miércoles, 7 de julio de 2010

39 - LO QUE EL VIENTO SE LLEVO (Gone with the wind). Victor Fleming. USA, 1939.

Hace unas entradas, cuando escribí sobre La regla del juego, ya apuntaba que dedicaría un aparte al año 1939 en la historia del cine. Y, de hecho, he esperado a la entrada 39 para hablar del tema dedicando ésta a mi película favorita de todos los tiempos: Lo que el viento se llevó. Pero vayamos por partes.

Como si se hubiesen conjurado los astros, o los dioses olímpicos, en este primer año de la II Guerra Mundial (no para los Estados Unidos que no entrarían hasta el ataque sobre Pearl Harbour por parte de los japoneses en 1941), son una tremenda cantidad de obras maestras las que se rodaron en una cosecha magistral que no tiene competidor. Aparte de las citadas, nos encontramos con: El mago de Oz, Adiós, Mr. Chips, Ninotchka, La diligencia, Cumbres borrascosas y Caballero sin espada (sólo mirando algunas de las competidoras aquel año al Oscar(c) a la Mejor Película). Realmente, sólo este año merecería recibir un estudio a fondo para el que no tenemos tiempo.

Centrándonos ya en la película que nos ocupa, parece mentira que, a estas alturas de la historia, todavía sea el título por excelencia, referencia por demás para producciones actuales como la fallida Australia (Baz Luhrmann, 2008).

Lo primero a destacar es que, en este caso, el principal responsable de la misma no es el director (o el que firma), sino su productor, David O. Selznick, un genio instintivo que estuvo manejando los hilos y controlando absolutamente todos los departamentos de este rodaje. Es lo que se llamaba, en tiempos, cine de estudio, y la impronta de Selznick se deja ver en todo el metraje. En España, el único productor que ha logrado algo parecido es el gran Elías Querejeta, pero ningún otro.

Fue el ojo de Selznick el que vio la gran película que saldría del best-seller de Margaret Mitchell, una novela épica por sí misma, escrita en un estilo de saga familiar, aunque quizá demasiado empática con los sureños. Es más, en la novela parece que los esclavos del Sur vivían prácticamente como miembros de la familia, cuando todos conocemos otra realidad.

En el campo de la dirección, fueron varios cineastas los que se fueron pasando la batuta, aunque destaca especialmente la labor de George Cukor, quien se encargó de rodar secuencias tan fabulosas como el incendio de Atlanta (para la que se quemaron los decorados que habían quedado de King Kong). La versión oficial defendía que las desavenencias entre productor y director eran insalvables. La realidad fue que Gable, que al llegar joven a Hollywood no había perdido la oportunidad de dejarse querer por hombres y mujeres que le pudieran ayudar a subir a la cumbre, tenía miedo de que Cukor se fuera de la lengua a este respecto. Finalmente, sería Victor Fleming (especialista en recoger lo que otros dejaban a medias) el que firmara como director en un año en que también presentó la antes nombrada El mago de Oz.

Sobre el magistral casting, la historia de la búsqueda de Scarlett O'Hara ha dado lugar a múltiples libros y tv-movies. Las principales estrellas del momento andaban a la gresca luchando por conseguir dicho pastelito de personaje. Pero fue la desconocida Vivien Leigh la que se llevó el gato al agua logrando una creación tal que nadie puede imaginar el rostro de Scarlett sin la cara de Vivien.

Por supuesto, vio recompensado su esfuerzo al lograr el Oscar(c) a la Mejor Actriz, hazaña que repetiría con su única otra película yankee, Un tranvía llamado Deseo (1951). Su premio por este primer personaje no fue el único galardón que obtendría en la noche del caballero dorado, sino que fueron un total de 10 los que marcaron un récord que se mantendría hasta Ben-Hur, que logró 11 en 1959.

De entre todos estos premios destaca el de la Actriz Secundaria, obtenido por la inmensa (en todos los sentidos) Hattie McDaniel, la inolvidable Mamie. Tan sólo doce años después de que se empezaran a repartir los que se han convertido en los premios cinematográficos más importantes del mundo, esta actriz de color se alzaría con este galardón en una época en la que todavía algunos intérpretes blancos se pintaban la cara de betún para interpretar a personajes de color. Por otro lado, pasarían dos décadas largas hasta que se volviera a entregar un Oscar(c) a un actor de color, en concreto, a Sidney Poitier por Los lirios del valle (1963).

Hay que destacar que McDaniel, lejos del personaje al que da vida en esta cinta, era una mujer sofisticada y culta, y seguidora de las hijas de Safo (era una de las amigas íntimas de Greta Garbo). Para este trabajo, tuvo que aprender el característico acento sureño de los esclavos pre-Guerra de Secesión.

Corrían los 80 del siglo pasado cuando apareció Scarlett, la supuesta secuela de esta historia eterna, y que dio lugar a una mini-serie de televisión. Mi reacción fue la de sumarme a los que gritaban: "A dios pongo por testigo que nunca veré Scarlett". Y lo mantengo.

Representante del cine épico por excelencia, Lo que el viento se llevó está plagada de secuencias magistrales, incluyendo el delicioso y terrible momento en el que Scarlett jura a dios que nunca más volverá a pasar hambre o su llegada a la estación de tren para que el doctor le ayude con el parto de Melanie.

Una grandilocuencia deliciosa que es uno de los elementos por los que esta cinta de cuatro horas de duración es, sencillamente, una película perfecta.

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