Rodada con toques de la psicodelia propia de la época, no se puede decir que esta historia tenga un desarrollo lineal. Y, por supuesto, si puedes no te cortes y lánzate a verla con unos cuantos petas en el pecho, te lo pasarás mucho mejor.
Pero, una vez recuperada la sobriedad, párate a pensar por qué unas imágenes tan disparatadas, casi inconexas, y con poca traducción al mundo visual de hoy en día, fueron un referente tan importante en su momento. Por qué calaron tanto en el panorama internacional del momento.
Justo antes de la Primavera de Praga de 1968, una de las medidas del estado que provocó el alzamiento estudiantil, consistió precisamente en la censura de aquellas obras de arte que cuestionaban los cánones establecidos. Así lo sufrió esta directora a raíz de este trabajo, al que acusaban de transgredir contra los cimientos sociales. Toda una rabia el que, por culpa de esta medida, la carrera de Chytilová se viera mutilada.
Hoy en día dicen que vivimos tiempos mejores, mientras en la tele sólo ofrecen mierda en forma de tertulias protagonizadas por delincuentes (la plagista Ana Rosa Quintana, los hermanos Matamoros-Dalton y tantos otros de los ahora conocidos como rostros populares).
Ese es el principal logro del visionado de esta película. El disfrutar de un trabajo que te hace recordar que hubo tiempos en los que la gente pensábamos por nosotros mismos y no esperábamos a que nos lo dieran mascado en la, cada vez más, caja tonta.
De hecho, ver esta cinta, reconocida como uno de los estandartes de la lucha feminista, es casi un acto de rebelión en esta época que vivimos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario