Uno de los valores indiscutibles de EL es el incluir títulos experimentales que, si bien hoy en día podrían resultar incluso aburridos, tienen el fascinante poder de haber sido los pioneros en distintas técnicas cinematográficas que ahora parecen cotidianas.
En este caso, nos encontramos con un falso documental que, partiendo de la obsesión propia de los artistas de mirarse en exceso el ombligo, nos cuenta los descubrimientos que hace un individuo después de pasar bastante tiempo haciendo caso sólo a lo que le sucede. A él, particularmente.
La ventaja de rodar con dos duros y con materiales bastante precarios le lleva a probar una serie de planos y técnicas que, como decía al principio, luego se han convertido en parte constante de rodajes puramente comerciales.
Pero Jim McBride, autor del que luego veríamos títulos como Querido detective (1986) o Gran bola de fuego (1989), y que rodaría en España la fallida La tabla de Flandes (1994), logra que nos centremos en un sujeto que no tiene mayor interés. Lo cual es todo un mérito teniendo en cuenta que no es ni simpático ni atractivo.
Eso sí, para los que estéis interesados en conocer el Séptimo Arte desde su lado más puramente formal, no podéis perderos esta pequeña joya que tantas cosas os hará aprender. A los que sólo disfrutéis del cine como espectadores sin ganas de complicaros, elegid otro título.
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