Mi primer choque personal frente a "las otras estéticas" fue gracias a los maravillosos montajes de la compañía madrileña de danza, el Psicoballet, de Maite León. Compuesta en su mayoría por personas con discapacidades, sus montajes tienen el poder de ser coreografías magníficamente trabajadas con bailarines que viven con distintas discapacidades. Y con ellas, lo que empieza siendo un golpe al ojo, se convierte en todo un placer personal al sentarte delante de lo que es una auténtica celebración de la superación personal.
Algo parecido sucede con uno de los cortometrajes que pueblan las páginas de EL, un trabajo delicioso que, cual pieza curiosa de joyería, nos traslada a otro plano estético con una serie de características que, siendo externas, darían ya ganas de visionarla.
Para empezar, la cinta viene de Irán, un país cuyo cine hemos empezado a conocer hace relativamente poco. Segundo, los protagonistas de esta obra son los miembros de una colonia de leprosos situada al Norte de dicho país. Por último, la dirección cae en manos de una mujer, poetisa importante en su país, que tan sólo dirigió esta cinta (poco tiempo después moriría en un accidente de avión).
Los poco más de 20 minutos que dura esta visión cercana de lo que las leproserías suponían se conforman de una serie de primeros y medios planos en los que asistimos a las actividades de los afectados por tan terrible enfermedad, en sus vidas cotidianas. Y, frente a esa primera visión en la que las huellas de la lepra dominan lo que siente el espectador, poco a poco son las sonrisas, los juegos entre ellos, esos brotes de alegría que se entreven en los retratados, los que dan paso a otro atisbo diferente de ese ideal a alcanzar conocido como felicidad.
Durante la narrativa fílmica, se pueden escuchar dos voces: la de Ebrahim Golestan, un reconocido cineasta iraní que también fue su amante, y la propia de la poetisa que recita un poema que casi parece un canto. De hecho, en EL terminan concluyendo que esta película les parece una oración. Sinceramente, yo, que soy ateo, bastante poco me convencería un creador que diese tanto dolor a sus criaturas.
La influencia de este corto, como el de otros tantos de los que ya hablaremos, es de un alcance que pasma. En primer lugar, Chris Marker, un autor al que veremos por aquí con sus obras claves (entre ellas, un corto), reconoce que esta cinta es la que más le influyó en toda su carrera. Por su parte, la cinta El viento nos llevará (1999), de Abbas Kiarostami, debe su título a un verso de esta directora/poetisa (lo veremos más al hablar de este título).
Como habréis podido adivinar, ver La casa negra supone, de entrada, un esfuerzo. Pero es un trago que, una vez pasado, siempre vais a valorar.
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