viernes, 3 de diciembre de 2010

107 - LA JUNGLA DE ASFALTO (The Asphalt Jungle). John Huston. USA, 1950.

Que al irlandés genial le gustaba el lumpen es un dato conocido. Pero que tuviera las narices de retratarlo de forma tan realista es lo que todavía sigue causando admiración. Porque, pese a tener una base literaria en forma de novela, lo que transpira toda esta película es el afán de querer que ganen los normalmente reconocidos como malos.

Y eso se nota desde que comienza la cinta con la presentación del personaje de Dix (Sterling Hayden), el típico gorila del que se sirven los cerebros para que suplan con creces la fuerza física de la que ellos carecen. Desde el momento en que vemos aparecer su cara, indicadora de poca inteligencia, se le ve rodeado del amor que le profesa Doll (una estupenda Jean Hagen a la que cuesta reconocer como la rubia tonta de Cantando bajo la lluvia).

A partir de ese momento, se nos muestra la estructura de poder que rige el submundo en el que se mueven los personajes criminales. Conocemos al típico ricachón de familia que, siendo de su clase, parece no haberse manchado nunca con nada (un soberbio Louis Calhern), ni siquiera con su amante. Este papel lo interpretó, nada menos, que Marilyn Monroe y fue su escopetazo de salida hacia la fama eterna de la que disfruta. Y eso que sale menos de cinco minutos.

Pero el personaje más interesante es el alemán interpretado por Sam Jaffe (fue el único que estuvo nominado para diferentes premios, logrando llevarse alguno a casa). Con la frialdad propia de los nazis más templados que se han mostrado en la gran pantalla, este hombre es el auténtico cerebro de la operación que se nos relata (frente a la acostumbrada imagen de que los yankis siempre son los más en todo). De hecho, que al final le cojan por dejarse seducir con la visión de una adolescente bailando resulta poco creíble.

De la misma manera que es una lástima que, rozando ya su meta, Hayden caiga en puertas del rancho donde hubiese encontrado la paz.

Y es que, pese a todo, la policía tenía que ganar, en la época era obligatorio, pese a la poca ilusión que se le nota al director de que esto fuera así. Sin embargo, no podemos dejar que esta imposición nos evite gozar con este viaje interior al fondo de lo bajuno. Probadlo.

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