De ahí que resulte fascinante encontrarnos con dos presidiarios que, a causa de un accidente, se topan con la oportunidad de escapar juntos y, además, encadenados. Por el camino descubrirán que, pese a lo que pensaban en principio, tienen mucho más en común de lo que hubieran pensado.
Además, se topan con la prueba de fuego que supone la mujer que, enamorada del blanco, pretende separarle de su compañero de fatigas. Intento fallido. Y es que, realmente, hay cosas que unen a las personas más que los lazos afectivos. La experiencia de haber estado juntos en un penal es tan buen ejemplo de esto como el haber luchado juntos en una guerra. No se lo puedes contar a nadie más que a quien ha estado allí contigo, o en situación similar, como se puede comprobar en la magistral secuencia de Una historia verdadera (David Lynch, 1999), en la que los dos viejos, sentados en la barra y sin mirarse, se cuentan en sendos monólogos lo que nunca antes habían hecho saber a ninguna otra persona.
Los protagonistas de estos Fugitivos son Tony Curtis y Sidney Poitier, ambos en estado de gracia y con un nivel interpretativo altísimo, como la ocasión requería. Además, la batuta de Kramer se mueve con maestría a través de una serie de situaciones que podrían caer en lo no creíble si no las hubiese manejado un director de este calibre.
En el 96, Kevin Hooks dirigió una cinta, Fugitivos encadenados, en la que Laurence Fishbourne y Stephen Baldwin se las veían en una movida parecida, pero completamente enloquecida e hinchada sin sentido. No perdáis ni un segundo viéndola.
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