Entre los múltiples formatos que se pueden encontrar en EL (cortos, largos, series) destaca esta producción polaca que es, ni más ni menos, una película inacabada. Sí, durante la producción de la misma, Munk, el director original, murió y dejó parte de su metraje rodado.
La labor de Lesiewicz fue la de montar foto-fija junta a imágenes en movimiento e intentar respetar, en lo posible, la intención del fallecido. En este sentido, añadió su voz en off a la que ya ofrecía la protagonista-narradora de esta terrible historia, explicando su teoría sobre dicha intención.
Liza, una mujer alemana que no ha vuelto a su país desde el final de la II Guerra Mundial, cree ver en el crucero lujoso en el que viaja a Marta, una de las prisioneras del campo de concentración donde ella era vigilante. A su marido, Liza le cuenta una versión de su historia en común en la que se presenta como autora material del reencuentro romántico entre Marta y su prometido, otro prisionero.
Pero luego, consigo misma, sale la historia real en la que Liza no es, en absoluto, ningún alma caritativa, sino una trastornada mental, obsesionada con el amor y la valentía de los que disfruta Marta. Con un punto tan enfermizo como desquiciante.
En esta doble versión de una historia, descubrimos los anhelos íntimos que vuelven a surgir en la piel de la colaboradora nazi y de los que parecía haberse librado al reinventarse fuera de su país. Es una pena que, cuando se cruzan ambas mujeres en el barco, son tan sólo fotos las que nos dejan ver un momento que, es fácil adivinar, hubiese sido de máxima intensidad.
La duración total de lo que queda de película supera, por poco, los 60 minutos. Pero nunca se sabrá cuál hubiera sido el resultado final, por lástima. De hecho, es una pena que ni siquiera lleguemos a saber cómo habría reaccionado la prisionera al encontrarse con su verduga psicológica.
Un tema similar, aunque llevado al sadomasoquismo límite, abordaría Liliana Cavani con su Portero de noche (1974). Sin embargo, esta última cinta no ha sido seleccionada para EL, siendo mucho más directa y atrevida. Yo, la verdad, la hubiese elegido por encima de esta Pasajera pero para colores...
miércoles, 30 de junio de 2010
martes, 29 de junio de 2010
34 - FELLINI OCHO Y MEDIO (Otto e mezzo). Federico Fellini. Italia/Francia, 1963.
Vuelve el genio italiano con nosotros y con la que, sin duda, es su película más autobiográfica. 43 años tenía este prohombre cuando se lanzó a rodar una cinta con la que jugó, a su peculiar forma, a Casablanca. No sólo les contaba a los periodistas que no tenía idea de lo que iba a pasar, sino que el propio Marcello Mastroianni (su doppelganger) ignoraba lo que iba a suceder a continuación.
Y no es para menos. En esta cinta casi nueve (el título viene porque Fellini dijo que antes había rodado siete títulos y medio, el capítulo de Bocaccio 70), el cineasta vuelca todos sus anhelos, dudas y planteamientos que le ocupan la cabeza antes de cada creación. A modo de parto, nos va llevando por las diferentes fases que le suponen dar a luz un nuevo film.
Rodada en blanco y negro, algo que aumenta su cualidad onírica, nos vamos encontrando con los distintos personajes de relevancia en su existir. Su madre, su mujer, su amante, el productor... Pero no nos equivoquemos, son ellas, las mujeres, las que marcan profundamente cada uno de sus pasos.
Ante la realización de este complicado entramado, fueron serias dudas más que grandes expectativas las que recibieron su estreno. Pero los escépticos se quedaron pasmados ante esta maravilla que reúne tantos de los parámetros que conlleva la maternidad artística. Primer premio en el Festival de Moscú, Oscar(c) a la Mejor Película de Habla no Inglesa...
Personalmente, el mayor logro de esta cinta es desnudar todos los afanes por los que pasamos los que aspiramos a dar a luz una obra de arte. Aunque en mi caso tiro más por la literatura que por el cine, reconozco muchos de los momentos por los que pasa Mastroianni/Fellini. Los artistas somos así.
Y, más recientemente, base de un musical, Nine, con el que Antonio Banderas triunfó en Broadway y Penélope Cruz logró su tercera nominación a la dorada estatuilla.
Es lo que tienen las obras eternas, que dan mucho de sí.
Y no es para menos. En esta cinta casi nueve (el título viene porque Fellini dijo que antes había rodado siete títulos y medio, el capítulo de Bocaccio 70), el cineasta vuelca todos sus anhelos, dudas y planteamientos que le ocupan la cabeza antes de cada creación. A modo de parto, nos va llevando por las diferentes fases que le suponen dar a luz un nuevo film.
Rodada en blanco y negro, algo que aumenta su cualidad onírica, nos vamos encontrando con los distintos personajes de relevancia en su existir. Su madre, su mujer, su amante, el productor... Pero no nos equivoquemos, son ellas, las mujeres, las que marcan profundamente cada uno de sus pasos.
Ante la realización de este complicado entramado, fueron serias dudas más que grandes expectativas las que recibieron su estreno. Pero los escépticos se quedaron pasmados ante esta maravilla que reúne tantos de los parámetros que conlleva la maternidad artística. Primer premio en el Festival de Moscú, Oscar(c) a la Mejor Película de Habla no Inglesa...
Personalmente, el mayor logro de esta cinta es desnudar todos los afanes por los que pasamos los que aspiramos a dar a luz una obra de arte. Aunque en mi caso tiro más por la literatura que por el cine, reconozco muchos de los momentos por los que pasa Mastroianni/Fellini. Los artistas somos así.
Y, más recientemente, base de un musical, Nine, con el que Antonio Banderas triunfó en Broadway y Penélope Cruz logró su tercera nominación a la dorada estatuilla.
Es lo que tienen las obras eternas, que dan mucho de sí.
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lunes, 28 de junio de 2010
33 - MARKETA LAZAROVÁ. Frantisek Vlácil. Checoslovaquia, 1967.
Al más puro estilo épico de la estela creada por Eisenstein, esta obra de casi tres horas de duración es una delicia visual en la que, más que el texto de la historia, lo que trasciende es la potencia de sus imágenes.
Aunque despreciada en el momento de su estreno por su difícil narrativa, el logro de esta cinta es que, ubicada en el siglo XIII, logra momentos en los que unos primeros planos, sin palabras, te ponen los pelos de punta.
Rodada en blanco y negro, la ausencia de color ayuda a que los paisajes en los que se desarrolla la acción resulten todavía más fríos, más austeros. Y en los primeros planos de los personajes, esas sombras únicas que da el contraste de los opuestos ayudan tanto como el maquillaje aplicado a los rostros. En este sentido, es de visionado fundamental para todos aquellos que se quieran dedicar al campo de la fotografía.
La trama no es que sea el colmo de la originalidad, la verdad, porque es la historia de la violación de una muchacha que luego se pasa el resto de su vida marcada por tamaño crimen. Pero son los valores personales, la lucha individual de cada uno para conseguir "pasar la vida" lo que la convierten en acontecimiento único. Además, como la protagonista es mujer, tiene un algo de filosofía feminista que tanto se empezaba a reclamar justo antes de la famosa Primavera de Praga de 1968.
En los 90, según cuentan en EL, un grupo de especialistas checos la eligieron como la Mejor Película de la Historia del Cine de su país. Realmente, es un poco exagerado. Creo que los que lleguen a verla bajo tal precepto se sentirían decepcionados. Pero es cierto que como no seas un gran amante del cine per se, lo más fácil es que te aburras mazo con este título.
En mi caso, la gocé tanto como me sorprendió. Pero yo amo el cine por encima de todas las cosas.
viernes, 25 de junio de 2010
32 - ALGO PASA CON MARY (There's something about Mary). Bobby y Peter Farrelly. USA, 1998.
De entrada, reconozco que la primera vez que vi esta película me pareció de una vulgaridad tan extrema que la deseché como bajuna. Sin embargo, y ante la sorpresa inicial de verla incluida entre las que se recogen en EL, me la puse de nuevo y lo cierto es que me partí la caja.
Por distintos factores. El primero, que Ben Stiller es un cómico genial, sin más, y aunque me sigue angustiando el momento en el que se pilla el miembro con la cremallera, tiene subidones realmente enormes.
A su lado, la increíble Cameron Diaz que consigue lucir su flequillo enlefado con una gracia que tan sólo las grandes logran tener. Es su momento cumbre, aunque tiene varios de quitarse el sombrero.
Dos piezas fundamentales también son la vecina Magda (una inmensa Lin Shaye) y su perrito faldero, que proporcionan momentos delirantes. Entre la obsesión por el bronceado de ella y el pedo lisérgico del bicho, la risa está servida.
Gracias a EL, descubrí que la genialidad de sacar a dos músicos en diferentes momentos a lo largo de la cinta cantando las andanzas de Mary no era algo original. Existe una película titulada, en España, La ingenua explosiva (Elliot Silverstein, 1965) en la que dos músicos, uno de ellos Nat King Cole, hacen exactamente lo mismo pero cantando las aventuras de Cat Ballou, la mujer que da título a la versión original. Una gozada que merecía la pena ser homenajeada.
Es evidente que no creo que nadie se tuviera que amargar la vida por no ver esta película antes de morir, pero para pasar un buen rato sí que merece la pena. A disfrutar.
Por distintos factores. El primero, que Ben Stiller es un cómico genial, sin más, y aunque me sigue angustiando el momento en el que se pilla el miembro con la cremallera, tiene subidones realmente enormes.
A su lado, la increíble Cameron Diaz que consigue lucir su flequillo enlefado con una gracia que tan sólo las grandes logran tener. Es su momento cumbre, aunque tiene varios de quitarse el sombrero.
Dos piezas fundamentales también son la vecina Magda (una inmensa Lin Shaye) y su perrito faldero, que proporcionan momentos delirantes. Entre la obsesión por el bronceado de ella y el pedo lisérgico del bicho, la risa está servida.
Gracias a EL, descubrí que la genialidad de sacar a dos músicos en diferentes momentos a lo largo de la cinta cantando las andanzas de Mary no era algo original. Existe una película titulada, en España, La ingenua explosiva (Elliot Silverstein, 1965) en la que dos músicos, uno de ellos Nat King Cole, hacen exactamente lo mismo pero cantando las aventuras de Cat Ballou, la mujer que da título a la versión original. Una gozada que merecía la pena ser homenajeada.
Es evidente que no creo que nadie se tuviera que amargar la vida por no ver esta película antes de morir, pero para pasar un buen rato sí que merece la pena. A disfrutar.
jueves, 24 de junio de 2010
31 - MADRE INDIA (Mother India). Mehboob Khan. India, 1957.
Para empezar a conocer el cine de Bollywood, aparece en EL la que, sin duda, se puede considerar película paradigmática que engloba todos los preceptos de esa forma de entender el Séptimo Arte por aquellos lares.
A través de la figura épica que da título al film, seguimos el desarrollo vital de una mujer que, pasando por diferentes momentos duros, lucha y pelea por ella y por los suyos en un mundo que se le muestra hostil. Quizá su lucha más personal sea la que establece por sacar adelante a su hijo favorito, convertido de mayor en sujeto indeseable.
También destacan en EL, con razón, los varios momentos de metraje en los que la influencia del cine propagandístico soviético se hace tan patente que esas secuencias parecen haber sido rodadas en la estepa.
Pero, ciertamente, lo que le da grandeza a Madre India son los números musicales. Eso de ver a una familia pasándolas canutas y que, de repente, se te pongan a cantar y aparezcan bailarines hasta debajo de las piedras, hay momentos en los que, directamente, te tronchas de la risa. Admito que, también, por la ignorancia que da el no haber visto muchos ejemplos de Bollywoodismo.
Hay una anécdota muy graciosa, que aparece en EL, respecto al escándalo que se formó en la India cuando la protagonista, Nargis, se casó después de rodar este título con uno de los actores que daba vida a su hijo. ¿Incesto con papeles? ¿Realidad o ficción?
La duración de la película es de unas 3 horas, pero es cierto que esos 180 minutos pueden ser una gran opción para pasar una tarde de domingo tumbadito en el sofá.
miércoles, 23 de junio de 2010
30 - LA REGLA DEL JUEGO (La régle du jeu). Jean Renoir. Francia, 1939.
Otra de las películas míticas, sobre todo por sus andaduras personales, que aparece en todos los listados de las películas favoritas de todos los tiempos, se trata de una obra que, en su momento, fue considerada menor para la carrera del director.
Tras haber triunfado con sus dos títulos anteriores (La gran ilusión, 1937; La bestia humana, 1938), Renoir tuvo el coraje de adaptar, casi de soslayo, una novela que hablaba sobre la vida en sociedad. De esta manera, creó una trama situada en una finca campestre en la que los amoríos de la clase alta se veían mezclados con los que tenían lugar, entre los sirvientes, en la cocina.
Antecedente de situaciones posteriormente desarrolladas en, por ejemplo, la serie inglesa Arriba y abajo, y con un planteamiento que recuerda, tremendamente, al que presentaba Luis García Berlanga en su alabada La escopeta nacional (1978), esta fascinante historia juega con el espectador de la misma forma que con sus personajes.
Y todo gracias a un trabajo de recuperación fundamental ya que, en su momento, La regla del juego empezó a ser recortada de forma tremenda. Primero, perdiendo diez minutos y luego veinte minutos más. Por dos razones fundamentales: la primera, que los personajes tienen familiares judíos, tema tabú ante la inminente invasión de Francia por parte de los nazis. La segunda, por mostrar una burguesía decadente y aburrida que juega a los líos de dormitorio casi como para pasar el rato.
Dos herramientas son más que destacables en esta delicia: un sentido de la profundidad de campo que es de flipar. Y unos diálogos que, como consiguen sólo los grandes, dicen mucho más de lo que significan las palabras que se pronuncian.
Renoir, genio y artífice de esta regla, se reservó también las funciones principales de director, guionista y, por si fuera poco, actor de reparto dando vida a un personaje que, cayendo bien al principio, termina dando pena con un poco de vergüenza ajena.
Tras años de darse por perdida, quiso la suerte que se encontraran unas latas con casi 200 horas de rodaje gracias a las cuales se pudo restaurar. Menos una secuencia de un minuto que todo el mundo comenta, pero que nadie cuenta.
En todo caso, en la edición del Festival de Venecia de 1959 se mostró la versión recompuesta y el entusiasmo que suscitó se puede resumir en la reacción del director, también galo, Alain Resnais quien contaría que, a la salida de la proyección, se tuvo que sentar por "la cantidad de cine que había visto en una sola película".
Termino comentando que esta peli es una de las maravillas que vieron la luz en el año 39, la mejor cosecha que en el Séptimo Arte ha habido, pero de la que hablaré más adelante.
Tras haber triunfado con sus dos títulos anteriores (La gran ilusión, 1937; La bestia humana, 1938), Renoir tuvo el coraje de adaptar, casi de soslayo, una novela que hablaba sobre la vida en sociedad. De esta manera, creó una trama situada en una finca campestre en la que los amoríos de la clase alta se veían mezclados con los que tenían lugar, entre los sirvientes, en la cocina.
Antecedente de situaciones posteriormente desarrolladas en, por ejemplo, la serie inglesa Arriba y abajo, y con un planteamiento que recuerda, tremendamente, al que presentaba Luis García Berlanga en su alabada La escopeta nacional (1978), esta fascinante historia juega con el espectador de la misma forma que con sus personajes.
Y todo gracias a un trabajo de recuperación fundamental ya que, en su momento, La regla del juego empezó a ser recortada de forma tremenda. Primero, perdiendo diez minutos y luego veinte minutos más. Por dos razones fundamentales: la primera, que los personajes tienen familiares judíos, tema tabú ante la inminente invasión de Francia por parte de los nazis. La segunda, por mostrar una burguesía decadente y aburrida que juega a los líos de dormitorio casi como para pasar el rato.
Dos herramientas son más que destacables en esta delicia: un sentido de la profundidad de campo que es de flipar. Y unos diálogos que, como consiguen sólo los grandes, dicen mucho más de lo que significan las palabras que se pronuncian.
Renoir, genio y artífice de esta regla, se reservó también las funciones principales de director, guionista y, por si fuera poco, actor de reparto dando vida a un personaje que, cayendo bien al principio, termina dando pena con un poco de vergüenza ajena.
Tras años de darse por perdida, quiso la suerte que se encontraran unas latas con casi 200 horas de rodaje gracias a las cuales se pudo restaurar. Menos una secuencia de un minuto que todo el mundo comenta, pero que nadie cuenta.
En todo caso, en la edición del Festival de Venecia de 1959 se mostró la versión recompuesta y el entusiasmo que suscitó se puede resumir en la reacción del director, también galo, Alain Resnais quien contaría que, a la salida de la proyección, se tuvo que sentar por "la cantidad de cine que había visto en una sola película".
Termino comentando que esta peli es una de las maravillas que vieron la luz en el año 39, la mejor cosecha que en el Séptimo Arte ha habido, pero de la que hablaré más adelante.
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martes, 22 de junio de 2010
29 - EL ACORAZADO POTEMKIN (Bronenosets Potyomkin). Sergei M. Eisenstein. URSS, 1925.
Uno de los padres indiscutibles del cine, tal y como lo entendemos hoy en día, se trata del genio de Eisenstein, cineasta que con éste, su segundo largometraje, sentó una cantidad de bases primordial para el posterior desarrollo del cine.
Referencia fundamental para todos los directores, y una de las presencias constantes, también, en todas las listas de "las mejores de todos los tiempos", lo más fácil es llegar a El Acorazado Potemkin con una cantidad ingente de detalles destacados en todos los documentales sobre la historia del cine que en el mundo han sido.
Pero el principal logro de esta joya indiscutible es, que cuando llegas a verla en su versión íntegra por primera vez, te das cuenta de dos cosas: primero, de que es una gran obra que agrada tan sólo con su visionado. Y segundo, que, en realidad, es poco lo que se ha avanzado en el terreno del montaje y de la narrativa cinematográfica.
Aparte de los famosos gusanos en la carne, y otras piezas diversas de este puzzle, esos primeros planos apasionados, esos planos medios de los retratados y ese plano-contraplano que tanto han aportado a la posterioridad, son vías de conocer hasta qué punto el cine debería ser más imagen que texto. Hasta qué punto es cierta la máxima de "más vale una imagen que mil palabras".
Hay una secuencia que, hasta los que no gusten del cine mudo, disfrutarán con pasión. Se trata de la caída del carricoche por las escaleras de Odessa que Brian de Palma prácticamente copiaría en el momento de mayor tensión de Los intocables de Elliot Ness (1987).
Pero, sin duda, el mayor logro de esta cinta es que, siendo puramente cine propagandístico (se celebra la revolución rusa de 1905), las ideologías se tambalean ante las emociones en estado puro que ofrece esta maravilla.
Como era de esperar, en EL alaban hasta la saciedad esta obra. Y no es para menos porque, con la perspectiva que da el tiempo, no hay peros que se le puedan poner. De caída de baba.
Referencia fundamental para todos los directores, y una de las presencias constantes, también, en todas las listas de "las mejores de todos los tiempos", lo más fácil es llegar a El Acorazado Potemkin con una cantidad ingente de detalles destacados en todos los documentales sobre la historia del cine que en el mundo han sido.
Pero el principal logro de esta joya indiscutible es, que cuando llegas a verla en su versión íntegra por primera vez, te das cuenta de dos cosas: primero, de que es una gran obra que agrada tan sólo con su visionado. Y segundo, que, en realidad, es poco lo que se ha avanzado en el terreno del montaje y de la narrativa cinematográfica.
Aparte de los famosos gusanos en la carne, y otras piezas diversas de este puzzle, esos primeros planos apasionados, esos planos medios de los retratados y ese plano-contraplano que tanto han aportado a la posterioridad, son vías de conocer hasta qué punto el cine debería ser más imagen que texto. Hasta qué punto es cierta la máxima de "más vale una imagen que mil palabras".
Hay una secuencia que, hasta los que no gusten del cine mudo, disfrutarán con pasión. Se trata de la caída del carricoche por las escaleras de Odessa que Brian de Palma prácticamente copiaría en el momento de mayor tensión de Los intocables de Elliot Ness (1987).
Pero, sin duda, el mayor logro de esta cinta es que, siendo puramente cine propagandístico (se celebra la revolución rusa de 1905), las ideologías se tambalean ante las emociones en estado puro que ofrece esta maravilla.
Como era de esperar, en EL alaban hasta la saciedad esta obra. Y no es para menos porque, con la perspectiva que da el tiempo, no hay peros que se le puedan poner. De caída de baba.
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lunes, 21 de junio de 2010
28 - LA CASA NEGRA (Khaneh siah ast). Forugh Farrokhzad. Irán, 1963.
Mi primer choque personal frente a "las otras estéticas" fue gracias a los maravillosos montajes de la compañía madrileña de danza, el Psicoballet, de Maite León. Compuesta en su mayoría por personas con discapacidades, sus montajes tienen el poder de ser coreografías magníficamente trabajadas con bailarines que viven con distintas discapacidades. Y con ellas, lo que empieza siendo un golpe al ojo, se convierte en todo un placer personal al sentarte delante de lo que es una auténtica celebración de la superación personal.
Algo parecido sucede con uno de los cortometrajes que pueblan las páginas de EL, un trabajo delicioso que, cual pieza curiosa de joyería, nos traslada a otro plano estético con una serie de características que, siendo externas, darían ya ganas de visionarla.
Para empezar, la cinta viene de Irán, un país cuyo cine hemos empezado a conocer hace relativamente poco. Segundo, los protagonistas de esta obra son los miembros de una colonia de leprosos situada al Norte de dicho país. Por último, la dirección cae en manos de una mujer, poetisa importante en su país, que tan sólo dirigió esta cinta (poco tiempo después moriría en un accidente de avión).
Los poco más de 20 minutos que dura esta visión cercana de lo que las leproserías suponían se conforman de una serie de primeros y medios planos en los que asistimos a las actividades de los afectados por tan terrible enfermedad, en sus vidas cotidianas. Y, frente a esa primera visión en la que las huellas de la lepra dominan lo que siente el espectador, poco a poco son las sonrisas, los juegos entre ellos, esos brotes de alegría que se entreven en los retratados, los que dan paso a otro atisbo diferente de ese ideal a alcanzar conocido como felicidad.
Durante la narrativa fílmica, se pueden escuchar dos voces: la de Ebrahim Golestan, un reconocido cineasta iraní que también fue su amante, y la propia de la poetisa que recita un poema que casi parece un canto. De hecho, en EL terminan concluyendo que esta película les parece una oración. Sinceramente, yo, que soy ateo, bastante poco me convencería un creador que diese tanto dolor a sus criaturas.
La influencia de este corto, como el de otros tantos de los que ya hablaremos, es de un alcance que pasma. En primer lugar, Chris Marker, un autor al que veremos por aquí con sus obras claves (entre ellas, un corto), reconoce que esta cinta es la que más le influyó en toda su carrera. Por su parte, la cinta El viento nos llevará (1999), de Abbas Kiarostami, debe su título a un verso de esta directora/poetisa (lo veremos más al hablar de este título).
Como habréis podido adivinar, ver La casa negra supone, de entrada, un esfuerzo. Pero es un trago que, una vez pasado, siempre vais a valorar.
Algo parecido sucede con uno de los cortometrajes que pueblan las páginas de EL, un trabajo delicioso que, cual pieza curiosa de joyería, nos traslada a otro plano estético con una serie de características que, siendo externas, darían ya ganas de visionarla.
Para empezar, la cinta viene de Irán, un país cuyo cine hemos empezado a conocer hace relativamente poco. Segundo, los protagonistas de esta obra son los miembros de una colonia de leprosos situada al Norte de dicho país. Por último, la dirección cae en manos de una mujer, poetisa importante en su país, que tan sólo dirigió esta cinta (poco tiempo después moriría en un accidente de avión).
Los poco más de 20 minutos que dura esta visión cercana de lo que las leproserías suponían se conforman de una serie de primeros y medios planos en los que asistimos a las actividades de los afectados por tan terrible enfermedad, en sus vidas cotidianas. Y, frente a esa primera visión en la que las huellas de la lepra dominan lo que siente el espectador, poco a poco son las sonrisas, los juegos entre ellos, esos brotes de alegría que se entreven en los retratados, los que dan paso a otro atisbo diferente de ese ideal a alcanzar conocido como felicidad.
Durante la narrativa fílmica, se pueden escuchar dos voces: la de Ebrahim Golestan, un reconocido cineasta iraní que también fue su amante, y la propia de la poetisa que recita un poema que casi parece un canto. De hecho, en EL terminan concluyendo que esta película les parece una oración. Sinceramente, yo, que soy ateo, bastante poco me convencería un creador que diese tanto dolor a sus criaturas.
La influencia de este corto, como el de otros tantos de los que ya hablaremos, es de un alcance que pasma. En primer lugar, Chris Marker, un autor al que veremos por aquí con sus obras claves (entre ellas, un corto), reconoce que esta cinta es la que más le influyó en toda su carrera. Por su parte, la cinta El viento nos llevará (1999), de Abbas Kiarostami, debe su título a un verso de esta directora/poetisa (lo veremos más al hablar de este título).
Como habréis podido adivinar, ver La casa negra supone, de entrada, un esfuerzo. Pero es un trago que, una vez pasado, siempre vais a valorar.
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viernes, 18 de junio de 2010
27 - EL COLOR PURPURA (The Color Purple). Steven Spielberg. USA, 1985.
Afirman en EL que este título fue el intento de Spielberg de quitarse del medio el calificativo de director para jóvenes. Sinceramente, para un director que ya contaba en su haber con títulos como Tiburón (1975), Encuentros en la tercera fase (1977), En busca del arca perdida (1981) y, sobre todo, ET. El Extraterrestre (1982), me cuesta creer que le preocupase esa definición, caso de haberla tenido, ya que la magia de sus títulos había encandilado a tres cuartas partes del mundo, adultos incluidos.
Sobre todo, cuando el visionado de la película te demuestra que, como haría más tarde con el mundo Schindler, El color púrpura rezuma negritud por todos sus poros. La música de Quincy Jones es de babeo, los paisajes sureños de algodón parecen existir para ser poblados por humanos de color y la ambientación de las casas diversas que se muestran parecen dar a pensar que el capitán de este barco habría de ser afro-americano, y no judío. Una gran demostración de que, en el cine, no hay razas que valga.
También acusan en EL a esta cinta de ser excesivamente sentimentaloide. Pues me van a perdonar, pero aunque la versión que nos llegó a las pantallas reducía, en muy buena parte, las tremendas vivencias de la protagonista contadas en el libro, poco más puede inspirar la historia de una niña cuyo supuesto padre la deja embarazada en dos ocasiones (sí, lo acabamos de ver en la genial Precious, sólo que en tiempos actuales).
Es necesario destacar el maravilloso reparto que habita este título. Danny Glover, Margaret Avery y Oprah Winfrey clavan, literalmente, sus papeles, llenándoles de vida y sustancia. En EL ensalzan, qué remedio, la impresionante labor de Whoopie Goldberg quien, con éste su debut, nos dejó boquiabiertos a propios y extraños. Una flipada.
Unida a esta cinta siempre quedará la leyenda de ser una de las más nominadas, once en total, y menos premiadas, ninguno. La vencedora de su año fue Memorias de Africa, pero es cierto que 1985 fue una gran cosecha (número impar) y, junto a ellas, el resto de las nominadas a Mejor Película eran joyas como Unico testigo, El honor de los Prizzi y, nada menos, El beso de la Mujer Araña.
Cinco títulos que nacieron como clásicos y que perdurarán en la memoria durante muchos años. Porque, al fin y al cabo, ¿quién puede resistir la tentación de disfrutar de una gran obra y, como en el caso púrpura, terminar llorando a moco tendido a los gritos de "Mama, Mama", con acento africano?
Sobre todo, cuando el visionado de la película te demuestra que, como haría más tarde con el mundo Schindler, El color púrpura rezuma negritud por todos sus poros. La música de Quincy Jones es de babeo, los paisajes sureños de algodón parecen existir para ser poblados por humanos de color y la ambientación de las casas diversas que se muestran parecen dar a pensar que el capitán de este barco habría de ser afro-americano, y no judío. Una gran demostración de que, en el cine, no hay razas que valga.
También acusan en EL a esta cinta de ser excesivamente sentimentaloide. Pues me van a perdonar, pero aunque la versión que nos llegó a las pantallas reducía, en muy buena parte, las tremendas vivencias de la protagonista contadas en el libro, poco más puede inspirar la historia de una niña cuyo supuesto padre la deja embarazada en dos ocasiones (sí, lo acabamos de ver en la genial Precious, sólo que en tiempos actuales).
Es necesario destacar el maravilloso reparto que habita este título. Danny Glover, Margaret Avery y Oprah Winfrey clavan, literalmente, sus papeles, llenándoles de vida y sustancia. En EL ensalzan, qué remedio, la impresionante labor de Whoopie Goldberg quien, con éste su debut, nos dejó boquiabiertos a propios y extraños. Una flipada.
Unida a esta cinta siempre quedará la leyenda de ser una de las más nominadas, once en total, y menos premiadas, ninguno. La vencedora de su año fue Memorias de Africa, pero es cierto que 1985 fue una gran cosecha (número impar) y, junto a ellas, el resto de las nominadas a Mejor Película eran joyas como Unico testigo, El honor de los Prizzi y, nada menos, El beso de la Mujer Araña.
Cinco títulos que nacieron como clásicos y que perdurarán en la memoria durante muchos años. Porque, al fin y al cabo, ¿quién puede resistir la tentación de disfrutar de una gran obra y, como en el caso púrpura, terminar llorando a moco tendido a los gritos de "Mama, Mama", con acento africano?
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jueves, 17 de junio de 2010
26 - LA MUJER PANTERA (Cat People). Jacques Tourneur. USA, 1942.
Qué duda cabe que uno de los fantasmas que han flotado, desde siempre, alrededor de los monstruos más conocidos es el de la amenaza sexual. Lo novedoso en el caso que nos ocupa es que la portadora de dicha amenaza es mujer y no un vampiro u hombre-lobo masculino, como es lo habitual.
La protagonista de esta cinta es una muchacha que, cuando la conocemos, empieza a reconciliarse con ese algo extraño que lleva en su interior. Virgen antes de su matrimonio, como mandaban los cánones, su revolución interior se empieza a manifestar cuando, tras su matrimonio, empieza a sentir ese animal que se le despierta cuando la domina la excitación sexual.
Dos ingredientes principales son los responsables de que este clásico sea de obligatorio visionado: lo primero, una fotografía en blanco y negro impecable, con ese sentido fundamental de las luces y las sombras que consigue que el ojo se centre en lo que el plano le va marcando.
En segundo lugar, la elección de la protagonista era fundamental. Se necesitaba un rostro femenino que pudiera transmitir tanto la inocencia más pura como una sexualidad felina dispuesta a despertar como una fiera. En este sentido, la elección de Simone Simon resultó definitiva. Esta magnética actriz francesa, un bellezón por sí misma, tuvo la suerte de que su rostro fuera fotografiado de tal manera que incrementaba lo que su capacidad interpretativa ya le daba al personaje.
Cuarenta años más tarde, Paul Schrader hizo un remake de esta película, El beso de la pantera (1982) que, aunque en EL la descalifican sin piedad, sí que aporta elementos interesantes a la historia original. Una sexualidad mucho más abierta, un elemento incestuoso que inquieta, la belleza de la también felina Nastassja Kinski y, como es habitual en el director, un elemento calvinista-redentor que, de alguna manera, permite darle a la historia un final feliz.
Por mi parte, os recomendaría que dedicarais una tarde a veros ambas versiones, cada una fascinante en su propio estilo.
La protagonista de esta cinta es una muchacha que, cuando la conocemos, empieza a reconciliarse con ese algo extraño que lleva en su interior. Virgen antes de su matrimonio, como mandaban los cánones, su revolución interior se empieza a manifestar cuando, tras su matrimonio, empieza a sentir ese animal que se le despierta cuando la domina la excitación sexual.
Dos ingredientes principales son los responsables de que este clásico sea de obligatorio visionado: lo primero, una fotografía en blanco y negro impecable, con ese sentido fundamental de las luces y las sombras que consigue que el ojo se centre en lo que el plano le va marcando.
En segundo lugar, la elección de la protagonista era fundamental. Se necesitaba un rostro femenino que pudiera transmitir tanto la inocencia más pura como una sexualidad felina dispuesta a despertar como una fiera. En este sentido, la elección de Simone Simon resultó definitiva. Esta magnética actriz francesa, un bellezón por sí misma, tuvo la suerte de que su rostro fuera fotografiado de tal manera que incrementaba lo que su capacidad interpretativa ya le daba al personaje.
Cuarenta años más tarde, Paul Schrader hizo un remake de esta película, El beso de la pantera (1982) que, aunque en EL la descalifican sin piedad, sí que aporta elementos interesantes a la historia original. Una sexualidad mucho más abierta, un elemento incestuoso que inquieta, la belleza de la también felina Nastassja Kinski y, como es habitual en el director, un elemento calvinista-redentor que, de alguna manera, permite darle a la historia un final feliz.
Por mi parte, os recomendaría que dedicarais una tarde a veros ambas versiones, cada una fascinante en su propio estilo.
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miércoles, 16 de junio de 2010
25 - HEAT. Michael Mann. USA, 1995.
Durante años se estuvo especulando sobre la posibilidad de que se reunieran en pantalla los dos actores a los que se consideraba los mejores de su generación: Robert de Niro y Al Pacino. Aunque se barajaron diversos proyectos, se llegó a hablar incluso de posibles directores que llevaran la batuta, no fue hasta 1995 cuando los dos monstruos interpretativos vieron sus nombres juntos en los rótulos de crédito.
Sin embargo, y pese a que esta película está incluida en EL (otro caso en el que no entiendo por qué), lo cierto es que el resultado ya me pareció triste en su momento. De entrada, porque el tan esperado duelo actoral se reducía a una simple secuencia, con lo que de duelo nasti. Además, era un momento en una cafetería y lo que se tenían que decir era menos emocionante que la misa de año nuevo.
Por otro, porque pese a que algunas de las secuencias de acción son meritorias (no en vano, el director es Michael Mann), el peso de la historia, es decir, su guión, es flojo, flojito, flojo. Y eso que el libreto también es del propio Mann, pero, la verdad, ya se lo podía haber escrito otro.
Dicen en EL que los temas que trata: la identificación entre poli y criminal, la intimidad de los seres tan entregados a su profesión, están retratados de forma profunda y certera. Mentira. A mí me parece un ladrillo insufrible, sobre todo cuando consiste en chuparte dos horas y media de supuesto cine para llegar a un final que, lejos de mejorar nada, te deja con dos de pipas, que decían mis padres.
Volveremos a ver al Mann por estas páginas, sin embargo, no con la que considero, sin duda, su obra maestra, El dilema (1999), donde sí que se puede gozar con el enfrentamiento entre Pacino y el insufrible Russell Crowe (insufrible en la vida real, claro está).
Para incluir esta entrada en el blog, he vuelto a ver la cinta, sí, entera, y me ha servido para ratificarme en todo lo que he comentado arriba. También es cierto que, mientras que hay películas que mejoran o empeoran con el tiempo, Heat me ha vuelto a parecer, sencillamente, la misma basura. Ni más ni menos.
Sin embargo, y pese a que esta película está incluida en EL (otro caso en el que no entiendo por qué), lo cierto es que el resultado ya me pareció triste en su momento. De entrada, porque el tan esperado duelo actoral se reducía a una simple secuencia, con lo que de duelo nasti. Además, era un momento en una cafetería y lo que se tenían que decir era menos emocionante que la misa de año nuevo.
Por otro, porque pese a que algunas de las secuencias de acción son meritorias (no en vano, el director es Michael Mann), el peso de la historia, es decir, su guión, es flojo, flojito, flojo. Y eso que el libreto también es del propio Mann, pero, la verdad, ya se lo podía haber escrito otro.
Dicen en EL que los temas que trata: la identificación entre poli y criminal, la intimidad de los seres tan entregados a su profesión, están retratados de forma profunda y certera. Mentira. A mí me parece un ladrillo insufrible, sobre todo cuando consiste en chuparte dos horas y media de supuesto cine para llegar a un final que, lejos de mejorar nada, te deja con dos de pipas, que decían mis padres.
Volveremos a ver al Mann por estas páginas, sin embargo, no con la que considero, sin duda, su obra maestra, El dilema (1999), donde sí que se puede gozar con el enfrentamiento entre Pacino y el insufrible Russell Crowe (insufrible en la vida real, claro está).
Para incluir esta entrada en el blog, he vuelto a ver la cinta, sí, entera, y me ha servido para ratificarme en todo lo que he comentado arriba. También es cierto que, mientras que hay películas que mejoran o empeoran con el tiempo, Heat me ha vuelto a parecer, sencillamente, la misma basura. Ni más ni menos.
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martes, 15 de junio de 2010
24 - LA DOLCE VITA. Federico Fellini. Italia/Francia, 1960.
Otra de las favoritas en todos los listados de "las mejores películas de todos los tiempos", y defendida en EL como un retrato generacional, lo cierto es que nos encontramos ante una obra que supuso un más allá de la trascendencia cinematográfica.
Rodada totalmente en la ciudad de Roma, esta cinta es un retrato de la comunidad internacional que se reunía alrededor de la Ciudad Eterna y, más concretamente, de sus estudios de Cineccitá, en pleno apogeo en aquel momento. La cantidad de rodajes internacionales que tenían lugar en dicho espacio lograban que una importante porción flotante de la industria del cine se dejara caer por aquellos espacios durante los meses que duraban dichas filmaciones.
Además, los italianos no terminaban de querer desmarcarse de la posición que habían tenido durante la II Guerra Mundial como seguidores del fascista Mussolini. Para lograr dicha distinción, habían llevado su arte a límites antes no vistos como la ingestión de excrementos en los escenarios (que no, Leo Bassi, que sabemos que la idea no es tuya).
Para esta historia, y como gustaba Fellini de hacer, contamos con un maestro de ceremonias de excepción. El bello Marcello, el inolvidable Mastroianni que mantenía su nombre de pila en pantalla, es un joven amoral, periodista de cualquier tema que surja, y también es favorito entre la beautiful people romana. De su mano, recorremos un racimo de situaciones cotidianas que, presentadas sin ningún tipo de enjuiciamiento, conforman un auténtico retablo global de la sociedad de su momento, en todos sus estratos.
Desde la familia obrera que ha sufrido una desgracia interna hasta la llegada de la famosa estrella hollywoodiense (¿qué no se habrá dicho ya sobre la mítica secuencia de Anita Ekberg en la Fontana de Trevi?), el genio de Fellini nos transporta de un lado a otro de la ciudad sin decirnos en ningún momento lo que nos tiene que provocar la situación en la que nos mete, de la misma forma que Marcello no cambia ni un ápice su expresión.
Hay que destacar un momento maravilloso que, de alguna manera, es casi una constante en el cine felliniano. Ese en el que la noticia de que dos niños han sido iluminados con la visita de María, la Virgen, y a partir del cual el campo donde se supone que se produce el milagro se convierte en un plató cinematográfico con todos sus elementos. Este instante es, una vez más, demostración del afán que el director demostró tantas veces de querer hacernos ver al espectador los entresijos del mundo del cine (como veremos más adelante, y de forma más precisa, con la entrada de Fellini Ocho y medio).
Aparte del baño de la rubia antes nombrado, esta película también es imprescindible por el hecho de haber creado el término paparazzi (sacado del fotógrafo inseparable de Marcello, llamado Paparazzo). Y éste es el más conocido, porque lo cierto es que, hoy en día, todos entendemos perfectamente cuando alguien dice "me estoy dedicando a la dolce vita".
Esta película creó, en su momento, una fuerte polémica en la que iglesia católica y extrema izquierda se quejaban del retrato demasiado frívolo que el director mostraba de su sociedad. Pero, con la perspectiva de hoy en día, La dolce vita casi parece un título visionario en el que se auguraba esta situación actual en la que sujetos tan indignos de consideración como la Esteban o el Escassi se han convertido en generadores de opinión.
Fellini fue un genio en su capacidad para ponernos delante del rostro las realidades de su época. Pero hay cosas que parece que no evolucionan, por desgracia. Así, seguimos echando de menos los tiempos en los que los famosos eran gente que hacían cosas, no que se acostaban con gente y lo contaban como auténticas verduleras (con perdón para la gente de dicha profesión).
Rodada totalmente en la ciudad de Roma, esta cinta es un retrato de la comunidad internacional que se reunía alrededor de la Ciudad Eterna y, más concretamente, de sus estudios de Cineccitá, en pleno apogeo en aquel momento. La cantidad de rodajes internacionales que tenían lugar en dicho espacio lograban que una importante porción flotante de la industria del cine se dejara caer por aquellos espacios durante los meses que duraban dichas filmaciones.
Además, los italianos no terminaban de querer desmarcarse de la posición que habían tenido durante la II Guerra Mundial como seguidores del fascista Mussolini. Para lograr dicha distinción, habían llevado su arte a límites antes no vistos como la ingestión de excrementos en los escenarios (que no, Leo Bassi, que sabemos que la idea no es tuya).
Para esta historia, y como gustaba Fellini de hacer, contamos con un maestro de ceremonias de excepción. El bello Marcello, el inolvidable Mastroianni que mantenía su nombre de pila en pantalla, es un joven amoral, periodista de cualquier tema que surja, y también es favorito entre la beautiful people romana. De su mano, recorremos un racimo de situaciones cotidianas que, presentadas sin ningún tipo de enjuiciamiento, conforman un auténtico retablo global de la sociedad de su momento, en todos sus estratos.
Desde la familia obrera que ha sufrido una desgracia interna hasta la llegada de la famosa estrella hollywoodiense (¿qué no se habrá dicho ya sobre la mítica secuencia de Anita Ekberg en la Fontana de Trevi?), el genio de Fellini nos transporta de un lado a otro de la ciudad sin decirnos en ningún momento lo que nos tiene que provocar la situación en la que nos mete, de la misma forma que Marcello no cambia ni un ápice su expresión.
Hay que destacar un momento maravilloso que, de alguna manera, es casi una constante en el cine felliniano. Ese en el que la noticia de que dos niños han sido iluminados con la visita de María, la Virgen, y a partir del cual el campo donde se supone que se produce el milagro se convierte en un plató cinematográfico con todos sus elementos. Este instante es, una vez más, demostración del afán que el director demostró tantas veces de querer hacernos ver al espectador los entresijos del mundo del cine (como veremos más adelante, y de forma más precisa, con la entrada de Fellini Ocho y medio).
Aparte del baño de la rubia antes nombrado, esta película también es imprescindible por el hecho de haber creado el término paparazzi (sacado del fotógrafo inseparable de Marcello, llamado Paparazzo). Y éste es el más conocido, porque lo cierto es que, hoy en día, todos entendemos perfectamente cuando alguien dice "me estoy dedicando a la dolce vita".
Esta película creó, en su momento, una fuerte polémica en la que iglesia católica y extrema izquierda se quejaban del retrato demasiado frívolo que el director mostraba de su sociedad. Pero, con la perspectiva de hoy en día, La dolce vita casi parece un título visionario en el que se auguraba esta situación actual en la que sujetos tan indignos de consideración como la Esteban o el Escassi se han convertido en generadores de opinión.
Fellini fue un genio en su capacidad para ponernos delante del rostro las realidades de su época. Pero hay cosas que parece que no evolucionan, por desgracia. Así, seguimos echando de menos los tiempos en los que los famosos eran gente que hacían cosas, no que se acostaban con gente y lo contaban como auténticas verduleras (con perdón para la gente de dicha profesión).
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lunes, 14 de junio de 2010
23 - AMENAZA EN LA SOMBRA (Don't Look Now). Nicolas Roeg. Reino Unido/Italia, 1973.
Pese a tantas otras películas que se pueden descubrir gracias a EL, a mí me llegó noticia de esta cinta por la lectura de la autobiografía de Rupert Everett. En ella, el inglés cita a Amor sin condiciones (P.J. Hogan, 2002) como uno de sus mejores trabajos y el menos reconocido. Tentado, como me siento siempre que citan una película que no he visto, sea cual sea la fuente, me afané por conseguir copia de la misma. Aparte de descubrir otra gran comedia que le debemos al director de La boda de Muriel (1994) o La boda de mi mejor amigo (1997), me encontré con una primera referencia a una joya fílmica como Amenaza en la sombra.
Rodada en 1973 por un director tan inquietante como Nicolas Roeg (al que volveremos a encontrar en este blog con otros de sus títulos incluidos en EL), son varios los factores que la pueden presentar como catálogo de las características que han convertido al cine de los 70 en referencial.
Primero, la capacidad de crear atmósferas agobiantes, sin utilizar elementos de efectos especiales, ni excesos de trabajo de maquillajes, sino que con elementos cotidianos te acongojan como pocas creaciones de ordenador han conseguido.
Segundo, las secuencias de sexo que, herederas del cambio total que supuso la década de los 60, contaban con una libertad en la que, salvo los penes, tanto actores como actrices eran mostrados con poca tontería en los momentos en los que los humanos nos desnudamos de verdad, es decir, en la cama. No como en las producciones actuales en las que parece que todas las chicas tienen sexo con el sujetador puesto, los chicos con los calzoncillos y los besos entre ambos nunca llevan lengua. Resultado, que cualquier secuencia setentera tiene la facultad de excitar realmente al espectador, no como lo de ahora que no provoca ni un cosquilleo.
En EL defienden que el ingrediente principal de este maravilloso cocktail es la pasión de los protagonistas (de quienes se dice que mantuvieron un romance real durante la filmación), pero no estoy de acuerdo.
Lo principal del cine de los 70 es la capacidad con la que la humanidad parecía vivir a caballo entre el mundo real y el de los espíritus. De hecho, a esta década permanecen trabajos con tanto impacto social como El exorcista (ya incluida en este blog) o La profecía (Richard Donner, 76).
Y de eso, de ese mundo flotante entre vivos y muertos, esta película tiene un montón. No sólo por las grandes interpretaciones de Donald Sutherland y Julie Christie, sino también por una serie de personajes que se mueven, precisamente, en contacto entre los unos y los otros. De hecho, la vidente ciega que aparece es una de las razones más poderosas que uno puede encontrar cuando quiere pasar miedo. Sin olvidar que esta película logra algo tan increíble como que un simple chubasquero rojo pase a ser un fetiche de terror.
Hasta la fecha, he encontrado al menos tres películas, bien diferentes, con influencia directa de esta cinta. Para empezar, uno de los primeros títulos del gran David Cronenberg, Cromosoma 3 (1979), en la que aparecen niños con el famoso impermeable rojo. También en la segunda, la comedia citada al principio de esta entrada, una enana, encantadora por lo borde, utiliza una prenda antilluvia del mismo color como parte de un entramado para pillar a un asesino.
Por último, en la reciente y estupenda Escondidos en Brujas (Martin McDonagh, 2008), mientras los protagonistas están de finde en la ciudad, se encuentran con un equipo de rodaje de un guión que cuenta con referencias directas a esta Amenaza.
Perfecta para noche de tormenta en la que quieras pasar miedo. Lo pasarás.
Rodada en 1973 por un director tan inquietante como Nicolas Roeg (al que volveremos a encontrar en este blog con otros de sus títulos incluidos en EL), son varios los factores que la pueden presentar como catálogo de las características que han convertido al cine de los 70 en referencial.
Primero, la capacidad de crear atmósferas agobiantes, sin utilizar elementos de efectos especiales, ni excesos de trabajo de maquillajes, sino que con elementos cotidianos te acongojan como pocas creaciones de ordenador han conseguido.
Segundo, las secuencias de sexo que, herederas del cambio total que supuso la década de los 60, contaban con una libertad en la que, salvo los penes, tanto actores como actrices eran mostrados con poca tontería en los momentos en los que los humanos nos desnudamos de verdad, es decir, en la cama. No como en las producciones actuales en las que parece que todas las chicas tienen sexo con el sujetador puesto, los chicos con los calzoncillos y los besos entre ambos nunca llevan lengua. Resultado, que cualquier secuencia setentera tiene la facultad de excitar realmente al espectador, no como lo de ahora que no provoca ni un cosquilleo.
En EL defienden que el ingrediente principal de este maravilloso cocktail es la pasión de los protagonistas (de quienes se dice que mantuvieron un romance real durante la filmación), pero no estoy de acuerdo.
Lo principal del cine de los 70 es la capacidad con la que la humanidad parecía vivir a caballo entre el mundo real y el de los espíritus. De hecho, a esta década permanecen trabajos con tanto impacto social como El exorcista (ya incluida en este blog) o La profecía (Richard Donner, 76).
Y de eso, de ese mundo flotante entre vivos y muertos, esta película tiene un montón. No sólo por las grandes interpretaciones de Donald Sutherland y Julie Christie, sino también por una serie de personajes que se mueven, precisamente, en contacto entre los unos y los otros. De hecho, la vidente ciega que aparece es una de las razones más poderosas que uno puede encontrar cuando quiere pasar miedo. Sin olvidar que esta película logra algo tan increíble como que un simple chubasquero rojo pase a ser un fetiche de terror.
Hasta la fecha, he encontrado al menos tres películas, bien diferentes, con influencia directa de esta cinta. Para empezar, uno de los primeros títulos del gran David Cronenberg, Cromosoma 3 (1979), en la que aparecen niños con el famoso impermeable rojo. También en la segunda, la comedia citada al principio de esta entrada, una enana, encantadora por lo borde, utiliza una prenda antilluvia del mismo color como parte de un entramado para pillar a un asesino.
Por último, en la reciente y estupenda Escondidos en Brujas (Martin McDonagh, 2008), mientras los protagonistas están de finde en la ciudad, se encuentran con un equipo de rodaje de un guión que cuenta con referencias directas a esta Amenaza.
Perfecta para noche de tormenta en la que quieras pasar miedo. Lo pasarás.
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viernes, 11 de junio de 2010
22 - CIUDADANO KANE (Citizen Kane). Orson Welles. USA, 1941.
Considerada en numerosas listas como "la mejor película de todos los tiempos", Ciudadano Kane consigue lo que muy pocos títulos logran: no defraudar al espectador cuando la disfruta por primera vez, por mucho que éste haya oído o leído sobre ella.
El motivo principal se debe a que, pese a los grandes padres del cine (Einsenstein y Griffith), la novedosa fotografía con su malabar uso de la cámara, la tan comentada profundidad de campo y, especialmente, un excelente guión (el único Oscar(c) que se llevó esta cinta) que cuenta la historia con un tempo fraccionado, que salta entre el pasado y el presente con virtuosismo circense, la convierten en punto de inflexión de la historia.
Cuando Welles llegó al Séptimo Arte tras sus múltiples proyectos anteriores (sobre todo, el escándalo que produjo su versión radiada de La guerra de los mundos), ya era considerado como el enfant terrible de Hollywood. Además, desde antes de comenzar a rodar ya corría por los mentideros la historia de que, en realidad, el personaje de Kane era William Randolph Hearst, el magnate de la prensa estadounidense quien parecía tener control absoluto sobre el mundo.
Sin embargo, este joven de 24 años (genial sí, pero no guapo como tantos afirman) consiguió su objetivo y logró que Hearst no se quedara todas las copias para retirarlas del mercado, como pretendía. Todo un órdago ganado, afortunadamente, para la posteridad.
La clave de la trama se muestra al principio de la película cuando Kane, sentado en un sillón y a punto de morir, cita una palabra: Rosebud. Aunque nunca se explica quién ha escuchado al protagonista pronunciar dicha palabra, se inicia en ese momento una investigación periodística sobre el citado ciudadano para descubrir el significado del término enigmático.
Revelar aquí lo que significa sería, de alguna manera, desmontar la historia. Pero sí es importante señalar que, en la vida real, Rosebud (capullo de rosa) era el término que Hearst aplicaba al sexo de su amante, la actriz Marion Davies.
La influencia de Ciudadano Kane es la más alargada de las que en el cine ha habido. Directores de todos los países del mundo han reconocido, libremente, cuánto deben a esta joya. Y lo siguen haciendo.
Pero lo más fascinante de todo es que, pese a todo este peso que la historia le sigue otorgando, es una película realmente entretenida, fascinante y gozosa de ver. Tanto como otra joya rodada ese mismo año que, aunque no aparece en EL, no puedo evitar recomendárosla: El hombre que vendió su alma, de William Dieterle. Otra delicia.
En 1999, Benjamin Ross dirigió RKO 281 (el nombre del estudio donde se rodó Kane), con Liev Schreiber dando vida a Welles. Aunque no estaba mal, dejaba la sensación de que sólo se narraba la superficie de los acontecimientos, sin llegar más allá. Es más, que la imaginación personal de cada uno de nosotros es capaz de sacar más cosas de la obra de Welles que las que nos pueda contar ningún cineasta.
El motivo principal se debe a que, pese a los grandes padres del cine (Einsenstein y Griffith), la novedosa fotografía con su malabar uso de la cámara, la tan comentada profundidad de campo y, especialmente, un excelente guión (el único Oscar(c) que se llevó esta cinta) que cuenta la historia con un tempo fraccionado, que salta entre el pasado y el presente con virtuosismo circense, la convierten en punto de inflexión de la historia.
Cuando Welles llegó al Séptimo Arte tras sus múltiples proyectos anteriores (sobre todo, el escándalo que produjo su versión radiada de La guerra de los mundos), ya era considerado como el enfant terrible de Hollywood. Además, desde antes de comenzar a rodar ya corría por los mentideros la historia de que, en realidad, el personaje de Kane era William Randolph Hearst, el magnate de la prensa estadounidense quien parecía tener control absoluto sobre el mundo.
Sin embargo, este joven de 24 años (genial sí, pero no guapo como tantos afirman) consiguió su objetivo y logró que Hearst no se quedara todas las copias para retirarlas del mercado, como pretendía. Todo un órdago ganado, afortunadamente, para la posteridad.
La clave de la trama se muestra al principio de la película cuando Kane, sentado en un sillón y a punto de morir, cita una palabra: Rosebud. Aunque nunca se explica quién ha escuchado al protagonista pronunciar dicha palabra, se inicia en ese momento una investigación periodística sobre el citado ciudadano para descubrir el significado del término enigmático.
Revelar aquí lo que significa sería, de alguna manera, desmontar la historia. Pero sí es importante señalar que, en la vida real, Rosebud (capullo de rosa) era el término que Hearst aplicaba al sexo de su amante, la actriz Marion Davies.
La influencia de Ciudadano Kane es la más alargada de las que en el cine ha habido. Directores de todos los países del mundo han reconocido, libremente, cuánto deben a esta joya. Y lo siguen haciendo.
Pero lo más fascinante de todo es que, pese a todo este peso que la historia le sigue otorgando, es una película realmente entretenida, fascinante y gozosa de ver. Tanto como otra joya rodada ese mismo año que, aunque no aparece en EL, no puedo evitar recomendárosla: El hombre que vendió su alma, de William Dieterle. Otra delicia.
En 1999, Benjamin Ross dirigió RKO 281 (el nombre del estudio donde se rodó Kane), con Liev Schreiber dando vida a Welles. Aunque no estaba mal, dejaba la sensación de que sólo se narraba la superficie de los acontecimientos, sin llegar más allá. Es más, que la imaginación personal de cada uno de nosotros es capaz de sacar más cosas de la obra de Welles que las que nos pueda contar ningún cineasta.
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jueves, 10 de junio de 2010
21 - LA JOVEN (The Young One). Luis Buñuel. USA/México, 1960.
Pese a que, en ocasiones (como ya he escrito), alguna de las películas incluidas en EL me parecen más que discutibles, también es cierto que resulta ser una guía fundamental para encontrar títulos que, de otra manera, no hubiera conocido.
Es el caso de Buñuel, del que sabemos mucho sobre su primera época; también mucho sobre su experiencia mexicana; de sus incursiones en la España sometida a Franco y cómo burló a la censura; y, sobre todo, de su época final en la que rodó tantas obras maestras.
Pero capítulo aparte merecen las únicas dos películas que el genio maño rodó en inglés. Una es Robinson Crusoe (1954), de la que tanto se ha hablado. Sin embargo, de la joya que es La joven, hasta que la encontré en EL no sabía nada.
Y es una lástima porque es un título que, con una ambientación que recuerda a cualquier obra sureña de Tennessee Williams, trata de temas tan inquietantes como las relaciones interraciales, el racismo eterno del sur y, sorpresa, la pederastia.
A una isla de Carolina (aunque el espacio que vemos se rodó en México), llega un músico negro escapando de una falsa acusación de violación. Allí conoce a una niña púber, nieta de un manitas local, que se hace su amiga. Por su parte, el capataz que pasa por allí, un cuarentón desagradable a más no poder, aprovecha la muerte del anciano para convencer a la niña (de apenas 13 años) de que tenga relaciones sexuales con él. La niña accede con una madurez que otorga a la historia una dureza todavía más directa.
Y ésa es la línea general del argumento, pero, además, hay una cantidad importante de elementos añadidos, de pequeños matices que te van involucrando en la historia hasta el punto de que el agobio que crea el espacio que estás viendo te da la sensación de estar sudando por todos tus poros.
Los elementos surrealistas que hacen único el cine de Buñuel brillan por su ausencia, pero es verdad que este título te deja ver los logros que el genio de Calanda logra cuando se centra en un cine más convencional, al estilo de su etapa mexicana. Recomendada para los días en que necesitas conocer miserias mayores a las tuyas para sentirte mejor.
Es el caso de Buñuel, del que sabemos mucho sobre su primera época; también mucho sobre su experiencia mexicana; de sus incursiones en la España sometida a Franco y cómo burló a la censura; y, sobre todo, de su época final en la que rodó tantas obras maestras.
Pero capítulo aparte merecen las únicas dos películas que el genio maño rodó en inglés. Una es Robinson Crusoe (1954), de la que tanto se ha hablado. Sin embargo, de la joya que es La joven, hasta que la encontré en EL no sabía nada.
Y es una lástima porque es un título que, con una ambientación que recuerda a cualquier obra sureña de Tennessee Williams, trata de temas tan inquietantes como las relaciones interraciales, el racismo eterno del sur y, sorpresa, la pederastia.
A una isla de Carolina (aunque el espacio que vemos se rodó en México), llega un músico negro escapando de una falsa acusación de violación. Allí conoce a una niña púber, nieta de un manitas local, que se hace su amiga. Por su parte, el capataz que pasa por allí, un cuarentón desagradable a más no poder, aprovecha la muerte del anciano para convencer a la niña (de apenas 13 años) de que tenga relaciones sexuales con él. La niña accede con una madurez que otorga a la historia una dureza todavía más directa.
Y ésa es la línea general del argumento, pero, además, hay una cantidad importante de elementos añadidos, de pequeños matices que te van involucrando en la historia hasta el punto de que el agobio que crea el espacio que estás viendo te da la sensación de estar sudando por todos tus poros.
Los elementos surrealistas que hacen único el cine de Buñuel brillan por su ausencia, pero es verdad que este título te deja ver los logros que el genio de Calanda logra cuando se centra en un cine más convencional, al estilo de su etapa mexicana. Recomendada para los días en que necesitas conocer miserias mayores a las tuyas para sentirte mejor.
miércoles, 9 de junio de 2010
20 - LA CAMARA 36 DE SHAOLIN (Shao Lin san shi liu fang). Liu Chia-Liang. Hong Kong, 1978.
Durante mi infancia, existía un género no oficial conocido como las "películas de chinos". Estas consistían, básicamente, en Bruce Lee repartiendo leches a cascoporro contra tremendas hordas de enemigos a los que conseguía vencer él solito.
Aunque más adelante encontraremos alguna cinta protagonizada por el actor de hierro, la primera de la que nos vamos a ocupar, en este terreno, es La cámara 36 de Shaolin, una joya sorprendente, sobre todo por lo que vaticina.
Lo primero a destacar es que el director, Liu Chia-Liang, está considerado, según EL, como el coreógrafo de artes marciales más importante de la historia. Reconvertido en director de cine, demostró una maestría en el planteamiento de sus tramas que le llevó a ser uno de los más considerados en su terreno.
Eso sí, para ejercer sus funciones acudió al mismo protagonista de esta cinta, Liu Chia-Hui, quien fue el instructor de las peleas que en este título se ofrecen. En su papel, Chia-Hui se mostraba como el esforzado protagonista que, para vengar la muerte de su padre y compañeros de escuela, pasa de ser rata de biblioteca a kung-fista superior.
Hacía seis años, en la televisión yankee y mundial había triunfado la serie Kung Fu. Un año anterior, en 1975, se había grabado otro hit catódico, La frontera azul. Y estos pasos previos, junto al film que nos ocupa fueron los antecedentes directos de las joyas que nos iban a llegar bastantes años más tarde a partir de la gloriosa Tigre y Dragón (Ang Lee, 2000), que también aparece en EL.
Una de las cosas que más sorprende en esta trama son las pruebas por las que tiene que pasar el prota para convertirse en un experto de las artes marciales. Entre ellas, destaca el poder apoyarse levemente en bambúes para cruzar un foso o la capacidad de destruir dos vasijas de barro con ambas piernas flotando en el aire. Muy lejos del simplista sistema que pocos años más tarde conoceríamos como el "dal-cela-pulil-cela".
Dicen en EL que las secuencias de peleas no defraudan y es completamente cierto. Yo, que no he sido nunca muy amigo de este tipo de aventuras, tengo que reconocer que me lo pasé muy bien con éstas. Pero que muy bien, por eso os la recomiendo.
Y por el motivo del título. En realidad, en Shaolin dicen que tienen 35 cámaras nada más, pero la 36 que se cita es la nueva que crea el prota: una en la que, en lugar de sólo monjes, puedan aprender el kung-fu los hombres de la calle. Planteamiento democrático donde los haya.
No puedo evitar terminar con una reflexión: cuando veíamos a los héroes de estas cintas, solía sorprendernos, incluso desagradablemente, que sus cuerpos fueran completamente lampiños. Sin embargo, hoy en día, los chavales adolescentes ya se están aplicando tratamientos radicales para eliminar todo rastro de vello de sus cuerpos. ¿Será verdad que, al final, los orientales nos están dominando por lo bajini?
Aunque más adelante encontraremos alguna cinta protagonizada por el actor de hierro, la primera de la que nos vamos a ocupar, en este terreno, es La cámara 36 de Shaolin, una joya sorprendente, sobre todo por lo que vaticina.
Lo primero a destacar es que el director, Liu Chia-Liang, está considerado, según EL, como el coreógrafo de artes marciales más importante de la historia. Reconvertido en director de cine, demostró una maestría en el planteamiento de sus tramas que le llevó a ser uno de los más considerados en su terreno.
Eso sí, para ejercer sus funciones acudió al mismo protagonista de esta cinta, Liu Chia-Hui, quien fue el instructor de las peleas que en este título se ofrecen. En su papel, Chia-Hui se mostraba como el esforzado protagonista que, para vengar la muerte de su padre y compañeros de escuela, pasa de ser rata de biblioteca a kung-fista superior.
Hacía seis años, en la televisión yankee y mundial había triunfado la serie Kung Fu. Un año anterior, en 1975, se había grabado otro hit catódico, La frontera azul. Y estos pasos previos, junto al film que nos ocupa fueron los antecedentes directos de las joyas que nos iban a llegar bastantes años más tarde a partir de la gloriosa Tigre y Dragón (Ang Lee, 2000), que también aparece en EL.
Una de las cosas que más sorprende en esta trama son las pruebas por las que tiene que pasar el prota para convertirse en un experto de las artes marciales. Entre ellas, destaca el poder apoyarse levemente en bambúes para cruzar un foso o la capacidad de destruir dos vasijas de barro con ambas piernas flotando en el aire. Muy lejos del simplista sistema que pocos años más tarde conoceríamos como el "dal-cela-pulil-cela".
Dicen en EL que las secuencias de peleas no defraudan y es completamente cierto. Yo, que no he sido nunca muy amigo de este tipo de aventuras, tengo que reconocer que me lo pasé muy bien con éstas. Pero que muy bien, por eso os la recomiendo.
Y por el motivo del título. En realidad, en Shaolin dicen que tienen 35 cámaras nada más, pero la 36 que se cita es la nueva que crea el prota: una en la que, en lugar de sólo monjes, puedan aprender el kung-fu los hombres de la calle. Planteamiento democrático donde los haya.
No puedo evitar terminar con una reflexión: cuando veíamos a los héroes de estas cintas, solía sorprendernos, incluso desagradablemente, que sus cuerpos fueran completamente lampiños. Sin embargo, hoy en día, los chavales adolescentes ya se están aplicando tratamientos radicales para eliminar todo rastro de vello de sus cuerpos. ¿Será verdad que, al final, los orientales nos están dominando por lo bajini?
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martes, 8 de junio de 2010
19 - SER O NO SER (To be or not to be). Ernst Lubitsch. USA, 1942.
A la hora de los conflictos básicos, las películas de propaganda en ambos bandos son elemento indispensable para animar a la juventud no sólo a unirse con alegría a las huestes de su país, sino que además reafirman los ideales por los que se supone que uno mata en el frente.
Entre este tipo de títulos, destacan dos maravillas fílmicas: El gran dictador (Charles Chaplin, 1940, que, sorprendentemente, no aparece en EL) y Ser o no ser, la obra de la que ahora nos ocupamos.
El genio de Lubitsch, lejos de presentarnos secuencias heroicas de batallas imposibles, ganó adeptos por la vía de la inteligencia. Apoyándose en un magistral guión de Edwin Justus Mayer, y, por supuesto, en el toque Lubitsch (ese capaz de hacer invitador lo simplemente insinuado), el director judío alemán nos lleva al centro de un grupo teatral de Varsovia justo antes de que Polonia fuera invadida por los nazis.
El actor principal de dicha formación es un tremendo egocéntrico que se siente desmoronar cuando, al inicio del más famoso monólogo de todos los tiempos (el "ser o no ser" de Hamlet), un hombre de entre el público se levanta y abandona la sala. Una afrenta que lejos está de imaginar que se trata de una estratagema de su esposa, la actriz principal, para encontrarse con uno de sus admiradores.
A partir de este planteamiento, los miembros del grupo de teatro se verán entremezclados en una trama en la que nazis y actores haciendo de nazis se irán alternando para conseguir que los últimos, burlándose de la estupidez de los primeros, consigan hacerles el lío suficiente para escapar de sus garras.
Momentos hilarantes, diálogos de premio y unas interpretaciones de lujo dotan a esta cinta de los elementos suficientes para que roce la perfección. Jack Benny, como el actor enamorado de sí mismo, y Carole Lombard, como su esposa, realizan una gozada de papeles que destacan todavía más por la gran labor de los actores de reparto que les rodean.
La lástima fue que la Lombard no pudo gozar de las mieles de un trabajo tan fino al morir, en accidente de avión, antes del estreno de este título.
En 1983, Mel Brooks realizó un remake homónimo de esta obra maestra (aquí rebautizado como Soy o no soy). Aunque no se pueda decir que resultara fallido, y que se le agradezca la inclusión de un personaje homosexual para destacar que a éstos se les llevaba a los campos de concentración con la marca de un triángulo rosa, su resultado final dista bastante de la elegancia que se disfruta a lo largo de la obra original que exige un visionado indispensable.
Entre este tipo de títulos, destacan dos maravillas fílmicas: El gran dictador (Charles Chaplin, 1940, que, sorprendentemente, no aparece en EL) y Ser o no ser, la obra de la que ahora nos ocupamos.
El genio de Lubitsch, lejos de presentarnos secuencias heroicas de batallas imposibles, ganó adeptos por la vía de la inteligencia. Apoyándose en un magistral guión de Edwin Justus Mayer, y, por supuesto, en el toque Lubitsch (ese capaz de hacer invitador lo simplemente insinuado), el director judío alemán nos lleva al centro de un grupo teatral de Varsovia justo antes de que Polonia fuera invadida por los nazis.
El actor principal de dicha formación es un tremendo egocéntrico que se siente desmoronar cuando, al inicio del más famoso monólogo de todos los tiempos (el "ser o no ser" de Hamlet), un hombre de entre el público se levanta y abandona la sala. Una afrenta que lejos está de imaginar que se trata de una estratagema de su esposa, la actriz principal, para encontrarse con uno de sus admiradores.
A partir de este planteamiento, los miembros del grupo de teatro se verán entremezclados en una trama en la que nazis y actores haciendo de nazis se irán alternando para conseguir que los últimos, burlándose de la estupidez de los primeros, consigan hacerles el lío suficiente para escapar de sus garras.
Momentos hilarantes, diálogos de premio y unas interpretaciones de lujo dotan a esta cinta de los elementos suficientes para que roce la perfección. Jack Benny, como el actor enamorado de sí mismo, y Carole Lombard, como su esposa, realizan una gozada de papeles que destacan todavía más por la gran labor de los actores de reparto que les rodean.
La lástima fue que la Lombard no pudo gozar de las mieles de un trabajo tan fino al morir, en accidente de avión, antes del estreno de este título.
En 1983, Mel Brooks realizó un remake homónimo de esta obra maestra (aquí rebautizado como Soy o no soy). Aunque no se pueda decir que resultara fallido, y que se le agradezca la inclusión de un personaje homosexual para destacar que a éstos se les llevaba a los campos de concentración con la marca de un triángulo rosa, su resultado final dista bastante de la elegancia que se disfruta a lo largo de la obra original que exige un visionado indispensable.
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18 - EL HEROE DEL RIO (Steamboat Bill, Jr.). Charles Reisner y Buster Keaton. USA, 1928.
Otro de los padres del cine que más veces aparece en EL es el genial Buster Keaton, al que se le cita con varias películas.
Entre ellas, esta delicia titulada El héroe del río, en la que el cineasta da vida a un lechuguino que vuelve a su pueblo de origen tras haber estudiado en la ciudad. Al reencontrarse con sus familiares, su delicadeza y finura le ponen en entredicho frente al resto del pueblo.
Y este tema de fondo es el que se trata en toda la película. En definitiva, la masculinidad del protagonista, al que se toma por nenaza tras su vida en la metrópolis (un planteamiento que aparecerá incluso en Zoolander (Ben Stiller, 2001), cuando el protagonista, el propio Stiller, vuelve al pueblo minero del que procede).
Lo fascinante de esta obra es el comprobar que el famoso asunto de "el hombre nuevo", que en nuestros días ha llegado a llamarse "metrosexual", ya aparece en las primeras décadas del siglo pasado. Sin embargo, la II Guerra Mundial, y los posteriores conflictos bélicos, necesitaron del mantenimiento de un hombre primitivo, de instintos básicos que llega a matar al ajeno sin más. Y así nos educaron.
Por otro lado, y como siempre en el cine de Keaton, es un placer real disfrutar de las capacidades cabriolísticas del actor. Sus brincos, saltos, carreras y demás habilidades físicas, unidas a su inamovible expresión facial, son elementos que llevan haciendo reír al respetable desde el momento de su rodaje.
Una gozada.
Entre ellas, esta delicia titulada El héroe del río, en la que el cineasta da vida a un lechuguino que vuelve a su pueblo de origen tras haber estudiado en la ciudad. Al reencontrarse con sus familiares, su delicadeza y finura le ponen en entredicho frente al resto del pueblo.
Y este tema de fondo es el que se trata en toda la película. En definitiva, la masculinidad del protagonista, al que se toma por nenaza tras su vida en la metrópolis (un planteamiento que aparecerá incluso en Zoolander (Ben Stiller, 2001), cuando el protagonista, el propio Stiller, vuelve al pueblo minero del que procede).
Lo fascinante de esta obra es el comprobar que el famoso asunto de "el hombre nuevo", que en nuestros días ha llegado a llamarse "metrosexual", ya aparece en las primeras décadas del siglo pasado. Sin embargo, la II Guerra Mundial, y los posteriores conflictos bélicos, necesitaron del mantenimiento de un hombre primitivo, de instintos básicos que llega a matar al ajeno sin más. Y así nos educaron.
Por otro lado, y como siempre en el cine de Keaton, es un placer real disfrutar de las capacidades cabriolísticas del actor. Sus brincos, saltos, carreras y demás habilidades físicas, unidas a su inamovible expresión facial, son elementos que llevan haciendo reír al respetable desde el momento de su rodaje.
Una gozada.
jueves, 3 de junio de 2010
17 – INDEPENDENCE DAY. Roland Emmerich. USA, 1996.
Como habéis podido comprobar los seguidores de este blog, en mayor o menor medida, suelo estar bastante de acuerdo con la elección que han hecho en EL de los títulos que aparecen recogidos en su índice.
Si hay una discrepancia que no puedo evitar es, precisamente, este panfleto pro-USA que no hay Buda que se lo trague. Aunque en el comentario que se puede leer se apunta su clara tendencia partidaria, y muchos de sus otros defectos, lo cierto es que no hay manera de justificar su presencia como una de "las 1001 películas que ver antes de morir".
Menos cuando la razón que arguyen es que sus efectos especiales son una especie de prodigio. Son cientos los títulos que se me vienen a la cabeza que superan, en todos los sentidos, lo que se ofrece en este panfleto reaccionario. Sirva como ejemplo El día de mañana, fruto del mismo director en el 2004.
Señores míos, no hay nada, pero nada de nada que pueda defender este pastiche absurdo que lleva su estupidez hasta el punto de que el héroe que consigue destruir la nave enemiga es un borrachuzo, al que hemos visto a lo largo de la cinta como un pringado sin remisión, que termina dando su vida por su país (y, por supuesto, por el planeta entero). Aún menos cuando lo hace de esa forma kamikaze que rezuma fascismo por todos sus poros.
Vale que Will Smith está gracioso, un poco, y que los presidentes a la Clinton tienen su chispa, pero ésa no es razón de peso, ni mucho menos, para que nadie se trague las casi dos horas y medias de tostón que dura este desastre fílmico.
Sinceramente, si a alguno de los que me leéis os diera por aprovechar el puente para perder el tiempo viendo este ladrillo, me daría rabia. Hasta me cabrearía.
Si hay una discrepancia que no puedo evitar es, precisamente, este panfleto pro-USA que no hay Buda que se lo trague. Aunque en el comentario que se puede leer se apunta su clara tendencia partidaria, y muchos de sus otros defectos, lo cierto es que no hay manera de justificar su presencia como una de "las 1001 películas que ver antes de morir".
Menos cuando la razón que arguyen es que sus efectos especiales son una especie de prodigio. Son cientos los títulos que se me vienen a la cabeza que superan, en todos los sentidos, lo que se ofrece en este panfleto reaccionario. Sirva como ejemplo El día de mañana, fruto del mismo director en el 2004.
Señores míos, no hay nada, pero nada de nada que pueda defender este pastiche absurdo que lleva su estupidez hasta el punto de que el héroe que consigue destruir la nave enemiga es un borrachuzo, al que hemos visto a lo largo de la cinta como un pringado sin remisión, que termina dando su vida por su país (y, por supuesto, por el planeta entero). Aún menos cuando lo hace de esa forma kamikaze que rezuma fascismo por todos sus poros.
Vale que Will Smith está gracioso, un poco, y que los presidentes a la Clinton tienen su chispa, pero ésa no es razón de peso, ni mucho menos, para que nadie se trague las casi dos horas y medias de tostón que dura este desastre fílmico.
Sinceramente, si a alguno de los que me leéis os diera por aprovechar el puente para perder el tiempo viendo este ladrillo, me daría rabia. Hasta me cabrearía.
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miércoles, 2 de junio de 2010
16 - ESPOSAS FRIVOLAS (Foolish Wives). Erich von Stroheim. USA, 1922.
Hubo una época en que la palabra censura no tenía relación alguna con el Séptimo Arte, y fueron tiempos felices para una industria que, en sus primeros años, investigó hasta dónde podía llegar la libertad del ser humano.
Uno de los directores referenciales de este periodo feliz es Erich von Stroheim, un hombre de genio temperamental con matices sadomasoquistas (según se cuenta), pero al que se le deben obras maestras como Avaricia (que ya llegará a este blog) o la joya que nos ocupa.
Tan mutilada con el paso del tiempo como la primera película citada, Esposas frívolas nos ofrece al propio Stroheim como protagonista de una historia mundana y cosmopolita en la que, el morbosamente feo cineasta retrata a un bon vivant que, acompañado de sus dos amantes a las que llama sobrinas, se dedica a seducir a la millonaria esposa de un diplomático yankee, soso y aburrido como él solo.
La franqueza con la que se desarrolla la trama (aunque la cinta es muda, no hace falta ninguna palabra) roza en ocasiones la crudeza de la vida, tal como es. Los primeros planos de Stroheim conforman a un personaje tan asquerosamente atractivo como absurda resulta la seducida y engañada víctima, una señora con más aspecto de abuela que de mujer de mediana edad naciendo de nuevo al amor.
La construcción de planos y el estupendo montaje son de los que te hacen pensar en lo poco que, en realidad, se ha avanzado en cine. Y el final de la cinta es un remate tan perfecto que te dan ganas de aplaudir, aunque la estés viendo solo en casa.
Hoy en día son muchos los que reniegan del cine mudo pero, os aseguro, esta película resulta tan entretenida que, al final, creerás haber oído voces (otros ven muertos).
Uno de los directores referenciales de este periodo feliz es Erich von Stroheim, un hombre de genio temperamental con matices sadomasoquistas (según se cuenta), pero al que se le deben obras maestras como Avaricia (que ya llegará a este blog) o la joya que nos ocupa.
Tan mutilada con el paso del tiempo como la primera película citada, Esposas frívolas nos ofrece al propio Stroheim como protagonista de una historia mundana y cosmopolita en la que, el morbosamente feo cineasta retrata a un bon vivant que, acompañado de sus dos amantes a las que llama sobrinas, se dedica a seducir a la millonaria esposa de un diplomático yankee, soso y aburrido como él solo.
La franqueza con la que se desarrolla la trama (aunque la cinta es muda, no hace falta ninguna palabra) roza en ocasiones la crudeza de la vida, tal como es. Los primeros planos de Stroheim conforman a un personaje tan asquerosamente atractivo como absurda resulta la seducida y engañada víctima, una señora con más aspecto de abuela que de mujer de mediana edad naciendo de nuevo al amor.
La construcción de planos y el estupendo montaje son de los que te hacen pensar en lo poco que, en realidad, se ha avanzado en cine. Y el final de la cinta es un remate tan perfecto que te dan ganas de aplaudir, aunque la estés viendo solo en casa.
Hoy en día son muchos los que reniegan del cine mudo pero, os aseguro, esta película resulta tan entretenida que, al final, creerás haber oído voces (otros ven muertos).
martes, 1 de junio de 2010
15 - RECUERDA (Spellbound). Alfred Hitchcock. USA, 1945.
Aunque todavía no se había dado el caso, una de las particularidades de EL es que, en ocasiones, se centra demasiado en la obra de algunos directores (como el caso de Jerry Lewis, al que detesto sin paliativos). En esta ocasión, sobra decir, que Hitchcock sea objeto de tanta atención me parece muy, muy bien. Así que comencemos con una de las 18 películas que EL le dedica.
Descrita como uno de los "fracasos" del director, y achacándolo en buena parte al interés que demuestra la película por el psicoanálisis, lo único que parece resultarles destacable de este títulos son los decorados que corrieron a cargo del genio mamarracho de Dalí.
Sin embargo, son muchos más los elementos que convierten a esta obra en un título gozoso. Para empezar, el tándem protagonista es de chuparse los dedos. Por un lado, esa Ingrid Bergman en el papel de psicóloga al que dota de un matiz de inocencia que la muestra cual niña pequeña jugando a médicos.
Por otro, la impotencia-culpabilidad de Gregory Peck ante su amnesia, a la que también dota de un matiz fundamental. En su caso, un cinismo poco habitual en un actor que, no sólo por su belleza, sino también por su savoir faire, es de los que te hace querer pedirle en matrimonio.
También se cita en EL la banda sonora de Miklos Rozsá, que se alzó con un Oscar(c) por este trabajo. Es cierto que la música en sí es una belleza, pero lo certero es el uso que se hace de la misma en la cinta. Y eso es un mérito del británico realizador. Porque convertir la partitura en una especie de serpiente que se va desenrrollando a lo largo de la trama, que a veces asusta cuando parece tener la boca abierta, o alivia cuando ves la cola de la bicha que se está retirando, es una genialidad del propio Hitchcock.
Por supuesto, los decorados del antes citado Dalí son otra alhaja de Recuerda. De hecho, se podrían tomar casi a modo de compendio de la creatividad del iluminado de Cadaqués. Y antes de que Peter Greenaway comenzara a desarrollar su afán de combinar el cine con el resto de las artes, estas imágenes oníricas en la película son una primera ocasión en la que Séptimo Arte y Pintura se dan la mano en la gran pantalla.
Si gustas de Hitchcock, ya habrás disfrutado de esta delicia. Si no has empezado a conocerle, este título está muy bien para empezar a hacerlo.
Descrita como uno de los "fracasos" del director, y achacándolo en buena parte al interés que demuestra la película por el psicoanálisis, lo único que parece resultarles destacable de este títulos son los decorados que corrieron a cargo del genio mamarracho de Dalí.
Sin embargo, son muchos más los elementos que convierten a esta obra en un título gozoso. Para empezar, el tándem protagonista es de chuparse los dedos. Por un lado, esa Ingrid Bergman en el papel de psicóloga al que dota de un matiz de inocencia que la muestra cual niña pequeña jugando a médicos.
Por otro, la impotencia-culpabilidad de Gregory Peck ante su amnesia, a la que también dota de un matiz fundamental. En su caso, un cinismo poco habitual en un actor que, no sólo por su belleza, sino también por su savoir faire, es de los que te hace querer pedirle en matrimonio.
También se cita en EL la banda sonora de Miklos Rozsá, que se alzó con un Oscar(c) por este trabajo. Es cierto que la música en sí es una belleza, pero lo certero es el uso que se hace de la misma en la cinta. Y eso es un mérito del británico realizador. Porque convertir la partitura en una especie de serpiente que se va desenrrollando a lo largo de la trama, que a veces asusta cuando parece tener la boca abierta, o alivia cuando ves la cola de la bicha que se está retirando, es una genialidad del propio Hitchcock.
Por supuesto, los decorados del antes citado Dalí son otra alhaja de Recuerda. De hecho, se podrían tomar casi a modo de compendio de la creatividad del iluminado de Cadaqués. Y antes de que Peter Greenaway comenzara a desarrollar su afán de combinar el cine con el resto de las artes, estas imágenes oníricas en la película son una primera ocasión en la que Séptimo Arte y Pintura se dan la mano en la gran pantalla.
Si gustas de Hitchcock, ya habrás disfrutado de esta delicia. Si no has empezado a conocerle, este título está muy bien para empezar a hacerlo.
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