Cuando surge el nombre de Eisenstein en una conversación sobre cine, inevitablemente se le cita por sus obras maestras rodadas en la época del cine mudo, cuando no sólo se le conoce por El Acorazado Potemkin (1925).
Sin embargo, son dos las obras que rodó utilizando el sonoro, y ambas son también dos maravillas. En la que nos ocupa, además, se reúnen una serie de factores que la hacen irrepetible.
Para empezar, este proyecto comenzó planteándose como una trilogía encargada por Stalin, jefe de estado, dictador, en aquel momento de la Unión Soviética. De estas tres partes, tan sólo dos fueron filmadas por el genial cineasta.
Los motivos: que Stalin y sus secuaces empezaron a ver que la degeneración que sufre el zar del título por causa del poder se podría entender como una crítica al cabeza del poder ruso (como, efectivamente, así era). De hecho, por esta causa, la segunda parte vio retrasada su estreno hasta 1958, cuando tanto el político como el director habían muerto.
De la tercera parte, Eisenstein llegó a dirigir diez minutos que quedaron inacabados por la muerte repentina del cineasta. Lástima que no se terminara porque lo que rezuma esta obra, en sus dos mitades, es genialidad.
Ya no sólo por el contenido ideológico y el estudio psicológico de los límites a los que llega un hombre cuando pierde el oremus por el exceso de dominio. También porque, técnicamente, los recursos utilizados por el director eran nuevos en su carrera.
Cuando realizó su única visita a Hollywood, Eisenstein criticó duramente la magnífica Capricho Imperial (un título de Josef von Sternberg, 1934, injustamente olvidado en EL). En esta delicia, protagonizada por Marlene Dietrich, la sublime dirección artística dejaba sin habla a los espectadores que se quedaban boquiabiertos ante la historia de Catalina la Grande.
Sin embargo, en este Iván, la escenografía es un elemento fundamental, grandioso, y perfectamente acompañado por una fotografía que se convierte en un código interior y personal. Las sombras que se disfrutan en la cinta provienen de una combinación de luces y oscuridades que estremecen al más pintado. No os preocupéis, no es que sea una película difícil de seguir, ni mucho menos, pero si estáis atentos a los detalles gozaréis de ella mucho más.
Además, la banda sonora de Sergei Prokofiez se convierte en perfecta compañera y aliada de esta delicia que ahonda en esa imagen dura y oscura de los personajes rusos malísimos que nos vienen a la cabeza cuando nos citan nombres como Rasputín.
Otro título imprescindible que, de verdad, nadie debería perderse. De babear.
sábado, 20 de noviembre de 2010
103 - IVAN EL TERRIBLE. 1ª y 2ª partes. (Ivan Groznyy). Sergei M. Eisenstein. URSS, 1944.
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EXCELENTE!
ResponderEliminarAUNQUE PREFIERO ALEXANDER NEVSKY DEL MISMO AUTOR!