Tomando como base la obra musical escrita por Richard O'Brien (el mismo que da vida en esta cinta a Riff Raff), este proyecto partía como un mero disparate y los productores no tenían nada claro cuál iba a ser el resultado.
Dos factores jugaban a su favor. El primero, no sólo era una comedia muy divertida, sino que su libertad sexual fue muy bien recibida por todos los públicos. En segundo lugar, el glam comenzaba a dar sus primeros pasos y esta obra se convirtió, rápidamente, en película de culto, un término que también estaba en sus inicios como nueva definición.
Los elementos de los que se compone parecen difíciles de encajar: un narrador de vieja escuela nos va dando paso a lo que sucede en pantalla; una pareja con problemas en la carretera se va a refugiar en casa de una versión drag-queen del famoso Doctor Frankenstein y ambos caen rendidos a sus encantos en la cama; los personajes que se encuentran en la casa están entre lo freaky y lo moderno; por último, resulta que todos son marcianos.
Aparte del magnífico guión, la principal razón de que este Rocky esté ya inscrito en fuego en la historia del cine se encuentra en el inmejorable reparto. Tim Curry exuda sexualidad por cada una de sus lentejuelas; Meat Loaf está perfecto como su más puro opuesto; Barry Bostwick, con su aspecto de pollito recién salido del nido no puede estar mejor con su aspecto de simplón (y con lo bien que luce en calzoncillos, todo hay que decirlo); Peter Hinwood, el modelo reconvertido en la nueva versión del monstruo, cumple también con el lucimiento de su cuerpazo y con su cara de no haber tenido una idea jamás en la vida.
Mención aparte merece la siempe divina Susan Sarandon. Aparte de bordar su papel de Janet, y cantar estupendamente en él, en los extras del DVD afirma que "pese a todas las películas que he hecho, al final se me recordará por éste. Esta película es la que pasará a la posteridad".
Las canciones son estupendas y van de las baladas más puras al más innovador gay rock (nombre con el que se conoció al glam a su llegada a España). Y "Time Warp" se mantiene como una especie de himno para todos los seguidores de dicho movimiento.
Pero también es cierto que la genialidad de combinar la proyección de la película con la actuación en directo, sobre el escenario, de lo mismo que sucede en pantalla, pero con una serie de coletillas que se gritan a la pantalla, ha sido un elemento fundamental para el status del que goza. Hasta el punto de que existe un cine en Munich que lleva ofreciendo este espectáculo desde el estreno de la cinta y cuenta con una reproducción decorada del David de Miguel Angel dentro de la sala. En la película Fama (Alan Parker, 1980) podemos ver como dos de los protagonistas acuden a una de estas representaciones, rodeados de público vestidos como alguno de los personajes, una práctica habitual en ellas. Y, no hace mucho, todos los viernes se podía gozar con este espectáculo en la sala Ya'sta, de Madrid.
Así que, si todavía no lo has hecho, sigue el consejo de otro de los temas de este musical y "Don't dream it, be it".
lunes, 31 de enero de 2011
domingo, 30 de enero de 2011
124 - BRILLANTINA. Grease. Randal Kleiser. USA, 1978.
Lo primero es aclarar que aunque hoy en día nadie lo recuerda en su momento, efectivamente, se tradujo el título de la película como Brillantina. De hecho, el que todo el mundo hablara de ella como Grease y nadie como se la había traducido supuso que los distribuidores se empezaran a plantear presentar las películas con su título original, sin más.
Lo segundo, los que vivimos su momento, sabemos lo importante que fue esta película en nuestra adolescencia. La revista Súper Pop comenzaba su andadura y, con cada número, te llevabas una serie de pegatinas con tus ídolos. Y sí, las de esta cinta adornaban mi carpeta del cole.
Además, por aquellos tiempos teníamos un matrimonio de vecinos, español él, estadounidense ella. Y lo que nos contó la yankee cuando la vieron fue que la historia reflejaba perfectamente lo que era la vida en los institutos de su país.
España todavía coleaba con los restos dejados por la nefasta dictadura franquista y este título recibió la categoría de "para mayores de 18 años". Por suerte, en el pueblo de Fuencarral existía el cine Alameda, donde nos dejaban entrar a los de 13 años a ver programas dobles fuera de nuestro alcance. Nunca olvidaré que vimos esta gozada junto a Galáctica. Tampoco que, a la salida, íbamos toda la pandilla felices y cantando las canciones de la banda sonora. Y sí, lo confieso, mi nombre en clave para el grupo era Danny.
Sirva esta larga introducción para dejar claro que, por supuesto, esta joya forma parte de mi vida, aunque sólo sea por el hecho de haberla visto más de 30 veces. Y es que es una gozada total.
Más que eso, es el perfecto cuento de hadas para jóvenes con inicio de bozo. Las pandillas de chicas y de chicos eran moneda corriente en nuestros centros de estudios. Y las relaciones entre un lado y otro, también. Por eso, los chicos estaban locos por la Newton-John, mientras que las chicas desfallecían por el atractivo Travolta.
Junto a ellos, la maravillosa Stockard Channing haciendo de Rizzo, la liberada muchacha que "llegaba hasta el final" cuando se enrollaba con los chicos, aunque no hubiera condón por medio. Lo que menos nos importaba a ninguno era que los actores que daban vida a los personajes de nuestros sueños tuvieran una edad superior a los 30, en muchos de los casos.
Todos queríamos vivir esas aventuras, pasar esas historias y encontrar esas amistades y esas parejas que parecían hacerte subir el glamour hasta límites insospechados.
Con el tiempo he llegado a conocer bastante el trabajo de Eve Arden, una secundaria maravillosa que en esta obra está estupenda como directora del instituto. En su carrera solía interpretar papeles de mujer dura y cínica, características que asoman también en este trabajo.
¿Qué decir de las canciones? ¿Quién puede evitar el menearse donde le pille cuando suenan los primeros compases de "Grease lightning"? ¿Quién no ha cantado con ganas "You're the one that I want"? Pero mi favorita, en todo caso, es "There are worse things I could do" de la voz de la Channing.
He dedicado un rato a intentar encontrarle alguna falta a la cinta por aquello de ejercer la parte más habitual de la crítica, poner verde lo que sea. Y seguro que los podría encontrar, pero no pienso dañar el principal efecto que tiene esta delicia sobre mí: cada vez que la veo, mis ojos vuelven a ser los de ese niño de trece años con ganas de conocer el mundo.
En la entrada de Cantando bajo la lluvia, defendía a esta como el mejor musical de la historia del cine. Pues que quede constancia de que Grease la sigue muy, muy de cerca. Pocas veces una película provoca tanta alegría y da tan buen rollo como ella.
Altamente recomendable para estos tiempos difíciles.
Lo segundo, los que vivimos su momento, sabemos lo importante que fue esta película en nuestra adolescencia. La revista Súper Pop comenzaba su andadura y, con cada número, te llevabas una serie de pegatinas con tus ídolos. Y sí, las de esta cinta adornaban mi carpeta del cole.
Además, por aquellos tiempos teníamos un matrimonio de vecinos, español él, estadounidense ella. Y lo que nos contó la yankee cuando la vieron fue que la historia reflejaba perfectamente lo que era la vida en los institutos de su país.
España todavía coleaba con los restos dejados por la nefasta dictadura franquista y este título recibió la categoría de "para mayores de 18 años". Por suerte, en el pueblo de Fuencarral existía el cine Alameda, donde nos dejaban entrar a los de 13 años a ver programas dobles fuera de nuestro alcance. Nunca olvidaré que vimos esta gozada junto a Galáctica. Tampoco que, a la salida, íbamos toda la pandilla felices y cantando las canciones de la banda sonora. Y sí, lo confieso, mi nombre en clave para el grupo era Danny.
Sirva esta larga introducción para dejar claro que, por supuesto, esta joya forma parte de mi vida, aunque sólo sea por el hecho de haberla visto más de 30 veces. Y es que es una gozada total.
Más que eso, es el perfecto cuento de hadas para jóvenes con inicio de bozo. Las pandillas de chicas y de chicos eran moneda corriente en nuestros centros de estudios. Y las relaciones entre un lado y otro, también. Por eso, los chicos estaban locos por la Newton-John, mientras que las chicas desfallecían por el atractivo Travolta.
Junto a ellos, la maravillosa Stockard Channing haciendo de Rizzo, la liberada muchacha que "llegaba hasta el final" cuando se enrollaba con los chicos, aunque no hubiera condón por medio. Lo que menos nos importaba a ninguno era que los actores que daban vida a los personajes de nuestros sueños tuvieran una edad superior a los 30, en muchos de los casos.
Todos queríamos vivir esas aventuras, pasar esas historias y encontrar esas amistades y esas parejas que parecían hacerte subir el glamour hasta límites insospechados.
Con el tiempo he llegado a conocer bastante el trabajo de Eve Arden, una secundaria maravillosa que en esta obra está estupenda como directora del instituto. En su carrera solía interpretar papeles de mujer dura y cínica, características que asoman también en este trabajo.
¿Qué decir de las canciones? ¿Quién puede evitar el menearse donde le pille cuando suenan los primeros compases de "Grease lightning"? ¿Quién no ha cantado con ganas "You're the one that I want"? Pero mi favorita, en todo caso, es "There are worse things I could do" de la voz de la Channing.
He dedicado un rato a intentar encontrarle alguna falta a la cinta por aquello de ejercer la parte más habitual de la crítica, poner verde lo que sea. Y seguro que los podría encontrar, pero no pienso dañar el principal efecto que tiene esta delicia sobre mí: cada vez que la veo, mis ojos vuelven a ser los de ese niño de trece años con ganas de conocer el mundo.
En la entrada de Cantando bajo la lluvia, defendía a esta como el mejor musical de la historia del cine. Pues que quede constancia de que Grease la sigue muy, muy de cerca. Pocas veces una película provoca tanta alegría y da tan buen rollo como ella.
Altamente recomendable para estos tiempos difíciles.
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martes, 25 de enero de 2011
123 - HAPPINESS. Todd Solondz. USA, 1998.
Vi esta película casi por casualidad. Yo había acudido al pase de prensa de The house of Yes (otra joyita independiente) y Happiness la pasaban a continuación. Tras chequear con la oficina que no había nada urgente, decidí quedarme y, por primera vez en mi historia como cinéfago, me vi venerando al director subiendo y alzando los brazos cual musulmán practicante.
El motivo era, y es, sencillo de comprender e, incluso, de compartir. Nunca en mi vida había visto, ni he vuelto a ver, una construcción artística con tal sentido del ritmo. De hecho, se logran cotas tan altas que, por momentos, piensas que a partir de ahí la historia hará aguas. Mentira. Sube, sube, sube y, al fin, remata de maravilla.
Sin pretenderlo, o eso creo, Solondz nos ofrece el retrato más completo y pormenorizado de todos los fantasmas que habitan en la sociedad actual. Desde el pazguato más deprimido, a la foca más reprimida (por favor, que nadie tenga en cuenta los sexos utilizados).
La vida familiar se ve tan claramente mostrada que todavía no conozco a nadie que haya visto esta película sin haberse sentido identificado con uno o varios momentos. También por suerte, nunca nadie me ha confesado haber vivido un momento tan sencillamente magistral como la conversación del padre que le cuenta al hijo lo que le gusta de los niños de 10 años. Sencillamente brutal.
El acierto del guión es totalmente de Solondz, pero también el haber trabajado con un reparto impecable (de hecho, algún premio recibieron por su labor conjunta) entre los que destacan: un Ben Gazzara a modo de peculiar pater familias; una exitosa y perturbada Lara Flynn Boyle; un pajillero telefónico con forma de Philip Seymour Hoffman; una Jane Adams que no puede ser más pringada, la pobre; y, sobre todo, el impagable Dylan Baker como el pederasta enfermo que abusa de los compañeros de clase de su hijo.
Una cumbre de la historia del cine (no sólo del independiente) que te ronda la cabeza durante bastante tiempo después de su visionado.
Para dejaros, os invito a resolver un enigma: ¿cómo se puede terminar una película mostrando semen de perro y que ésta no pertenezca al género pornográfico? La respuesta, en Happiness.
El motivo era, y es, sencillo de comprender e, incluso, de compartir. Nunca en mi vida había visto, ni he vuelto a ver, una construcción artística con tal sentido del ritmo. De hecho, se logran cotas tan altas que, por momentos, piensas que a partir de ahí la historia hará aguas. Mentira. Sube, sube, sube y, al fin, remata de maravilla.
Sin pretenderlo, o eso creo, Solondz nos ofrece el retrato más completo y pormenorizado de todos los fantasmas que habitan en la sociedad actual. Desde el pazguato más deprimido, a la foca más reprimida (por favor, que nadie tenga en cuenta los sexos utilizados).
La vida familiar se ve tan claramente mostrada que todavía no conozco a nadie que haya visto esta película sin haberse sentido identificado con uno o varios momentos. También por suerte, nunca nadie me ha confesado haber vivido un momento tan sencillamente magistral como la conversación del padre que le cuenta al hijo lo que le gusta de los niños de 10 años. Sencillamente brutal.
El acierto del guión es totalmente de Solondz, pero también el haber trabajado con un reparto impecable (de hecho, algún premio recibieron por su labor conjunta) entre los que destacan: un Ben Gazzara a modo de peculiar pater familias; una exitosa y perturbada Lara Flynn Boyle; un pajillero telefónico con forma de Philip Seymour Hoffman; una Jane Adams que no puede ser más pringada, la pobre; y, sobre todo, el impagable Dylan Baker como el pederasta enfermo que abusa de los compañeros de clase de su hijo.
Una cumbre de la historia del cine (no sólo del independiente) que te ronda la cabeza durante bastante tiempo después de su visionado.
Para dejaros, os invito a resolver un enigma: ¿cómo se puede terminar una película mostrando semen de perro y que ésta no pertenezca al género pornográfico? La respuesta, en Happiness.
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miércoles, 19 de enero de 2011
122 - TABU (Gohatto). Nagisa Oshima. Japón/Francia/Reino Unido, 1999.
Aunque la destacan en EL como película de interés por el tratamiento de la homosexualidad entre samurais durante el periodo Shogun del país del sol naciente, en realidad esta película es de visionado obligado por diferentes motivos.
Para empezar, parte de un par de novelas, nunca traducidas a nuestro idioma, sobre las relaciones entre hombres en el ámbito de los "cuarteles" en los que convivían y se entrenaban este tipo de guerreros. Por su origen literario, hay una voz en off que nos va poniendo en situación de lo que va sucediendo. De esta forma, se llenan muchos huecos de información que se hubieran quedado vacíos de no contar con este recurso.
Para el casting, el más afortunado logro es el de haber encontrado a Ryuhei Matsuda, una extraña belleza masculina que, dependiendo del ángulo (y del maquillaje), puede mostrar rasgos casi más femeninos que de hombre. Además, su expresión de mirada directa incluye también bastantes posibilidades de esconder al demonio que, al final, se supone que le domina.
Pero es verdad que también los secundarios están estupendos, incluyendo a Kitano "Beat" Takeshi, uno de los cineastas más interesantes del panorama actual internacional. Actor, director y atrevido a cubrir otras disciplinas cinematográficas, su labor de observador-narrador en esta historia logra, a través de su interpretación, una cantidad de matices muy de agradecer por lo que enriquecen la trama.
Para Oshima, cuyo El imperio de los sentidos (1976) también encontraremos en este blog, el tema del amor/sexo entre hombres no era nuevo. En 1983 había adaptado la novela de Laurens Van der Post, Feliz navidad, Mr. Lawrence. En ella, nos hablaba de la irresistible atracción que un oficial japonés siente por uno de sus prisioneros durante la II Guerra Mundial. Aunque el magnetismo entre Riuychi Sakamoto y David Bowie (encargados de dar vida a dichos personajes) era masticable, no se llegaba a mostrar nada parecido a una relación carnal. Un casto beso enmarcaba toda esa tensión sexual.
Aquí, sin embargo, llega más allá y, evitando la desnudez de la que se hacía gala en el imperio sensual, sí vemos como el protagonista es penetrado por detrás por uno de sus numerosos pretendientes. Todo un paso adelante.
Llama la atención que, tanto en esta obra como en las navidades de Lawrence, el hombre que inspira el amor homosexual tiene un tratamiento de demonio, de espíritu maligno que invade el ánimo de los amantes. Pero también es verdad que durante todo el metraje, el tratamiento que recibe el protagonista es el de femme fatale, el de ese ser frío y calculador que no tiene problema con los deseos que despierta siempre que pueda utilizarlos en su favor.
Por eso, esta gozada que cuenta de nuevo con banda sonora de Sakamoto (además de interpretar, también escribió la maravillosa partitura de Mr. Lawrence), otra corona de laurel para el compositor nipón, es de visionado imprescindible.
Porque el deseo, cuando se consigue retratarlo de forma certera y directa, traspasa los límites de lo convencional para dejar a cualquier espectador con ganas de gozar. Y mucho.
Para empezar, parte de un par de novelas, nunca traducidas a nuestro idioma, sobre las relaciones entre hombres en el ámbito de los "cuarteles" en los que convivían y se entrenaban este tipo de guerreros. Por su origen literario, hay una voz en off que nos va poniendo en situación de lo que va sucediendo. De esta forma, se llenan muchos huecos de información que se hubieran quedado vacíos de no contar con este recurso.
Para el casting, el más afortunado logro es el de haber encontrado a Ryuhei Matsuda, una extraña belleza masculina que, dependiendo del ángulo (y del maquillaje), puede mostrar rasgos casi más femeninos que de hombre. Además, su expresión de mirada directa incluye también bastantes posibilidades de esconder al demonio que, al final, se supone que le domina.
Pero es verdad que también los secundarios están estupendos, incluyendo a Kitano "Beat" Takeshi, uno de los cineastas más interesantes del panorama actual internacional. Actor, director y atrevido a cubrir otras disciplinas cinematográficas, su labor de observador-narrador en esta historia logra, a través de su interpretación, una cantidad de matices muy de agradecer por lo que enriquecen la trama.
Para Oshima, cuyo El imperio de los sentidos (1976) también encontraremos en este blog, el tema del amor/sexo entre hombres no era nuevo. En 1983 había adaptado la novela de Laurens Van der Post, Feliz navidad, Mr. Lawrence. En ella, nos hablaba de la irresistible atracción que un oficial japonés siente por uno de sus prisioneros durante la II Guerra Mundial. Aunque el magnetismo entre Riuychi Sakamoto y David Bowie (encargados de dar vida a dichos personajes) era masticable, no se llegaba a mostrar nada parecido a una relación carnal. Un casto beso enmarcaba toda esa tensión sexual.
Aquí, sin embargo, llega más allá y, evitando la desnudez de la que se hacía gala en el imperio sensual, sí vemos como el protagonista es penetrado por detrás por uno de sus numerosos pretendientes. Todo un paso adelante.
Llama la atención que, tanto en esta obra como en las navidades de Lawrence, el hombre que inspira el amor homosexual tiene un tratamiento de demonio, de espíritu maligno que invade el ánimo de los amantes. Pero también es verdad que durante todo el metraje, el tratamiento que recibe el protagonista es el de femme fatale, el de ese ser frío y calculador que no tiene problema con los deseos que despierta siempre que pueda utilizarlos en su favor.
Por eso, esta gozada que cuenta de nuevo con banda sonora de Sakamoto (además de interpretar, también escribió la maravillosa partitura de Mr. Lawrence), otra corona de laurel para el compositor nipón, es de visionado imprescindible.
Porque el deseo, cuando se consigue retratarlo de forma certera y directa, traspasa los límites de lo convencional para dejar a cualquier espectador con ganas de gozar. Y mucho.
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domingo, 16 de enero de 2011
121 - PEKING OPERA BLUES (Do ma daan). Tsui Hark. Hong Kong, 1986.
Uno de los alicientes cuando te planteas ver todas las películas incluidas en EL es el encontrarlas. Aunque la mayoría son títulos que se pueden lograr fácilmente, en varios casos, como éste, lograrlos es toda una odisea. De hecho, y a un precio alto, logré por fin comprar esta película en su edición alemana, la cual permite ver la versión original con subtítulos en inglés. Tras andar meses detrás de ella, la emoción como espectador era grande.
Tanto como la tremenda decepción cuando me encuentro con una mamonada de película que no entiendo quién ha sido el bonito de cara que la ha elegido como título imprescindible. Los valores que parecen destacarla son su capacidad de lograr entretenimiento.
Esta entrada me gustaría dedicársela directamente al "cerebrito" que habla de ella en EL y recomendarle que se dé una vuelta por las películas de Mariano Ozores que, además de ser anteriores, consiguen mejor los logros por los que se celebra este peñazo de Peking Opera Blues.
El trío protagonista es de juzgado de guardia, tres petardas insufribles que construyen sus personajes a base de gritos molestos y miradas de estreñimiento supremo. Los actores que las acompañan se mueven por los mismos baremos. Y las situaciones en sí, son de no creerlas. Hay una secuencia en la que cuatro se esconden en la cama de una enferma que hace daño en el alma.
Podréis decir, ¿y de qué va? Pues la respuesta es que eso es lo de menos, porque es todo de una estupidez tan grande que sólo quieres que se los carguen a todos cuanto antes.
O quizá no, quizá lo que duele es sospechar que esa misma secuencia, si hubiera contado con la interpretación de nombres como Manuel Alexandre, Gracita Morales o Saza, se convertiría en un momento delirante.
No me quiero extender más. Por si no ha quedado claro, esta entrada se la debía haber llevado El liguero mágico (1980), que tiene mucha más chispa.
Tanto como la tremenda decepción cuando me encuentro con una mamonada de película que no entiendo quién ha sido el bonito de cara que la ha elegido como título imprescindible. Los valores que parecen destacarla son su capacidad de lograr entretenimiento.
Esta entrada me gustaría dedicársela directamente al "cerebrito" que habla de ella en EL y recomendarle que se dé una vuelta por las películas de Mariano Ozores que, además de ser anteriores, consiguen mejor los logros por los que se celebra este peñazo de Peking Opera Blues.
El trío protagonista es de juzgado de guardia, tres petardas insufribles que construyen sus personajes a base de gritos molestos y miradas de estreñimiento supremo. Los actores que las acompañan se mueven por los mismos baremos. Y las situaciones en sí, son de no creerlas. Hay una secuencia en la que cuatro se esconden en la cama de una enferma que hace daño en el alma.
Podréis decir, ¿y de qué va? Pues la respuesta es que eso es lo de menos, porque es todo de una estupidez tan grande que sólo quieres que se los carguen a todos cuanto antes.
O quizá no, quizá lo que duele es sospechar que esa misma secuencia, si hubiera contado con la interpretación de nombres como Manuel Alexandre, Gracita Morales o Saza, se convertiría en un momento delirante.
No me quiero extender más. Por si no ha quedado claro, esta entrada se la debía haber llevado El liguero mágico (1980), que tiene mucha más chispa.
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viernes, 14 de enero de 2011
120 - EL FANTASMA Y LA SRA. MUIR (The Ghost and Mrs. Muir). Joseph L. Mankiewicz. USA, 1947.
Al principio, cuando uno ve este título incluido en EL, la reacción es de "vale, es mona, pero tampoco para tanto". Sin embargo, tras volver a disfrutar de esta delicia, se le encuentran motivos por todos lados para que ocupe un lugar entre los placeres que hay que disfrutar en esta vida.
En primer lugar, es una de las cintas con mayor encanto de la historia. Y hablo de encanto refiriéndome al charm inglés, ese concepto en el que lo canalla se mezcla con lo simpático, como ese tío soltero, borrachín, que pese a su deslenguada conversación logra hechizar a todas las señoras de la concurrencia.
Y ese punto tiene esta película en la que, pese a moverse en los estrechos ámbitos victorianos de lo moral, se salpimenta con una serie de situaciones no muy recatadas. Desde el principio, esa joven viuda que, saltándose lo prescrito, decide vivir por su cuenta con su criada y su hijo, salta lo convecional al aceptar sin mayor incomodo cuánto le gusta la idea de vivir en una casa encantada. Más cuando, al acostarse la primera noche, oye un piropo sobre su cuerpo procedente del espíritu que comparte con ella el cuarto.
En el año de su producción, el maldito código Hays estaba en plena boga y los cineastas veían pisoteadas sus vidas privadas en nombre de una cruzada contra el demonio comunista. De alguna manera, este periodo cuenta con paralelismos en el cine español en cuanto a las argucias de las que se servían guionistas y creadores para incluir en la película mucha más información de la que se podía encontrar en el papel del libreto.
La belleza de Gene Tierney, mujer que aparecerá más veces por este blog, se había utilizado ya de diversas formas, pero nunca antes, y nunca después, volvería a aparecer con la picaresca que muestra en esta cinta. En perfecta alianza con el marinero-fantasma al que da vida Rex Harrison, la combinación de ambos ingenios dan algunos de los momentos más dulcemente picantes del cine. También excelente está George Sanders como el seductor, casado y sin corazón, que la lleva a entregarse carnalmente fuera del lazo del matrimonio. Pero todo esto queda como un mal sin importancia cuando a tu lado tienes a un lobo de mar que se pirra por ti.
Mankiewicz, una vez más, demuestra que el terreno de la dirección era su campo de juegos favorito y la banda sonora de Bernard Hermann, también otra vez, se convierte en el perfecto envoltorio de esta historia atemporal.
De cara a los Oscars(c), tan sólo Charles Lang, con su excelente fotografía en blanco y negro, llegó a estar nominado. Pero, cuando una obra es maestra, no hay premios que la afecten en su status. Ni para arriba ni para abajo.
En primer lugar, es una de las cintas con mayor encanto de la historia. Y hablo de encanto refiriéndome al charm inglés, ese concepto en el que lo canalla se mezcla con lo simpático, como ese tío soltero, borrachín, que pese a su deslenguada conversación logra hechizar a todas las señoras de la concurrencia.
Y ese punto tiene esta película en la que, pese a moverse en los estrechos ámbitos victorianos de lo moral, se salpimenta con una serie de situaciones no muy recatadas. Desde el principio, esa joven viuda que, saltándose lo prescrito, decide vivir por su cuenta con su criada y su hijo, salta lo convecional al aceptar sin mayor incomodo cuánto le gusta la idea de vivir en una casa encantada. Más cuando, al acostarse la primera noche, oye un piropo sobre su cuerpo procedente del espíritu que comparte con ella el cuarto.
En el año de su producción, el maldito código Hays estaba en plena boga y los cineastas veían pisoteadas sus vidas privadas en nombre de una cruzada contra el demonio comunista. De alguna manera, este periodo cuenta con paralelismos en el cine español en cuanto a las argucias de las que se servían guionistas y creadores para incluir en la película mucha más información de la que se podía encontrar en el papel del libreto.
La belleza de Gene Tierney, mujer que aparecerá más veces por este blog, se había utilizado ya de diversas formas, pero nunca antes, y nunca después, volvería a aparecer con la picaresca que muestra en esta cinta. En perfecta alianza con el marinero-fantasma al que da vida Rex Harrison, la combinación de ambos ingenios dan algunos de los momentos más dulcemente picantes del cine. También excelente está George Sanders como el seductor, casado y sin corazón, que la lleva a entregarse carnalmente fuera del lazo del matrimonio. Pero todo esto queda como un mal sin importancia cuando a tu lado tienes a un lobo de mar que se pirra por ti.
Mankiewicz, una vez más, demuestra que el terreno de la dirección era su campo de juegos favorito y la banda sonora de Bernard Hermann, también otra vez, se convierte en el perfecto envoltorio de esta historia atemporal.
De cara a los Oscars(c), tan sólo Charles Lang, con su excelente fotografía en blanco y negro, llegó a estar nominado. Pero, cuando una obra es maestra, no hay premios que la afecten en su status. Ni para arriba ni para abajo.
jueves, 6 de enero de 2011
119 - LA VENGANZA DE UN ACTOR (Yukinojô henge). Kon Ichikawa. Japón, 1963.
Con los tiempos que corren, en los que tantas venganzas se te ocurren contra los que te deben dinero por trabajos ya realizados, viene a huevo esta película tan curiosa como atractiva. Varios elementos confirman esta afirmación.
En primer lugar, el actor protagonista es Kazuo Hasegawa, un icono en la historia del cine japonés y que, con este proyecto, cumplía su aparición número 300 en la gran pantalla. Se dice pronto, ya no hay actor de cine que pudiera igualar este récord.
Para celebrar el evento, se elige hacer un remake de una película ya protagonizada por el propio Hasegawa 28 años antes, cuando el actor contaba tan sólo con 27 años de edad. Además, es un papel doble en el que tiene que dar vida a un Onnagata (los actores que daban vida a mujeres en el teatro kabuki) y a un ladrón que va cogiendo afinidad al vengativo protagonista.
Los productores no debían estar muy seguros de la idea porque eligieron como director a Kon Ichikawa, un cineasta hundiéndose en el panorama cinéfilo por el fracaso de sus dos proyectos anteriores. La apuesta era grande, pero más grande fue el valor de Ichikawa al lanzarse a rodar una película que rompía con todos los esquemas de narrativa cinematográfica de su país.
De repente, el actor que casi dobla su edad con esta repetición de personajes lo borda y da un trabajo de filigrana dorada al dotar a sus creaciones con el milagro de los pequeños matices que dan más información que ningún guión. El director, con un par, repito, mezcla la voz en off de los pensamientos del onnagata con los diálogos en los que se va urdiendo la red que alcanzará la venganza. O soliloquios del ladrón, con su creciente empatía hacia el plan de revancha.
Y todo encaja, de forma maravillosa, todo se une de forma poética, casi irreal, en la que el kabuki se muestra como cine y el cine se confunde con el arte de las tablas. La poesía apremia por momentos, aunque controlada esperando ese plano final con el que llegas a creer en las leyendas.
Por supuesto, se muestran las pérdidas por el camino que se encuentran antes de alcanzar el remate final, la última muerte. Pero es inevitable quedarse con el sabor agridulce que debe proporcionar el lograr vengarte, ése que pese a tener una parte desagradable quieres probar una y otra vez.
Que se prepare más de uno.
En primer lugar, el actor protagonista es Kazuo Hasegawa, un icono en la historia del cine japonés y que, con este proyecto, cumplía su aparición número 300 en la gran pantalla. Se dice pronto, ya no hay actor de cine que pudiera igualar este récord.
Para celebrar el evento, se elige hacer un remake de una película ya protagonizada por el propio Hasegawa 28 años antes, cuando el actor contaba tan sólo con 27 años de edad. Además, es un papel doble en el que tiene que dar vida a un Onnagata (los actores que daban vida a mujeres en el teatro kabuki) y a un ladrón que va cogiendo afinidad al vengativo protagonista.
Los productores no debían estar muy seguros de la idea porque eligieron como director a Kon Ichikawa, un cineasta hundiéndose en el panorama cinéfilo por el fracaso de sus dos proyectos anteriores. La apuesta era grande, pero más grande fue el valor de Ichikawa al lanzarse a rodar una película que rompía con todos los esquemas de narrativa cinematográfica de su país.
De repente, el actor que casi dobla su edad con esta repetición de personajes lo borda y da un trabajo de filigrana dorada al dotar a sus creaciones con el milagro de los pequeños matices que dan más información que ningún guión. El director, con un par, repito, mezcla la voz en off de los pensamientos del onnagata con los diálogos en los que se va urdiendo la red que alcanzará la venganza. O soliloquios del ladrón, con su creciente empatía hacia el plan de revancha.
Y todo encaja, de forma maravillosa, todo se une de forma poética, casi irreal, en la que el kabuki se muestra como cine y el cine se confunde con el arte de las tablas. La poesía apremia por momentos, aunque controlada esperando ese plano final con el que llegas a creer en las leyendas.
Por supuesto, se muestran las pérdidas por el camino que se encuentran antes de alcanzar el remate final, la última muerte. Pero es inevitable quedarse con el sabor agridulce que debe proporcionar el lograr vengarte, ése que pese a tener una parte desagradable quieres probar una y otra vez.
Que se prepare más de uno.
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miércoles, 5 de enero de 2011
118 - LA NOCHE DE SAN LORENZO (La notte di San Lorenzo). Paolo y Vittorio Taviani. Italia, 1982.
Los 80, aparte de por la imprescindible movida madrileña, serán también recordados por ser la época de proliferación de las salas de cine de estreno en versión original. Así, mientras los títulos que habían estado prohibidos en nuestro país por la nefasta dictadura franquista llegaban a la cartelera a través de los cine-clubs, también empezamos a disfrutar de producciones de todo tipo en el idioma en que se habían rodado.
Era una época gloriosa en la que a las películas se las permitía el tiempo suficiente para que el boca-oreja provocara el interés suficiente para que llegaran a formarse grandes filas a la puerta de los cines. Una de ellas fue el título que nos ocupa, esta Noche de San Lorenzo que tanto se comentó, especialmente en los círculos intelectuales de izquierdas.
Conocidos ya por su joya Padre Padrone (1977), de la que todo el mundo comentaba las imágenes de bestialismo entre adolescentes y animales de granja, la llegada de esta nueva entrega fue la confirmación de que los Taviani eran unos cineastas que tenían mucho que ofrecer. Así lo respaldaba el tremendo éxito que habían tenido en el Festival de Cannes.
Y no es para menos. Contada como si fuera un cuento de cuna de una madre a su bebé, nos encontramos con un grupo de personas que se adentran en la noche para intentar salvar su vida en pleno conflicto de la II Guerra Mundial.
Aunque el recurso de encontrar en un corpúsculo de personas a los representantes de todos los estratos sociales dominantes ya se había utilizado en repetidas ocasiones, y pese a que el conflicto bélico en el que se desarrolla era de mediados del XX, en España esta cinta tuvo un especial impacto al encontrarse relaciones directas entre los personajes que aparecían en la pantalla y los arquetipos que habían poblado los cuarenta años de la citada y despreciable dictadura de España.
Los actores que dan vida a todos estos personajes están de escándalo, pero es inevitable destacar a dos de ellos: Omero Antonutti y Margarita Lozano. Mientras que el primero siempre ha demostrado una facilidad pasmosa para imbuirse de cualquier personaje que se le ofrezca, inolvidable su protagonismo en El Sur (Víctor Erice, 1983), la segunda, nuestra exportada y magnífica actriz siempre ha sido maestra con economía de recursos para dar vida a las mujeres más variopintas. Dos joyas de la interpretación.
Por lo demás, hoy en día el visionado de esta película, con la pereza mental que todos padecemos ante los símbolos ideológicos, seguramente no obtendría los mismos resultados en el espectador. Pero cualquiera quedaría boquiabierto a poco que se fijara en que, pase el tiempo que pase, el ser humano parece abocado a no hacer más que repetirse una y otra vez.
Era una época gloriosa en la que a las películas se las permitía el tiempo suficiente para que el boca-oreja provocara el interés suficiente para que llegaran a formarse grandes filas a la puerta de los cines. Una de ellas fue el título que nos ocupa, esta Noche de San Lorenzo que tanto se comentó, especialmente en los círculos intelectuales de izquierdas.
Conocidos ya por su joya Padre Padrone (1977), de la que todo el mundo comentaba las imágenes de bestialismo entre adolescentes y animales de granja, la llegada de esta nueva entrega fue la confirmación de que los Taviani eran unos cineastas que tenían mucho que ofrecer. Así lo respaldaba el tremendo éxito que habían tenido en el Festival de Cannes.
Y no es para menos. Contada como si fuera un cuento de cuna de una madre a su bebé, nos encontramos con un grupo de personas que se adentran en la noche para intentar salvar su vida en pleno conflicto de la II Guerra Mundial.
Aunque el recurso de encontrar en un corpúsculo de personas a los representantes de todos los estratos sociales dominantes ya se había utilizado en repetidas ocasiones, y pese a que el conflicto bélico en el que se desarrolla era de mediados del XX, en España esta cinta tuvo un especial impacto al encontrarse relaciones directas entre los personajes que aparecían en la pantalla y los arquetipos que habían poblado los cuarenta años de la citada y despreciable dictadura de España.
Los actores que dan vida a todos estos personajes están de escándalo, pero es inevitable destacar a dos de ellos: Omero Antonutti y Margarita Lozano. Mientras que el primero siempre ha demostrado una facilidad pasmosa para imbuirse de cualquier personaje que se le ofrezca, inolvidable su protagonismo en El Sur (Víctor Erice, 1983), la segunda, nuestra exportada y magnífica actriz siempre ha sido maestra con economía de recursos para dar vida a las mujeres más variopintas. Dos joyas de la interpretación.
Por lo demás, hoy en día el visionado de esta película, con la pereza mental que todos padecemos ante los símbolos ideológicos, seguramente no obtendría los mismos resultados en el espectador. Pero cualquiera quedaría boquiabierto a poco que se fijara en que, pase el tiempo que pase, el ser humano parece abocado a no hacer más que repetirse una y otra vez.
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