Dividida en tres partes que se corresponden con tres momentos fundamentales de la historia de Cuba (1895, su independencia de España; 1932, el fallido derrocamiento del dictador Gerardo Machado; y los años 60, representativos del comienzo de las andanzas de la dictadura castrista), y con las historias de amor de tres mujeres llamadas Lucía, este título resulta de imprescindible visión por varios motivos.
El primero, por el retrato de las tres homónimas como representantes del desarrollo de los derechos de la mujer. En la primera trama, Lucía es una viejuna con pinta de solterona que, tras conseguir un pretendiente, ve frustradas sus ansias casaderas al enterarse de que el otro había dejado esposa en nuestro país. El segundo, una mujer, bella mas insulsa, que, tras el abuso y el desengaño recibido por parte de su supuestamente idealista marido, se queda vacía. Y la última, la nueva mujer revolucionaria, una belleza mulata que, para mantener su casorio a flote, se muestra resuelta a defender, frente a su reaccionario marido, el derecho a seguir trabajando y no quedarse encerrada en la cocina con la pata quebrada.
Evidente, esta última parte es la más propagandística de las tres: la cinta está rodada en 1969, justo una década después de la llegada del barbas al poder. Desde que comienza, la música que se escucha son canciones populares de las que trascendieron en su momento, en lugar de las incluso, a veces, macabras tonadas de las partes anteriores. A la gente se la ve sonriendo, viviendo con alegría mientras se dejan el cuerno en los campos y a la pareja protagonista se la ve desnuda y con calma en la cama, frente a las relaciones sexuales primeras, casi agónicas.
Dos secuencias merecen mención aparte: una violación múltiple de una pobre mujer que queda tarada, la Fernandina, y que consigue hacerte sentir el miedo y el asco; y una secuencia de batalla en la que hombres negros, completamente desnudos, luchan en una batalla montando caballos a pelo. Dos testimonios de la cercana relación entre deseo y matanza o, lo que es lo mismo, del morbo en estado puro.
Otro elemento importante para esta joya son los personajes de las cotillas de barrio: graciosas y muy divertidas en su punto casposo de estar pendientes de las vidas ajenas. De hecho, casi parecen sacadas de aquellas películas de Berlanga y Bardem de casi mediados del siglo XX. Entrañables.
Y no es lo único que tiene aspecto de infografía. Lo que de verdad hace que esta película se convierta en una gozada visual son la cantidad de influencias que se hacen sentir en su metraje. Desde el neorrealismo italiano, al cine mudo, a Einsenstein, llegando a los momentos más cursis de las traslaciones de las novelas de Barbara Cartland al Séptimo Arte (puajjj!), Lucía te permite crear un juego en el que, casi secuencia a secuencia, tienes que adivinar de dónde ha salido. Un ejemplo único, en todo lo que llevo visto en cine, de quilt (las colchas yankees que van a retales) cinematográfico.
Sinceramente, intentad ver la historia de estas tres mujeres que, con sus gritos de colofón en cada una de las historias, retratan la andanza de una isla que todavía está por ver dónde irá a parar.
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