Uno de los directores europeos que más atención recibe en EL, y quién puede discutirlo, es Bernardo Bertolucci. Curiosamente, además, aunque éste es tan sólo su quinto título, cuenta en el listado de "las 1001..." con dos títulos previos que ya llegarán.
De momento, nos centramos con esta obra radical que tanto supuso en el momento de su estreno. Por ejemplo, en cuanto al concepto de los planos, la obra debe más al cine de Fellini que a la novela homónima de Alberto Moravia de la que parte.
Los personajes de figuración, por ejemplo, podrían haber surgido de los oníricos cuadros que vemos en Giulietta de los espíritus (Federico Fellini, 1965, también de entrada futura en este blog).
Lo que parece impresionante es comprobar que, pese a los años transcurridos, el señor Bertolucci recuerda perfectamente, y les acredita como se deben, a los artistas con los que trabajó en sus distintos departamentos.
Para empezar, alaba al reparto confesando que Jean-Louis Trintignant, el responsable de dar vida al protagonista, le despertaba tanto interés personal como el que quería conseguir que sintiera el público de cara a su personaje. A su lado, como dos caras de la misma moneda que es el conformista, dos mujeres: la tradicional esposa encarnada por Stefania Sandrelli y la libre, seductora y lesbiana Dominique Sanda. Tres trabajos actorales que refuerzan a ese amargado central que, en su afán de querer evitar que nadie le vea como en realidad es, pasa por ser fascista, casado, padre y asesino de su maestro.
Al primero que cita, cómo no, es a Vittorio Storaro, ese genio de la luz que logra, a través de la fotografía de la película, convertir a Roma en una prisión emocional y a París como la salida a la luz. A su lado, tan reconocido como recordado, Ferdinando Scarfiotti, quien junto al vestuario de Gitt Magrini, otro de los nombrados, logra que todos los elementos que aparecen en cada nuevo escenario encajen de manera tan precisa y espectacular como la que logran, en general, los maestros de este terreno, los británicos.
Va más allá. Confiesa que, cuando logras librarte de la manía de controlar todo, y te dejas caer en las manos de un montador como Franco Kim Arcalli, te encuentras sorpresas como la de dejarte convencer para que la narración temporal no sea lineal, como tenía previsto en un principio.
Y es que precisamente el montaje de esta cita fue una de las principales razones para que directores de la talla de Francis Ford Coppola o Arthur Penn escribieran una carta airada gracias a la cual este título gozó de un estreno de pequeño alcance en los USA.
Lo que no dice el maestro, pero lo demuestra en todo su discurso, es que el director de una película es su autor y que a él se debe, o así debería ser, que todo lo que se muestra en pantalla vaya unido por la armonía necesaria para lograr el resultado deseado. En la realidad, todos sabemos cúantos han recibido y no merecen la distinción de ser llamados "director".
lunes, 27 de diciembre de 2010
116 - QUÉ BELLO ES VIVIR (It's a Wonderful Life). Frank Capra. USA, 1946.
Si las películas pudieran ser himnos, ésta sería la celebración de la Navidad en estado puro. Objeto de múltiple bromas por lo inevitable de su emisión en dicha época (especialmente graciosas las realizadas en la saga Solo en casa, donde aparece con diferentes y políglotas doblajes), siempre cuesta rascar un poquito hasta que la persona con la que hablas admita que también le gusta. Como a todos.
A estas alturas, comentar el argumento sería aburrido para cualquiera, ya que la hemos visto mil veces. Pero es inevitable pensar cuánto molaría que nos dieran la oportunidad de comprobar cómo hubiera sido el mundo si no hubiéramos nacido. Descubrir, como si fuéramos un fantasma al que no se ve ni escucha, en qué situación se encontrarían los seres amados más cercanos.
El catálogo de personajes que aquí se presentan incluyen todo tipo de estratos y modelos de la época. La chica mona del pueblo que podría haber terminado de puta (maravillosa Gloria Grahame); el malvado Potter, encarnado de forma magistral por todo un maestro como Lionel Barrymore; esa esposa fiel y abnegada, el amor primero y eterno del protagonista, encarnada por una Donna Reed que, siete años más tarde, daría vida a la prostituta más fascinante de Pearl Harbor, en De aquí a la eternidad (la veremos por el blog); la familia entera del protagonista, los Bailey, que tienen en la madre, el padre y el hermano unos modelos de parientes ideales; el tío Billy, el despistado causante del drama que lleva a George a querer tirarse al río (impagable Thomas Mitchell en este personaje); y, por supuesto, la pareja central.
James Stewart dio lo mejor de sí para el abnegado y bondadoso ciudadano que, por culpa del banquero malo, se ve al borde de la desesperación. Por su parte, Henry Travers no podía ser más perfecto para dar vida a Clarence, el ángel de la guarda que, a la que salva a George, se gana por fin sus alas.
Y por hablar sólo de los papeles más destacados de la historia porque, la verdad, es que se podría seguir mostrando como uno de los ejemplos más claros de un casting perfecto. Hasta la señora que, en la primera crisis del banco, sólo pide 18 dólares, lo clava.
Pero hay otros grandes valores de esta cinta, sobre todo el que la conclusión final, la moralina tan habitual en las películas de Capra, nace de vientos liberales, del apoyo incondicional que el cineasta brindó a Franklin Delano Roosevelt y su New Deal.
En este caso, la lectura de esta cinta es tan simple como que si eres buena gente, recibirás el apoyo de la gente. Y que si eres un hijoputa, pues te van a dar bambú. Está claro que con la situación que estamos viviendo en este país, esta afirmación suena más que nunca a cuento de navidad.
Sin embargo, es muy bonito pensar en que hubo un tiempo en que la gente podía creer en un mundo justo e ideal. Ahora, sólo lo podemos soñar.
A estas alturas, comentar el argumento sería aburrido para cualquiera, ya que la hemos visto mil veces. Pero es inevitable pensar cuánto molaría que nos dieran la oportunidad de comprobar cómo hubiera sido el mundo si no hubiéramos nacido. Descubrir, como si fuéramos un fantasma al que no se ve ni escucha, en qué situación se encontrarían los seres amados más cercanos.
El catálogo de personajes que aquí se presentan incluyen todo tipo de estratos y modelos de la época. La chica mona del pueblo que podría haber terminado de puta (maravillosa Gloria Grahame); el malvado Potter, encarnado de forma magistral por todo un maestro como Lionel Barrymore; esa esposa fiel y abnegada, el amor primero y eterno del protagonista, encarnada por una Donna Reed que, siete años más tarde, daría vida a la prostituta más fascinante de Pearl Harbor, en De aquí a la eternidad (la veremos por el blog); la familia entera del protagonista, los Bailey, que tienen en la madre, el padre y el hermano unos modelos de parientes ideales; el tío Billy, el despistado causante del drama que lleva a George a querer tirarse al río (impagable Thomas Mitchell en este personaje); y, por supuesto, la pareja central.
James Stewart dio lo mejor de sí para el abnegado y bondadoso ciudadano que, por culpa del banquero malo, se ve al borde de la desesperación. Por su parte, Henry Travers no podía ser más perfecto para dar vida a Clarence, el ángel de la guarda que, a la que salva a George, se gana por fin sus alas.
Y por hablar sólo de los papeles más destacados de la historia porque, la verdad, es que se podría seguir mostrando como uno de los ejemplos más claros de un casting perfecto. Hasta la señora que, en la primera crisis del banco, sólo pide 18 dólares, lo clava.
Pero hay otros grandes valores de esta cinta, sobre todo el que la conclusión final, la moralina tan habitual en las películas de Capra, nace de vientos liberales, del apoyo incondicional que el cineasta brindó a Franklin Delano Roosevelt y su New Deal.
En este caso, la lectura de esta cinta es tan simple como que si eres buena gente, recibirás el apoyo de la gente. Y que si eres un hijoputa, pues te van a dar bambú. Está claro que con la situación que estamos viviendo en este país, esta afirmación suena más que nunca a cuento de navidad.
Sin embargo, es muy bonito pensar en que hubo un tiempo en que la gente podía creer en un mundo justo e ideal. Ahora, sólo lo podemos soñar.
domingo, 19 de diciembre de 2010
115 - EL HOMBRE DE LA CAMARA (Chelovek s kino-apparatom). Dziga Vertov. URSS, 1929.
Tan sólo doce años después de la revolución bolchevique, apareció la película de propaganda más innovadora y diferente de las que se han visto en la historia del cine. El hombre de la cámara, dirigida por Dziga Vertov, se convertiría además, con el paso del tiempo, en una de las referencias más importantes para futuros directores.
Plagada de innovaciones técnicas, nos llevaría de la más pura labor manual a los adelantos mecánicos que ya se apuntaban en aquel año, marcando de esta forma el paso de la sociedad soviética de los recursos más primitivos al camino de esperanza y crecimiento tecnológico que en aquellos años todavía defendían.
De esta forma, y con ritmos cambiantes, focos manejados y miles de otros trucos (se nota la influencia de las películas de Segundo de Chomón al mismo tiempo que comprobamos que los planos físicos de Leni Riefenstahl en Olimpia (1938) no salían del aire), nos encontramos ante un poema que logra plenamente su objetivo despertando la voluntad en el espectador de integrarse en una comunidad que transmite evolución, crecimiento y, sobre todo, felicidad constante.
Por lo visto, Vertov tendría más tarde problemas con los organismos oficiales de Stalin, quienes le consideraban demasiado burgués en sus parámetros. Lástima para ellos por atacar y acosar a todo un creativo del cine.
Pero, hoy en día, el visionado de esta obra con la banda sonora compuesta especialmente por In the Nursery (hicieron una gira con éxito por todo el Reino Unido tocando su música durante la proyección de la película) se convierte en toda una experiencia, casi en una lectura poética que habla de mundos legendarios, de los pasados reinos comunistas.
Imprescindible para los amantes de Koyaanisqatsi (Godfrey Reggio, 1982) y títulos semejantes para comprobar que no era tanta la innovación que suponía dicha propuesta, por supuesto, sin restar sus méritos.
También merece la pena disfrutar de esta joya con un cigarrito combinado en las manos, ayuda a integrarse en la proyección.
Plagada de innovaciones técnicas, nos llevaría de la más pura labor manual a los adelantos mecánicos que ya se apuntaban en aquel año, marcando de esta forma el paso de la sociedad soviética de los recursos más primitivos al camino de esperanza y crecimiento tecnológico que en aquellos años todavía defendían.
De esta forma, y con ritmos cambiantes, focos manejados y miles de otros trucos (se nota la influencia de las películas de Segundo de Chomón al mismo tiempo que comprobamos que los planos físicos de Leni Riefenstahl en Olimpia (1938) no salían del aire), nos encontramos ante un poema que logra plenamente su objetivo despertando la voluntad en el espectador de integrarse en una comunidad que transmite evolución, crecimiento y, sobre todo, felicidad constante.
Por lo visto, Vertov tendría más tarde problemas con los organismos oficiales de Stalin, quienes le consideraban demasiado burgués en sus parámetros. Lástima para ellos por atacar y acosar a todo un creativo del cine.
Pero, hoy en día, el visionado de esta obra con la banda sonora compuesta especialmente por In the Nursery (hicieron una gira con éxito por todo el Reino Unido tocando su música durante la proyección de la película) se convierte en toda una experiencia, casi en una lectura poética que habla de mundos legendarios, de los pasados reinos comunistas.
Imprescindible para los amantes de Koyaanisqatsi (Godfrey Reggio, 1982) y títulos semejantes para comprobar que no era tanta la innovación que suponía dicha propuesta, por supuesto, sin restar sus méritos.
También merece la pena disfrutar de esta joya con un cigarrito combinado en las manos, ayuda a integrarse en la proyección.
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sábado, 18 de diciembre de 2010
114 - DE ENTRE LOS MUERTOS (Vertigo). Alfred Hitchcock. USA, 1958.
Sirva como primera curiosidad de esta película que, pese a que en su momento de estreno se la llamó De entre los muertos, lo cierto es que en España todos los que escribimos sobre cine nos hemos acostumbrado a presentarla como Vértigo (De entre los muertos), con acento y todo. Con esto, se convierte en uno de los pocos casos en los que el título original se impone a la versión que se utiliza para su lanzamiento comercial. Sobre todo en el caso de los clásicos.
Para continuar, llama la atención que los autores de la novela (Pierre Boileau y Thomas Narcejac) en la que se basa esta obra eran también los creadores del libro del que salió Las diabólicas (Henri Georges-Cluzot, 1955), otra delicia que se sumará a este blog. Sin embargo, D'entre les morts (título original de la obra escrita) jugaba a sorprender, mientras que el maestro del suspense jugaba a lo de siempre, a inquietar.
Aparte de las magistrales interpretaciones de James Stewart y Kim Novak, hay una cantidad importante de innovaciones narrativas, cinematográficamente hablando, como el efecto zoom utilizado para mostrar el mal del personaje de Stewart cuando se enfrenta a las alturas. Basta leer lo descrito para que los españoles de una cierta edad recordemos inmediatamente a Valerio Lazarov y su ballet Zoom. ¿O no?
Respecto a la intriga, el prota recibe de encargo por parte de un antiguo amigo que vigile a su esposa, de la que sospecha infidelidad. Durante el seguimiento, el antiguo policía, retirado por su vértigo insuperable, se enamora del objeto de su persecución. La sigue hasta el momento en que ésta se suicida tirándose al río bajo el puente Golden Gate para que, poco después, el policía se encuentre una réplica exacta, sólo que en moreno, en forma de dependienta de tienda.
A estas alturas, el personaje de Stewart ya no es que sufra sólo vértigo, sino que empieza a padecer una obsesión brutal por las tres mujeres con exacta presencia física que habitan en su perturbada mente (además de la suicida y la tendera también hay un cuadro de una antepasada clavadita a estas dos).
En este sentido, todo lo que rodea al antiguo policía son precedentes directos de los momentos más lisérgicos que se empezarían a retratar, en el cine, en la década siguiente con tanto intelectual (William S. Burroughs, Allen Ginsberg) traspasando Las puertas de la percepción, escritas y descritas por Aldoux Huxley.
Una vez más, la banda sonora de Bernard Hermann se convierte en otro de los personajes de la película, llevándonos por situaciones y momentos que deben más su intensidad a esta partitura que a los elementos visuales. Va siendo hora de comentar que estas bandas sonoras, si te las pones en casa para escucharlas, no pueden ser más chirriantes. Pero tampoco te puedes imaginar ninguna de estas cintas sin esa banda sonora en concreto.
Hoy en día, en San Francisco, la ciudad escenario de esta obra, existe un hotel que lleva el nombre de la película y se puede realizar un recorrido turístico de la ciudad visitando las localizaciones utilizadas. Por lo que es imprescindible ver esta cinta antes de ir y así gozar más de lo que la ciudad pone a nuestro alcance para nuestro placer. Que es mucho.
Para continuar, llama la atención que los autores de la novela (Pierre Boileau y Thomas Narcejac) en la que se basa esta obra eran también los creadores del libro del que salió Las diabólicas (Henri Georges-Cluzot, 1955), otra delicia que se sumará a este blog. Sin embargo, D'entre les morts (título original de la obra escrita) jugaba a sorprender, mientras que el maestro del suspense jugaba a lo de siempre, a inquietar.
Aparte de las magistrales interpretaciones de James Stewart y Kim Novak, hay una cantidad importante de innovaciones narrativas, cinematográficamente hablando, como el efecto zoom utilizado para mostrar el mal del personaje de Stewart cuando se enfrenta a las alturas. Basta leer lo descrito para que los españoles de una cierta edad recordemos inmediatamente a Valerio Lazarov y su ballet Zoom. ¿O no?
Respecto a la intriga, el prota recibe de encargo por parte de un antiguo amigo que vigile a su esposa, de la que sospecha infidelidad. Durante el seguimiento, el antiguo policía, retirado por su vértigo insuperable, se enamora del objeto de su persecución. La sigue hasta el momento en que ésta se suicida tirándose al río bajo el puente Golden Gate para que, poco después, el policía se encuentre una réplica exacta, sólo que en moreno, en forma de dependienta de tienda.
A estas alturas, el personaje de Stewart ya no es que sufra sólo vértigo, sino que empieza a padecer una obsesión brutal por las tres mujeres con exacta presencia física que habitan en su perturbada mente (además de la suicida y la tendera también hay un cuadro de una antepasada clavadita a estas dos).
En este sentido, todo lo que rodea al antiguo policía son precedentes directos de los momentos más lisérgicos que se empezarían a retratar, en el cine, en la década siguiente con tanto intelectual (William S. Burroughs, Allen Ginsberg) traspasando Las puertas de la percepción, escritas y descritas por Aldoux Huxley.
Una vez más, la banda sonora de Bernard Hermann se convierte en otro de los personajes de la película, llevándonos por situaciones y momentos que deben más su intensidad a esta partitura que a los elementos visuales. Va siendo hora de comentar que estas bandas sonoras, si te las pones en casa para escucharlas, no pueden ser más chirriantes. Pero tampoco te puedes imaginar ninguna de estas cintas sin esa banda sonora en concreto.
Hoy en día, en San Francisco, la ciudad escenario de esta obra, existe un hotel que lleva el nombre de la película y se puede realizar un recorrido turístico de la ciudad visitando las localizaciones utilizadas. Por lo que es imprescindible ver esta cinta antes de ir y así gozar más de lo que la ciudad pone a nuestro alcance para nuestro placer. Que es mucho.
domingo, 12 de diciembre de 2010
113 - LOUISIANA STORY. Robert J. Flaherty. USA, 1948.
Siendo una película de encargo que la Standard Oil hizo al documentalista Robert J. Flaherty pocos podían imaginar que dicha labor se convertiría en la obra de arte que hoy conocemos. También era difícil adivinar que éste sería el último título dirigido por el creador de otros grandes documentales como Nanouk el esquimal (1922).
Tomando como eje central las prospecciones petrolíferas llevadas a cabo en los pantanos de Louisiana, y conducidos en todo momento por un niño de doce años, nos adentramos en un universo que nos resulta fascinante.
Sobre todo por verlo a través los ojos de ese muchacho para el que el entorno es, sobre todo, un terreno donde todo tipo de aventuras son posibles. Los animales son tanto cómplices como enemigos y la barca con la que se mueve es más atractiva y divertida que cualquier tipo de coche.
Comentan en EL que muchos criticaron que la película fuera tan suave y lo achacaron al hecho de estar financiada por la compañía de crudo antes citada. No estoy de acuerdo. Esta cinta transmite la misma ternura que los documentales de Flaherty suelen contener. Es más, no creo que fuera necesario, ni interesante, irse por las vías de lo melodramático para retratar una comunidad cuya vida cotidiana se desarrolla tan lejos de los núcleos cívicos.
La mayor fuerza expresiva en este trabajo es la magnífica banda sonora de Virgil Thomson, la primera en recibir un premio Pulitzer, y que se convierte en el auténtico hilo conductor de la cinta mientras acompaña al niño en todas sus proezas.
Respecto a los personajes que aparecen, todos son, como solía suceder con Flaherty, gente de la zona, nada de actores. Pero el diálogo es muy escaso y es la música la que rellena los huecos de información de lo que se nos va mostrando.
Por último, sólo apuntar que, después de ver esta película, visitar esos pantanos con la música de Thomson sonándote en los oídos es una experiencia preciosa que merece la pena vivir.
Tomando como eje central las prospecciones petrolíferas llevadas a cabo en los pantanos de Louisiana, y conducidos en todo momento por un niño de doce años, nos adentramos en un universo que nos resulta fascinante.
Sobre todo por verlo a través los ojos de ese muchacho para el que el entorno es, sobre todo, un terreno donde todo tipo de aventuras son posibles. Los animales son tanto cómplices como enemigos y la barca con la que se mueve es más atractiva y divertida que cualquier tipo de coche.
Comentan en EL que muchos criticaron que la película fuera tan suave y lo achacaron al hecho de estar financiada por la compañía de crudo antes citada. No estoy de acuerdo. Esta cinta transmite la misma ternura que los documentales de Flaherty suelen contener. Es más, no creo que fuera necesario, ni interesante, irse por las vías de lo melodramático para retratar una comunidad cuya vida cotidiana se desarrolla tan lejos de los núcleos cívicos.
La mayor fuerza expresiva en este trabajo es la magnífica banda sonora de Virgil Thomson, la primera en recibir un premio Pulitzer, y que se convierte en el auténtico hilo conductor de la cinta mientras acompaña al niño en todas sus proezas.
Respecto a los personajes que aparecen, todos son, como solía suceder con Flaherty, gente de la zona, nada de actores. Pero el diálogo es muy escaso y es la música la que rellena los huecos de información de lo que se nos va mostrando.
Por último, sólo apuntar que, después de ver esta película, visitar esos pantanos con la música de Thomson sonándote en los oídos es una experiencia preciosa que merece la pena vivir.
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sábado, 11 de diciembre de 2010
112 - EL FESTIN DE BABETTE (Babettes gaestebud). Gabriel Axel. Dinamarca, 1987.
Son numerosos los ejemplos de pequeños relatos literarios que han dado lugar a películas muy hermosas. Entre ellos era inevitable que EL escogiera este título como una de los obras que ver antes de morir, haciendo especial hincapié precisamente en dicha adaptación de la página a la pantalla.
Y no es para menos, esta obra de Gabriel Axel es una delicia tanto en el sentido ocular como en el gustativo, porque el banquete al que hace referencia el título hace agua la boca del más pintado.
Basada en un relato de Karen Blixen (o Isak Dinesen) la genial mujer a la que también debemos el material en que se basó Memorias de Africa (Sydney Pollack, 1985), la historia habla de amor, de fe y, desde mi punto de vista, de las cosas que de verdad nos pueden hacer felices en esta existencia.
Eso sí, y de cómo todos nuestros principios, prejuicios y valores ven tambalearse su fuerza ante unas motivaciones tan básicas como las que proporciona una comilona que da placer al cuerpo (y como puerta hacia placeres subsiguientes).
Para el papel de la cocinera, era importante contar con una actriz capaz de darle la dimensión humana necesaria. Stephane Audran, esa bella pelirroja que ilumina todo lo que toca (¿quién no recuerda su papel de Cara en la mejor serie de la historia de la tele, Retorno a Brideshead?). Su saber interpretativo se convierte en el perfecto preámbulo para la bacanal gastronómica hacia la que nos lleva la historia.
La comunidad religiosa, trasladada de la Noruega del libro a la Dinamarca de la película, logra suavizar las formas de otros directores que, inevitablemente se nos vienen a la memoria, como Bergman o Dreyer. La tensión social no es nunca tan severa como la que se encuentra en cintas de esos directores.
Sin embargo, sí se ve el cambio ejercido en los habitantes gracias a la decisión de Babette de cocinar, por última vez, el mejor de los menús. Y este es el tema principal de esta película: ese debate que siempre ha existido entre nuestra alma y nuestro cuerpo, cuál es el más importante en la vida de una persona. Sirva esta joya cinematográfica como demostración de que es imposible lograr ningún tipo de equilibrio interior si no se es capaz de alimentar de forma equitativa tanto al uno como al otro.
Sobra decir que, como ateo que soy, mi lectura personal no incluye ningún tipo de religiosidad en el plano de lo espiritual. Pero sí hablo de cuánto me gusta leerme un buen libro con un buen bocadillo de jamón a mi alcance. O similar.
Y no es para menos, esta obra de Gabriel Axel es una delicia tanto en el sentido ocular como en el gustativo, porque el banquete al que hace referencia el título hace agua la boca del más pintado.
Basada en un relato de Karen Blixen (o Isak Dinesen) la genial mujer a la que también debemos el material en que se basó Memorias de Africa (Sydney Pollack, 1985), la historia habla de amor, de fe y, desde mi punto de vista, de las cosas que de verdad nos pueden hacer felices en esta existencia.
Eso sí, y de cómo todos nuestros principios, prejuicios y valores ven tambalearse su fuerza ante unas motivaciones tan básicas como las que proporciona una comilona que da placer al cuerpo (y como puerta hacia placeres subsiguientes).
Para el papel de la cocinera, era importante contar con una actriz capaz de darle la dimensión humana necesaria. Stephane Audran, esa bella pelirroja que ilumina todo lo que toca (¿quién no recuerda su papel de Cara en la mejor serie de la historia de la tele, Retorno a Brideshead?). Su saber interpretativo se convierte en el perfecto preámbulo para la bacanal gastronómica hacia la que nos lleva la historia.
La comunidad religiosa, trasladada de la Noruega del libro a la Dinamarca de la película, logra suavizar las formas de otros directores que, inevitablemente se nos vienen a la memoria, como Bergman o Dreyer. La tensión social no es nunca tan severa como la que se encuentra en cintas de esos directores.
Sin embargo, sí se ve el cambio ejercido en los habitantes gracias a la decisión de Babette de cocinar, por última vez, el mejor de los menús. Y este es el tema principal de esta película: ese debate que siempre ha existido entre nuestra alma y nuestro cuerpo, cuál es el más importante en la vida de una persona. Sirva esta joya cinematográfica como demostración de que es imposible lograr ningún tipo de equilibrio interior si no se es capaz de alimentar de forma equitativa tanto al uno como al otro.
Sobra decir que, como ateo que soy, mi lectura personal no incluye ningún tipo de religiosidad en el plano de lo espiritual. Pero sí hablo de cuánto me gusta leerme un buen libro con un buen bocadillo de jamón a mi alcance. O similar.
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miércoles, 8 de diciembre de 2010
111 - EL MENSAJERO DEL MIEDO (The Manchurian Candidate). John Frankenheimer. USA, 1962.
En el año en que se rodó esta película, a principios de la década de los 60, todo tipo de experiencia extracorporal estaba plenamente en boga, ya fuera por la vía lisérgica o por la mera mentalización de que uno salía de su cuerpo para verse desde arriba. El hipnotismo, por otro lado, había estado de moda desde finales del XIX y todavía se jugaba mucho con la idea de los logros que se podían obtener mediante esta práctica.
Pues bien, si hay un adjetivo con el que calificar a esta obra es con el de hipnótica. Desde la fabulosa interpretación de Laurence Harvey como el militar sometido, hasta todos los elementos de los que se valen los malvados para dominar su voluntad, el espectador siente que en cualquier momento va a ser él el que se entregue a los mandatos de los malvados.
La historia va de eso, de un grupo de militares que vuelven con honores de la guerra para, poco a poco, ir descubriendo a través de sus sueños que algo en su pasado no se les termina de revelar. De hecho, pronto descubrimos que el más galardonado, el citado Harvey, se convierte en asesino oscuro cuando le ponen en las manos una baraja.
Sus compañeros de reparto también están que se salen, incluyendo a Frank Sinatra, que está mejor incluso que en De aquí a la eternidad. Janet Leigh y Angela Lansbury, por su parte, clavan los retratos femeninos de los que se vale la trama.
Dicen en EL que es la película estadounidense más cercana a la nouvelle vague. Para nada, de hecho ni se rozan. Lo que sí que hay que tener en cuenta es que al frente de este tinglado está nada menos que John Frankenheimer, quien, tras dar sus primeros pasos en el medio televisivo, se había lanzado a contar, cinematográficamente hablando, las historias sencillas de otra manera.
A él le debemos por completo esta sensación, claustrofóbica por momentos, de tener nuestra voluntad sometida a no se sabe qué fuerza del mal. Y el mal rollo que da una baraja de naipes tras gozar de esta joya.
Lo que sí es interesante de lo que cuentan en EL es que fue el propio Sinatra el que logró comprar los derechos de la película para que tuviera una más amplia distribución, hecho que le debemos agradecer todos los cinéfagos que en el mundo somos.
En 2007, Jonathan Demme (el que no ha vuelto a dar pie con bola desde El silencio de los corderos) hizo un remake bastante despreciable, sobre todo por estar construido para loor y gloria de su protagonista, un siempre demasiado alabado Denzel Washington. Lo único que merece la pena de esta nueva entrega es la presencia de Meryl Streep. Y eso que, comparada con la ambivalencia de la Lansbury en el original, resulta excesivamente obvia.
Pues bien, si hay un adjetivo con el que calificar a esta obra es con el de hipnótica. Desde la fabulosa interpretación de Laurence Harvey como el militar sometido, hasta todos los elementos de los que se valen los malvados para dominar su voluntad, el espectador siente que en cualquier momento va a ser él el que se entregue a los mandatos de los malvados.
La historia va de eso, de un grupo de militares que vuelven con honores de la guerra para, poco a poco, ir descubriendo a través de sus sueños que algo en su pasado no se les termina de revelar. De hecho, pronto descubrimos que el más galardonado, el citado Harvey, se convierte en asesino oscuro cuando le ponen en las manos una baraja.
Sus compañeros de reparto también están que se salen, incluyendo a Frank Sinatra, que está mejor incluso que en De aquí a la eternidad. Janet Leigh y Angela Lansbury, por su parte, clavan los retratos femeninos de los que se vale la trama.
Dicen en EL que es la película estadounidense más cercana a la nouvelle vague. Para nada, de hecho ni se rozan. Lo que sí que hay que tener en cuenta es que al frente de este tinglado está nada menos que John Frankenheimer, quien, tras dar sus primeros pasos en el medio televisivo, se había lanzado a contar, cinematográficamente hablando, las historias sencillas de otra manera.
A él le debemos por completo esta sensación, claustrofóbica por momentos, de tener nuestra voluntad sometida a no se sabe qué fuerza del mal. Y el mal rollo que da una baraja de naipes tras gozar de esta joya.
Lo que sí es interesante de lo que cuentan en EL es que fue el propio Sinatra el que logró comprar los derechos de la película para que tuviera una más amplia distribución, hecho que le debemos agradecer todos los cinéfagos que en el mundo somos.
En 2007, Jonathan Demme (el que no ha vuelto a dar pie con bola desde El silencio de los corderos) hizo un remake bastante despreciable, sobre todo por estar construido para loor y gloria de su protagonista, un siempre demasiado alabado Denzel Washington. Lo único que merece la pena de esta nueva entrega es la presencia de Meryl Streep. Y eso que, comparada con la ambivalencia de la Lansbury en el original, resulta excesivamente obvia.
martes, 7 de diciembre de 2010
110 - LA CONVERSACION (The Conversation). Francis Ford Coppola. USA, 1974.
En ocasiones, las películas se ven sumamente beneficiadas por el momento en el que llegan al público. Cuando se estrenó esta cinta, el caso Watergate estaba en pleno auge y esta trama de un vigilante que se queda enganchado a una información no propia estaba muy cercana a la "casualidad" que había llevado a la caída de Richard Nixon del poder.
Si el director de esta obra fuera otro que Coppola, sería muy fácil acusarla de oportunista. Lo cierto es que, siendo también guionista, el genial creador de los Padrinos no se limita a contar una trama de espionaje casero, sino que muestra también ese lado cotilla que todos tenemos cuando nos encontramos con los trapos sucios de gente ajena a nuestra realidad.
Evidentemente, esta meta no se hubiera logrado si el actor protagonista, también en este caso, fuera otro distinto a Gene Hackman. La creación de ese hombre gris que, de repente, cree poder traspasar la grisura de su existencia al convertirse en controlador de la estrategia que descubre requería de una cantidad interpretativa de matices que, difícilmente, otro actor hubiera logrado.
En el Festival de Cannes dio el campanazo y se fue a casa con la Palma de Oro, así como logró estar nominada a tres Oscars(c), incluyendo el de Mejor Película. Pero no son los premios los que logran que una película envejezca en condiciones.
De hecho, Todos los hombres del presidente (tan sólo dos años más joven que la que ahora nos ocupa), tiene ya otro ritmo, otra perspectiva de contar un argumento similar. Y, sobre todo, cuenta con sentido del humor, que a La conversación le falta y, por ello, tienes que ser muy amante del cine político para imbuirte de lo que sucede en la pantalla.
No me atrevo a afirmar que el aburrimiento está garantizado, ni mucho menos, pero tampoco es difícil que, hoy en día, este título resulte plomizo. Aunque, y esto es lo más común, muchos la sigan defendiendo para demostrar que su conocimiento del Séptimo Arte está por encima de la media. Con lo fáicl que es confesar que algo te ha resultado un coñazo...
Si el director de esta obra fuera otro que Coppola, sería muy fácil acusarla de oportunista. Lo cierto es que, siendo también guionista, el genial creador de los Padrinos no se limita a contar una trama de espionaje casero, sino que muestra también ese lado cotilla que todos tenemos cuando nos encontramos con los trapos sucios de gente ajena a nuestra realidad.
Evidentemente, esta meta no se hubiera logrado si el actor protagonista, también en este caso, fuera otro distinto a Gene Hackman. La creación de ese hombre gris que, de repente, cree poder traspasar la grisura de su existencia al convertirse en controlador de la estrategia que descubre requería de una cantidad interpretativa de matices que, difícilmente, otro actor hubiera logrado.
En el Festival de Cannes dio el campanazo y se fue a casa con la Palma de Oro, así como logró estar nominada a tres Oscars(c), incluyendo el de Mejor Película. Pero no son los premios los que logran que una película envejezca en condiciones.
De hecho, Todos los hombres del presidente (tan sólo dos años más joven que la que ahora nos ocupa), tiene ya otro ritmo, otra perspectiva de contar un argumento similar. Y, sobre todo, cuenta con sentido del humor, que a La conversación le falta y, por ello, tienes que ser muy amante del cine político para imbuirte de lo que sucede en la pantalla.
No me atrevo a afirmar que el aburrimiento está garantizado, ni mucho menos, pero tampoco es difícil que, hoy en día, este título resulte plomizo. Aunque, y esto es lo más común, muchos la sigan defendiendo para demostrar que su conocimiento del Séptimo Arte está por encima de la media. Con lo fáicl que es confesar que algo te ha resultado un coñazo...
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lunes, 6 de diciembre de 2010
109 - UNA HABITACION CON VISTAS (A room with a view). James Ivory. Reino Unido, 1985.
Si tuviéramos que asistir al funeral de esta película (¡Buda no lo quiera!), preciosa, elegante y bonita serían las palabras más repetidas. Y no es para menos, la verdad, porque esta gozada es linda en todos sus extremos.
Para empezar, cuenta con un equipo técnico alucinante. James Ivory (el director más británico de todos los tiempos, pese a haber nacido en los USA); su productor, y pareja en la vida real, Ismail Merchant; la guionista Ruth Prawer Jhabvala, adaptando con maestría la novela de E.M. Forster; la cámara dirigida por Tony Pierce-Roberts; y la diseñadora de vestuario, Jenny Beavan.
Junto a ellos, un reparto de escándalo. Helena Bonham-Carter, en el único papel que no da la impresión de tener halitosis; Julian Sands, más bello y animal que nunca; Daniel Day-Lewis, simplemente bestial; Denholm Elliott, de abuelete que todos nos querríamos llevar a casa; Maggie Smith, con un personaje que provoca tanta lástima como antipatía; y un joven Rupert Graves, tan sensual como siempre.
Juntos hicieron historia porque esta película quedará para siempre en todos los libros que se dediquen a investigar la historia del cine. La contraposición de la gris vida en Londres frente a la pasión por la existencia que despierta la soleada Florencia supone uno de los mejores estudios sobre hasta qué punto el entorno marca por completo el comportamiento del individuo.
Y la estética reinante en cada segundo de su metraje encierra un lenguaje oculto que sólo reconocemos los gays. A través del personaje de Rupert Graves, que da vida al hermano del representando por la Carter, entrevemos una trama de trastienda en la que: se baña desnudo junto al amor de su hermana; se mofa del pretendiente primero de la misma, el personaje de Day-Lewis; lleva a un invitado de su mismo sexo a estar con él en la casa familiar.
Entiendo que esto no es muy aparente en principio, y soy de los que me molestan las incesantes lecturas de todo acto, gesto u obra que pretenden encontrar elementos homosexuales en todo lo que se les cruza.
Pero, por otro lado, es inevitable que los que nos hemos críado viendo imágenes gays siempre en la retaguardia, siempre con dobles sentidos, siempre entendiendo que un personaje cuyo pañuelo huele a perfume es un mariquita como nosotros, sabemos de estas cosas.
Un ejemplo: en la secuencia del baño comunal en la charca del bosque, si eres capaz de verla sin excitarte, eres macho heterosexual. Si se te mueve la culebrilla, mirátelo. En una sauna.
Para empezar, cuenta con un equipo técnico alucinante. James Ivory (el director más británico de todos los tiempos, pese a haber nacido en los USA); su productor, y pareja en la vida real, Ismail Merchant; la guionista Ruth Prawer Jhabvala, adaptando con maestría la novela de E.M. Forster; la cámara dirigida por Tony Pierce-Roberts; y la diseñadora de vestuario, Jenny Beavan.
Junto a ellos, un reparto de escándalo. Helena Bonham-Carter, en el único papel que no da la impresión de tener halitosis; Julian Sands, más bello y animal que nunca; Daniel Day-Lewis, simplemente bestial; Denholm Elliott, de abuelete que todos nos querríamos llevar a casa; Maggie Smith, con un personaje que provoca tanta lástima como antipatía; y un joven Rupert Graves, tan sensual como siempre.
Juntos hicieron historia porque esta película quedará para siempre en todos los libros que se dediquen a investigar la historia del cine. La contraposición de la gris vida en Londres frente a la pasión por la existencia que despierta la soleada Florencia supone uno de los mejores estudios sobre hasta qué punto el entorno marca por completo el comportamiento del individuo.
Y la estética reinante en cada segundo de su metraje encierra un lenguaje oculto que sólo reconocemos los gays. A través del personaje de Rupert Graves, que da vida al hermano del representando por la Carter, entrevemos una trama de trastienda en la que: se baña desnudo junto al amor de su hermana; se mofa del pretendiente primero de la misma, el personaje de Day-Lewis; lleva a un invitado de su mismo sexo a estar con él en la casa familiar.
Entiendo que esto no es muy aparente en principio, y soy de los que me molestan las incesantes lecturas de todo acto, gesto u obra que pretenden encontrar elementos homosexuales en todo lo que se les cruza.
Pero, por otro lado, es inevitable que los que nos hemos críado viendo imágenes gays siempre en la retaguardia, siempre con dobles sentidos, siempre entendiendo que un personaje cuyo pañuelo huele a perfume es un mariquita como nosotros, sabemos de estas cosas.
Un ejemplo: en la secuencia del baño comunal en la charca del bosque, si eres capaz de verla sin excitarte, eres macho heterosexual. Si se te mueve la culebrilla, mirátelo. En una sauna.
sábado, 4 de diciembre de 2010
108 - I KNOW WHERE I'M GOING. Michael Powell/Emeric Pressburger. Reino Unido, 1945.
Mientras que son numerosas las parejas de director/actor (o actriz) que han funcionado en la historia del cine. O incluso de actor/actor (y lo mismo en su versión femenina, alterna donde quieras), en muy pocas ocasiones nos encontramos con dos directores que hayan funcionado tan bien y durante tantas entregas como la formada por Michael Powell y Emeric Pressburger. De hecho, en EL encontramos varias obras más creadas por este par de cineastas.
En la que nos ocupa, partimos de un inicio al más puro estilo Capra, en el que se nos presenta a Joan Webster, una joven muy determinada que, en el momento en que la acción comienza ha decidido casarse con un hombre mucho mayor que ella, pero sumamente rico.
Para llegar a él, necesita hacer escala en la Escocia profunda donde, por motivos de temporales, se verá obligada a permanecer más tiempo del deseado. En este lugar, conocerá a un hombre al que aprenderá a amar (con ayuda de los vecinos del lugar), pese a que no tiene dónde caerse muerto.
Todo está contado en todo de comedia y resulta de lo más encantador. Aunque en este caso no me atrevo a descafalificar por completo la obra (se me ocurren muchas otras comedias que merecerían aparecer en EL), lo cierto es que esta película no hubiese pasado por mis manos de no haber sido por su inclusión en el libro. De hecho, ni siquiera fue estrenada en nuestro país, aunque no contiene ningún elemento censurable para lo que se exigía en la época.
La fotografía en blanco y negro está perfectamente iluminada consiguiendo realzar algunos paisajes de natural hermosura que se crecen en pantalla. La protagonista, Wendy Hiller, logra un retrato perfecto de su ambiciosa Joan. Y los actores/actrices de reparto están todos perfectos. Es de esos ejemplos que te dan ganas de recomendar a todos los directores que se empeñan en dar papelitos en sus películas a padres, tíos, primos, novias, etc.
Para aclarar, el título original termina con un signo de admiración dando mayor relevancia a la seguridad con la que habla la joven principal. Pero en el blog no me dejan incluir dicho signo en el título, lo siento.
Resulta agradable de ver en cualquier momento, pero, por la climatología que reina en toda la cinta, es especialmente gozosa de ver cuando fuera de tu ventana llueve y truena.
En la que nos ocupa, partimos de un inicio al más puro estilo Capra, en el que se nos presenta a Joan Webster, una joven muy determinada que, en el momento en que la acción comienza ha decidido casarse con un hombre mucho mayor que ella, pero sumamente rico.
Para llegar a él, necesita hacer escala en la Escocia profunda donde, por motivos de temporales, se verá obligada a permanecer más tiempo del deseado. En este lugar, conocerá a un hombre al que aprenderá a amar (con ayuda de los vecinos del lugar), pese a que no tiene dónde caerse muerto.
Todo está contado en todo de comedia y resulta de lo más encantador. Aunque en este caso no me atrevo a descafalificar por completo la obra (se me ocurren muchas otras comedias que merecerían aparecer en EL), lo cierto es que esta película no hubiese pasado por mis manos de no haber sido por su inclusión en el libro. De hecho, ni siquiera fue estrenada en nuestro país, aunque no contiene ningún elemento censurable para lo que se exigía en la época.
La fotografía en blanco y negro está perfectamente iluminada consiguiendo realzar algunos paisajes de natural hermosura que se crecen en pantalla. La protagonista, Wendy Hiller, logra un retrato perfecto de su ambiciosa Joan. Y los actores/actrices de reparto están todos perfectos. Es de esos ejemplos que te dan ganas de recomendar a todos los directores que se empeñan en dar papelitos en sus películas a padres, tíos, primos, novias, etc.
Para aclarar, el título original termina con un signo de admiración dando mayor relevancia a la seguridad con la que habla la joven principal. Pero en el blog no me dejan incluir dicho signo en el título, lo siento.
Resulta agradable de ver en cualquier momento, pero, por la climatología que reina en toda la cinta, es especialmente gozosa de ver cuando fuera de tu ventana llueve y truena.
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viernes, 3 de diciembre de 2010
107 - LA JUNGLA DE ASFALTO (The Asphalt Jungle). John Huston. USA, 1950.
Que al irlandés genial le gustaba el lumpen es un dato conocido. Pero que tuviera las narices de retratarlo de forma tan realista es lo que todavía sigue causando admiración. Porque, pese a tener una base literaria en forma de novela, lo que transpira toda esta película es el afán de querer que ganen los normalmente reconocidos como malos.
Y eso se nota desde que comienza la cinta con la presentación del personaje de Dix (Sterling Hayden), el típico gorila del que se sirven los cerebros para que suplan con creces la fuerza física de la que ellos carecen. Desde el momento en que vemos aparecer su cara, indicadora de poca inteligencia, se le ve rodeado del amor que le profesa Doll (una estupenda Jean Hagen a la que cuesta reconocer como la rubia tonta de Cantando bajo la lluvia).
A partir de ese momento, se nos muestra la estructura de poder que rige el submundo en el que se mueven los personajes criminales. Conocemos al típico ricachón de familia que, siendo de su clase, parece no haberse manchado nunca con nada (un soberbio Louis Calhern), ni siquiera con su amante. Este papel lo interpretó, nada menos, que Marilyn Monroe y fue su escopetazo de salida hacia la fama eterna de la que disfruta. Y eso que sale menos de cinco minutos.
Pero el personaje más interesante es el alemán interpretado por Sam Jaffe (fue el único que estuvo nominado para diferentes premios, logrando llevarse alguno a casa). Con la frialdad propia de los nazis más templados que se han mostrado en la gran pantalla, este hombre es el auténtico cerebro de la operación que se nos relata (frente a la acostumbrada imagen de que los yankis siempre son los más en todo). De hecho, que al final le cojan por dejarse seducir con la visión de una adolescente bailando resulta poco creíble.
De la misma manera que es una lástima que, rozando ya su meta, Hayden caiga en puertas del rancho donde hubiese encontrado la paz.
Y es que, pese a todo, la policía tenía que ganar, en la época era obligatorio, pese a la poca ilusión que se le nota al director de que esto fuera así. Sin embargo, no podemos dejar que esta imposición nos evite gozar con este viaje interior al fondo de lo bajuno. Probadlo.
Y eso se nota desde que comienza la cinta con la presentación del personaje de Dix (Sterling Hayden), el típico gorila del que se sirven los cerebros para que suplan con creces la fuerza física de la que ellos carecen. Desde el momento en que vemos aparecer su cara, indicadora de poca inteligencia, se le ve rodeado del amor que le profesa Doll (una estupenda Jean Hagen a la que cuesta reconocer como la rubia tonta de Cantando bajo la lluvia).
A partir de ese momento, se nos muestra la estructura de poder que rige el submundo en el que se mueven los personajes criminales. Conocemos al típico ricachón de familia que, siendo de su clase, parece no haberse manchado nunca con nada (un soberbio Louis Calhern), ni siquiera con su amante. Este papel lo interpretó, nada menos, que Marilyn Monroe y fue su escopetazo de salida hacia la fama eterna de la que disfruta. Y eso que sale menos de cinco minutos.
Pero el personaje más interesante es el alemán interpretado por Sam Jaffe (fue el único que estuvo nominado para diferentes premios, logrando llevarse alguno a casa). Con la frialdad propia de los nazis más templados que se han mostrado en la gran pantalla, este hombre es el auténtico cerebro de la operación que se nos relata (frente a la acostumbrada imagen de que los yankis siempre son los más en todo). De hecho, que al final le cojan por dejarse seducir con la visión de una adolescente bailando resulta poco creíble.
De la misma manera que es una lástima que, rozando ya su meta, Hayden caiga en puertas del rancho donde hubiese encontrado la paz.
Y es que, pese a todo, la policía tenía que ganar, en la época era obligatorio, pese a la poca ilusión que se le nota al director de que esto fuera así. Sin embargo, no podemos dejar que esta imposición nos evite gozar con este viaje interior al fondo de lo bajuno. Probadlo.
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miércoles, 1 de diciembre de 2010
106 - SALO O LOS CIENTO VEINTE DIAS DE SODOMA (Saló o le centoventi giornate di Sodoma). Pier Paolo Pasolini. Italia/Francia, 1975.
Una de las películas más duras de todos los tiempos, esta obra es el testamento fílmico de Pier Paolo Pasolini, un artista polifacético italiano que supo levantar tantos odios como pasiones. De hecho, en su particular filosofía de la vida mezclaba el ser comunista recalcitrante con sus firmes creencias católicas.
Tras la belleza imperante en su celebrada Trilogía de la vida (compuesta por El Decamerón, 1971; Los cuentos de Canterbury, 1972; y Las mil y una noches, 1974), el rodaje de este Saló (nombre sacado de la Repúbica creada por Mussolini durante su dictadura) parece hoy en día un ejercicio catártico con el que limpiar todo su odio contenido contra el mandato del camisa negra.
Basada, muy libremente, en Los 120 días de Sodoma, escrita por el Marqués de Sade, nos encontramos con cuatro personajes fascistas que representan a todos los sectores de poder en los que se basó la citada dictadura derechista (incluyendo el religioso) y que deciden, casi por diversión, raptar a un grupo de jóvenes del pueblo cercano, de ambos sexos, jóvenes y hermosos.
Apoyados por un grupo de soldados sanguinarios, más que dispuestos a satisfacer todas las necesidades de sus mandatarios, los cuatro pervertidos se dedican a humillar hasta límites inhumanos, a los adolescentes hasta un paroxismo final en el que mutilan y matan a todos los miembros de ese, para ellos, rebaño.
La música de fondo es el Carmina Burana, música que Pasolini consideraba fascista, y se escuchan versos de Ezra Pound, el poeta estadounidense que defendía la política de Mussolini.
Las acciones escatológicas logran revolver el estómago del más pintado, las situaciones a las que se ven sometidos los muchachos son espeluznantes y, lo más importante, el director no se sirve de ningún recurso efectista para lograr este resultado. Simplemente, basta tener un par de ojos para que se te revire el alma.
Antes del estreno de esta cinta, Pasolini fue asesinado por ejecutores poco claros (hay quien dice que le mató un chapero, otros afirman que fueron los fascistas quienes lo hicieron). A esto se añade el que este título ha estado prohibido en numerosos países, incluyendo Reino Unido y los Estados Unidos, hasta hace poco tiempo.
Pero quizá el principal temor de esa censura insensata sea el que a través de estas imágenes la gente descubra que sus vías de placer sean otras diversas a las consideradas socialmente aceptable.
Tras la belleza imperante en su celebrada Trilogía de la vida (compuesta por El Decamerón, 1971; Los cuentos de Canterbury, 1972; y Las mil y una noches, 1974), el rodaje de este Saló (nombre sacado de la Repúbica creada por Mussolini durante su dictadura) parece hoy en día un ejercicio catártico con el que limpiar todo su odio contenido contra el mandato del camisa negra.
Basada, muy libremente, en Los 120 días de Sodoma, escrita por el Marqués de Sade, nos encontramos con cuatro personajes fascistas que representan a todos los sectores de poder en los que se basó la citada dictadura derechista (incluyendo el religioso) y que deciden, casi por diversión, raptar a un grupo de jóvenes del pueblo cercano, de ambos sexos, jóvenes y hermosos.
Apoyados por un grupo de soldados sanguinarios, más que dispuestos a satisfacer todas las necesidades de sus mandatarios, los cuatro pervertidos se dedican a humillar hasta límites inhumanos, a los adolescentes hasta un paroxismo final en el que mutilan y matan a todos los miembros de ese, para ellos, rebaño.
La música de fondo es el Carmina Burana, música que Pasolini consideraba fascista, y se escuchan versos de Ezra Pound, el poeta estadounidense que defendía la política de Mussolini.
Las acciones escatológicas logran revolver el estómago del más pintado, las situaciones a las que se ven sometidos los muchachos son espeluznantes y, lo más importante, el director no se sirve de ningún recurso efectista para lograr este resultado. Simplemente, basta tener un par de ojos para que se te revire el alma.
Antes del estreno de esta cinta, Pasolini fue asesinado por ejecutores poco claros (hay quien dice que le mató un chapero, otros afirman que fueron los fascistas quienes lo hicieron). A esto se añade el que este título ha estado prohibido en numerosos países, incluyendo Reino Unido y los Estados Unidos, hasta hace poco tiempo.
Pero quizá el principal temor de esa censura insensata sea el que a través de estas imágenes la gente descubra que sus vías de placer sean otras diversas a las consideradas socialmente aceptable.
105 - PSICOSIS (Psycho). Alfred Hitchcock. USA, 1960.
Uno de los títulos más famosos y más versioneados de la historia del cine, Psicosis tuvo el gran acierto de convertir sus múltiples novedades en cánones clásicos.
Para empezar, fue la primera ocasión, y por mandato directo de Hitchcock, que no se permitía el acceso a las salas después de proyectados los títulos de crédito. Esta medida, que muchos auguraban como funesta, dio su justo valor cuando las filas para comprar entradas daban la vuelta a manzanas enteras.
También por primera vez la protagonista femenina, de hecho, la estrella del film, Janet Leigh, moría antes de haber llegado a la mitad del metraje. Esta idea, también mil veces copiada, ha dado pie a tratamientos similares en Vestida para matar (Brian de Palma, 1980) y, de forma mucho más concisa, en Scream (Wes Craven, 1996).
También fundamental fue la interpretación de Anthony Perkins, quien logró uno de esos personajes que se arrastran para el resto de sus carreras. Su delicadeza sensible fue uno de los distintivos que también han inspirado numerosos malotes de película que salían fuera de los habituales cuasi animales que eran mostrados como asesinos.
Lo que también es digno de estudio minucioso es ese montaje milimétrico que la hace salir del género del terror para convertirla en obra maestra por derecho propio. La tensión que se acumula a lo largo de la acción consigue llegar a las cimas más altas con numerosos casos de gente afectada durante su desarrollo en el momento de su estreno.
Y la secuencia de la ducha es de esas imágenes que han pasado al colectivo universal hasta el punto de que la portada de EL, en mi edición, es un primer plano de la Leigh en pleno grito horrorizado.
Las secuelas que ha tenido esta cinta no merecen la pena ni para ser citadas. Pero el original seguirá siendo un título de referencia para las generaciones venideras.
Para empezar, fue la primera ocasión, y por mandato directo de Hitchcock, que no se permitía el acceso a las salas después de proyectados los títulos de crédito. Esta medida, que muchos auguraban como funesta, dio su justo valor cuando las filas para comprar entradas daban la vuelta a manzanas enteras.
También por primera vez la protagonista femenina, de hecho, la estrella del film, Janet Leigh, moría antes de haber llegado a la mitad del metraje. Esta idea, también mil veces copiada, ha dado pie a tratamientos similares en Vestida para matar (Brian de Palma, 1980) y, de forma mucho más concisa, en Scream (Wes Craven, 1996).
También fundamental fue la interpretación de Anthony Perkins, quien logró uno de esos personajes que se arrastran para el resto de sus carreras. Su delicadeza sensible fue uno de los distintivos que también han inspirado numerosos malotes de película que salían fuera de los habituales cuasi animales que eran mostrados como asesinos.
Lo que también es digno de estudio minucioso es ese montaje milimétrico que la hace salir del género del terror para convertirla en obra maestra por derecho propio. La tensión que se acumula a lo largo de la acción consigue llegar a las cimas más altas con numerosos casos de gente afectada durante su desarrollo en el momento de su estreno.
Y la secuencia de la ducha es de esas imágenes que han pasado al colectivo universal hasta el punto de que la portada de EL, en mi edición, es un primer plano de la Leigh en pleno grito horrorizado.
Las secuelas que ha tenido esta cinta no merecen la pena ni para ser citadas. Pero el original seguirá siendo un título de referencia para las generaciones venideras.
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