sábado, 11 de diciembre de 2010

112 - EL FESTIN DE BABETTE (Babettes gaestebud). Gabriel Axel. Dinamarca, 1987.

Son numerosos los ejemplos de pequeños relatos literarios que han dado lugar a películas muy hermosas. Entre ellos era inevitable que EL escogiera este título como una de los obras que ver antes de morir, haciendo especial hincapié precisamente en dicha adaptación de la página a la pantalla.

Y no es para menos, esta obra de Gabriel Axel es una delicia tanto en el sentido ocular como en el gustativo, porque el banquete al que hace referencia el título hace agua la boca del más pintado.

Basada en un relato de Karen Blixen (o Isak Dinesen) la genial mujer a la que también debemos el material en que se basó Memorias de Africa (Sydney Pollack, 1985), la historia habla de amor, de fe y, desde mi punto de vista, de las cosas que de verdad nos pueden hacer felices en esta existencia.

Eso sí, y de cómo todos nuestros principios, prejuicios y valores ven tambalearse su fuerza ante unas motivaciones tan básicas como las que proporciona una comilona que da placer al cuerpo (y como puerta hacia placeres subsiguientes).

Para el papel de la cocinera, era importante contar con una actriz capaz de darle la dimensión humana necesaria. Stephane Audran, esa bella pelirroja que ilumina todo lo que toca (¿quién no recuerda su papel de Cara en la mejor serie de la historia de la tele, Retorno a Brideshead?). Su saber interpretativo se convierte en el perfecto preámbulo para la bacanal gastronómica hacia la que nos lleva la historia.

La comunidad religiosa, trasladada de la Noruega del libro a la Dinamarca de la película, logra suavizar las formas de otros directores que, inevitablemente se nos vienen a la memoria, como Bergman o Dreyer. La tensión social no es nunca tan severa como la que se encuentra en cintas de esos directores.

Sin embargo, sí se ve el cambio ejercido en los habitantes gracias a la decisión de Babette de cocinar, por última vez, el mejor de los menús. Y este es el tema principal de esta película: ese debate que siempre ha existido entre nuestra alma y nuestro cuerpo, cuál es el más importante en la vida de una persona. Sirva esta joya cinematográfica como demostración de que es imposible lograr ningún tipo de equilibrio interior si no se es capaz de alimentar de forma equitativa tanto al uno como al otro.

Sobra decir que, como ateo que soy, mi lectura personal no incluye ningún tipo de religiosidad en el plano de lo espiritual. Pero sí hablo de cuánto me gusta leerme un buen libro con un buen bocadillo de jamón a mi alcance. O similar.

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