Cuando James Leo Herlihy publicó, en 1965, su novela Midnight Cowboy (argot para prostituto de cualquier tendencia), el revuelo fue de marca mayor. Hasta entonces, nadie había contado en lenguaje de best seller historias de las calles de Nueva York en las que se mezclaran prostituciones cruzadas, drogas psicodélicas, chaperismo y vidas en casas condenadas.
Pero el tema principal de la novela es el de la soledad. La que sufre y padece ese protagonista que, armado con un gran físico, pasa por distintas experiencias hasta que, desencantado con el mundo, pone rumbo a la gran ciudad creyendo que se la va a merendar.
Cuando llega, el despreciable personaje de Ratso (quien empieza timándole) se convierte a sus ojos en el ser más instruido y sofisticado del planeta. Y, sobre todo, le ofrece compartir un cuchitril con el que el joven recupera el perdido sentido de hogar.
Para dirigir esta obra, se logró que John Schlesinger, director homosexual que ya había tratado sobre el tema en trabajos previos, aunque de forma mucho más sutil, cruzara el charco y que esta adaptación fuera su primera producción estadounidense.
La elección de los actores, muy discutida en la preproducción, recayó en un Dustin Hoffman que no encajaba físicamente con la descripción del personaje y un Jon Voight, semidesconocido (saltó a la fama con este trabajo), pero que cumplía todos los requisitos de lo descrito en la novela. Pese a los peros del primero, su creación es sencillamente una gozada. Y la del segundo, un rotundo éxito que, si has leido la novela, espeluzna pensar que ha salido directo de entre las páginas leídas.
Respecto a la adaptación, aunque no literal, lógicamente, si que encuentras en la pantalla todo lo escrito. Cambian cosas como el físico de Ratso, ya citado, o la situación de la fiesta que, en este metraje, es un homenaje al mundo de Warhol y su Factory, pero que encaja perfectamente con la contada en el libro.
Los dos protagonistas estuvieron nominados aquel año al Oscar(c) por este trabajo, pero les birló el galardón John Wayne con el único trofeo que recogió en su carrera. Sin embargo, Mejor Película, Mejor Director y Mejor Guión Adaptado fueron a parar a este título que, tras comenzar su carrera con la clasificación X (única vez en la historia que una peli X gana Mejor Película del año), luego fue reevaluada y gozó de un tremendo éxito en todos los aspectos. Una lección para los propios yankis de que el público estaba preparado para historias más fuertes de lo aprobado hasta entonces.
Supongo que muchos habéis visto ya esta peli pero, en serio, intentad leer y libro y veréis que fácil os resulta gozarlo.
martes, 21 de septiembre de 2010
lunes, 20 de septiembre de 2010
93 - OLDBOY (Oldeuboi). Chanwook Park. Corea del Sur, 2003.
Nacida como clásico y entrando directamente en las listas de las mejores películas de la historia, esta fábula coreana pasó rápidamente a engrosar mi lista personal de películas favoritas de todos los tiempos. Una gran sorpresa que el cine coreano nos viene brindando desde finales del siglo pasado con directores como el que nos ocupa o el también genial Kim Ki-Duk, injustamente ignorado en el libro.
Desde el principio, esta obra magnética nos transporta a un universo tan improbable como posible. El protagonista, interpretado con maestría por Minsik Choi quien no quiso que le doblaran en las secuencias de acción, es un hombre que ha pasado 15 años encerrado en una habitación sin saber el motivo.
De repente, y de forma aparentemente sencilla, consigue escapar y comienza una búsqueda de conocimiento y venganza que le llevará a un final brutal, tan redondo que se convierte en uno de los elementos claves de que esta película sea la joya que es.
Son tantos los temas que se tocan en este metraje (libertad, fuerza interior de las personas, incesto) y de tal forma que la oscuridad de lo que se narra por momentos ahoga, otras veces aclara.
Lo fundamental, en todo caso, es que el tema central de esta obra, que en EL defienden como una posible comedia negra, es el de la venganza. Pero la venganza buena, la elaborada. Personalmente, siempre me ha sabido poco que, cuando en una película se pasan todo el rato detrás del malo, le liquiden simplemente con un tiro.
El estilo John Woo de meter quince balazos al chungo tampoco me termina de satisfacer. Sin embargo, el entramado cuasi arquitectónico de esta historia, de cómo las personas pueden dedicar su existencia a hundir al que un día le arruinó la vida, fascina porque la conclusión final es que no merece la pena. Sobre todo por el hecho de comprobar que, una vez que has logrado la meta propuesta, te queda vacío y sin fuerzas para encontrar nuevos retos a lograr.
Desde el principio, esta obra magnética nos transporta a un universo tan improbable como posible. El protagonista, interpretado con maestría por Minsik Choi quien no quiso que le doblaran en las secuencias de acción, es un hombre que ha pasado 15 años encerrado en una habitación sin saber el motivo.
De repente, y de forma aparentemente sencilla, consigue escapar y comienza una búsqueda de conocimiento y venganza que le llevará a un final brutal, tan redondo que se convierte en uno de los elementos claves de que esta película sea la joya que es.
Son tantos los temas que se tocan en este metraje (libertad, fuerza interior de las personas, incesto) y de tal forma que la oscuridad de lo que se narra por momentos ahoga, otras veces aclara.
Lo fundamental, en todo caso, es que el tema central de esta obra, que en EL defienden como una posible comedia negra, es el de la venganza. Pero la venganza buena, la elaborada. Personalmente, siempre me ha sabido poco que, cuando en una película se pasan todo el rato detrás del malo, le liquiden simplemente con un tiro.
El estilo John Woo de meter quince balazos al chungo tampoco me termina de satisfacer. Sin embargo, el entramado cuasi arquitectónico de esta historia, de cómo las personas pueden dedicar su existencia a hundir al que un día le arruinó la vida, fascina porque la conclusión final es que no merece la pena. Sobre todo por el hecho de comprobar que, una vez que has logrado la meta propuesta, te queda vacío y sin fuerzas para encontrar nuevos retos a lograr.
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viernes, 17 de septiembre de 2010
92 - LA REINA DE AFRICA (The African Queen). John Huston. USA, 1951.
Mientras John Huston dejaba en manos de los productores que le destrozaran su obra malograda The Red Badge of Courage (1951), él se embarcaba para Africa para rodar una película que, en sí misma, ya le hubiera llevado a las páginas doradas de la historia del cine.
Basada en la novela homónima de C.S. Forester, contaba la relación entre un capitán de bote y una puritana inglesa a la que se le ha muerto el hermano, pregonador como ella. El planteamiento puede sonar lleno de caspa, pero el resultado no puede ser más delicioso.
Para empezar, muchos citan la labor de Robert Morley como hermano predicador de la reprimida católica, pero, la verdad, lo que hace y nada, todo es nada. No es que esté mal, pero si te pilla estornudando te lo pierdes, de lo poco que sale.
Los que sí están tremendos son los dos protagonistas: Katharine Hepburn y Humphrey Bogart. Aunque, a priori, sonaba como una pareja con poco futuro, lo cierto es que descubrieron una química en pantalla que es de las más emocionantes jamás mostradas.
Por un lado, Bogart retrata perfectamente su transformación de borracho imposible a enamorado que se comporta como un imberbe. De la misma forma que vemos a la Hepburn transformarse en una quinceañera emocionada que se vuelve loca con su galán. El primero, logró hacerse con el Oscar(c) al Mejor Actor de aquel año y a ella sólo la paró la impresionante labor de Vivien Leigh en Un tranvía llamado Deseo (Elia Kazan, 1951).
También se han dado muchas vueltas alrededor del final de la cinta. Sinceramente, con el placer que supone ver a dos maduros haciendo de tortolitos, si la historia hubiera terminado mal, yo sería de los primeros en poner el grito en el cielo. Esos dos tienen que vivir.
Huston necesitaba un éxito y pronto. De ahí que este bombazo de taquilla y crítica le viniera al pelo. Y eso que, según Eastwood en su Cazador blanco, corazón negro (1990), estuvo más interesado en cazar un elefante que en el rodaje.
En todo caso, siempre quedarán las anécdotas tan divertidas como que, de todo el equipo, los únicos que no padecieron enfermedades de la zona fueron Huston y Bogie por ponerse finos juntos a whisky, especialmente llevado para ellos. Genio y figura.
Basada en la novela homónima de C.S. Forester, contaba la relación entre un capitán de bote y una puritana inglesa a la que se le ha muerto el hermano, pregonador como ella. El planteamiento puede sonar lleno de caspa, pero el resultado no puede ser más delicioso.
Para empezar, muchos citan la labor de Robert Morley como hermano predicador de la reprimida católica, pero, la verdad, lo que hace y nada, todo es nada. No es que esté mal, pero si te pilla estornudando te lo pierdes, de lo poco que sale.
Los que sí están tremendos son los dos protagonistas: Katharine Hepburn y Humphrey Bogart. Aunque, a priori, sonaba como una pareja con poco futuro, lo cierto es que descubrieron una química en pantalla que es de las más emocionantes jamás mostradas.
Por un lado, Bogart retrata perfectamente su transformación de borracho imposible a enamorado que se comporta como un imberbe. De la misma forma que vemos a la Hepburn transformarse en una quinceañera emocionada que se vuelve loca con su galán. El primero, logró hacerse con el Oscar(c) al Mejor Actor de aquel año y a ella sólo la paró la impresionante labor de Vivien Leigh en Un tranvía llamado Deseo (Elia Kazan, 1951).
También se han dado muchas vueltas alrededor del final de la cinta. Sinceramente, con el placer que supone ver a dos maduros haciendo de tortolitos, si la historia hubiera terminado mal, yo sería de los primeros en poner el grito en el cielo. Esos dos tienen que vivir.
Huston necesitaba un éxito y pronto. De ahí que este bombazo de taquilla y crítica le viniera al pelo. Y eso que, según Eastwood en su Cazador blanco, corazón negro (1990), estuvo más interesado en cazar un elefante que en el rodaje.
En todo caso, siempre quedarán las anécdotas tan divertidas como que, de todo el equipo, los únicos que no padecieron enfermedades de la zona fueron Huston y Bogie por ponerse finos juntos a whisky, especialmente llevado para ellos. Genio y figura.
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jueves, 16 de septiembre de 2010
91 - LA DILIGENCIA (Stagecoach). John Ford. USA, 1939.
Otra de las hijas del año 39, La diligencia está considerada de forma unánime la madre del western moderno. Y con razón. A lo largo de la década de los 30, las películas de vaqueros habían caído en picado y los estudios habían perdido el interés en ellas.
De hecho, he de confesar que John Ford, el hacedor de esta obra, es el director de cine que más me ha sorprendido nunca con su producción. Partiendo del respeto que dan los grandes nombres, lo que he gozado con algunos de sus títulos no está escrito.
Sin embargo, Ford había encontrado una nueva fórmula que, el tiempo lo ha demostrado así, sería copiada ad infinitum por numerosos directores. Entre las novedades (que son muchas), se encuentra una narrativa de una sencillez y eficacia pasmosas.
Al fin y al cabo, estamos ante la historia de un viaje en diligencia por el viejo Oeste. Los pasajeros representan, cada uno, a un estrato de la sociedad aunque, según el modelo más fordiano, son precisamente los representantes de las clases más dudosas los que tienen un mayor y complejo esquema de valores.
Como protagonistas, John Wayne por fin encontró el pesonaje que le convertiría en estrella durante los siguientes treinta años. Claire Trevor, la chica, también se vería favorecida por el tremendo éxito de este título. Y el entrañable Thomas Mitchell disfrutaría de un año glorioso al haber dado vida también al padre de Escarlata O'Hara.
Otras novedades fueron que, por primera vez, Ford rodó en el ahora mítico Monument Valley y que, también por primera vez, el 7º de Caballería (que daría nombre incluso a un programa musical de TVE conducido por Miguel Bosé) salvaría la situación apareciendo al final para salvar a los buenos.
Parecerá mentira pero, en su momento, fueron muchos los productores que sufrieron por causa de esta película. Y es que al director le costó un gran esfuerzo encontrar estudio que le financiara su proyecto. Es que los hay que no tienen ojo.
Para mí, el visionado de esta joya supuso mi entrada en este género. Acostumbrado desde pequeño a que no me interesaran las historias del far west, lo que gocé con La diligencia fue mi primer paso hacia un género que, hoy en día, me sigue haciendo disfrutar. De vez en cuando.
De hecho, he de confesar que John Ford, el hacedor de esta obra, es el director de cine que más me ha sorprendido nunca con su producción. Partiendo del respeto que dan los grandes nombres, lo que he gozado con algunos de sus títulos no está escrito.
Sin embargo, Ford había encontrado una nueva fórmula que, el tiempo lo ha demostrado así, sería copiada ad infinitum por numerosos directores. Entre las novedades (que son muchas), se encuentra una narrativa de una sencillez y eficacia pasmosas.
Al fin y al cabo, estamos ante la historia de un viaje en diligencia por el viejo Oeste. Los pasajeros representan, cada uno, a un estrato de la sociedad aunque, según el modelo más fordiano, son precisamente los representantes de las clases más dudosas los que tienen un mayor y complejo esquema de valores.
Como protagonistas, John Wayne por fin encontró el pesonaje que le convertiría en estrella durante los siguientes treinta años. Claire Trevor, la chica, también se vería favorecida por el tremendo éxito de este título. Y el entrañable Thomas Mitchell disfrutaría de un año glorioso al haber dado vida también al padre de Escarlata O'Hara.
Otras novedades fueron que, por primera vez, Ford rodó en el ahora mítico Monument Valley y que, también por primera vez, el 7º de Caballería (que daría nombre incluso a un programa musical de TVE conducido por Miguel Bosé) salvaría la situación apareciendo al final para salvar a los buenos.
Parecerá mentira pero, en su momento, fueron muchos los productores que sufrieron por causa de esta película. Y es que al director le costó un gran esfuerzo encontrar estudio que le financiara su proyecto. Es que los hay que no tienen ojo.
Para mí, el visionado de esta joya supuso mi entrada en este género. Acostumbrado desde pequeño a que no me interesaran las historias del far west, lo que gocé con La diligencia fue mi primer paso hacia un género que, hoy en día, me sigue haciendo disfrutar. De vez en cuando.
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miércoles, 15 de septiembre de 2010
90 - LOS ASESINOS (Di huet seung hung). John Woo. Hong Kong, 1989.
Lo primero, para los que seáis seguidores de EL, os comento que el título que he puesto como original es el auténtico. La diferencia con el que aparece en mi edición es que Die xue shaung xiong es que es su versión en mandarín.
Para empezar, me parece bastante escandaloso que entre las películas que son necesarias ver antes de morir aparezca ninguna de John Woo, el director que se pasa el raccord por el arco del triunfo en todos los sentidos. Desde especialistas que no se parecen en absoluto a los actores a los que doblan con sus cuerpos, ni ángulos de tiro de los asesinos, ni si quiera el cauce de un río. Además, no deja de chocarme la cantidad de referentes occidentales que introduce en su cine como cosas católicas o iconos procedentes de este lado del mundo. Preferiría conocer más su mundo, la verdad.
Pero como este señor ha fascinado al nuevo genio de Hollywood, léase Quentin Tarantino, pues que hay que incluirlo. Lo que sí es cierto es que la elegida merece la pena ser vista, aunque sólo sea por consistir, en realidad, en una historia de amor homosexual.
Chow Yun-Fat, al que conocimos todos en oriente por su labor en Tigre y Dragón (por supuesto, aparecerá en este blog), da vida a un asesino a sueldo con sentimientos y sentido de la justicia. De hecho, hacia el final confiesa que no le cuesta cometer dichos crímenes porque son gente que no ha tratado. Más majo...
El que se vuelve loco por él es un policía que comienza admirando su sentido de la compasión (en el sentido kunderiano de la palabra) y que termina queriendo meterse en su mente cual amante obsesivo con afán de poseer.
Lo triste es que yo, cuando veo que hay cosas que no encajan (como la supuesta sorpresa que se lleva el mercenario en casa de la ciega), pues me salgo de la historia y como que pierdo el interés.
Eso sí, todos los topicazos del cine Made in Woo los encontraréis en esta cinta. Y, para los que gusten de curiosidades, la secuencia del final en la iglesia católica está prácticamente copiada en ese otro bodrio titulado Cara a cara (Face/Off), rodada por Woo en 1997.
Para empezar, me parece bastante escandaloso que entre las películas que son necesarias ver antes de morir aparezca ninguna de John Woo, el director que se pasa el raccord por el arco del triunfo en todos los sentidos. Desde especialistas que no se parecen en absoluto a los actores a los que doblan con sus cuerpos, ni ángulos de tiro de los asesinos, ni si quiera el cauce de un río. Además, no deja de chocarme la cantidad de referentes occidentales que introduce en su cine como cosas católicas o iconos procedentes de este lado del mundo. Preferiría conocer más su mundo, la verdad.
Pero como este señor ha fascinado al nuevo genio de Hollywood, léase Quentin Tarantino, pues que hay que incluirlo. Lo que sí es cierto es que la elegida merece la pena ser vista, aunque sólo sea por consistir, en realidad, en una historia de amor homosexual.
Chow Yun-Fat, al que conocimos todos en oriente por su labor en Tigre y Dragón (por supuesto, aparecerá en este blog), da vida a un asesino a sueldo con sentimientos y sentido de la justicia. De hecho, hacia el final confiesa que no le cuesta cometer dichos crímenes porque son gente que no ha tratado. Más majo...
El que se vuelve loco por él es un policía que comienza admirando su sentido de la compasión (en el sentido kunderiano de la palabra) y que termina queriendo meterse en su mente cual amante obsesivo con afán de poseer.
Lo triste es que yo, cuando veo que hay cosas que no encajan (como la supuesta sorpresa que se lleva el mercenario en casa de la ciega), pues me salgo de la historia y como que pierdo el interés.
Eso sí, todos los topicazos del cine Made in Woo los encontraréis en esta cinta. Y, para los que gusten de curiosidades, la secuencia del final en la iglesia católica está prácticamente copiada en ese otro bodrio titulado Cara a cara (Face/Off), rodada por Woo en 1997.
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martes, 14 de septiembre de 2010
89 - LA GRAN ILUSION (La grande illusion). Jean Renoir. Francia, 1937.
La genialidad de Renoir, al cual ya hemos conocido con La regla del juego (una película que se rodó dos años más tarde que la que nos ocupa), se hizo patente desde el principio de su entrada en el mundo del cine.
Con esta obra, ubicada históricamente en la I Guerra Mundial, nos encontramos ante una fábula en la que en un campo de prisioneros alemán vemos como los oficiales de un bando y otro juegan a crear una especie de sociedad elegante y refinada en el marco hostil que supone todo enfrentamiento bélico.
Si ya fue difícil sacarla adelante (se consiguió la financiación cuando el gran amor de Renoir, el actor Jean Gabin, accedió a protagonizarla), más difícil tendría su posterior carrera. También el hecho de que Erich von Stroheim accediera a dar vida al oficial alemán supuso que su personaje, de menor presencia en el guión original, creciera y se convirtiera en uno de los protagonistas.
Rodada en blanco y negro, la influencia que el cineasta recibió de su aclamado padre y sus pinturas se deja ver en muchos de los planos que resultan pictóricamente hermosos hasta el punto de que algunos dan ganas de enmarcarlos.
En su momento, obtuvo el Premio Especial del Jurado en el Festival de Venecia, pero fue prohibida en Francia e Italia durante la época de dominio nazi. Y eso que a Goering le gustaba, mientras que Goebbels la temía. Por su parte, Roosevelt declaró que era una cinta de obligatorio visionado para cualquier demócrata que se preciara.
Pero esa gran ilusión de la que habla el título se refiere al submundo mágico que se crea en el supuesto campo de prisioneros, un microcosmos en el que, pese a que los detenidos no cesan de intentar escapar, nunca se pierden las formas. Una utopía digna de ser soñada.
Hoy en día, y vista con perspectiva histórica, sigue siendo uno de los más bellos cuentos hechos alrededor de las terribles guerras. Todos los personajes, absolutamente todos, están perfectamente interpretados y resulta un placer verles interactuando. Eso sí, llama la atención que, para su estreno en USA, no aparecieran en los subtítulos la palabra judío, algo que molestó profundamente a su director.
Con esta obra, ubicada históricamente en la I Guerra Mundial, nos encontramos ante una fábula en la que en un campo de prisioneros alemán vemos como los oficiales de un bando y otro juegan a crear una especie de sociedad elegante y refinada en el marco hostil que supone todo enfrentamiento bélico.
Si ya fue difícil sacarla adelante (se consiguió la financiación cuando el gran amor de Renoir, el actor Jean Gabin, accedió a protagonizarla), más difícil tendría su posterior carrera. También el hecho de que Erich von Stroheim accediera a dar vida al oficial alemán supuso que su personaje, de menor presencia en el guión original, creciera y se convirtiera en uno de los protagonistas.
Rodada en blanco y negro, la influencia que el cineasta recibió de su aclamado padre y sus pinturas se deja ver en muchos de los planos que resultan pictóricamente hermosos hasta el punto de que algunos dan ganas de enmarcarlos.
En su momento, obtuvo el Premio Especial del Jurado en el Festival de Venecia, pero fue prohibida en Francia e Italia durante la época de dominio nazi. Y eso que a Goering le gustaba, mientras que Goebbels la temía. Por su parte, Roosevelt declaró que era una cinta de obligatorio visionado para cualquier demócrata que se preciara.
Pero esa gran ilusión de la que habla el título se refiere al submundo mágico que se crea en el supuesto campo de prisioneros, un microcosmos en el que, pese a que los detenidos no cesan de intentar escapar, nunca se pierden las formas. Una utopía digna de ser soñada.
Hoy en día, y vista con perspectiva histórica, sigue siendo uno de los más bellos cuentos hechos alrededor de las terribles guerras. Todos los personajes, absolutamente todos, están perfectamente interpretados y resulta un placer verles interactuando. Eso sí, llama la atención que, para su estreno en USA, no aparecieran en los subtítulos la palabra judío, algo que molestó profundamente a su director.
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lunes, 13 de septiembre de 2010
88 - LA DELGADA LÍNEA ROJA (The Thin Red Line). Terrence Malick. USA, 1998.
Después de 20 años en silencio y retirado del mundanal ruido, Malick volvió a la actualidad con esta película maravillosa en la que, en lugar de utilizar los habituales argumentos antibélicos, poesía y filosofía se dan la mano en la mente del personaje protagonista. Este, un soldado desertor, quiere encontrar el sentido de la vida en medio de un entorno en guerra.
Con una voz en off (como es habitual en el cine de este director), nos vamos encontrando con múltiples teorías que nos afectan y nos trastocan. Así, pasan varias horas desde que has terminado de ver esta joya hasta que tu mente reposa.
Pero es un ejercicio maravilloso que te renueva y te hace más fuerte. Te hace ver la vida de forma radicalmente distinta y, desde luego, te convence todavía más de que debería haber otras formas de resolver los conflictos sin necesidad de llegar a esas matanzas comunales.
Junto a estrellas tan incontestables como Sean Penn y Nick Nolte (por citar sólo a dos de los que aparecen en la obra), destaca la labor de Jim Caviezel como el principal personaje al que sigue la trama. Su serena belleza y su mirada que parece ver mucho más allá de las meras apariencias, su imagen y palabras te atrapan y te enamoran.
Tuve la suerte de entrevistarle cuando vino a promocionar su versión de El Conde de Montecristo (Kevin Reynolds, 2002) y resulta que es, en sí mismo, un iluminado que defiende que todo lo que le sucede en la vida se lo debe a Jesucristo. Pero lo dice con una calma tan grande que, en lugar de despertar el miedo que dan los fanáticos, parece más bien que se ha metido ácido en el cuerpo y no se le ha pasado.
La novela de James Jones, homónima y autobiográfica, encuentra un traslado bastante fiel en esta película. Salvo en detalles tan significativos como la ausencia de la historia homosexual entre dos de los soldados, tema que, como es habitual en Hollywood, se ningunea y ni siquiera se insinúa. Mal, Tinseltown, mal.
En todo caso, siendo cosecha del mismo año en el que se presentó Salvar al Soldado Ryan (que también llegará a este blog), para mí, sin duda, este título es mucho más de imprescindible visionado que la antes citada. Deliciosa.
Con una voz en off (como es habitual en el cine de este director), nos vamos encontrando con múltiples teorías que nos afectan y nos trastocan. Así, pasan varias horas desde que has terminado de ver esta joya hasta que tu mente reposa.
Pero es un ejercicio maravilloso que te renueva y te hace más fuerte. Te hace ver la vida de forma radicalmente distinta y, desde luego, te convence todavía más de que debería haber otras formas de resolver los conflictos sin necesidad de llegar a esas matanzas comunales.
Junto a estrellas tan incontestables como Sean Penn y Nick Nolte (por citar sólo a dos de los que aparecen en la obra), destaca la labor de Jim Caviezel como el principal personaje al que sigue la trama. Su serena belleza y su mirada que parece ver mucho más allá de las meras apariencias, su imagen y palabras te atrapan y te enamoran.
Tuve la suerte de entrevistarle cuando vino a promocionar su versión de El Conde de Montecristo (Kevin Reynolds, 2002) y resulta que es, en sí mismo, un iluminado que defiende que todo lo que le sucede en la vida se lo debe a Jesucristo. Pero lo dice con una calma tan grande que, en lugar de despertar el miedo que dan los fanáticos, parece más bien que se ha metido ácido en el cuerpo y no se le ha pasado.
La novela de James Jones, homónima y autobiográfica, encuentra un traslado bastante fiel en esta película. Salvo en detalles tan significativos como la ausencia de la historia homosexual entre dos de los soldados, tema que, como es habitual en Hollywood, se ningunea y ni siquiera se insinúa. Mal, Tinseltown, mal.
En todo caso, siendo cosecha del mismo año en el que se presentó Salvar al Soldado Ryan (que también llegará a este blog), para mí, sin duda, este título es mucho más de imprescindible visionado que la antes citada. Deliciosa.
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87 - NAPOLEON (Napoléon). Abel Gance. Francia, 1927.
Uno de los primeros biopics de la historia del cine, la grandeza de esta obra magna consiste en la utilización de múltiples recursos que luego se irían convirtiendo en elementos cotidianos en las producciones fílmicas. Entre ellos, destaca el uso del color en algunos de los planos (con los colores de la bandera francesa, por ejemplo) o la imagen tripartita con la que se muestran distintos aspectos de lo que está sucediendo.
Pero resulta fundamental el que, por primera vez, se contaría parte del relato (el correspondiente a los años escolares del futuro emperador) desde el punto de vista subjetivo de un niño, adelantándose así a personajes como el Elliot de E.T. (que también llegará a este blog).
Sujeta a distintas versiones, debido principalmente a lo moderno de su planteamiento en los tiempos en que no había llegado el sonoro, se le fue incorporando partes sonoras e, incluso, se llegó a estrenar una variante en la que se escuchaban diálogos completos.
Hoy en día son muchos los que la critican de no ser muy profunda en lo referente al estudio del personaje principal, pero lo que no se tiene en cuenta es que, precisamente eso, es uno de los encantos de esta maravilla. La visión que se logra del líder francés es la de un hombre "condenado" a su destino, a una posición mundial que no parece tener remedio.
De entre las múltiples formas en las que se ha presentado al público (llegó a exisitir una versión de 70 minutos estrenada en los USA), la que ahora se muestra habitualmente es una de 4 horas de duración que cuenta con una banda sonora asignada en la que se incluye la icónica "La Marsellesa", uno de los momentos más álgidos de esta cinta.
Indudablemente, a todos aquellos que la han criticado queriendo negar su importancia, les pediría que repasaran los biopics que se rodaron a partir de esta obra y que se dieran cuenta de la tremenda importancia que ha tenido esta obra para las posteriores biografías rodadas en cine.
Pero resulta fundamental el que, por primera vez, se contaría parte del relato (el correspondiente a los años escolares del futuro emperador) desde el punto de vista subjetivo de un niño, adelantándose así a personajes como el Elliot de E.T. (que también llegará a este blog).
Sujeta a distintas versiones, debido principalmente a lo moderno de su planteamiento en los tiempos en que no había llegado el sonoro, se le fue incorporando partes sonoras e, incluso, se llegó a estrenar una variante en la que se escuchaban diálogos completos.
Hoy en día son muchos los que la critican de no ser muy profunda en lo referente al estudio del personaje principal, pero lo que no se tiene en cuenta es que, precisamente eso, es uno de los encantos de esta maravilla. La visión que se logra del líder francés es la de un hombre "condenado" a su destino, a una posición mundial que no parece tener remedio.
De entre las múltiples formas en las que se ha presentado al público (llegó a exisitir una versión de 70 minutos estrenada en los USA), la que ahora se muestra habitualmente es una de 4 horas de duración que cuenta con una banda sonora asignada en la que se incluye la icónica "La Marsellesa", uno de los momentos más álgidos de esta cinta.
Indudablemente, a todos aquellos que la han criticado queriendo negar su importancia, les pediría que repasaran los biopics que se rodaron a partir de esta obra y que se dieran cuenta de la tremenda importancia que ha tenido esta obra para las posteriores biografías rodadas en cine.
sábado, 11 de septiembre de 2010
86 - 2001: Una odisea del espacio (2001: A Space Odyssey). Stanley Kubrick. Reino Unido/USA, 1968.
En plena época del LSD y cuando todos los jóvenes buscaban encontrar otros caminos de percepción aparte de los socialmente establecidos (que se lo cuenten a Kubrick, creador de esta obra), aparece una película que no es que parezca un viaje lisérgico, sino que realmente se la puede disfrutar si estás en uno de dichos viajes.
Fueron miles las cartas recibidas por el director en las que se le pedía que explicase su película. Era normal, gentes que no hubieran fumado un buen peta no podían saber lo que se esperaba de este tipo de espectáculo, al igual que ocurriera años más tarde cuando, con el estreno de El muro (Alan Parker, 1982), el cuarto del baño del cine parecía un fumadero de hash.
Tengo que admitir que la primera vez que vi esta obra fundamental de la historia del cine se me hizo muy pesada, lenta e incomprensible. Vista de nuevo, y con un buen par de petas en el coleto, me entretiene más, me siento más atrapado en sus redes.
Los aspectos que destacan, desde mi punto de vista, no son ni los monos a los que se notan demasiado humanos con disfraces prohibidos para gente con alergia al polvo, ni la historia en sí, que me sigue pareciendo lo menos importante de esta película.
Sin embargo, esos efectos especiales cuyo diseño le valió a Kubrick un Oscar(c) con un movimiento sincronizado con la música clásica de la que se compone la banda sonora son un fenómeno aparte a estudiar. Alex North, uno de los grandes en el campo de la música para cine, compuso en su momento una partitura original, pero el director prefirió seleccionar unos temas de música clásica que, desde entonces, han permanecido en el colectivo social.
Realmente, la sola idea de crear un vals de satélites o naves espaciales es para celebrar a cualquiera que haya sido su ideador. Insisto, la trama, inspirada en dos relatos del coguionista Arthur C. Clarke me la trae bastante al pairo. Trata sobre la obsesión de la ciencia-ficción en pensar que un días las máquinas dominarán al hombre (cuando en lugar de computadores tenían que haber pensado en la banca, tal y como está sucediendo ahora).
En todo caso, de toda la psicodelia de la que se nutre la peli me destaca especialmente la interpretación de Keir Dullea, el científico protagonista que, además de ser simplemente bello, transmite ese estado de pasmo necesario que se te debe quedar llevas no sé cuánto tiempo hibernando en el espacio.
Y es que a mí, la verdad, las máquinas me siguen pareciendo enemigos a evitar.
En 1984, Peter Hyams dirigió un intento de secuela de esta obra original, 2010: Odisea dos. Pese a la experiencia del director en este género (había dirigdo títulos como Capricornio Uno, de 1977), el hecho de hacer coincidir la secuela rodándola en otro año de referencia en el terreno de lo fantástico no sirvió más que para destacar su absurdo propósito.
Por último, destacar que, por mucho que a uno le pueda aburrir esta película en estado sobrio, lo que es innegable es la tremenda influencia que ha tenido en el cine a partir de su concepción con la cantidad de momentos inspirados en ella que se siguen encontrando en todo tipo de películas de todo tipo de géneros.
Fueron miles las cartas recibidas por el director en las que se le pedía que explicase su película. Era normal, gentes que no hubieran fumado un buen peta no podían saber lo que se esperaba de este tipo de espectáculo, al igual que ocurriera años más tarde cuando, con el estreno de El muro (Alan Parker, 1982), el cuarto del baño del cine parecía un fumadero de hash.
Tengo que admitir que la primera vez que vi esta obra fundamental de la historia del cine se me hizo muy pesada, lenta e incomprensible. Vista de nuevo, y con un buen par de petas en el coleto, me entretiene más, me siento más atrapado en sus redes.
Los aspectos que destacan, desde mi punto de vista, no son ni los monos a los que se notan demasiado humanos con disfraces prohibidos para gente con alergia al polvo, ni la historia en sí, que me sigue pareciendo lo menos importante de esta película.
Sin embargo, esos efectos especiales cuyo diseño le valió a Kubrick un Oscar(c) con un movimiento sincronizado con la música clásica de la que se compone la banda sonora son un fenómeno aparte a estudiar. Alex North, uno de los grandes en el campo de la música para cine, compuso en su momento una partitura original, pero el director prefirió seleccionar unos temas de música clásica que, desde entonces, han permanecido en el colectivo social.
Realmente, la sola idea de crear un vals de satélites o naves espaciales es para celebrar a cualquiera que haya sido su ideador. Insisto, la trama, inspirada en dos relatos del coguionista Arthur C. Clarke me la trae bastante al pairo. Trata sobre la obsesión de la ciencia-ficción en pensar que un días las máquinas dominarán al hombre (cuando en lugar de computadores tenían que haber pensado en la banca, tal y como está sucediendo ahora).
En todo caso, de toda la psicodelia de la que se nutre la peli me destaca especialmente la interpretación de Keir Dullea, el científico protagonista que, además de ser simplemente bello, transmite ese estado de pasmo necesario que se te debe quedar llevas no sé cuánto tiempo hibernando en el espacio.
Y es que a mí, la verdad, las máquinas me siguen pareciendo enemigos a evitar.
En 1984, Peter Hyams dirigió un intento de secuela de esta obra original, 2010: Odisea dos. Pese a la experiencia del director en este género (había dirigdo títulos como Capricornio Uno, de 1977), el hecho de hacer coincidir la secuela rodándola en otro año de referencia en el terreno de lo fantástico no sirvió más que para destacar su absurdo propósito.
Por último, destacar que, por mucho que a uno le pueda aburrir esta película en estado sobrio, lo que es innegable es la tremenda influencia que ha tenido en el cine a partir de su concepción con la cantidad de momentos inspirados en ella que se siguen encontrando en todo tipo de películas de todo tipo de géneros.
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85 - PAISÁ. Roberto Rossellini. Italia, 1946.
Son pocas las ocasiones en las que una película puede suponer un puñetazo en el estómago para el espectador y Paisá es una de ellas. Dividida en seis capítulos que cuentan sendas historias sobre la II Guerra Mundial, la principal fuerza la recibe de trabajar con actores no profesionales quienes, sin dramas innecesarios, te transmiten lo terrible de dichas historias.
Desde un muchacho que se hace amigo de un soldado de color, al que roba las botas cuando está borracho, hasta el espeluznante fusilamiento final, lo que se nos muestra es desnudo, descarnado, real. A través de lo mostrado en pantalla, este título provoca que nos hagamos una revisión interior al cuestionarnos hasta qué punto estaríamos dispuestos a llegar a tales extremos.
En su obra anterior, Roma, ciudad abierta, que ya llegará al blog, ya había rodeado Rossellini a la gran Anna Magnani de actores no profesionales. Aquí, prescinde directamente de meter a ninguna estrella para que la sensación de documental aumente entre las filas.
Los episodios se van sucediendo de forma que, al terminar cada uno, te quedas con la angustia de no saber lo que te va a contar el siguiente. Y eso provocó que fueran muchos los que asistían a ver esta película y que salían de la sala sin concluirla.
Sin embargo, Federico Fellini, ayudante de dirección de este primer genio, tuvo claro a raíz de Paisá que dedicaría su vida al cine. Los Hermanos Taviani, viéndola en su etapa colegial, también decidieron, al salir de este visionado, que su vida sería el 7º Arte. Y fue esta cinta la que provocó que Ingrid Bergman, pensando que un gran nombre le podría venir bien al cineasta italiano a la hora de convertirse en popular, mandara una carta al director que se convertiría en su amante, suceso por el que Hollywood dio la espalda a la estrella sueca durante muchos años.
Está claro que no es recomendable esta cinta para esas tardes de domingo de las que hemos hablado varias veces, pero, desde luego, todo aquel que quiera sentir el auténtico poder del cine no debería dejar de verla.
Desde un muchacho que se hace amigo de un soldado de color, al que roba las botas cuando está borracho, hasta el espeluznante fusilamiento final, lo que se nos muestra es desnudo, descarnado, real. A través de lo mostrado en pantalla, este título provoca que nos hagamos una revisión interior al cuestionarnos hasta qué punto estaríamos dispuestos a llegar a tales extremos.
En su obra anterior, Roma, ciudad abierta, que ya llegará al blog, ya había rodeado Rossellini a la gran Anna Magnani de actores no profesionales. Aquí, prescinde directamente de meter a ninguna estrella para que la sensación de documental aumente entre las filas.
Los episodios se van sucediendo de forma que, al terminar cada uno, te quedas con la angustia de no saber lo que te va a contar el siguiente. Y eso provocó que fueran muchos los que asistían a ver esta película y que salían de la sala sin concluirla.
Sin embargo, Federico Fellini, ayudante de dirección de este primer genio, tuvo claro a raíz de Paisá que dedicaría su vida al cine. Los Hermanos Taviani, viéndola en su etapa colegial, también decidieron, al salir de este visionado, que su vida sería el 7º Arte. Y fue esta cinta la que provocó que Ingrid Bergman, pensando que un gran nombre le podría venir bien al cineasta italiano a la hora de convertirse en popular, mandara una carta al director que se convertiría en su amante, suceso por el que Hollywood dio la espalda a la estrella sueca durante muchos años.
Está claro que no es recomendable esta cinta para esas tardes de domingo de las que hemos hablado varias veces, pero, desde luego, todo aquel que quiera sentir el auténtico poder del cine no debería dejar de verla.
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martes, 7 de septiembre de 2010
84 - EL GATOPARDO (Il Gattopardo). Luchino Visconti. Italia/Francia, 1963.
Una de las mejores adaptaciones de una novela al cine, El Gatopardo es la historia, bastante autobiográfica, que Giuseppe Tomasi di Lampedusa escribió sobre su familia siciliana en la segunda mitad del siglo XIX. El libro, que fue despreciado en principio por los editores, se convirtió en la obra literaria por excelencia sobre las peculiares características de los habitantes y la historia de aquella isla.
La adaptación que se hace en este libro se presenta como su fuera posible abrirlo por cualquier página y que aparecieran en 3D las situaciones que se relatan. Y es que Visconti, lejos de hacer una adaptación al uso, nos regala con una total recreación del contenido de sus páginas.
La ambientación es de lujo presentando unos espacios, incluyendo los vacíos, que parecen tal cual los de los Lampedusa. La fotografía es un trabajo minucioso en el que no queda detalle sin uso ni falta de apreciación. Y la banda sonora, del enorme Nino Rota, envuelve todos los aspectos cual caja de música en la que los actores son las figuras que bailan a su ritmo.
Pero el logro principal es haber logrado juntar a tres personalidades de la historia del cine en las que recae muy buena parte del peso de la cinta. Para empezar, el estadounidense Burt Lancaster, del que ya habíamos destacado su belleza animal en Forajidos, aquí no sólo demuestra lo bien que se puede envejecer, sino que derrocha oficio y talento.
La tunecina de nacimiento, afincada en Italia, Claudia Cardinale, impresiona por esa capacidad de compaginar belleza con la vulgaridad que requiere su personaje, sobre todo, en las risas en la cena en la que aparece por primera vez en la cinta.
Por último, pero ni muchísimo menos a un segundo nivel, el galo Alain Delon es el tercer vértice de un triángulo del que resultaría prácticamente imposible escoger un ganador en cuanto a combinación de belleza y talento se refiere.
Pese a sus simpatías hacia el comunismo, Visconti era de origen noble y no se puede pensar, tampoco, a otro director trayendo a la vida las vicisitudes del Príncipe de Salina y su familia mientras a su alrededor se van cambiando las tornas de lo establecido.
Fueron muchas las críticas que recibió esta cinta, más hacia el director que hacia la obra. Pero la razón principal fue el tremendo éxito de este título que, tras ganar la Palma de Oro en el Festival de Cannes, se convirtió en un gran éxito internacional.
Si el gran sentido estético del cineasta se ha hecho sentir en otros trabajos por el lado de la decadencia, en este caso rozamos el esplendor absoluto en esta obra que no sólo es una de las mejores de Visconti, sino una de las mejores súperproducciones que en la historia del cine se han dado.
La adaptación que se hace en este libro se presenta como su fuera posible abrirlo por cualquier página y que aparecieran en 3D las situaciones que se relatan. Y es que Visconti, lejos de hacer una adaptación al uso, nos regala con una total recreación del contenido de sus páginas.
La ambientación es de lujo presentando unos espacios, incluyendo los vacíos, que parecen tal cual los de los Lampedusa. La fotografía es un trabajo minucioso en el que no queda detalle sin uso ni falta de apreciación. Y la banda sonora, del enorme Nino Rota, envuelve todos los aspectos cual caja de música en la que los actores son las figuras que bailan a su ritmo.
Pero el logro principal es haber logrado juntar a tres personalidades de la historia del cine en las que recae muy buena parte del peso de la cinta. Para empezar, el estadounidense Burt Lancaster, del que ya habíamos destacado su belleza animal en Forajidos, aquí no sólo demuestra lo bien que se puede envejecer, sino que derrocha oficio y talento.
La tunecina de nacimiento, afincada en Italia, Claudia Cardinale, impresiona por esa capacidad de compaginar belleza con la vulgaridad que requiere su personaje, sobre todo, en las risas en la cena en la que aparece por primera vez en la cinta.
Por último, pero ni muchísimo menos a un segundo nivel, el galo Alain Delon es el tercer vértice de un triángulo del que resultaría prácticamente imposible escoger un ganador en cuanto a combinación de belleza y talento se refiere.
Pese a sus simpatías hacia el comunismo, Visconti era de origen noble y no se puede pensar, tampoco, a otro director trayendo a la vida las vicisitudes del Príncipe de Salina y su familia mientras a su alrededor se van cambiando las tornas de lo establecido.
Fueron muchas las críticas que recibió esta cinta, más hacia el director que hacia la obra. Pero la razón principal fue el tremendo éxito de este título que, tras ganar la Palma de Oro en el Festival de Cannes, se convirtió en un gran éxito internacional.
Si el gran sentido estético del cineasta se ha hecho sentir en otros trabajos por el lado de la decadencia, en este caso rozamos el esplendor absoluto en esta obra que no sólo es una de las mejores de Visconti, sino una de las mejores súperproducciones que en la historia del cine se han dado.
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lunes, 6 de septiembre de 2010
83 - HA NACIDO UNA ESTRELLA (A star is born). George Cukor. USA, 1954.
Hasta la fecha son tres las versiones que se han filmado de esta historia que es, prácticamente, un cuento para adultos-niños de Hollywood: joven actriz aspirante conoce a estrella masculina en la cumbre de su carrera y mantienen una relación mientras se invierten los papeles y ella logra la fama que él se ve condenado a perder.
Con este asunto por medio, difícil era que una de ellas no estuviera incluida en EL. Con idéntico título, las tres tuvieron presencia en los Oscars(c) de sus años respectivos y ésta es la que no logró ninguno. Pese a que la de 1937 no deja de tener su gracia y la de 1976 sólo merece la pena por los números musicales de la Streisand ("Woman in the moon", una gozada), la que nos ocupa es la victoriosa de la saga.
James Mason, perfecto en su papel como esa estrella que empieza a perder su luz y quiere ahogarlo con alcohol por tubos, estaba tremendo no sólo en su personaje sino como perfecta réplica de Judy Garland. Esta película suponía el gran regreso a la pantalla de la Dorothy que todos habíamos amado en El mago de Oz (de pronta llegada a este blog).
Su último proyecto, La reina del oeste (George Sidney, 1950), se había visto frustrado por su afición desmedida al alcohol y otras sustancias, yendo aquel personaje a parar a manos de Betty Hutton. Sin embargo, un tropezón como éste, que hubiese podido acabar con las carreras de otros, para la Garland se quedó meramente en eso, en tropezón.
Resurgió cual ave Fénix de entre sus cenizas con esta megaproducción en la que su principal enemigo volvió a ser ella misma, con su falta de disciplina, y el propio director, George Cukor, quien, cansado como estaba de la diva, se fue de viaje a Europa mientras se volvían a rodar algunas de las secuencias y la Garland se encargaba de incluir en el montaje final su larguísimo número musical "Born in a trunk".
Estas desavenencias llevaron a que Cukor fuera olvidado aquel año en los premios legendarios de la Academia de Hollywood, pero poco le importaba por las desavenencias que tenía, en esa época, con el jefe de todo aquello, Jack Warner, uno de esos productores que querían dejar su impronta en todo en lo que ponían dinero. De hecho, a raíz de este trabajo Cukor lograría ser libre y comenzar a dirigir para otros estudios.
A estos protagonistas les acompaña una larga y excepcional serie de actores de reparto que realizan unas labores tan grandes que dejan todavía más claro por qué esta versión es la favorita de todos.
En mi revisión de la misma, me he encontrado con los veintipico minutos extra que se encontraron a finales del siglo pasado. Y tengo que confesar que mola verlos como curiosidad, pero que no quedan muy bien de forma permanente ya que la mayoría son foto-fijas con sonido real, pero cortan mucho el ritmo. Hubiesen quedado mejor como extra, no de forma permanente.
Con este asunto por medio, difícil era que una de ellas no estuviera incluida en EL. Con idéntico título, las tres tuvieron presencia en los Oscars(c) de sus años respectivos y ésta es la que no logró ninguno. Pese a que la de 1937 no deja de tener su gracia y la de 1976 sólo merece la pena por los números musicales de la Streisand ("Woman in the moon", una gozada), la que nos ocupa es la victoriosa de la saga.
James Mason, perfecto en su papel como esa estrella que empieza a perder su luz y quiere ahogarlo con alcohol por tubos, estaba tremendo no sólo en su personaje sino como perfecta réplica de Judy Garland. Esta película suponía el gran regreso a la pantalla de la Dorothy que todos habíamos amado en El mago de Oz (de pronta llegada a este blog).
Su último proyecto, La reina del oeste (George Sidney, 1950), se había visto frustrado por su afición desmedida al alcohol y otras sustancias, yendo aquel personaje a parar a manos de Betty Hutton. Sin embargo, un tropezón como éste, que hubiese podido acabar con las carreras de otros, para la Garland se quedó meramente en eso, en tropezón.
Resurgió cual ave Fénix de entre sus cenizas con esta megaproducción en la que su principal enemigo volvió a ser ella misma, con su falta de disciplina, y el propio director, George Cukor, quien, cansado como estaba de la diva, se fue de viaje a Europa mientras se volvían a rodar algunas de las secuencias y la Garland se encargaba de incluir en el montaje final su larguísimo número musical "Born in a trunk".
Estas desavenencias llevaron a que Cukor fuera olvidado aquel año en los premios legendarios de la Academia de Hollywood, pero poco le importaba por las desavenencias que tenía, en esa época, con el jefe de todo aquello, Jack Warner, uno de esos productores que querían dejar su impronta en todo en lo que ponían dinero. De hecho, a raíz de este trabajo Cukor lograría ser libre y comenzar a dirigir para otros estudios.
A estos protagonistas les acompaña una larga y excepcional serie de actores de reparto que realizan unas labores tan grandes que dejan todavía más claro por qué esta versión es la favorita de todos.
En mi revisión de la misma, me he encontrado con los veintipico minutos extra que se encontraron a finales del siglo pasado. Y tengo que confesar que mola verlos como curiosidad, pero que no quedan muy bien de forma permanente ya que la mayoría son foto-fijas con sonido real, pero cortan mucho el ritmo. Hubiesen quedado mejor como extra, no de forma permanente.
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viernes, 3 de septiembre de 2010
82 - EL CLUB DE LOS CINCO (The Breakfast Club). John Hughes. USA, 1985.
Pese a la horrorosa traducción que se hizo del título original en nuestro país, estamos ante la película generacional de los 80 por excelencia. De hecho, a los que fuimos adolescentes en aquella década no tienes más que citarnos este título para que se nos ponga cara de nostalgia y exclamemos "¡ah, Breakfast Club".
Tomando como base una mañana de sábado en un instituto, tres chicos y dos chicas, todos diferentes entre ellos, se ven reunidos en la sala de castigo. Está la pija por excelencia (Molly Ringwald), el deportista entregado (Emilio Estevez), el macarra puro (Judd Nelson), la freaky total (Ally Sheedy) y el estudioso y rarito, vamos, gay (Anthony Michael Hall).
Tras diferentes enfrentamientos entre ellos, poco a poco se van dando cuenta de que, dejando las etiquetas y roles aparte, hay algo que les une a todos: su edad y lo que les rodea. Problemas con los padres, en las relaciones personales, en la forma de no ser entendidos y, sobre todo, cuánto les pesa estar a la altura de lo que se supone deben hacer por estar considerados de tal o cual forma.
También su banda sonora fue un fenómeno y varios de los temas que aparecen, al ser escuchados ahora, te transportan directamente a esta cinta (también lo citan en EL, destacando el "Don't you forget about me", de Simple Minds).
Pues bien, todo esto vino de la mente de John Hughes, un cineasta que tuvo la capacidad de hablar de los adolescentes y su entorno de frente, pareciendo más uno de ellos (tenía 35 años cuando rodó este título) que un adulto hablando de jovencitos. Vituperado por algunos sectores de la crítica, los primeros en defenderle a capa y espada siguen siendo los protagonistas de sus películas.
En los años 50, se hablaba del Rat Pack, un grupo en el que se encontraban Dean Martin, Sammy Davis Jr. y Frank Sinatra y cuyo único miembro femenino era Shirley McLaine, antes de que la diera por ver ovnis. De aquel término, y a raíz precisamente de esta película, se acuñó el término Brat Pack (brat significa niñato), referido a este grupo de actores, de gran talento pero, según el ocurrente periodista que aplicó el apelativo, con un comportamiento social de niños tontos queriendo llamar y recibir excesiva atención. Sobra decir que los actores de este grupo, los cinco protagonistas, siguen negando que aquello fuera cierto. Pero ya es demasiado tarde, el término ha cuajado y tengo varios libros hablando de dicho fenómeno.
Tomando como base una mañana de sábado en un instituto, tres chicos y dos chicas, todos diferentes entre ellos, se ven reunidos en la sala de castigo. Está la pija por excelencia (Molly Ringwald), el deportista entregado (Emilio Estevez), el macarra puro (Judd Nelson), la freaky total (Ally Sheedy) y el estudioso y rarito, vamos, gay (Anthony Michael Hall).
Tras diferentes enfrentamientos entre ellos, poco a poco se van dando cuenta de que, dejando las etiquetas y roles aparte, hay algo que les une a todos: su edad y lo que les rodea. Problemas con los padres, en las relaciones personales, en la forma de no ser entendidos y, sobre todo, cuánto les pesa estar a la altura de lo que se supone deben hacer por estar considerados de tal o cual forma.
También su banda sonora fue un fenómeno y varios de los temas que aparecen, al ser escuchados ahora, te transportan directamente a esta cinta (también lo citan en EL, destacando el "Don't you forget about me", de Simple Minds).
Pues bien, todo esto vino de la mente de John Hughes, un cineasta que tuvo la capacidad de hablar de los adolescentes y su entorno de frente, pareciendo más uno de ellos (tenía 35 años cuando rodó este título) que un adulto hablando de jovencitos. Vituperado por algunos sectores de la crítica, los primeros en defenderle a capa y espada siguen siendo los protagonistas de sus películas.
En los años 50, se hablaba del Rat Pack, un grupo en el que se encontraban Dean Martin, Sammy Davis Jr. y Frank Sinatra y cuyo único miembro femenino era Shirley McLaine, antes de que la diera por ver ovnis. De aquel término, y a raíz precisamente de esta película, se acuñó el término Brat Pack (brat significa niñato), referido a este grupo de actores, de gran talento pero, según el ocurrente periodista que aplicó el apelativo, con un comportamiento social de niños tontos queriendo llamar y recibir excesiva atención. Sobra decir que los actores de este grupo, los cinco protagonistas, siguen negando que aquello fuera cierto. Pero ya es demasiado tarde, el término ha cuajado y tengo varios libros hablando de dicho fenómeno.
jueves, 2 de septiembre de 2010
81 - UNICO SUPERVIVIENTE (The Quiet Earth). Geoff Murphy. Nueva Zelanda, 1985.
¿Os acordáis cuando de niños, en grupo o en privado, nos juntábamos a imaginar lo que haríamos si una noche, por error, nos dejaran encerrados en un gran almacen? Pues con ese planteamiento comienza esta historia en la que un hombre, al que conocemos con un plano cenital de su cuerpo desnudo sobre la cama y que entendemos que está en viaje de trabajo porque se aloja en un motel y se viste de business man, descubre que es el único ser humano que queda sobre la faz de la tierra.
Tras una primera media hora en la que dicho hombre, Zac, se permite jugar haciendo todas las cosas que más le apetecen (impresionante el plano en el que, vestido tan sólo con una combinación de lencería, se mira en un espejo y se descubre a sí mismo), de repente, y por sorpresa se encuentra con una mujer que también se siente superviviente.
Con ella comienza una de las contradicciones en las que cae el film porque en los primeros 30 minutos todo parece un decorado, sin que haya presencia de ningún ser vivo en absoluto. Sin embargo, ella habla de un cadáver de bebé y, al poco, se encuentran dos cuerpos por la calle.
En todo caso, siguen los tiempos de Arcadia, y el juego antes solitario se convierte en carreras de coches por calles vacías y entretenimientos parecidos. Casi hemos llegado a la hora cuando aparece un tercer personaje, un negro, asesino convencido por razones que parecen tribales, y que se convierte en el tercer miembro del triángulo amoroso que se forma y que será el promotor del sugerente final.
Los escasos efectos especiales son más deudores de Escher que de sagas galácticas y, como muy bien afirman en EL, más que pertenecer al género que se le supone, ciencia ficción, en realidad se trata de un drama emocional.
Basado en la novela homónima (en su versión original) de Craig Harrison, resulta también una curiosa lectura sobre hasta qué punto las convenciones educacionales marcan el comportamiento del ser humano incluso cuando no tienes a nadie a quien rendir cuentas de ningún tipo. A modo de ejemplo, al poco de conocer a la mujer, él la llama su esposa. Y muchos detalles más que te entrentendrán más allá del mero visionado.
Por cierto, de los intérpretes, Bruno Lawrence, el primero al que conocemos, hace una interpretación que invita a las múltiples lecturas, mola verlo.
Tras una primera media hora en la que dicho hombre, Zac, se permite jugar haciendo todas las cosas que más le apetecen (impresionante el plano en el que, vestido tan sólo con una combinación de lencería, se mira en un espejo y se descubre a sí mismo), de repente, y por sorpresa se encuentra con una mujer que también se siente superviviente.
Con ella comienza una de las contradicciones en las que cae el film porque en los primeros 30 minutos todo parece un decorado, sin que haya presencia de ningún ser vivo en absoluto. Sin embargo, ella habla de un cadáver de bebé y, al poco, se encuentran dos cuerpos por la calle.
En todo caso, siguen los tiempos de Arcadia, y el juego antes solitario se convierte en carreras de coches por calles vacías y entretenimientos parecidos. Casi hemos llegado a la hora cuando aparece un tercer personaje, un negro, asesino convencido por razones que parecen tribales, y que se convierte en el tercer miembro del triángulo amoroso que se forma y que será el promotor del sugerente final.
Los escasos efectos especiales son más deudores de Escher que de sagas galácticas y, como muy bien afirman en EL, más que pertenecer al género que se le supone, ciencia ficción, en realidad se trata de un drama emocional.
Basado en la novela homónima (en su versión original) de Craig Harrison, resulta también una curiosa lectura sobre hasta qué punto las convenciones educacionales marcan el comportamiento del ser humano incluso cuando no tienes a nadie a quien rendir cuentas de ningún tipo. A modo de ejemplo, al poco de conocer a la mujer, él la llama su esposa. Y muchos detalles más que te entrentendrán más allá del mero visionado.
Por cierto, de los intérpretes, Bruno Lawrence, el primero al que conocemos, hace una interpretación que invita a las múltiples lecturas, mola verlo.
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miércoles, 1 de septiembre de 2010
80 - EL HOMBRE DE HIERRO (Czlowiek z zelaza). Andrzej Wajda. Polonia, 1981.
De mayor éxito que su primera parte (ésta sí que se llevó la Palma de Oro de Cannes al agua), este hombre férreo mantiene los mismos parámetros que la entrega anterior, por lo que resulta algo cansina a no ser que te interese profundamente los cambios polacos de cara a la salida del régimen comunista.
En todo caso, vuelven los mismos actores y, la gran diferencia, se ahonda en los movimientos político-sociales de un país que encontró la fuerza de su nuevo posicionamiento en el Movimiento Solidaridad, liderado por Lech Walesa que aparece en esta cinta dándose vida a sí mismo.
Lo innegable es que Wajda tuvo que echarle muchas narices para contar lo que aquí muestra, pero también es verdad que buena parte de su buena acogida fue precisamente esta valentía, mucho más que el valor cinematográfico de la obra en sí.
Para el año 81, la guerra fría estaba a punto de pasar a mejor vida y el sistema comunista-soviético ya daba señales de ir de mala manera. Al Muro le quedaban todavía 8 años de vida, pero sí se notaba de qué lado iba a caer, este consumismo en el que ahora vivimos.
Es más, para los espectadores más jóvenes, a los que la Transición les suena a cambio de línea en el metro, dudo mucho que les pueda interesar esta obra con un bagaje tan absolutamente del siglo pasado que los viejunos no queremos todavía darnos cuenta de que aquello ya es historia y que lo de ahora es otra cosa (siempre para peor porque ya no somos mozos, por supuesto).
En todo caso, son de nuevo dos horas y media que, de verdad, sólo para interesados.
En todo caso, vuelven los mismos actores y, la gran diferencia, se ahonda en los movimientos político-sociales de un país que encontró la fuerza de su nuevo posicionamiento en el Movimiento Solidaridad, liderado por Lech Walesa que aparece en esta cinta dándose vida a sí mismo.
Lo innegable es que Wajda tuvo que echarle muchas narices para contar lo que aquí muestra, pero también es verdad que buena parte de su buena acogida fue precisamente esta valentía, mucho más que el valor cinematográfico de la obra en sí.
Para el año 81, la guerra fría estaba a punto de pasar a mejor vida y el sistema comunista-soviético ya daba señales de ir de mala manera. Al Muro le quedaban todavía 8 años de vida, pero sí se notaba de qué lado iba a caer, este consumismo en el que ahora vivimos.
Es más, para los espectadores más jóvenes, a los que la Transición les suena a cambio de línea en el metro, dudo mucho que les pueda interesar esta obra con un bagaje tan absolutamente del siglo pasado que los viejunos no queremos todavía darnos cuenta de que aquello ya es historia y que lo de ahora es otra cosa (siempre para peor porque ya no somos mozos, por supuesto).
En todo caso, son de nuevo dos horas y media que, de verdad, sólo para interesados.
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