sábado, 11 de septiembre de 2010

86 - 2001: Una odisea del espacio (2001: A Space Odyssey). Stanley Kubrick. Reino Unido/USA, 1968.

En plena época del LSD y cuando todos los jóvenes buscaban encontrar otros caminos de percepción aparte de los socialmente establecidos (que se lo cuenten a Kubrick, creador de esta obra), aparece una película que no es que parezca un viaje lisérgico, sino que realmente se la puede disfrutar si estás en uno de dichos viajes.

Fueron miles las cartas recibidas por el director en las que se le pedía que explicase su película. Era normal, gentes que no hubieran fumado un buen peta no podían saber lo que se esperaba de este tipo de espectáculo, al igual que ocurriera años más tarde cuando, con el estreno de El muro (Alan Parker, 1982), el cuarto del baño del cine parecía un fumadero de hash.

Tengo que admitir que la primera vez que vi esta obra fundamental de la historia del cine se me hizo muy pesada, lenta e incomprensible. Vista de nuevo, y con un buen par de petas en el coleto, me entretiene más, me siento más atrapado en sus redes.

Los aspectos que destacan, desde mi punto de vista, no son ni los monos a los que se notan demasiado humanos con disfraces prohibidos para gente con alergia al polvo, ni la historia en sí, que me sigue pareciendo lo menos importante de esta película.

Sin embargo, esos efectos especiales cuyo diseño le valió a Kubrick un Oscar(c) con un movimiento sincronizado con la música clásica de la que se compone la banda sonora son un fenómeno aparte a estudiar. Alex North, uno de los grandes en el campo de la música para cine, compuso en su momento una partitura original, pero el director prefirió seleccionar unos temas de música clásica que, desde entonces, han permanecido en el colectivo social.

Realmente, la sola idea de crear un vals de satélites o naves espaciales es para celebrar a cualquiera que haya sido su ideador. Insisto, la trama, inspirada en dos relatos del coguionista Arthur C. Clarke me la trae bastante al pairo. Trata sobre la obsesión de la ciencia-ficción en pensar que un días las máquinas dominarán al hombre (cuando en lugar de computadores tenían que haber pensado en la banca, tal y como está sucediendo ahora).

En todo caso, de toda la psicodelia de la que se nutre la peli me destaca especialmente la interpretación de Keir Dullea, el científico protagonista que, además de ser simplemente bello, transmite ese estado de pasmo necesario que se te debe quedar llevas no sé cuánto tiempo hibernando en el espacio.

Y es que a mí, la verdad, las máquinas me siguen pareciendo enemigos a evitar.

En 1984, Peter Hyams dirigió un intento de secuela de esta obra original, 2010: Odisea dos. Pese a la experiencia del director en este género (había dirigdo títulos como Capricornio Uno, de 1977), el hecho de hacer coincidir la secuela rodándola en otro año de referencia en el terreno de lo fantástico no sirvió más que para destacar su absurdo propósito.

Por último, destacar que, por mucho que a uno le pueda aburrir esta película en estado sobrio, lo que es innegable es la tremenda influencia que ha tenido en el cine a partir de su concepción con la cantidad de momentos inspirados en ella que se siguen encontrando en todo tipo de películas de todo tipo de géneros.

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