viernes, 23 de julio de 2010

52 - LA QUIMERA DEL ORO (The Gold Rush). Charles Chaplin. USA, 1925.

Al final de sus días, Charles Chaplin defendía que La quimera del oro era el título por el que le gustaría ser recordado. Y no es de extrañar, teniendo en cuenta que es una pura maravilla de película a la que parece imposible encontrar ningún fallo.

Basada en las aventuras del grupo de Donner quienes, aislados por la nieve en la montaña, se vieron obligados a comerse sus zapatos y, después, los unos a los otros, Chaplin convierte a su Charlot en un buscador de oro más entre las hordas que acudían al Klondike soñando con encontrar fortuna.

Para rodar esta aventura, hicieron falta todo un año de rodaje (dos semanas en exteriores, lo demás en estudio) y nueve semanas de montaje. Teniendo en cuenta que hablamos de los albores del Séptimo Arte, llama la atención que la secuencia en la que el vagaabundo se convierte, a los ojos de su compañero de calamidades, en un pollo asado no fuera la más complicada.

En realidad, el mérito fue del propio cámara quien, tras rodar a Chaplin como persona normal, rebobinaba la película y rodaba encima al cineasta disfrazado de pollo. El genial resultado sigue siendo de los momentos más hilarantes de la historia del cine.

Otro gran momento es el del baile de los panecillos pinchados con dos tenedores. Este gag, original de Fatty Arbuckle (la estrella de cine mudo que cayó en desgracia tras matar a una starlett al meterla una botella de champán por salva sea la parte y que el tapón saltara), Chaplin lo aplicó en esta cinta con auténtica maestría. Muchos años después, Johnny Depp lo calcaría en Benny & Joon (Jeremiah S. Chechik, 1993).

Son muchas las situaciones inolvidables las que componen esta delicia, como la forma en que Charlot cocina su bota cual si fuera un manjar delicioso en manos del mejor chef, o la excitante secuencia de la cabaña que, por el equilibrio de los ocupantes, parece que se va a caer, parece que no. Para este momento, Chaplin hizo que le construyeran unas maquetas tan logradas que, todavía hoy en día, cuesta distinguirlas de los escenarios a tamaño natural.

Sobra decir que, si no la habéis visto, ya os podéis poner a buscarla. Lo pasaréis en grande y, sobre todo, podréis aprender la gran lección que nos dejó el genio británico con esta quimera: incluso lo más terrible, se puede tomar a risa y, entonces, las penas pesan menos.

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