martes, 18 de mayo de 2010

5 - SIETE NOVIAS PARA SIETE HERMANOS (Seven Brides for Seven Brothers). Stanley Donen. USA, 1954.

Basada en un relato corto de Stephen Vincent Benet, quien se había inspirado en el rapto de las Sabinas para su trama, su historia dio lugar a uno de los musicales imprescindibles de la historia del cine. Esta película destaca especialmente por dos valores fundamentales: su pertinaz machismo, también destacado en EL, y un sentido de la estética tan pronunciado que la convierte en una de las cintas "más bonitas" jamás rodadas.

Respecto al primero, desde que, al principio, el hermano mayor sólo tiene que llegar al pueblo y elegir a la moza que considera más conveniente para hacerse cargo de su cochina versión de los siete enanitos y ésta cae rendida a los encantos de "el macho", vemos que poca determinación se les concede a las hembras. Más cuando las otras seis novias del título se adelantan a lo más tarde conocido como "síndrome de Estocolmo" al caer rendidas a los encantos montañeses de sus raptores.

En cuanto a lo segundo, los paisajes de calendario que se disfrutan, tanto en su versión primaveral como en la invernal, se ven todavía más bellos con la aparición de un reparto, tanto masculino como femenino, que acentúan su podería físico con un vestuario de grama cromática vivaz que los convierte, sencillamente, en habitantes del Olimpo.

Lo mejor de todo, en cualquier caso, es lo bien que están aprovechados estos actores. Por ejemplo, Jeff Richards, el que da vida a Ben, es un armario de tres cuerpos que desaparece en los números de baile, salvo cuando llega el momento final de acoger en sus poderosos brazos a su pareja. Papel que estuvo interpretado por la escultural Julie Newmar, treinta años más tarde homenajeada en la película mainstream sobre las drag-queens, A Wong Foo, gracias por todo, Julie Newmar (Beeban Kidron, 1995).

En todo caso, los números musicales que se ofrecen son de una calidad superior que cuentan, por ejemplo, con la presencia de Matt Mattox, un consumado bailarín al que da gusto ver meneando su hacha de tal forma que parece uno de los bastones de Fred Astaire.

Pero no son ellos los protagonistas, sino una Jane Powell, más rubia que nunca, Russ Tumblyn, feíto y más gracioso que nunca, y, sobre todo, un Howard Keel quien, con su voz y su estado físico en mejores condiciones que nunca, consigue redefinir el concepto de "el hombre".

Falta añadir que parte del éxito de esta cinta fue que, de forma casi moña, justificaba la práctica común de los años 50 del siglo pasado de las parejas: la de fugarse las parejas para casarse en secreto.

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