Rodada como un docudrama, esta película sorprende porque, pese a contar ya con más de treinta años de edad, es una crítica mordaz contra la dictadura castrista, y contra el capitalismo, de la forma más efectiva posible.
A través de las andaduras de un personaje central, asistimos a todos los cambios que tuvieron que masticar los cubanos con la llegada de Fidel al poder. Tanto en los paisajes, como en las gentes de las calles y, sobre todo, en las dudas mentales de los personajes, nueve años después del derrocamiento de Batista, asistimos a ese intento de comprender y aceptar lo que está sucediendo alrededor.
Comparada con la panfletaria (aunque preciosista) Soy Cuba, del ruso Mijail Kalatozov, rodada cuatro años antes, en 1964, esta cinta trasciende por su planteamiento realista, por la facilidad que encuentra el espectador para comprender lo que le sucede al protagonista y por la tremenda realidad que ofrece al hacernos ver que, independientemente del gobierno que las personas tengamos, los anhelos, deseos y necesidades del ser humano siguen siendo los mismos.
Esta es la razón principal de que este título sea de imprescindible visionado. El ser humano es un pozo de contradicciones y, siempre, susceptible de un egoísmo brutal que le lleva a cuestionar todo lo que sucede en su entorno, desde el punto de vista más subjetivo que se pueda imaginar.
Dicen en EL que ésta es la película cubana más internacional que ha existido. Bueno, puedo estar de acuerdo hasta la llegada de la sobrevalorada Fresa y chocolate, codirigida también por este cineasta y que llegó a ser una de las nominadas al Oscar(c) a la Mejor Película de Habla No Inglesa y que debió su popularidad al hecho de hablar de la homosexualidad, uno de los tabúes de la isla caribeña.
En definitiva, el gran logro de Memorias del subdesarrollo es que nos lleva a identificarnos, en uno u otro momento, con un personaje que, aunque nos resulte antipático, es simplemente persona.
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Manolooooo!!!!, un besito guapo!
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