras de otros, para la Garland se quedó meramente en eso, en tropezón.
Resurgió cual ave Fénix de entre sus cenizas con esta megaproducción en la que su principal enemigo volvió a ser ella misma, con su falta de disciplina, y el propio director, George Cukor, quien, cansado como estaba de la diva, se fue de viaje a Europa mientras se volvían a rodar algunas de las secuencias y la Garland se encargaba de incluir en el montaje final su larguísimo número musical "Born in a trunk".
Estas desavenencias llevaron a que Cukor fuera olvidado aquel año en los premios legendarios de la Academia de Hollywood, pero poco le importaba por las desavenencias que tenía, en esa época, con el jefe de todo aquello, Jack Warner, uno de esos productores que querían dejar su impronta en todo en lo que ponían dinero. De hecho, a raíz de este trabajo Cukor lograría ser libre y comenzar a dirigir para otros estudios.
A estos protagonistas les acompaña una larga y excepcional serie de actores de reparto que realizan unas labores tan grandes que dejan todavía más claro por qué esta versión es la favorita de todos.
En mi revisión de la misma, me he encontrado con los veintipico minutos extra que se encontraron a finales del siglo pasado. Y tengo que confesar que mola verlos como curiosidad, pero que no quedan muy bien de forma permanente ya que la mayoría son foto-fijas con sonido real, pero cortan mucho el ritmo. Hubiesen quedado mejor como extra, no de forma permanente.
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viernes, 3 de septiembre de 2010
82 - EL CLUB DE LOS CINCO (The Breakfast Club). John Hughes. USA, 1985.
Pese a la horrorosa traducción que se hizo del título original en nuestro país, estamos ante la película generacional de los 80 por excelencia. De hecho, a los que fuimos adolescentes en aquella década no tienes más que citarnos este título para que se nos ponga cara de nostalgia y exclamemos "¡ah, Breakfast Club".
Tomando como base una mañana de sábado en un instituto, tres chicos y dos chicas, todos diferentes entre ellos, se ven reunidos en la sala de castigo. Está la pija por excelencia (Molly Ringwald), el deportista entregado (Emilio Estevez), el macarra puro (Judd Nelson), la freaky total (Ally Sheedy) y el estudioso y rarito, vamos, gay (Anthony Michael Hall).
Tras diferentes enfrentamientos entre ellos, poco a poco se van dando cuenta de que, dejando las etiquetas y roles aparte, hay algo que les une a todos: su edad y lo que les rodea. Problemas con los padres, en las relaciones personales, en la forma de no ser entendidos y, sobre todo, cuánto les pesa estar a la altura de lo que se supone deben hacer por estar considerados de tal o cual forma.
También su banda sonora fue un fenómeno y varios de los temas que aparecen, al ser escuchados ahora, te transportan directamente a esta cinta (también lo citan en EL, destacando el "Don't you forget about me", de Simple Minds).
Pues bien, todo esto vino de la mente de John Hughes, un cineasta que tuvo la capacidad de hablar de los adolescentes y su entorno de frente, pareciendo más uno de ellos (tenía 35 años cuando rodó este título) que un adulto hablando de jovencitos. Vituperado por algunos sectores de la crítica, los primeros en defenderle a capa y espada siguen siendo los protagonistas de sus películas.
En los años 50, se hablaba del Rat Pack, un grupo en el que se encontraban Dean Martin, Sammy Davis Jr. y Frank Sinatra y cuyo único miembro femenino era Shirley McLaine, antes de que la diera por ver ovnis. De aquel término, y a raíz precisamente de esta película, se acuñó el término Brat Pack (brat significa niñato), referido a este grupo de actores, de gran talento pero, según el ocurrente periodista que aplicó el apelativo, con un comportamiento social de niños tontos queriendo llamar y recibir excesiva atención. Sobra decir que los actores de este grupo, los cinco protagonistas, siguen negando que aquello fuera cierto. Pero ya es demasiado tarde, el término ha cuajado y tengo varios libros hablando de dicho fenómeno.
Tomando como base una mañana de sábado en un instituto, tres chicos y dos chicas, todos diferentes entre ellos, se ven reunidos en la sala de castigo. Está la pija por excelencia (Molly Ringwald), el deportista entregado (Emilio Estevez), el macarra puro (Judd Nelson), la freaky total (Ally Sheedy) y el estudioso y rarito, vamos, gay (Anthony Michael Hall).
Tras diferentes enfrentamientos entre ellos, poco a poco se van dando cuenta de que, dejando las etiquetas y roles aparte, hay algo que les une a todos: su edad y lo que les rodea. Problemas con los padres, en las relaciones personales, en la forma de no ser entendidos y, sobre todo, cuánto les pesa estar a la altura de lo que se supone deben hacer por estar considerados de tal o cual forma.
También su banda sonora fue un fenómeno y varios de los temas que aparecen, al ser escuchados ahora, te transportan directamente a esta cinta (también lo citan en EL, destacando el "Don't you forget about me", de Simple Minds).
Pues bien, todo esto vino de la mente de John Hughes, un cineasta que tuvo la capacidad de hablar de los adolescentes y su entorno de frente, pareciendo más uno de ellos (tenía 35 años cuando rodó este título) que un adulto hablando de jovencitos. Vituperado por algunos sectores de la crítica, los primeros en defenderle a capa y espada siguen siendo los protagonistas de sus películas.
En los años 50, se hablaba del Rat Pack, un grupo en el que se encontraban Dean Martin, Sammy Davis Jr. y Frank Sinatra y cuyo único miembro femenino era Shirley McLaine, antes de que la diera por ver ovnis. De aquel término, y a raíz precisamente de esta película, se acuñó el término Brat Pack (brat significa niñato), referido a este grupo de actores, de gran talento pero, según el ocurrente periodista que aplicó el apelativo, con un comportamiento social de niños tontos queriendo llamar y recibir excesiva atención. Sobra decir que los actores de este grupo, los cinco protagonistas, siguen negando que aquello fuera cierto. Pero ya es demasiado tarde, el término ha cuajado y tengo varios libros hablando de dicho fenómeno.
jueves, 2 de septiembre de 2010
81 - UNICO SUPERVIVIENTE (The Quiet Earth). Geoff Murphy. Nueva Zelanda, 1985.
¿Os acordáis cuando de niños, en grupo o en privado, nos juntábamos a imaginar lo que haríamos si una noche, por error, nos dejaran encerrados en un gran almacen? Pues con ese planteamiento comienza esta historia en la que un hombre, al que conocemos con un plano cenital de su cuerpo desnudo sobre la cama y que entendemos que está en viaje de trabajo porque se aloja en un motel y se viste de business man, descubre que es el único ser humano que queda sobre la faz de la tierra.
Tras una primera media hora en la que dicho hombre, Zac, se permite jugar haciendo todas las cosas que más le apetecen (impresionante el plano en el que, vestido tan sólo con una combinación de lencería, se mira en un espejo y se descubre a sí mismo), de repente, y por sorpresa se encuentra con una mujer que también se siente superviviente.
Con ella comienza una de las contradicciones en las que cae el film porque en los primeros 30 minutos todo parece un decorado, sin que haya presencia de ningún ser vivo en absoluto. Sin embargo, ella habla de un cadáver de bebé y, al poco, se encuentran dos cuerpos por la calle.
En todo caso, siguen los tiempos de Arcadia, y el juego antes solitario se convierte en carreras de coches por calles vacías y entretenimientos parecidos. Casi hemos llegado a la hora cuando aparece un tercer personaje, un negro, asesino convencido por razones que parecen tribales, y que se convierte en el tercer miembro del triángulo amoroso que se forma y que será el promotor del sugerente final.
Los escasos efectos especiales son más deudores de Escher que de sagas galácticas y, como muy bien afirman en EL, más que pertenecer al género que se le supone, ciencia ficción, en realidad se trata de un drama emocional.
Basado en la novela homónima (en su versión original) de Craig Harrison, resulta también una curiosa lectura sobre hasta qué punto las convenciones educacionales marcan el comportamiento del ser humano incluso cuando no tienes a nadie a quien rendir cuentas de ningún tipo. A modo de ejemplo, al poco de conocer a la mujer, él la llama su esposa. Y muchos detalles más que te entrentendrán más allá del mero visionado.
Por cierto, de los intérpretes, Bruno Lawrence, el primero al que conocemos, hace una interpretación que invita a las múltiples lecturas, mola verlo.
Tras una primera media hora en la que dicho hombre, Zac, se permite jugar haciendo todas las cosas que más le apetecen (impresionante el plano en el que, vestido tan sólo con una combinación de lencería, se mira en un espejo y se descubre a sí mismo), de repente, y por sorpresa se encuentra con una mujer que también se siente superviviente.
Con ella comienza una de las contradicciones en las que cae el film porque en los primeros 30 minutos todo parece un decorado, sin que haya presencia de ningún ser vivo en absoluto. Sin embargo, ella habla de un cadáver de bebé y, al poco, se encuentran dos cuerpos por la calle.
En todo caso, siguen los tiempos de Arcadia, y el juego antes solitario se convierte en carreras de coches por calles vacías y entretenimientos parecidos. Casi hemos llegado a la hora cuando aparece un tercer personaje, un negro, asesino convencido por razones que parecen tribales, y que se convierte en el tercer miembro del triángulo amoroso que se forma y que será el promotor del sugerente final.
Los escasos efectos especiales son más deudores de Escher que de sagas galácticas y, como muy bien afirman en EL, más que pertenecer al género que se le supone, ciencia ficción, en realidad se trata de un drama emocional.
Basado en la novela homónima (en su versión original) de Craig Harrison, resulta también una curiosa lectura sobre hasta qué punto las convenciones educacionales marcan el comportamiento del ser humano incluso cuando no tienes a nadie a quien rendir cuentas de ningún tipo. A modo de ejemplo, al poco de conocer a la mujer, él la llama su esposa. Y muchos detalles más que te entrentendrán más allá del mero visionado.
Por cierto, de los intérpretes, Bruno Lawrence, el primero al que conocemos, hace una interpretación que invita a las múltiples lecturas, mola verlo.
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Único superviviente
miércoles, 1 de septiembre de 2010
80 - EL HOMBRE DE HIERRO (Czlowiek z zelaza). Andrzej Wajda. Polonia, 1981.
De mayor éxito que su primera parte (ésta sí que se llevó la Palma de Oro de Cannes al agua), este hombre férreo mantiene los mismos parámetros que la entrega anterior, por lo que resulta algo cansina a no ser que te interese profundamente los cambios polacos de cara a la salida del régimen comunista.
En todo caso, vuelven los mismos actores y, la gran diferencia, se ahonda en los movimientos político-sociales de un país que encontró la fuerza de su nuevo posicionamiento en el Movimiento Solidaridad, liderado por Lech Walesa que aparece en esta cinta dándose vida a sí mismo.
Lo innegable es que Wajda tuvo que echarle muchas narices para contar lo que aquí muestra, pero también es verdad que buena parte de su buena acogida fue precisamente esta valentía, mucho más que el valor cinematográfico de la obra en sí.
Para el año 81, la guerra fría estaba a punto de pasar a mejor vida y el sistema comunista-soviético ya daba señales de ir de mala manera. Al Muro le quedaban todavía 8 años de vida, pero sí se notaba de qué lado iba a caer, este consumismo en el que ahora vivimos.
Es más, para los espectadores más jóvenes, a los que la Transición les suena a cambio de línea en el metro, dudo mucho que les pueda interesar esta obra con un bagaje tan absolutamente del siglo pasado que los viejunos no queremos todavía darnos cuenta de que aquello ya es historia y que lo de ahora es otra cosa (siempre para peor porque ya no somos mozos, por supuesto).
En todo caso, son de nuevo dos horas y media que, de verdad, sólo para interesados.
En todo caso, vuelven los mismos actores y, la gran diferencia, se ahonda en los movimientos político-sociales de un país que encontró la fuerza de su nuevo posicionamiento en el Movimiento Solidaridad, liderado por Lech Walesa que aparece en esta cinta dándose vida a sí mismo.
Lo innegable es que Wajda tuvo que echarle muchas narices para contar lo que aquí muestra, pero también es verdad que buena parte de su buena acogida fue precisamente esta valentía, mucho más que el valor cinematográfico de la obra en sí.
Para el año 81, la guerra fría estaba a punto de pasar a mejor vida y el sistema comunista-soviético ya daba señales de ir de mala manera. Al Muro le quedaban todavía 8 años de vida, pero sí se notaba de qué lado iba a caer, este consumismo en el que ahora vivimos.
Es más, para los espectadores más jóvenes, a los que la Transición les suena a cambio de línea en el metro, dudo mucho que les pueda interesar esta obra con un bagaje tan absolutamente del siglo pasado que los viejunos no queremos todavía darnos cuenta de que aquello ya es historia y que lo de ahora es otra cosa (siempre para peor porque ya no somos mozos, por supuesto).
En todo caso, son de nuevo dos horas y media que, de verdad, sólo para interesados.
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El hombre de hierro,
Lech Walesa
martes, 31 de agosto de 2010
79 - GILDA. Charles Vidor. USA, 1946.
El triángulo amoroso con más morbo de la edad de oro de la serie B es, sin duda alguna, el que aquí conocemos. Sobre todo, porque frente a dos hombres enamorados de una misma mujer, o al revés, nos encontramos con unas relaciones en las que todos parecen tener algo con todos.
Antes de conocer a la belleza de su esposa, Johnny (Glenn Ford) y Ballin (George Macready) mantienen una historia que parece ir más allá de la mera relación mafioso-hombre de confianza. Sobre todo en unas miradas que se lanzan y que parecen hablar de amor entre hombres, pero como tiene que ser, de igual a igual.
Respecto a Gilda (Rita Hayworth), cuando aparece, todos sabemos que quien no se enamore de ella o es gay o es ciego. Pero en ese submundo que ofrece el casino parece que todo está permitido y todos se aman entre ellos.
Lo demás, ya ha pasado a la leyenda del cine. Gilda es la encarnación de la diosa del amor y de la sensualidad. Así se mantuvo durante mucho tiempo y, en España al menos, se culpaba a la censura de haber cortado el famoso strip-tease de guantes no permitiendo que se la viera en cueros por completo. El mal que provocaron aquellos pervertidos, sobre todo religiosos católicos, que quitando besos excitaban todavía más la imaginación de los jóvenes.
Así se refleja en la película Madregilda (Francisco Regueiro, 1993), donde un niño flipa viendo el póster de esta película, o en los ya citados carteles que va colgando el protagonista de Ladrón de bicicletas, ya comentada en este blog.
Pero es verdad que el espacio que enmarca el casino donde se desarrolla la mayor parte de la acción de Gilda es un universo en el que es fácil soñar con perderse. Para algunos, porque queremos que Johnny pase de ella y se venga con nosotros. Para otros, porque, como rezaba el cartel, "¡nunca hubo una mujer como Gilda!". Ni la habrá, me atrevo a afimar.
Antes de conocer a la belleza de su esposa, Johnny (Glenn Ford) y Ballin (George Macready) mantienen una historia que parece ir más allá de la mera relación mafioso-hombre de confianza. Sobre todo en unas miradas que se lanzan y que parecen hablar de amor entre hombres, pero como tiene que ser, de igual a igual.
Respecto a Gilda (Rita Hayworth), cuando aparece, todos sabemos que quien no se enamore de ella o es gay o es ciego. Pero en ese submundo que ofrece el casino parece que todo está permitido y todos se aman entre ellos.
Lo demás, ya ha pasado a la leyenda del cine. Gilda es la encarnación de la diosa del amor y de la sensualidad. Así se mantuvo durante mucho tiempo y, en España al menos, se culpaba a la censura de haber cortado el famoso strip-tease de guantes no permitiendo que se la viera en cueros por completo. El mal que provocaron aquellos pervertidos, sobre todo religiosos católicos, que quitando besos excitaban todavía más la imaginación de los jóvenes.
Así se refleja en la película Madregilda (Francisco Regueiro, 1993), donde un niño flipa viendo el póster de esta película, o en los ya citados carteles que va colgando el protagonista de Ladrón de bicicletas, ya comentada en este blog.
Pero es verdad que el espacio que enmarca el casino donde se desarrolla la mayor parte de la acción de Gilda es un universo en el que es fácil soñar con perderse. Para algunos, porque queremos que Johnny pase de ella y se venga con nosotros. Para otros, porque, como rezaba el cartel, "¡nunca hubo una mujer como Gilda!". Ni la habrá, me atrevo a afimar.
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78 - MAKE WAY FOR TOMORROW. Leo McCarey. USA, 1937.
Una de las funciones más importantes a las que puede aspirar el Séptimo Arte es la de reflejar la actualidad del momento en el que se realiza. Y con temas tan variados como, en este caso, el trato que dispensamos a las personas de la tercera edad.
Un matrimonio mayor, por movidas económicas que el marido no ha sabido prever, se encuentran al borde de la bancarrota. Desde el momento en que se lo plantean a sus hijos, éstos demuestran claramente que no están dispuestos a remover en exceso sus existencias para dar cobijo a sus progenitores y, al final, los separarán sin ningún tipo de apuro.
Este espinoso asunto cobra aquí, todavía, mayor importancia al no ser enjuiciado desde ningún punto de vista, simplemente mostrado. Y lo que más impresiona es ver la reacción de los propios afectados, ese matrimonio de vejetes encantadores que se ven obligados a resignarse a su suerte, aunque ésta incluya su separación en los últimos días de sus vidas.
Efectivamente, hubiera sido tremendamente fácil caer en la moñería sin paliativos, en la más descarada cursilería, pero la maestría del director, el gran Leo McCarey, elige un estilo de narrativa que aleja la lágrima fácil y que, por su forma de mostrarlo, llega todavía más de pleno al corazón del espectador.
De hecho, la maravillosa luna de miel final de la que disfruta la anciana pareja antes de separarse por conveniencia de sus hijos es una belleza de emociones mostrada desde la naturalidad, casi como los famosos dibujos de Norman Rockwell harían más tarde.
Sólo un aviso, cuando terminéis de ver esta película, lo más fácil es que llaméis a vuestros padres. Probadlo.
Un matrimonio mayor, por movidas económicas que el marido no ha sabido prever, se encuentran al borde de la bancarrota. Desde el momento en que se lo plantean a sus hijos, éstos demuestran claramente que no están dispuestos a remover en exceso sus existencias para dar cobijo a sus progenitores y, al final, los separarán sin ningún tipo de apuro.
Este espinoso asunto cobra aquí, todavía, mayor importancia al no ser enjuiciado desde ningún punto de vista, simplemente mostrado. Y lo que más impresiona es ver la reacción de los propios afectados, ese matrimonio de vejetes encantadores que se ven obligados a resignarse a su suerte, aunque ésta incluya su separación en los últimos días de sus vidas.
Efectivamente, hubiera sido tremendamente fácil caer en la moñería sin paliativos, en la más descarada cursilería, pero la maestría del director, el gran Leo McCarey, elige un estilo de narrativa que aleja la lágrima fácil y que, por su forma de mostrarlo, llega todavía más de pleno al corazón del espectador.
De hecho, la maravillosa luna de miel final de la que disfruta la anciana pareja antes de separarse por conveniencia de sus hijos es una belleza de emociones mostrada desde la naturalidad, casi como los famosos dibujos de Norman Rockwell harían más tarde.
Sólo un aviso, cuando terminéis de ver esta película, lo más fácil es que llaméis a vuestros padres. Probadlo.
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viernes, 27 de agosto de 2010
77 - CAIGA QUIEN CAIGA (The Harder They Come). Perry Henzell. Jamaica, 1972.
Otra de las sorpresas descubiertas gracias a EL, esta película tiene la gran importancia de haber sido la embajadora del reggae para el resto del mundo. Con una banda sonora plagada del sonido jamaicano por excelencia, destaca especialmente el tema "Many rivers to cross", interpretada por el protagonista de la cinta, Jimmy Cliff.
Efectivamente, el argumento no es el colmo de la originalidad: un paletillo que llega a la gran ciudad y se ve envuelto en los turbios enredos que se mueven alrededor del mundo de la música y los policías chupones que se quieren llevar su tajo. También se muestra, parcialmente, el mundo de la marihuana con la aparición de unas plantaciones en las que te encantaría quedarte un rato y llevarte una bolsa para todo el año.
Resulta curioso que, rodada en el inglés propio de la isla caribeña, en su versión original resulta apropiado verla con subtítulos en inglés. Que no es que no se entienda lo que dicen por el acento, sino que utilizan términos de slang que, o los ves escritos, o no los pillas.
Defienden en EL que Bob Marley le debe a este título su escalada internacional. Bueno, posiblemente alguna puerta le abriera, pero no creo que a ese genio le hubiera costado mucho encontrar su lugar en el mundo de la música.
En todo caso, como para pasar una tarde entretenida viéndola en casa, es una buena elección. Por cierto, en EL aparece este título traducido como Más dura será la caída, que corresponde, en realidad, al clásico de Mark Robson, interpretado por Humphrey Bogart en 1956.
Efectivamente, el argumento no es el colmo de la originalidad: un paletillo que llega a la gran ciudad y se ve envuelto en los turbios enredos que se mueven alrededor del mundo de la música y los policías chupones que se quieren llevar su tajo. También se muestra, parcialmente, el mundo de la marihuana con la aparición de unas plantaciones en las que te encantaría quedarte un rato y llevarte una bolsa para todo el año.
Resulta curioso que, rodada en el inglés propio de la isla caribeña, en su versión original resulta apropiado verla con subtítulos en inglés. Que no es que no se entienda lo que dicen por el acento, sino que utilizan términos de slang que, o los ves escritos, o no los pillas.
Defienden en EL que Bob Marley le debe a este título su escalada internacional. Bueno, posiblemente alguna puerta le abriera, pero no creo que a ese genio le hubiera costado mucho encontrar su lugar en el mundo de la música.
En todo caso, como para pasar una tarde entretenida viéndola en casa, es una buena elección. Por cierto, en EL aparece este título traducido como Más dura será la caída, que corresponde, en realidad, al clásico de Mark Robson, interpretado por Humphrey Bogart en 1956.
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jueves, 26 de agosto de 2010
76 - EL JOVENCITO FRANKENSTEIN (Young Frankenstein). Mel Brooks. USA, 1974.
La mejor parodia que se ha hecho en todos los tiempos, esta obra encuentra sus fuentes en las primeras películas centradas en la capacidad creadora del doctor Frankenstein. Pero no sólo en las dos primeras dirigidas por James Whale, ya aquí reseñadas, sino también en la tercera de la saga, Son of Frankenstein (Rowland V. Lee, 1939), de la que sale, por ejemplo, el militar con el brazo de madera, al que, en realidad, no se le parodia tanto ya que el original es bastante ridículo.
Según EL, ésta es la obra "más centrada" de Mel Brooks, pero a mí me parece una injusticia para el genio de obras como La última locura (1976). Eso sí, lo que puede ser cierto es que nunca tuvo tanto talento alrededor aprovechado de forma tan certera.
El reparto, pieza fundamental para esta obra, encajaba perfectamente en los decorados utilizados, exactamente los mismos que se crearon para la primera obra de Whale, en 1931. Gene Wilder, como el heredero a su pesar de la saga de los Frankenstein (que él insiste en pronunciar Fronkonstin), da la réplica perfecta al jorobado Igor (un impagable Marty Feldman); a una traviesilla y sexy ayudante local (Teri Garr); al propio monstruo, al que da vida Peter Boyle; a un ama de llaves cuyo nombre, cada vez que es pronunciado, excita a los caballos (magistral Cloris Leachman); y, como no puede ser menos, a la habitual del cine de Brooks, una tremenda Madeline Kahn que, de ser una niña pija que no puede consentir que se le corra el maquillaje, pasa a ser una fiera del sexo una vez se ha convertido en la Novia de Frankenstein.
Los golpes de risa se suceden con el ritmo adecuado y hay unos juegos de palabras que se le quedan a uno clavados en la mente ("¡vaya par de aldabas!", "gracias, doctor").
Lo tremendo de este título es la longevidad que le acompaña. No basta con verla una sola vez porque, me atrevo a afirmar, hasta el tercer visionado sigues encontrando golpes nuevos. Y, después, pasado un tiempito, si la vuelves a ver te vuelves a doblar de la risa a golpe de carcajada estruendosa.
Pensar a estas alturas que alguien no haya visto esta comedia por excelencia parece casi una herejía. Pero qué gozada seguir redescubriéndola una y otra vez.
Según EL, ésta es la obra "más centrada" de Mel Brooks, pero a mí me parece una injusticia para el genio de obras como La última locura (1976). Eso sí, lo que puede ser cierto es que nunca tuvo tanto talento alrededor aprovechado de forma tan certera.
El reparto, pieza fundamental para esta obra, encajaba perfectamente en los decorados utilizados, exactamente los mismos que se crearon para la primera obra de Whale, en 1931. Gene Wilder, como el heredero a su pesar de la saga de los Frankenstein (que él insiste en pronunciar Fronkonstin), da la réplica perfecta al jorobado Igor (un impagable Marty Feldman); a una traviesilla y sexy ayudante local (Teri Garr); al propio monstruo, al que da vida Peter Boyle; a un ama de llaves cuyo nombre, cada vez que es pronunciado, excita a los caballos (magistral Cloris Leachman); y, como no puede ser menos, a la habitual del cine de Brooks, una tremenda Madeline Kahn que, de ser una niña pija que no puede consentir que se le corra el maquillaje, pasa a ser una fiera del sexo una vez se ha convertido en la Novia de Frankenstein.
Los golpes de risa se suceden con el ritmo adecuado y hay unos juegos de palabras que se le quedan a uno clavados en la mente ("¡vaya par de aldabas!", "gracias, doctor").
Lo tremendo de este título es la longevidad que le acompaña. No basta con verla una sola vez porque, me atrevo a afirmar, hasta el tercer visionado sigues encontrando golpes nuevos. Y, después, pasado un tiempito, si la vuelves a ver te vuelves a doblar de la risa a golpe de carcajada estruendosa.
Pensar a estas alturas que alguien no haya visto esta comedia por excelencia parece casi una herejía. Pero qué gozada seguir redescubriéndola una y otra vez.
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