domingo, 14 de noviembre de 2010

102 - El triunfo de la voluntad (Triumph des Willens). Leni Riefenstahl. Alemania, 1935.

Pese a su contenido de loa al movimiento del Tercer Reich, esta obra sigue siendo considerada la mejor película de propaganda política de la historia del cine. Y no es para menos porque, pese a los múltiples y previos ejemplos que se pueden encontrar en la cinematografía rusa, este título es producto de una megalomanía y una ambición desmedida.

La primera, la de Adolf Hitler, quien dejó en manos de la previamente actriz-bailarina Leni Riefenstahl la realización del documento que reflejara la celebración del congreso de su partido en la ciudad de Nüremberg. Y con todos los medios que hiciera falta, por lo que la citada ciudad se convirtió en un imenso decorado en el que se construyeron innumerables elementos (puentes, altos en las calles) para lograr los planos que la cineasta concibiera. Además, contó con nada menos que treinta cámaras para rodar el más mínimo movimiento que ocurriera en la ciudad.

La ambiciosa Riefenstahl, por su parte, y aunque tras la guerra negara ad infinitum haber tenido parte activa en la política de su país, tenía claro en lo que debía consistir su encargo. En realidad, esta obra tiene más de mística pagana que de reflejo político-social. Por un lado, logra alimentar el desmedido ego hitleriano al presentarle, a su llegada al congreso, más en un dios mostrado a los humanos que un mero líder ideológico. Orlado de sol, el enano del bigote parecía un ser caído a la tierra desde espacios celestiales.

Pero no queda ahí la astuta forma de filmar de esta directora. Además, establece categorías entre los diferentes asistentes a dicho congreso. Así, hay soldados que parecen emisarios alados, grupos de soldados que parecen fuerzas a las órdenes de la mano divina y, sobre todo, un público enfervorizado, entregado al espectáculo ofrecido que arde en deseos de rozar la eternidad.

El metraje que llegó a las pantallas correspondía tan sólo a un tres por ciento del total rodado (y estamos hablando de dos horas de duración). Esto nos lleva a otra de las grandes armas de las que se alimenta esta obra: un montaje perfectamente sincronizado que busca, y en su momento consiguió, encender al espectador, llevarlo a querer estar cerca de esa congregación de héroes que celebraba su entrada en la historia.

Hoy en día, se tiende a epitetar a esta película con adjetivos despectivos por lo que han sido los nazis en la historia de la humanidad. Pero bien sirve este título para comprobar que, con los mismos elementos, en las mismas condiciones, bien peligroso es que este tipo de cine se realice para propagar cualquier tipo de totalitarismo.

Respecto a su lado más puramente artístico, yo, como cinéfago y estudioso de este arte, no puedo dejar de salivar de placer ante la maravillosa técnica que se muestra. Toda una delicia.

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