miércoles, 28 de julio de 2010

55 - FITZCARRALDO. Werner Herzog. Perú/Alemania Occidental, 1982.

Antes de comenzar a hablar de esta película hay que decir que la mejor forma de entender la relación profesional/personal de Herzog con Klaus Kinski está plasmada en el documental del primero, Mi enemigo íntimo (1999). En él, asistimos a una relación de amor-odio, eso sí, contada desde el punto de vista de Herzog, quien también debe ser fino en cuanto a salud mental. Porque, si no, cómo se justifica que el demenciado actor fuese el principal consultor al que acudía el director. Simplemente, porque, como dice el cineasta al final del metraje, Herzog y Kinski eran una pareja. Así, sin calificativos extra.

En todo caso, la película que nos ocupa es el paradigma por excelencia de los hermosos hijos que nacieron de esa unión. Fitzcarraldo es la demenciada historia, basada en hechos reales, de un melómano operístico empeñado en llevar un teatro adecuado a pleno centro de la jungla sudamericana para disfrutar de las más grandes obras. El protagonista, el que da nombre a la cinta, es un hombre que encuentra su ambición cuando se lanza a convertir en realidad su sueño. Y, cual visionario al uso, demuestra ser capaz de superar cualquier dificultad con tal de lograr su voluntad.

En este sentido, hay una cinta que tiene cierto parecido con esta historia, Oscar y Lucinda (Gillian Armstrong, 1997), por el intento del que se habla de llevar una iglesia de cristal al centro de la selva australiana. Aunque mucho más fría, no deja de ser una historia anglosajona, merece la pena echarla un vistazo.

Más o menos, ese sería el argumento de la ficción. La realidad es que tanto director como actor tuvieron que ponerlo todo también de su parte para lograr que su rodaje no quedase en agua de borrajas.

Todo tipo de historias se han contado sobre las víctimas reales que quedaron a lo largo de la filmación. Sobre todo para hacer pasar el barco de un lado al otro del río. Imágenes han quedado de Kinski en plenos ataques de violencia (creativa, la llaman algunos) contra los mandatos de su director.

Incluso hay testimonios (en el docu citado al principio) de Claudia Cardinale contando que su compañero fue un dechado de atenciones con ella durante el rodaje. Pero que los nativos que habían participado como extras se ofrecieron a Herzog, completamente en serio, para matar a Kinski en su nombre. Según parece, nada les hubiera gustado más.

En definitiva, nada hay mejor que dejar a un lado las vías (alcohol, drogas, demencias) por las que se llega a lograr la obra maestra y disfrutarla a pecho abierto. Con Fitzcarraldo lo podrás hacer.

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