Al igual que ocurriera en España cuando Almodóvar empezó a aplicar los parámetros de John Waters a sus películas, Youssef Chahine fue una figura clave para el cine árabe. En sus lecciones, no sólo había visto producciones como El expreso de Shanghai (título que también llegará a este blog), sino que también había disfrutado del neorrealismo italiano.
Con la influencia de ambos, reconstruye la estación central de El Cairo (a la que se refiere, obviamente, el título) y nos ofrece un amplio abanico de personajes habituales en dicho lugar. Él mismo, por ejemplo, da vida a un vendedor enamorado de una de las mujeres que habitan en dicho ambiente, la sensual Hind Rostom (aunque quizá algo demasiado madura para el personaje).
Entre medias, un montón de "compañeros de oficio" nos irán mostrando, sin paliativos, lo mejor y lo peor del género humano, partiendo de un egoísmo cerril propio de los que no tienen nada que perder y, casi cualquier cosa, les resulta una ganancia personal. No hay bien que se haga al otro sin esperar nada a cambio, parece ser el lema vital de todo este círculo.
La decoración es una delicia y, sorprendentemente, muy real como pudé comprobar cuando visité dicha estación en el año 91. Una atmósfera de riesgo y aventura parece latente en ese lugar al que tienes que llegar con varios ojos de más para velar por tus pertenencias, mientras que las sonrisas que te rodean pretenden convencerte de lo contrario.
Por su parte, la curiosidad es que el idioma, el más puro árabe, tiene tanto de mediterráneo, que a ningún espectador le extrañaría que estuviesen hablando en italiano e, incluso, en castellano. Las connotaciones son tan cercanas a nosotros que parece incluso una hermandad de la miseria propia de los países que sufrieron más de cerca los horrores de las guerras del siglo pasado.
Para poder ver esta cinta tuve que acudir a los amabilísimos encargados de la biblio-vídeoteca de la Casa Arabe de Madrid, donde me dejaron disfrutarla de forma gratuíta (una vez más, gracias).
Pero es que, aunque fue un éxito internacional y la apertura del cine árabe al mundo, su contenido la convirtió en repudiada por la censura española, pese al éxito obtenido en el Festival de Berlín, donde estuvo nominada para el Oso de Oro.
Sinceramente, en esta ocasión, estoy plenamente de acuerdo en que esta película habría que verla antes de morir.
domingo, 27 de febrero de 2011
sábado, 26 de febrero de 2011
134 - CABARET. Bob Fosse. USA, 1972.
El origen de esta historia es una novela del escritor gay Christopher Isherwood y destaco su sexualidad porque siempre fue una referencia importante en su obra. Su título es Adiós a Berlín y de ella salió una obra teatral, I am a camera, que a su vez también fue llevada al cine, homónimamente y dirigida por Henry Cornelius en 1955.
De dicho libreto surgió el musical que, en 1972, llevó el genio de Bob Fosse a la gran pantalla para convertirlo en uno de los títulos inevitables en la historia del cine. Fosse, que había comenzado su carrera como actor y coreógrafo logró desarrollar, a lo largo de su carrera, el estilo de baile más personal y elegante que se conocía desde Isadora Duncan. Hay una serie de gestos, movimientos y posiciones que son, simplemente, reconocibles como suyos.
El reparto debía estar cuidado al máximo y así fue que nos encontramos a Michael York dando vida al personaje inspirado en el propio escritor y que, en el momento de conocer a la protagonista, es totalmente gay. La rica niña judía, encarnada a la perfección por la bellísima Marisa Berenson. El maestro de ceremonias, cuyo rostro encierra todas las perversiones, es un Joel Grey en estado de gracia. Y, por supuesto, la simpar Liza Minelli en el mejor trabajo de toda su carrera y creando una Sally Bowles que reúne todo el compendio de energía emocional que la convierte en única.
Ella se sentirá atraída por su compañero de pensión, el joven escritor homosexual que, hasta iniciar su affair con ella, confiesa no haber tenido ninguna experiencia con el sexo femenino. Aprovechando el ambiente festivo que precedió a la II Guerra Mundial en Berlín, conocerán a un aristócrata que les adopta como compañeros de juerga y que terminará enrrollado con los dos.
Todo esto, salpicado de maravillosas canciones que siguen en el recuerdo de todos. La propia Cabaret es una gozada, pero también se alzan con fuerza propia Maybe this time, Two ladies, Money, Money, Money y el himno nazi que sobrecoge por ser un tema cantado por una maravillosa voz masculina y que, realmente, parece dar mensaje de esperanza, Tomorrow belongs to me.
Quizá lo más curioso de este trabajo es que provoca lo que ningún otro relacionado con el tema nazi: te dan ganas de vivirlo, de viajar con la máquina del tiempo y presentarte en aquel Berlín del que nunca querríamos despedirnos.
La Academia de Hollywood le concedió 8 Oscars(c) y, aunque no se llevó Mejor Película a casa, sí que Fosse le arrebató el premio de las manos a Coppola, que estaba nominado por El Padrino. También fueron para los cabareteros los premios a Mejor Actriz y Mejor Actriz de Reparto, de forma muy merecida. Pero lo cierto es que cuando un film es muy grande, los galardones son sólo un adorno para la obra maestra.
De dicho libreto surgió el musical que, en 1972, llevó el genio de Bob Fosse a la gran pantalla para convertirlo en uno de los títulos inevitables en la historia del cine. Fosse, que había comenzado su carrera como actor y coreógrafo logró desarrollar, a lo largo de su carrera, el estilo de baile más personal y elegante que se conocía desde Isadora Duncan. Hay una serie de gestos, movimientos y posiciones que son, simplemente, reconocibles como suyos.
El reparto debía estar cuidado al máximo y así fue que nos encontramos a Michael York dando vida al personaje inspirado en el propio escritor y que, en el momento de conocer a la protagonista, es totalmente gay. La rica niña judía, encarnada a la perfección por la bellísima Marisa Berenson. El maestro de ceremonias, cuyo rostro encierra todas las perversiones, es un Joel Grey en estado de gracia. Y, por supuesto, la simpar Liza Minelli en el mejor trabajo de toda su carrera y creando una Sally Bowles que reúne todo el compendio de energía emocional que la convierte en única.
Ella se sentirá atraída por su compañero de pensión, el joven escritor homosexual que, hasta iniciar su affair con ella, confiesa no haber tenido ninguna experiencia con el sexo femenino. Aprovechando el ambiente festivo que precedió a la II Guerra Mundial en Berlín, conocerán a un aristócrata que les adopta como compañeros de juerga y que terminará enrrollado con los dos.
Todo esto, salpicado de maravillosas canciones que siguen en el recuerdo de todos. La propia Cabaret es una gozada, pero también se alzan con fuerza propia Maybe this time, Two ladies, Money, Money, Money y el himno nazi que sobrecoge por ser un tema cantado por una maravillosa voz masculina y que, realmente, parece dar mensaje de esperanza, Tomorrow belongs to me.
Quizá lo más curioso de este trabajo es que provoca lo que ningún otro relacionado con el tema nazi: te dan ganas de vivirlo, de viajar con la máquina del tiempo y presentarte en aquel Berlín del que nunca querríamos despedirnos.
La Academia de Hollywood le concedió 8 Oscars(c) y, aunque no se llevó Mejor Película a casa, sí que Fosse le arrebató el premio de las manos a Coppola, que estaba nominado por El Padrino. También fueron para los cabareteros los premios a Mejor Actriz y Mejor Actriz de Reparto, de forma muy merecida. Pero lo cierto es que cuando un film es muy grande, los galardones son sólo un adorno para la obra maestra.
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viernes, 25 de febrero de 2011
133 - EL JARDIN DE LOS FINZI-CONTINI (Il Giardino dei Finzi-Contini). Vittorio de Sica. Italia/República Federal de Alemania, 1970.
Vittorio de Sica, el considerado padre del neorrealismo italiano con su obra maestra Ladrón de bicicletas (entrada 59 de este blog), llevaba años retirado del cine cuando cayó en sus manos la novela de Giorgio Bassani que ha dado título a esta película.
Aunque el tema en apariencia son las vicisitudes por las que pasa una familia judía frente el régimen del dictador fascista Benito Mussolini, lo cierto es que la historia que mejor refleja toda la filosofía de la decadencia.
Con tonos apagados, y con bellezas tan deslumbrantes como la de Helmut Berger y Dominique Sanda, de Sica nos lleva a través de unos parajes, cubiertos por vallas, en los que los personajes se muestran libremente como son, sin necesidades de artificio.
Pero es un mundo privado, cerrado y ceñido a unos patrones de status que lo convierten en irreal. Tanto que, mientras fuera de sus barreras los camisas negras van imponiendo su nociva dictadura, dentro del jardín se juega al tenis. Y al amor, en sus vertientes hétero y homo. Los privilegiados habitantes de ese reino mágico juegan a que, mientras se mantengan dentro, lo de fuera no les afectará.
Efectivamente se equivocan y me lleva a replantearme el término "película de iniciación", normalmente referido a la pérdida de la virginidad y de la inocencia. Los protagonistas de esta cinta son, en realidad, una panda de niños que ni siquiera imaginan que su dolce-far-niente pueda estar en peligro, se creen por encima del bien y del mal. Y la realidad de finales de los años 30 les sacó de su ensueño de golpe y porrazo.
Frente al realismo de su cine inicial, de Sica se permite pegarse con este trabajo un banquete estético, con planos dotados del más puro sentido de lo bucólico y con una bruma que envuelve el ambiente, de polvo dorado, que nos lo muestra como puramente mágico.
Su atrevida apuesta tuvo la respuesta internacional adecuada: Oso de Oro en Berlín a la Mejor Película y nominación al Guión Adaptado en los Oscars(c). Pero no le hacía falta, me le imagino perfectamente gozando de esta su obra con el placer que siente un padre ante su hijo favorito.
Aunque el tema en apariencia son las vicisitudes por las que pasa una familia judía frente el régimen del dictador fascista Benito Mussolini, lo cierto es que la historia que mejor refleja toda la filosofía de la decadencia.
Con tonos apagados, y con bellezas tan deslumbrantes como la de Helmut Berger y Dominique Sanda, de Sica nos lleva a través de unos parajes, cubiertos por vallas, en los que los personajes se muestran libremente como son, sin necesidades de artificio.
Pero es un mundo privado, cerrado y ceñido a unos patrones de status que lo convierten en irreal. Tanto que, mientras fuera de sus barreras los camisas negras van imponiendo su nociva dictadura, dentro del jardín se juega al tenis. Y al amor, en sus vertientes hétero y homo. Los privilegiados habitantes de ese reino mágico juegan a que, mientras se mantengan dentro, lo de fuera no les afectará.
Efectivamente se equivocan y me lleva a replantearme el término "película de iniciación", normalmente referido a la pérdida de la virginidad y de la inocencia. Los protagonistas de esta cinta son, en realidad, una panda de niños que ni siquiera imaginan que su dolce-far-niente pueda estar en peligro, se creen por encima del bien y del mal. Y la realidad de finales de los años 30 les sacó de su ensueño de golpe y porrazo.
Frente al realismo de su cine inicial, de Sica se permite pegarse con este trabajo un banquete estético, con planos dotados del más puro sentido de lo bucólico y con una bruma que envuelve el ambiente, de polvo dorado, que nos lo muestra como puramente mágico.
Su atrevida apuesta tuvo la respuesta internacional adecuada: Oso de Oro en Berlín a la Mejor Película y nominación al Guión Adaptado en los Oscars(c). Pero no le hacía falta, me le imagino perfectamente gozando de esta su obra con el placer que siente un padre ante su hijo favorito.
domingo, 20 de febrero de 2011
132 - LA PRINCESA PROMETIDA (The Princess Bride). Rob Reiner. USA, 1987.
El cuento por excelencia que encandiló a niños, jóvenes y adultos en la segunda mitad de los 80 del siglo pasado sigue manteniendo una vitalidad y frescura que muchas súperproducciones, con afán de permanencia, le envidian.
La base del mismo es el libro de William Goldman y, pese a que el propio autor es el responsable del guión, lo cierto es que resulta imposible mantener el encanto y desparpajo que el libro despliega de forma constante. De hecho, hay un juego dentro de la novela según el cual, si escribes una carta a una dirección de New York, te remiten a tu casa una circular con un apéndice de la historia. Hacedlo.
Pese a estas carencias, el contenido sigue siendo delicioso. Principalmente porque Rob Reiner, el conductor de todo esto, se encontró en estado de gracia a la hora de poner en pie esta historia.
El reparto es excepcional. Para Robin Wright (hoy en día con el apellido Penn añadido a su nombre) debutaba con esta historia, tras su trayectoria como modelo, dando vida a la hermosa campesina con posibilidades de pasar a ser princesa. El dueño de su corazón es un bellísimo Cary Elwes, recién salido de su pequeño papel en Otro país (Marek Kanievska, 1984), otro título injustamente fuera de EL.
Junto a esta pareja protagonista, toda una colección de secundarios de lujo: Peter Falk como el abuelo que le lee el libro a Fred Savage (el niño de la querida serie Aquellos maravillosos años); Mandy Patinkin como el hidalgo español que busca vengar a su padre; Wallace Shawn como un maleante de medio pelo que confía demasiado en su inteligencia; André the Giant, una estrella del wrestling, como un enorme bruto con alma de poeta; Chris Sarandon como el malvado príncipe apoyado por un despreciable Christopher Guest; y, aunque apenas por un par de secuencias, unos metamorfoseados Billy Crystal y Carol Kane como una anciana pareja de hechiceros.
Las aventuras a las que dan vida todos ellos, y pese a que los efectos especiales del momento distaban mucho de lograr la autenticidad que se consigue desde que nos ha invadido el mundo ordenador, nos envuelven, nos atrapan y nos hacen gozar indefiniblemente con cada visionado de la película. Además, otro gran logro son los golpes de humor, como la aparición del personaje llamado El Impresionante Clérigo, al que da vida estupendamente Peter Cook.
Definitivamente, si alguien quiere verse rodeado de gente que se sume al disfrute de una sesión casera de cine, ésta es una apuesta segura. Todos queremos saber qué le va a pasar a Buttercup y a su amado Westley.
La base del mismo es el libro de William Goldman y, pese a que el propio autor es el responsable del guión, lo cierto es que resulta imposible mantener el encanto y desparpajo que el libro despliega de forma constante. De hecho, hay un juego dentro de la novela según el cual, si escribes una carta a una dirección de New York, te remiten a tu casa una circular con un apéndice de la historia. Hacedlo.
Pese a estas carencias, el contenido sigue siendo delicioso. Principalmente porque Rob Reiner, el conductor de todo esto, se encontró en estado de gracia a la hora de poner en pie esta historia.
El reparto es excepcional. Para Robin Wright (hoy en día con el apellido Penn añadido a su nombre) debutaba con esta historia, tras su trayectoria como modelo, dando vida a la hermosa campesina con posibilidades de pasar a ser princesa. El dueño de su corazón es un bellísimo Cary Elwes, recién salido de su pequeño papel en Otro país (Marek Kanievska, 1984), otro título injustamente fuera de EL.
Junto a esta pareja protagonista, toda una colección de secundarios de lujo: Peter Falk como el abuelo que le lee el libro a Fred Savage (el niño de la querida serie Aquellos maravillosos años); Mandy Patinkin como el hidalgo español que busca vengar a su padre; Wallace Shawn como un maleante de medio pelo que confía demasiado en su inteligencia; André the Giant, una estrella del wrestling, como un enorme bruto con alma de poeta; Chris Sarandon como el malvado príncipe apoyado por un despreciable Christopher Guest; y, aunque apenas por un par de secuencias, unos metamorfoseados Billy Crystal y Carol Kane como una anciana pareja de hechiceros.
Las aventuras a las que dan vida todos ellos, y pese a que los efectos especiales del momento distaban mucho de lograr la autenticidad que se consigue desde que nos ha invadido el mundo ordenador, nos envuelven, nos atrapan y nos hacen gozar indefiniblemente con cada visionado de la película. Además, otro gran logro son los golpes de humor, como la aparición del personaje llamado El Impresionante Clérigo, al que da vida estupendamente Peter Cook.
Definitivamente, si alguien quiere verse rodeado de gente que se sume al disfrute de una sesión casera de cine, ésta es una apuesta segura. Todos queremos saber qué le va a pasar a Buttercup y a su amado Westley.
sábado, 19 de febrero de 2011
131 - OLIMPIADA. PARTES 1 Y 2 (Olympia. Teils 1 und 2). Leni Riefenstahl. Alemania, 1938.
Para empezar, aclarar que, para no sobrecargar el título, no he incluido los títulos de cada una de las partes de las que consta esta obra: la primera, El festival de los pueblos; la segunda, El festival de la belleza.
Hoy en día, y teniendo en cuenta que el recuerdo de la infamia nazi es desagradable para todos, cuesta ver esta película sin arrugar el morro y estar tentado de dejar de verla. No en vano, todo el rodaje fue patrocinado por el partido de Hitler y no dejamos de asistir a un metraje de propaganda que nos lo hace repugnante.
Pero, si conseguimos dejar a un lado nuestros más que justificados prejuicios, nos encontramos con una gozada cinematográfica. De hecho, posiblemente este título sea el ejercicio filmado más intenso y logrado sobre el deporte en el cine.
Tomando como escenario los juegos olímpicos de Berlín de 1936 (no olvidemos que los nacionalsocialistas habían llegado al poder por la vía democrática), nos encontramos con una narración en la que se magnifica y glorifica la perfección física de los atletas.
Nunca un cineasta había dedicado tanta atención, y detalle, a unos cuerpos que vemos perfectamente delineados en su musculatura, en su movimiento y, sobre todo, en su gracia. La belleza que se reparte casi en cada plano de este metraje sólo se ha encontrado posteriormente en la fotografía de Robert Mapplethorpe.
Los medios con los que contó la directora fueron también grandiosos, como ya disfrutara en El triunfo de la voluntad (entrada en este blog número 102). Cámaras por doquier, entramados de albañilería, posicionamiento de los operarios con libre albedrío dieron fruto a 250 horas de metraje que supusieron dos años de post-producción para llegar a este resultado.
Dicen en EL que hoy en día sería imposible reproducir este esfuerzo con los mismos materiales. Y estoy completamente de acuerdo. Pero también es verdad que con los avances tecnológicos que nos siguen llegando a cada momento, la labor no sería tan ardua.
Lo que quizá faltase sería ese sentido de la poesía que la directora pro-fascista supo imprimir a un metraje que te atrapa en una vorágine de belleza que deja sin aliento. Aunque su raíz se encuentre en unos ideales que dan miedo y repugnancia.
Hoy en día, y teniendo en cuenta que el recuerdo de la infamia nazi es desagradable para todos, cuesta ver esta película sin arrugar el morro y estar tentado de dejar de verla. No en vano, todo el rodaje fue patrocinado por el partido de Hitler y no dejamos de asistir a un metraje de propaganda que nos lo hace repugnante.
Pero, si conseguimos dejar a un lado nuestros más que justificados prejuicios, nos encontramos con una gozada cinematográfica. De hecho, posiblemente este título sea el ejercicio filmado más intenso y logrado sobre el deporte en el cine.
Tomando como escenario los juegos olímpicos de Berlín de 1936 (no olvidemos que los nacionalsocialistas habían llegado al poder por la vía democrática), nos encontramos con una narración en la que se magnifica y glorifica la perfección física de los atletas.
Nunca un cineasta había dedicado tanta atención, y detalle, a unos cuerpos que vemos perfectamente delineados en su musculatura, en su movimiento y, sobre todo, en su gracia. La belleza que se reparte casi en cada plano de este metraje sólo se ha encontrado posteriormente en la fotografía de Robert Mapplethorpe.
Los medios con los que contó la directora fueron también grandiosos, como ya disfrutara en El triunfo de la voluntad (entrada en este blog número 102). Cámaras por doquier, entramados de albañilería, posicionamiento de los operarios con libre albedrío dieron fruto a 250 horas de metraje que supusieron dos años de post-producción para llegar a este resultado.
Dicen en EL que hoy en día sería imposible reproducir este esfuerzo con los mismos materiales. Y estoy completamente de acuerdo. Pero también es verdad que con los avances tecnológicos que nos siguen llegando a cada momento, la labor no sería tan ardua.
Lo que quizá faltase sería ese sentido de la poesía que la directora pro-fascista supo imprimir a un metraje que te atrapa en una vorágine de belleza que deja sin aliento. Aunque su raíz se encuentre en unos ideales que dan miedo y repugnancia.
domingo, 13 de febrero de 2011
130 - AMOR SIN BARRERAS (West Side Story). Jerome Robbins/Robert Wise. USA, 1961.
Otra ocasión en la que la terrible traducción con la que se estrenó la película (Amor sin barreras) ha quedado en un merecido olvido dado que todo el mundo habla de West Side Story, sin más. De hecho, en EL no aparece ni reflejada semejante traducción.
En todo caso, esta adaptación ha sido piedra angular para que la historia más romántica del mundo, el Romeo y Julieta, del gran bardo Shakespeare, se mantega hoy en día en el número 1 de historias de amor.
Trasladada al West Side de Nueva York, citado en el título, las familias rivales veronesas se ven convertidas en estos dos bandos: los hijos de irlandeses e italianos, que ya llevan tiempo instalados en Manhattan; y los jóvenes portorriqueños que quieren encontrar su lugar en la Gran Manzana.
Una introducción musical de varios minutos sobre un dibujado skyline neoyorquino, en la que se nos presentan porciones de los distintos temas que conforman la magistral partitura que Leonard Bernstein y Stephen Sondheim habían compuesto para los escenarios, da paso directamente al primer enfrentamiento coreografiado entre los Jets (blancos) y los Sharks (latinos).
A partir de ese momento, el espectador queda entregado a las aventuras que se van sucediendo en pantalla y que combinan a la perfección las secuencias de baile dirigidas por Jerome Robbins, con los momentos de acción normal, rodados bajo el calculador ojo de Robert Wise. El resultado, una gozada absoluta.
Porque, normalmente, un musical que se precie puede contar con uno, dos o, con suerte, tres temas de los que se quedan en la memoria colectiva. En esta obra, no se logra encontrar ninguna canción que, aparte de ser tatareada por todos los que te rodean en cualquier situación si te da por cantarla, no cuente hoy en día con una gran variedad de versiones.
Las interpretaciones secundarias se meriendan a las protagonistas y es normal. Richard Beymer, Romeo, resulta tan blando que no enciende ninguna llama de pasión. Por su parte, la otras veces estupenda Natalie Wood, por más arena del desierto que la esparzan por la cara, no parece haber visto Puerto Rico ni en postal.
Pero encuentran un perfecto contrapeso en Russ Tamblyn, quien luce de nuevo impresionantes dotes de baile junto a un gran nivel interpretativo. Y, sobre todo, en George Chakiris y Rita Moreno, la enamorada y apasionada pareja familia de Julieta, quienes se alzaron aquel año con los Oscars(c) a los Mejores Actor y Actriz de Reparto por esta labor.
Pero no se quedó ahí la cosa, ya que fueron un total de 10 estatuillas las que barrieron para casa aquella noche los responsables del título. Y es que, efectivamente, el montaje teatral había sido traducido perfectamente a obra de cine. Así, lograron el premio a la Mejor Película y, por primera vez en la historia de estos premios, un Mejor Director compartido para Wise y Robbins.
La historia de amor de los dos jóvenes sigue siendo llevada a la pantalla por directores tan dispares como Franco Zeffirelli (Romeo y Julieta, 1968), Abel Ferrara (China Girl, 1987) o Baz Luhrman (Romeo y Julieta, de William Shakespeare, 1996) y cada una tiene su encanto.
Pero no cabe duda de que una parte de este romance universal sigue estando en el lado oeste de una isla sin par.
En todo caso, esta adaptación ha sido piedra angular para que la historia más romántica del mundo, el Romeo y Julieta, del gran bardo Shakespeare, se mantega hoy en día en el número 1 de historias de amor.
Trasladada al West Side de Nueva York, citado en el título, las familias rivales veronesas se ven convertidas en estos dos bandos: los hijos de irlandeses e italianos, que ya llevan tiempo instalados en Manhattan; y los jóvenes portorriqueños que quieren encontrar su lugar en la Gran Manzana.
Una introducción musical de varios minutos sobre un dibujado skyline neoyorquino, en la que se nos presentan porciones de los distintos temas que conforman la magistral partitura que Leonard Bernstein y Stephen Sondheim habían compuesto para los escenarios, da paso directamente al primer enfrentamiento coreografiado entre los Jets (blancos) y los Sharks (latinos).
A partir de ese momento, el espectador queda entregado a las aventuras que se van sucediendo en pantalla y que combinan a la perfección las secuencias de baile dirigidas por Jerome Robbins, con los momentos de acción normal, rodados bajo el calculador ojo de Robert Wise. El resultado, una gozada absoluta.
Porque, normalmente, un musical que se precie puede contar con uno, dos o, con suerte, tres temas de los que se quedan en la memoria colectiva. En esta obra, no se logra encontrar ninguna canción que, aparte de ser tatareada por todos los que te rodean en cualquier situación si te da por cantarla, no cuente hoy en día con una gran variedad de versiones.
Las interpretaciones secundarias se meriendan a las protagonistas y es normal. Richard Beymer, Romeo, resulta tan blando que no enciende ninguna llama de pasión. Por su parte, la otras veces estupenda Natalie Wood, por más arena del desierto que la esparzan por la cara, no parece haber visto Puerto Rico ni en postal.
Pero encuentran un perfecto contrapeso en Russ Tamblyn, quien luce de nuevo impresionantes dotes de baile junto a un gran nivel interpretativo. Y, sobre todo, en George Chakiris y Rita Moreno, la enamorada y apasionada pareja familia de Julieta, quienes se alzaron aquel año con los Oscars(c) a los Mejores Actor y Actriz de Reparto por esta labor.
Pero no se quedó ahí la cosa, ya que fueron un total de 10 estatuillas las que barrieron para casa aquella noche los responsables del título. Y es que, efectivamente, el montaje teatral había sido traducido perfectamente a obra de cine. Así, lograron el premio a la Mejor Película y, por primera vez en la historia de estos premios, un Mejor Director compartido para Wise y Robbins.
La historia de amor de los dos jóvenes sigue siendo llevada a la pantalla por directores tan dispares como Franco Zeffirelli (Romeo y Julieta, 1968), Abel Ferrara (China Girl, 1987) o Baz Luhrman (Romeo y Julieta, de William Shakespeare, 1996) y cada una tiene su encanto.
Pero no cabe duda de que una parte de este romance universal sigue estando en el lado oeste de una isla sin par.
sábado, 12 de febrero de 2011
129 - LA JETÉE. Chris Marker. Francia, 1962.
Aunque en ocasiones me quejo de que determinadas películas aparezcan contenidas en EL, lo cierto es que también debo agradecerle el haberme descubiertos ciertas joyas como ésta. Un cortometraje construído a base de foto-fija, pero con unos segundos de movimiento.
Con ese inicio, lo más lógico es pensar que se trata de un truñeque sin más. Lo cierto, en cambio, es que es una maravilla que despierta el interés desde el momento en que se aprende que es la base de la que partió Terry Gilliam para su fascinante Doce monos (USA, 1995).
Una voz de narrador es la encargada de hacer cobrar sentido a las imágenes que nos ofrece el inmóvil metraje. A través de esa narración vamos descubriendo todos los parámetros que en su momento utilizara Gilliam para lograr su obra.
Recuerdos narrados desde la infancia, la inquietante presencia de una mujer y un aeropuerto como decorado natural van creando una atmósfera que te va envolviendo y te lleva hasta un final que, sobre todo, invita a ponerte a continuación la cinta de 1995.
Chris Marker fue un revolucionario en lo audiovisual que ha ido ganando aprecio y reconocimiento con el paso de los años. Eso sí, en su momento disfrutó de una larga carrera (Sans soleil es un largometraje que también llegará a este blog) y de un renombre enmarcado, inevitablemente, a la creativa década de los 60.
Imprescindible si eres fan de los directores que han apostado por las nuevas vías.
Con ese inicio, lo más lógico es pensar que se trata de un truñeque sin más. Lo cierto, en cambio, es que es una maravilla que despierta el interés desde el momento en que se aprende que es la base de la que partió Terry Gilliam para su fascinante Doce monos (USA, 1995).
Una voz de narrador es la encargada de hacer cobrar sentido a las imágenes que nos ofrece el inmóvil metraje. A través de esa narración vamos descubriendo todos los parámetros que en su momento utilizara Gilliam para lograr su obra.
Recuerdos narrados desde la infancia, la inquietante presencia de una mujer y un aeropuerto como decorado natural van creando una atmósfera que te va envolviendo y te lleva hasta un final que, sobre todo, invita a ponerte a continuación la cinta de 1995.
Chris Marker fue un revolucionario en lo audiovisual que ha ido ganando aprecio y reconocimiento con el paso de los años. Eso sí, en su momento disfrutó de una larga carrera (Sans soleil es un largometraje que también llegará a este blog) y de un renombre enmarcado, inevitablemente, a la creativa década de los 60.
Imprescindible si eres fan de los directores que han apostado por las nuevas vías.
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lunes, 7 de febrero de 2011
128 - UN TRANVIA LLAMADO DESEO (A Streetcar Named Desire). Elia Kazan. USA, 1951.
Aunque es una de las películas más teatrales rodadas nunca, esta obra permanecerá siempre en la memoria de los cinéfilos gracias, sobre todo, a una calidad de interpretaciones difíciles de olvidar, como afirman también en EL. De hecho, siempre he pensado que esta cinta debería ser de estudio obligatorio para tod@s aquell@s que estudian para convertirse en intérpretes.
Resulta curiosa la elección de los actores, sin embargo. Kim Hunter y Karl Malden, ganadores ambos de los Oscars(c) a los Mejores Actores de Reparto de aquel año, eran habituales en el Actor's Studio, la mítica escuela de interpretación creada por el director de esta cinta, Elia Kazan.
Este también escogió de entre sus pupilos a Marlon Brando, quien daría tal tour de force con su desgarrado Stanley que pasaría directamente a engrosar el firmamento de estrellas del momento. Y no es para menos, su carnalidad, sexual y sin miramientos, es de las que te traspasa la piel y se te queda dentro para siempre. Fue el único en no recoger estatuílla dorada, pero tampoco le hacía falta.
Lo llamativo es que la encargada de dar vida al personaje de Blanche du Bois (el personaje más goloso para todas esas actrices que rondan los cuarenta), pese a haber sido interpretado en Broadway con éxito por Jessica Tandy, recayó en Vivien Leigh. La inolvidable Scarlett O'Hara rizaría el rizo con esta delicia y de dos trabajos rodados en Hollywood lograría el Oscar(c) a la Mejor Actriz por ambos trabajos.
Cuando visitas New Orleans, puedes intentar encontrar el patio en el que se desarrolla la mayor parte de la acción, pero será un intento vano. El astuto autor de la obra de la que parte este proyecto, el genial Tennessee Williams, da en el texto una dirección que hoy en día corresponde a una casa sin ningún interés per se, mientras que la dirección real era la que correspondía a su domicilio particular.
En todo caso, la versión rodada sufriría mutilaciones por parte de la censura (todas las referencias a la homosexualidad del primer marido de Blanche; su práctica de la prostitución), pero el material restante es más que suficiente para que a uno se le erice el vello. Sobre todo cuando está recitado por tanto talento actoral.
A lo largo de los años han sido numerosas las versiones que se han representado de este texto maravilloso, pero nunca, ninguna, ha logrado acercarse a lo que Kazan consiguió captar en este metraje. Nunca, nadie.
Hay una frase de esta obra que ha pasado a la posteridad, aunque cuenta con diferentes versiones en su traducción. La más fiel es "siempre he dependido de la amabilidad de los extraños", aunque quizá no la más bonita. Prefiero la versión en la que Blanche afirma "siempre he confiado", me parece más positiva.
Inolvidable e irrepetible.
Resulta curiosa la elección de los actores, sin embargo. Kim Hunter y Karl Malden, ganadores ambos de los Oscars(c) a los Mejores Actores de Reparto de aquel año, eran habituales en el Actor's Studio, la mítica escuela de interpretación creada por el director de esta cinta, Elia Kazan.
Este también escogió de entre sus pupilos a Marlon Brando, quien daría tal tour de force con su desgarrado Stanley que pasaría directamente a engrosar el firmamento de estrellas del momento. Y no es para menos, su carnalidad, sexual y sin miramientos, es de las que te traspasa la piel y se te queda dentro para siempre. Fue el único en no recoger estatuílla dorada, pero tampoco le hacía falta.
Lo llamativo es que la encargada de dar vida al personaje de Blanche du Bois (el personaje más goloso para todas esas actrices que rondan los cuarenta), pese a haber sido interpretado en Broadway con éxito por Jessica Tandy, recayó en Vivien Leigh. La inolvidable Scarlett O'Hara rizaría el rizo con esta delicia y de dos trabajos rodados en Hollywood lograría el Oscar(c) a la Mejor Actriz por ambos trabajos.
Cuando visitas New Orleans, puedes intentar encontrar el patio en el que se desarrolla la mayor parte de la acción, pero será un intento vano. El astuto autor de la obra de la que parte este proyecto, el genial Tennessee Williams, da en el texto una dirección que hoy en día corresponde a una casa sin ningún interés per se, mientras que la dirección real era la que correspondía a su domicilio particular.
En todo caso, la versión rodada sufriría mutilaciones por parte de la censura (todas las referencias a la homosexualidad del primer marido de Blanche; su práctica de la prostitución), pero el material restante es más que suficiente para que a uno se le erice el vello. Sobre todo cuando está recitado por tanto talento actoral.
A lo largo de los años han sido numerosas las versiones que se han representado de este texto maravilloso, pero nunca, ninguna, ha logrado acercarse a lo que Kazan consiguió captar en este metraje. Nunca, nadie.
Hay una frase de esta obra que ha pasado a la posteridad, aunque cuenta con diferentes versiones en su traducción. La más fiel es "siempre he dependido de la amabilidad de los extraños", aunque quizá no la más bonita. Prefiero la versión en la que Blanche afirma "siempre he confiado", me parece más positiva.
Inolvidable e irrepetible.
domingo, 6 de febrero de 2011
127 - EL ESPEJO (Zerkalo). Andrei Tarkovski. URSS, 1975.
La más personal de todas las películas del genial realizador de la antigua Rusia es un retrato onírico de su propia infancia. Como tal, se nos presenta en forma de sueño que alterna imágenes y momentos de diferentes épocas, sin ningún amago de transición, jugando con el espectador de forma sorprendente.
De entrada, a los españoles nos llama la atención que partes de la cinta estén habladas en español, por personajes de los que huyeron del maldito Franco para crear sus vidas en aquellas tierras comunistas. Incluso hay música flamenca bailada.
Pero el origen de todo esto viene del abandono que el padre del director infligió a madre e hijo cuando éste era sólo un niño. Una ausencia que el director cubre en esta película con la narración de sus propios poemas de Arseni Tarkovski, su padre. De esta forma, le convierte en una especie de fantasma que tiene su presencia pero desde la distancia y más con forma de eco, que de persona física.
Son muchos los elementos que pueden llevar a la confusión: Margarita Terekhova es la actriz que da vida tanto a la madre como a la esposa; entre las imágenes documentales de soldados en acción aparece dinero flotando sobre el agua; paisajes preciosos de niños disfrutando de la nieve.
La banda sonora, en la que se dan la mano compositores clásicos como Bach o Purcell, aporta también su grano de arena en esta narrativa. Triste e inquietante, dulce o agresiva, son los perfectos ingredientes para preparar el ánimo emocional ante lo que se está narrando.
También tiene la facultad de combinar el color con el blanco y negro, dando como resultado una grisura o viveza que se entiende como la calidad de los recuerdos del cineasta. De cómo se marcan en nuestra mente aquellos instantes, incluso los que pueden parecer más nimios, para convertirse de esa manera en cargas mentales que rara vez dejamos aflorar.
Tarkovski tuvo en su mano, y lo aprovechó al máximo, el crear un túnel espacio-temporal para trasladarnos a esos universos paralelos de los que tanto se habla, pero que tan pocos logran retratar.
Pero ten cuidado porque, a veces, no nos gusta lo que vemos al otro lado del Espejo. Hay que ser tan valiente como este artista para cruzarlo. Entra en él bajo tu propia responsabilidad.
De entrada, a los españoles nos llama la atención que partes de la cinta estén habladas en español, por personajes de los que huyeron del maldito Franco para crear sus vidas en aquellas tierras comunistas. Incluso hay música flamenca bailada.
Pero el origen de todo esto viene del abandono que el padre del director infligió a madre e hijo cuando éste era sólo un niño. Una ausencia que el director cubre en esta película con la narración de sus propios poemas de Arseni Tarkovski, su padre. De esta forma, le convierte en una especie de fantasma que tiene su presencia pero desde la distancia y más con forma de eco, que de persona física.
Son muchos los elementos que pueden llevar a la confusión: Margarita Terekhova es la actriz que da vida tanto a la madre como a la esposa; entre las imágenes documentales de soldados en acción aparece dinero flotando sobre el agua; paisajes preciosos de niños disfrutando de la nieve.
La banda sonora, en la que se dan la mano compositores clásicos como Bach o Purcell, aporta también su grano de arena en esta narrativa. Triste e inquietante, dulce o agresiva, son los perfectos ingredientes para preparar el ánimo emocional ante lo que se está narrando.
También tiene la facultad de combinar el color con el blanco y negro, dando como resultado una grisura o viveza que se entiende como la calidad de los recuerdos del cineasta. De cómo se marcan en nuestra mente aquellos instantes, incluso los que pueden parecer más nimios, para convertirse de esa manera en cargas mentales que rara vez dejamos aflorar.
Tarkovski tuvo en su mano, y lo aprovechó al máximo, el crear un túnel espacio-temporal para trasladarnos a esos universos paralelos de los que tanto se habla, pero que tan pocos logran retratar.
Pero ten cuidado porque, a veces, no nos gusta lo que vemos al otro lado del Espejo. Hay que ser tan valiente como este artista para cruzarlo. Entra en él bajo tu propia responsabilidad.
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sábado, 5 de febrero de 2011
126 - MI IDAHO PRIVADO (My Own Private Idaho). Gus van Sant. USA, 1991.
Si se tuviera que elegir una película que contenga todos los elementos que definen al cine independiente en su estado más puro, este título sería un clarísimo ejemplo de ello.
En EL, cuenta con uno de los comentarios más largos, pero insuficiente. Por ejemplo, no se cuenta que fue la cinta que obligó a los espectadores a tomar a Keanu Reeves como un actor serio, mientras que confirmaba el inmenso talento con el que contaba el fiestero River Phoenix.
Ambos dan vida a dos chaperos bajunos que viven en un edificio abandonado junto a una pandilla de otros adolescentes que se buscan la vida como pueden por las calles de Portland. El personaje de Reeves, descubrimos pronto, no es más que un niño pijo que, despechado contra su padre, sólo busca la forma más radical de humillarle. El segundo, ese Phoenix al que da ganas de abrazar y proteger desde el principio, es un narcoléptico que mantiene entre sus ataques de sueño el recuerdo de una madre, intuimos que prostituta, que le abandonó de pequeño. Por este papel, el actor fue premiado en numerosos eventos, incluyendo el Festival de Venecia. Sin embargo, todavía no estaba de moda en los Oscars(c) valorar este tipo de trabajos y ni siquiera estuvo nominado, un error de peso vista su muerte prematura.
La cinta está plagada de momentos brillantes: el Phoenix vestido de marinero mientras limpia la casa de un cliente con el aspecto más repugnante y pervertido que se ha visto en el cine; un trío sexual en foto-fija de ambos protagonistas con el siempre inquietante Udo Kier; la caída de una casa desde el cielo hasta que se estrella en el suelo.
Y, sobre todo, la bella secuencia en la que el abandonado y narcoléptico chaval le declara su amor a un Reeves que, incapaz de declarar su falta de sentimientos, le deja claro que él sólo se lo hace con hombres por dinero, mientras le pasa el brazo por los hombros.
El guión combina, con verdadera maestría, el más puro lenguaje de la calle con todos esos diálogos originales de Shakespeare que se pueden encontrar en otra gozada de película, Campanadas a medianoche (Orson Welles, 1965) que también llegará a este blog.
También es un logro magistral el trabajo de fotografía en el que el uso de la luz se combina con diferentes formatos y usos para atraparnos más que lo que logran películas más convencionales. Gozoso.
Al final, el pijo recupera el afecto y apoyo de su importante padre cuando vuelve de Italia, donde acompaña a su amigo a buscar a la madre de éste, con una novia, mujer real, que logra aplacar los ánimos de su progenitor.
Sin embargo, el corazón se nos queda con ese joven al que hemos visto cómo roban hasta las zapatillas en uno de sus ataques de sueño. Y se nos queda encogido pensando que, en cualquier momento, cualquier desalmado le quitará la vida mientras es incapaz de defenderse.
River Phoenix moriría tan sólo dos años más tarde, pero, para muchos, siempre nos quedará en la memoria este personaje que, más que follable, nos conquista por lo vulnerable.
En EL, cuenta con uno de los comentarios más largos, pero insuficiente. Por ejemplo, no se cuenta que fue la cinta que obligó a los espectadores a tomar a Keanu Reeves como un actor serio, mientras que confirmaba el inmenso talento con el que contaba el fiestero River Phoenix.
Ambos dan vida a dos chaperos bajunos que viven en un edificio abandonado junto a una pandilla de otros adolescentes que se buscan la vida como pueden por las calles de Portland. El personaje de Reeves, descubrimos pronto, no es más que un niño pijo que, despechado contra su padre, sólo busca la forma más radical de humillarle. El segundo, ese Phoenix al que da ganas de abrazar y proteger desde el principio, es un narcoléptico que mantiene entre sus ataques de sueño el recuerdo de una madre, intuimos que prostituta, que le abandonó de pequeño. Por este papel, el actor fue premiado en numerosos eventos, incluyendo el Festival de Venecia. Sin embargo, todavía no estaba de moda en los Oscars(c) valorar este tipo de trabajos y ni siquiera estuvo nominado, un error de peso vista su muerte prematura.
La cinta está plagada de momentos brillantes: el Phoenix vestido de marinero mientras limpia la casa de un cliente con el aspecto más repugnante y pervertido que se ha visto en el cine; un trío sexual en foto-fija de ambos protagonistas con el siempre inquietante Udo Kier; la caída de una casa desde el cielo hasta que se estrella en el suelo.
Y, sobre todo, la bella secuencia en la que el abandonado y narcoléptico chaval le declara su amor a un Reeves que, incapaz de declarar su falta de sentimientos, le deja claro que él sólo se lo hace con hombres por dinero, mientras le pasa el brazo por los hombros.
El guión combina, con verdadera maestría, el más puro lenguaje de la calle con todos esos diálogos originales de Shakespeare que se pueden encontrar en otra gozada de película, Campanadas a medianoche (Orson Welles, 1965) que también llegará a este blog.
También es un logro magistral el trabajo de fotografía en el que el uso de la luz se combina con diferentes formatos y usos para atraparnos más que lo que logran películas más convencionales. Gozoso.
Al final, el pijo recupera el afecto y apoyo de su importante padre cuando vuelve de Italia, donde acompaña a su amigo a buscar a la madre de éste, con una novia, mujer real, que logra aplacar los ánimos de su progenitor.
Sin embargo, el corazón se nos queda con ese joven al que hemos visto cómo roban hasta las zapatillas en uno de sus ataques de sueño. Y se nos queda encogido pensando que, en cualquier momento, cualquier desalmado le quitará la vida mientras es incapaz de defenderse.
River Phoenix moriría tan sólo dos años más tarde, pero, para muchos, siempre nos quedará en la memoria este personaje que, más que follable, nos conquista por lo vulnerable.
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