De mayor éxito que su primera parte (ésta sí que se llevó la Palma de Oro de Cannes al agua), este hombre férreo mantiene los mismos parámetros que la entrega anterior, por lo que resulta algo cansina a no ser que te interese profundamente los cambios polacos de cara a la salida del régimen comunista.
En todo caso, vuelven los mismos actores y, la gran diferencia, se ahonda en los movimientos político-sociales de un país que encontró la fuerza de su nuevo posicionamiento en el Movimiento Solidaridad, liderado por Lech Walesa que aparece en esta cinta dándose vida a sí mismo.
Lo innegable es que Wajda tuvo que echarle muchas narices para contar lo que aquí muestra, pero también es verdad que buena parte de su buena acogida fue precisamente esta valentía, mucho más que el valor cinematográfico de la obra en sí.
Para el año 81, la guerra fría estaba a punto de pasar a mejor vida y el sistema comunista-soviético ya daba señales de ir de mala manera. Al Muro le quedaban todavía 8 años de vida, pero sí se notaba de qué lado iba a caer, este consumismo en el que ahora vivimos.
Es más, para los espectadores más jóvenes, a los que la Transición les suena a cambio de línea en el metro, dudo mucho que les pueda interesar esta obra con un bagaje tan absolutamente del siglo pasado que los viejunos no queremos todavía darnos cuenta de que aquello ya es historia y que lo de ahora es otra cosa (siempre para peor porque ya no somos mozos, por supuesto).
En todo caso, son de nuevo dos horas y media que, de verdad, sólo para interesados.
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