sábado, 30 de octubre de 2010

98 - CENTAUROS DEL DESIERTO (The Searchers). John Ford. USA, 1956.

Otra de las películas incluidas en todos los listados de "las mejores de la historia", este western ha sido alabado por muchos motivos, con los que estoy de acuerdo, excepto el de que Ford destacara sobre todo a un protagonista (lo hizo varias veces, la verdad).

En todo caso, es cierto que son muchas las virtudes de este western que se queda grabado en la mente de todos sus espectadores. Para empezar, la imagen inicial de una sombra femenina mirando por la ventana al árido horizonte, por donde llega un vaquero, es más que una preciosa postal: es todo un contenido de información romántica sobre lo que se va a desarrollar a continuación.

También se ha elevado la interpretación de Wayne, con razón, excepto cuando inciden en el amor secreto que siente por su cuñada. De secreto, ni pizca porque se la come con los ojos desde que se la encuentra. Pero sí, hace un trabajo diferente al de ser, simplemente, un durazo.

Se ha acusado a la película de que, en muy buena parte, su sentido del humor viene de mofarse de los indios. Pero dos detalles restan importancia a esta xenofobia de ficción: el primero, que Ford se hizo muy colega de los actores nativos que aparecen en la peli y se iba con ellos de caza y de juerga; el segundo, que muchos de los chistes vienen directamente de Wayne quedando por encima del resto de los personajes, sobre todo, de un viejo borrachuzo y del personaje de Hunter que le sigue como un becario durante todo el metraje.

Otra de las maravillas de esta gozada son los secundarios. Un grupo nutrido de actores que, bajo el control de la omnipresencia de Wayne, le complementan como pocos coros se han creado desde los tiempos de los griegos. Quizá se podría descalificar la interpretación de Jefrrey Hunter como el mestizo acogido en la familia del prota. Y es que el pobre era muy flojito, pero como era tan guapo y le maquillan morenazo por lo étnico, pues adorna una barbaridad.

Y es que, para mí, ésa es la auténtica clave de que Centauros del desierto sea la maravilla que es. En escasas ocasiones se puede calificar a una película de bella. En este caso, no hay otro adjetivo que se pueda adelantar a la estética de rechupete que adorna toda la cinta. Entre los paisajes de Monument Valley y la gran labor de iluminación de Winton C. Hoch (director de fotografía al que también le debemos El hombre tranquilo), el ojo no se cansa ni un segundo de lo que le ponen por delante.

Este placer no hubiera sido posible, qué duda cabe, si no hubiera estado al control la batuta de John Ford, un irlandés borrachín e iluminado que supo rozar la perfección.

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