miércoles, 8 de diciembre de 2010

111 - EL MENSAJERO DEL MIEDO (The Manchurian Candidate). John Frankenheimer. USA, 1962.

En el año en que se rodó esta película, a principios de la década de los 60, todo tipo de experiencia extracorporal estaba plenamente en boga, ya fuera por la vía lisérgica o por la mera mentalización de que uno salía de su cuerpo para verse desde arriba. El hipnotismo, por otro lado, había estado de moda desde finales del XIX y todavía se jugaba mucho con la idea de los logros que se podían obtener mediante esta práctica.

Pues bien, si hay un adjetivo con el que calificar a esta obra es con el de hipnótica. Desde la fabulosa interpretación de Laurence Harvey como el militar sometido, hasta todos los elementos de los que se valen los malvados para dominar su voluntad, el espectador siente que en cualquier momento va a ser él el que se entregue a los mandatos de los malvados.

La historia va de eso, de un grupo de militares que vuelven con honores de la guerra para, poco a poco, ir descubriendo a través de sus sueños que algo en su pasado no se les termina de revelar. De hecho, pronto descubrimos que el más galardonado, el citado Harvey, se convierte en asesino oscuro cuando le ponen en las manos una baraja.

Sus compañeros de reparto también están que se salen, incluyendo a Frank Sinatra, que está mejor incluso que en De aquí a la eternidad. Janet Leigh y Angela Lansbury, por su parte, clavan los retratos femeninos de los que se vale la trama.

Dicen en EL que es la película estadounidense más cercana a la nouvelle vague. Para nada, de hecho ni se rozan. Lo que sí que hay que tener en cuenta es que al frente de este tinglado está nada menos que John Frankenheimer, quien, tras dar sus primeros pasos en el medio televisivo, se había lanzado a contar, cinematográficamente hablando, las historias sencillas de otra manera.

A él le debemos por completo esta sensación, claustrofóbica por momentos, de tener nuestra voluntad sometida a no se sabe qué fuerza del mal. Y el mal rollo que da una baraja de naipes tras gozar de esta joya.

Lo que sí es interesante de lo que cuentan en EL es que fue el propio Sinatra el que logró comprar los derechos de la película para que tuviera una más amplia distribución, hecho que le debemos agradecer todos los cinéfagos que en el mundo somos.

En 2007, Jonathan Demme (el que no ha vuelto a dar pie con bola desde El silencio de los corderos) hizo un remake bastante despreciable, sobre todo por estar construido para loor y gloria de su protagonista, un siempre demasiado alabado Denzel Washington. Lo único que merece la pena de esta nueva entrega es la presencia de Meryl Streep. Y eso que, comparada con la ambivalencia de la Lansbury en el original, resulta excesivamente obvia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario