Mientras que en aquella década, los títulos se trataban de vidas supuestamente fuera de lo común, en esta obra (basada en la novela homónima de Larry McMurtry), se nos ofrece la triste y desolada vida de una ciudad en medio de la nada donde cada uno de los personajes anda un busca de algún tipo de identidad.
Por ejemplo, en lugar de alcalde o juez, es el dueño de la tienda de comestibles al que se presenta como héroe anclado en ese perdido lugar. La mujer del hombre más rico de la ciudad es la zorra que se tira todo lo que se le antoja. Y que, además, prepara a su hija para que siga su estela.
En el centro del huracán, tenemos a dos mejores y jóvenes amigos (un comestible Jeff Bridges y un interesante Timothy Bottoms). El primero tiene novia, la guapa del lugar, Cybill Shepherd. El segundo se conforma con tener una novieta que le consiente que le toque los pechos para su posterior alivio sexual.
El tedio con el que conviven, la contundente calma con la que tienen que luchar se deja masticar a lo largo de todo el metraje. Sobre todo, cuando acuden a la última sesión del cine, independientemente de lo que proyecten, es el punto de encuentro de todos los ciudadanos que tienen ganas de soñar.
El profundo homenaje y amor al cine que se desprende de este trabajo se siente de forma más profunda cuando se habla de que el cine va a ser cerrado por el daño que la televisión ha provocado logrando que la gente se quede en casa viendo sus productos. Es un momento que, para los cinéfilos, se siente como un desgarro del corazón.
Casi dos décadas más tarde, Bogdanovich volvería a reunir a la mayor parte del equipo artístico de la primera entrega para dar vida a la continuación novelera que presentaría el mismo autor, Texasville. Pero los resultados no llegarían ni a la altura del betún de la gozada que es La última película.
No hay comentarios:
Publicar un comentario