En los años 50, de la misma forma que se rodaban westerns como churros en Hollywood, en Japón salían al mercado numerosas películas de espadachines, enmarcadas en el género conocido como jidai-geki . Pero Kurosawa, ese genio cinematográfico, quiso hacer algo diferente y "rodar una película profunda". Con este parámetro, y con ganas de cocinar un manjar que deleitara a todos los paladares, se lanzó a la creación de esta obra que ha marcado todo un hito en la historia del cine.
Los habitantes de un pueblo indefenso están hartos de ser las víctimas, todos los años, de soportar los abusos y violaciones que reciben de una panda de asesinos que, además, les toman por el pito de un sereno. Para terminar de una vez por todas con semejante afrenta, se lanzan a buscar samuráis libres que, a cambio de techo y comida, les ayuden a defenderse. Aunque la oferta es escasa, no tardan en encontrar a Kikuchiyo, un perdedor romántico que decide coger su causa como propia y que es el encargado de organizar a un grupo de siete compañeros (él incluido) para luchar por la libertad del pueblo maldito.
Las situaciones de convivencia entre los guerreros, cada uno de su padre y de su madre, dan lugar a situaciones tanto cómicas como de lo más emocionante, según el personaje que refleje lo que le ocurre a cada momento. La relación con la gente del pueblo pasa de ser fría y desconfiada a cercana y amistosa. Y se viven momentos en los algún samurái saca a lucir su triste alma por una infancia de abandono.
Pero la necesidad es una trampa en la que caemos según nos vienen las cosas y, como es marca de la casa en Kurosawa, el impresionante final nos ofrece el choque entre los supervivientes de entre los samuráis que, mientras rezan a las tumbas de sus compañeros, ven como los habitantes del pueblo, una vez solucionado su problema, se olvidan de lo pasado y vuelven a trabajar sus campos como si nada.
Una vez más, Toshiro Mifune es el protagonista de esta historia, un actor con una grandiosa capacidad de interpretación y del que Kurosawa llegó a afirmar que "verle trabajar era todo un placer. A veces, miraba a los operarios de cámara para ver cómo les emocionaba con su arte". Un logro que repite, invariablemente, con todos los espectadores que disfrutan de su arte.
Esta película, aparte de ganar el León de Plata en Venecia y estar nominada a dos Oscars(c), fue el pasaporte definitivo del cine japonés a occidente, donde terminaron los tópicos que se habían creado alrededor del cine del país del Sol Naciente.
De esta película, salió un remake hollywoodiense, Los siete magníficos (John Sturges, 1960) que también ha pasado a la historia y que contó con varias secuelas. Y, aunque es innegable su status de obra maestra, soy de los convencidos de que no logra alcanzar las cotas por las que la obra original camina con soltura.
jueves, 12 de mayo de 2011
miércoles, 11 de mayo de 2011
153 - ANTES DE LA REVOLUCION (Prima de la revoluzione). Bernardo Bertolucci. Italia, 1964.
Para su segundo largometraje, Bernardo Bertolucci, con menos de 25 años de edad, se lanzó a rodar una historia en la que parecía mezclar los temas fundamentales de su juventud con su amor por su ciudad natal, Parma.
En aquella época, mediando los 60, la juventud creía en algo que se ha perdido, de forma irremediable parece ser: los ideales. Porque las aventuras amorosas del joven protagonista, obsesionado con su tía carnal, se nos van narrando de forma salpimentada por aquellas conversaciones eternas que teníamos de jóvenes cuando nos daba la madrugada hablando del auténtico alcance de El capital, de Marx.
Por eso, esta cinta sorprende por una tremenda densidad en sus diálogos, algo que el propio Bertolucci ha ido perdiendo en su discurso con el paso de los años. Frente a la grandiosidad de, digamos, El último emperador, esta cinta es más deudora de su colaboración con Pasolini en Accatone (1961) que con el preciosismo que luego alcanzara este cineasta en la historia del último mandatario real de la China.
No es una película fácil de ver hoy en día, en estos tiempos en los que los SMS y los Twitter nos han acostumbrado a que las noticias se pueden compartir con forma de teletipo. Ahora, lamentablemente, las conversaciones a las que se dedica tiempo tratan sobre las últimas ocurrencias de Belén Esteban, o asuntos así de trascendentes. De hecho, en periodos electorales, nadie habla de los programas políticos de los partidos, sino de quien ha mentido más o menos; de quién ha robado más o menos; o de a quién se va a votar en virtud de razonamientos sencillamente absurdos.
En todo caso, hay un fuerte sentido de nostalgia en esta cinta que las nuevas generaciones (salvo honrosas excepciones) encontrarán imposible de comprender. Y quizá sea más realista su actitud indiferente de la actualidad frente a aquellos enfrentamientos dialécticos que, como ha demostrado la historia, no han podido evitar que desemboquemos en el momento que nos encontramos: como auténticos ciudadanos gamma que sólo vivimos para que nos sigan proporcionando nuestra ración de soma.
Así de triste, así de real.
En aquella época, mediando los 60, la juventud creía en algo que se ha perdido, de forma irremediable parece ser: los ideales. Porque las aventuras amorosas del joven protagonista, obsesionado con su tía carnal, se nos van narrando de forma salpimentada por aquellas conversaciones eternas que teníamos de jóvenes cuando nos daba la madrugada hablando del auténtico alcance de El capital, de Marx.
Por eso, esta cinta sorprende por una tremenda densidad en sus diálogos, algo que el propio Bertolucci ha ido perdiendo en su discurso con el paso de los años. Frente a la grandiosidad de, digamos, El último emperador, esta cinta es más deudora de su colaboración con Pasolini en Accatone (1961) que con el preciosismo que luego alcanzara este cineasta en la historia del último mandatario real de la China.
No es una película fácil de ver hoy en día, en estos tiempos en los que los SMS y los Twitter nos han acostumbrado a que las noticias se pueden compartir con forma de teletipo. Ahora, lamentablemente, las conversaciones a las que se dedica tiempo tratan sobre las últimas ocurrencias de Belén Esteban, o asuntos así de trascendentes. De hecho, en periodos electorales, nadie habla de los programas políticos de los partidos, sino de quien ha mentido más o menos; de quién ha robado más o menos; o de a quién se va a votar en virtud de razonamientos sencillamente absurdos.
En todo caso, hay un fuerte sentido de nostalgia en esta cinta que las nuevas generaciones (salvo honrosas excepciones) encontrarán imposible de comprender. Y quizá sea más realista su actitud indiferente de la actualidad frente a aquellos enfrentamientos dialécticos que, como ha demostrado la historia, no han podido evitar que desemboquemos en el momento que nos encontramos: como auténticos ciudadanos gamma que sólo vivimos para que nos sigan proporcionando nuestra ración de soma.
Así de triste, así de real.
Etiquetas:
Antes de la revolución,
Bernardo Bertolucci
martes, 10 de mayo de 2011
152 - PICKPOCKET. Robert Bresson. Francia, 1959.
Si en la historia del cine son pocos los que pueden presumir de haber creado nuevas vías en la narrativa cinematográfica, qué duda cabe de que Robert Bresson es uno de los que sobresalen por su aportación. En su caso, y por primera vez, se podría hablar del cine de disección.
Su forma de rodar, fría por lo objetiva, se convierte casi en un análisis ciéntifico de lo que se narra. El blanco y negro que utiliza en sus cintas también ayuda a la distancia necesaria para que lo que se cuenta vaya dejando su impronta en las mentes de los espectadores. Los planos centrados en determinados detalles dan mayor relevancia a lo que sucede. Y, sobre todo, sus "modelos" (que es como Bresson llamaba a sus actores), al ser mayormente no profesionales, dan vida a unos personajes que, de cara al público, parecen estar sacados directamente de la calle, con esa misma falta de pasión que provoca cualquier viandante con el que nos crucemos.
Tengo que admitir que la primera vez que vi una película de este genial director, que fue precisamente esta Pickpocket que ahora nos ocupa, tardé tiempo en entrar en la historia, en que su aspecto formal me atrapara. Pero, curiosamente, con el paso del tiempo y el visionado de otras cintas, te das cuenta de que puedes llegar a entender la pasión de los investigadores en sus estudios. Que no hace falta mostrar emociones intensas para que las mentes científicas vivan al límite.
No en vano, no hay ningún asomo de pasión en la trayectoria vital del protagonista, un ser que se ve imbuido, cada vez más, en el acto de robar carteras. Una pasión que le va dominando y que termina convirtiéndose en la meta y fin de su existencia, más allá de su madre y de su novia, y de todo lo que le rodea.
Diez años antes, Jean Genet había regalado al mundo su escrito autobiográfico Diario del ladrón y, pese a lo descarnado de su obra, había logrado encontrar una cierta comprensión social hacia las motivaciones que le habían llevado a vivir fuera de la ley. Y a pensar que los ladrones son, en realidad, ángeles mandados desde los cielos.
En este caso, Michel, el protagonista, también se nos presenta como un ser sumamente espiritual que aspira a lograr alcanzar las cumbres del Arte, con mayúsculas, a través de su creación fundamental: el perfecto robo de carteras.
Si cuando termines de ver esta obra notas que te sientes raro, no te preocupes, será que Bresson ha logrado también inocularte con ese sentido del estudio de uno mismo al que nos lleva su obra. Puede doler, pero lo llegarás a agradecer.
Su forma de rodar, fría por lo objetiva, se convierte casi en un análisis ciéntifico de lo que se narra. El blanco y negro que utiliza en sus cintas también ayuda a la distancia necesaria para que lo que se cuenta vaya dejando su impronta en las mentes de los espectadores. Los planos centrados en determinados detalles dan mayor relevancia a lo que sucede. Y, sobre todo, sus "modelos" (que es como Bresson llamaba a sus actores), al ser mayormente no profesionales, dan vida a unos personajes que, de cara al público, parecen estar sacados directamente de la calle, con esa misma falta de pasión que provoca cualquier viandante con el que nos crucemos.
Tengo que admitir que la primera vez que vi una película de este genial director, que fue precisamente esta Pickpocket que ahora nos ocupa, tardé tiempo en entrar en la historia, en que su aspecto formal me atrapara. Pero, curiosamente, con el paso del tiempo y el visionado de otras cintas, te das cuenta de que puedes llegar a entender la pasión de los investigadores en sus estudios. Que no hace falta mostrar emociones intensas para que las mentes científicas vivan al límite.
No en vano, no hay ningún asomo de pasión en la trayectoria vital del protagonista, un ser que se ve imbuido, cada vez más, en el acto de robar carteras. Una pasión que le va dominando y que termina convirtiéndose en la meta y fin de su existencia, más allá de su madre y de su novia, y de todo lo que le rodea.
Diez años antes, Jean Genet había regalado al mundo su escrito autobiográfico Diario del ladrón y, pese a lo descarnado de su obra, había logrado encontrar una cierta comprensión social hacia las motivaciones que le habían llevado a vivir fuera de la ley. Y a pensar que los ladrones son, en realidad, ángeles mandados desde los cielos.
En este caso, Michel, el protagonista, también se nos presenta como un ser sumamente espiritual que aspira a lograr alcanzar las cumbres del Arte, con mayúsculas, a través de su creación fundamental: el perfecto robo de carteras.
Si cuando termines de ver esta obra notas que te sientes raro, no te preocupes, será que Bresson ha logrado también inocularte con ese sentido del estudio de uno mismo al que nos lleva su obra. Puede doler, pero lo llegarás a agradecer.
lunes, 9 de mayo de 2011
151 - BAILAR EN LA OSCURIDAD (Dancer in the dark). Lars von Trier. Dinamarca, 2000.
Lo primero a decir de esta película es que se trata de una coproducción europea que pareció aprovechar el momento en el que todo el continente se preparaba para el paso al ECU, primer nombre de la moneda que hoy en día todos utilizamos bajo el nombre de Euro.
Este gesto, que en manos de otro podría parecer una iniciativa ingeniosa, en el caso del soberbio von Trier resulta un ejemplo más de su sobradismo egocéntrico. Especialmente cuando consideras que, aún estando dentro del ámbito del famoso movimiento Dogma 95, este director, cuál si de un director fílmico se tratara, se pasa sus propias normas por la entrepierna y realiza la cinta tal y como le da la gana.
Para empezar, este título consta de dos unidades completamente diferenciadas. La primera sería la de narrativa normal, digamos, esas partes en las que nos van contando las vicisitudes de la protagonista, esa cegata y ceniza mujer interpretada por Björk. La segunda, serían los números musicales que la cabeza de ese mismo personaje interpreta para sí.
Y mientras que esta segunda unidad es toda una genialidad digna de todo tipo de halagos, y que en seguida empezó a ser imitada en películas como Mi vida sin mí (Isabel Coixet, 2003), la primera no se diferencia, argumentalmente, de lo que hace años que los críticos llamamos, con desprecio, "películas de después de comer".
La muchacha sufre una serie de desgracias que, entre que el hijo se le muere, ella va perdiendo la vista, la atacan, la intentan robar y demás despropósitos, al final te quedas con la impresión de que sólo le faltaba que se volviera negra y la quemara el Ku Klux Klan, porque no le pueden pasar más cosas.
Eso sí, como se rueda con cámara al hombro y sin steady, pues parece súper moderno y los que se las dan de vanguardistas declamaban: "¡guau, qué novedoso!", olvidando que es lo mismo que se lleva contando en esas historias de madre divorciada a la que pega el marido y que la quitan el hijo por no saber conducir, como tan bien ha mostrado Antena 3 con sus emisiones.
Repito que sólo por los números musicales sí que estamos ante una de las películas de visionado obligado para todo el mundo. Aparte del talento vocal de la cantante metida a actriz, la forma de componer música con sonidos cotidianos de la vida, así como con los mismos golpes físicos que padece ella, se muestra una forma diferente de entender la composición musical. Algo que se debe absolutamente a la genialidad de Björk y a la labor musical que lleva realizando desde sus tiempos en The Sugarcubes.
Un estilo musical que ha creado escuela y que ha influido en trabajos tan diferentes como la banda sonora de Pozos de ambición (Paul Thomas Anderson, 2007), uan partitura fascinante y rayante a partes iguales.
También merece la pena, y mucho, ver la creación de personaje que hace Catherine Deneuve. La actriz había escrito a von Trier tras ver Rompiendo las olas (que también llegará a este blog) ofreciéndose a trabajar con él cuando quisiera. De ahí, el cineasta danés le escribió esta participación que admiro sin límites.
Por último, el reparto de secundarios es sencillamente excelente y se puede gozar de la labor de grandes actores como Udo Kier o de Joel Grey. Sólo que interpretando esas situaciones patéticas a las que me he referido antes, haciendo mayormente de malotes.
Recuerdo perfectamente que, a la salida del cine, se veían abundantes pares de ojos arrasados en lágrimas. Sinceramente, yo estaba aburrido de todo lo que le pasaba hacia la mitad de la película, y no me provocó ningún tipo de simpatía. Pero es que yo sí me he criado con los buenos melodramas.
En el Festival de Cannes, esta cinta se alzó con la Palma de Oro y el Premio a la Mejor Actriz para Björk, supongo que para que se cantara algo en la Gala de Clausura. Y ella misma protagonizó una gala de Oscars(c) en la que interpretó su nominada canción con el vestido de cisne que pasará a la historia por ser uno de los más excéntricos jamás visto en dicha ceremonia.
Pero, sinceramente, yo estoy deseando que aparezca la versión DVD en la que se pueda elegir ver sólo las interpretaciones cantarinas de la esquimala.
Este gesto, que en manos de otro podría parecer una iniciativa ingeniosa, en el caso del soberbio von Trier resulta un ejemplo más de su sobradismo egocéntrico. Especialmente cuando consideras que, aún estando dentro del ámbito del famoso movimiento Dogma 95, este director, cuál si de un director fílmico se tratara, se pasa sus propias normas por la entrepierna y realiza la cinta tal y como le da la gana.
Para empezar, este título consta de dos unidades completamente diferenciadas. La primera sería la de narrativa normal, digamos, esas partes en las que nos van contando las vicisitudes de la protagonista, esa cegata y ceniza mujer interpretada por Björk. La segunda, serían los números musicales que la cabeza de ese mismo personaje interpreta para sí.
Y mientras que esta segunda unidad es toda una genialidad digna de todo tipo de halagos, y que en seguida empezó a ser imitada en películas como Mi vida sin mí (Isabel Coixet, 2003), la primera no se diferencia, argumentalmente, de lo que hace años que los críticos llamamos, con desprecio, "películas de después de comer".
La muchacha sufre una serie de desgracias que, entre que el hijo se le muere, ella va perdiendo la vista, la atacan, la intentan robar y demás despropósitos, al final te quedas con la impresión de que sólo le faltaba que se volviera negra y la quemara el Ku Klux Klan, porque no le pueden pasar más cosas.
Eso sí, como se rueda con cámara al hombro y sin steady, pues parece súper moderno y los que se las dan de vanguardistas declamaban: "¡guau, qué novedoso!", olvidando que es lo mismo que se lleva contando en esas historias de madre divorciada a la que pega el marido y que la quitan el hijo por no saber conducir, como tan bien ha mostrado Antena 3 con sus emisiones.
Repito que sólo por los números musicales sí que estamos ante una de las películas de visionado obligado para todo el mundo. Aparte del talento vocal de la cantante metida a actriz, la forma de componer música con sonidos cotidianos de la vida, así como con los mismos golpes físicos que padece ella, se muestra una forma diferente de entender la composición musical. Algo que se debe absolutamente a la genialidad de Björk y a la labor musical que lleva realizando desde sus tiempos en The Sugarcubes.
Un estilo musical que ha creado escuela y que ha influido en trabajos tan diferentes como la banda sonora de Pozos de ambición (Paul Thomas Anderson, 2007), uan partitura fascinante y rayante a partes iguales.
También merece la pena, y mucho, ver la creación de personaje que hace Catherine Deneuve. La actriz había escrito a von Trier tras ver Rompiendo las olas (que también llegará a este blog) ofreciéndose a trabajar con él cuando quisiera. De ahí, el cineasta danés le escribió esta participación que admiro sin límites.
Por último, el reparto de secundarios es sencillamente excelente y se puede gozar de la labor de grandes actores como Udo Kier o de Joel Grey. Sólo que interpretando esas situaciones patéticas a las que me he referido antes, haciendo mayormente de malotes.
Recuerdo perfectamente que, a la salida del cine, se veían abundantes pares de ojos arrasados en lágrimas. Sinceramente, yo estaba aburrido de todo lo que le pasaba hacia la mitad de la película, y no me provocó ningún tipo de simpatía. Pero es que yo sí me he criado con los buenos melodramas.
En el Festival de Cannes, esta cinta se alzó con la Palma de Oro y el Premio a la Mejor Actriz para Björk, supongo que para que se cantara algo en la Gala de Clausura. Y ella misma protagonizó una gala de Oscars(c) en la que interpretó su nominada canción con el vestido de cisne que pasará a la historia por ser uno de los más excéntricos jamás visto en dicha ceremonia.
Pero, sinceramente, yo estoy deseando que aparezca la versión DVD en la que se pueda elegir ver sólo las interpretaciones cantarinas de la esquimala.
Etiquetas:
Bailar en la oscuridad,
Björk,
Catherine Deneuve,
Joel Grey,
Lars von Trier,
Udo Kier
viernes, 6 de mayo de 2011
150 - ANGELES CON CARAS SUCIAS (Angels with dirty faces). Michael Curtiz. USA, 1938.
Cuatro años antes de que Michael Curtiz cautivara al universo entero con la delicia titulada Casablanca (que, por supuesto, también llegará a este blog), cosechó un gran éxito con este título. Una entrega de cine negro en estado puro protagonizada por ese animal de la interpretación llamado James Cagney.
Lo más fascinante, e interesante, de este título es precisamente el retrato de la vida en la calle de los chavales marginados que no saben ni dónde ni cómo encontrar su lugar en el mundo. Y esta problemática, que sigue siendo de rabiosa actualidad, es el tema central de esta historia en la que vemos como el protagonista se enfrenta al cura de su barrio que quiere defender la inocencia de los muchachitos.
Humphrey Bogart, antes de alcanzar el estrellato, se lucía en su papel y seguía sumando puntos en una carrera que alcanzaría el estrellato poco después (como vimos en El halcón maltés, entrada anterior a ésta).
Junto a estos dos grandes actores, el resto del reparto se compone de actores profesionales junto al grupo de jóvenes que daban vida a los miembros de la panda callejera y que verían sus carreras lanzadas por el éxito tremendo que obtuvo esta cinta.
En las nominaciones a los Oscars(c) de su año, tres nominaciones saltaron a la palestra: Mejor Director, Mejor Actor (Cagney) y Mejor Guión Original. Pero ninguna de ellas llegaría a realizarse yendo a parar a otras manos. Eso sí, el Círculo de Críticos de Nueva York distinguió al actor como el mejor de aquella hornada.
La influencia de esta cinta sigue teniendo peso en toda cinta que trate sobre los peligros de los jóvenes callejeros y se hace sentir en todos los títulos que tratan este tema, incluyendo sus versiones escolares en títulos como Mentes peligrosas (John N. Smith, 1995).
Pero lo que la convierte en cinta de obligado visionado es nada menos que la lectura social que se hace en un tiempo en el que todavía no había llegado el mojigato de McCarthy a tocar las narices a las gentes del cine. Y lo que se cuenta merece la pena ser escuchado.
Lo más fascinante, e interesante, de este título es precisamente el retrato de la vida en la calle de los chavales marginados que no saben ni dónde ni cómo encontrar su lugar en el mundo. Y esta problemática, que sigue siendo de rabiosa actualidad, es el tema central de esta historia en la que vemos como el protagonista se enfrenta al cura de su barrio que quiere defender la inocencia de los muchachitos.
Humphrey Bogart, antes de alcanzar el estrellato, se lucía en su papel y seguía sumando puntos en una carrera que alcanzaría el estrellato poco después (como vimos en El halcón maltés, entrada anterior a ésta).
Junto a estos dos grandes actores, el resto del reparto se compone de actores profesionales junto al grupo de jóvenes que daban vida a los miembros de la panda callejera y que verían sus carreras lanzadas por el éxito tremendo que obtuvo esta cinta.
En las nominaciones a los Oscars(c) de su año, tres nominaciones saltaron a la palestra: Mejor Director, Mejor Actor (Cagney) y Mejor Guión Original. Pero ninguna de ellas llegaría a realizarse yendo a parar a otras manos. Eso sí, el Círculo de Críticos de Nueva York distinguió al actor como el mejor de aquella hornada.
La influencia de esta cinta sigue teniendo peso en toda cinta que trate sobre los peligros de los jóvenes callejeros y se hace sentir en todos los títulos que tratan este tema, incluyendo sus versiones escolares en títulos como Mentes peligrosas (John N. Smith, 1995).
Pero lo que la convierte en cinta de obligado visionado es nada menos que la lectura social que se hace en un tiempo en el que todavía no había llegado el mojigato de McCarthy a tocar las narices a las gentes del cine. Y lo que se cuenta merece la pena ser escuchado.
Etiquetas:
Angeles con caras sucias,
Humphrey Bogart,
James Cagney,
Michael Curtiz
miércoles, 4 de mayo de 2011
149 - EL HALCON MALTES (The Maltese Falcon). John Huston. USA, 1941.
El mismo año que Orson Welles revolucionaba la industria del cine con Ciudadano Kane, saltaba también a la palestra de la dirección John Huston, hasta entonces guionista y figurante ocasional. Hijo del actor Walter (al que llevó a ganar un Oscar(c) como Actor de Reparto por su personaje en El tesoro de Sierra Madre, que también llegará a este blog), este cineasta puro no pudo elegir mejor ocasión para coger la batuta por primera vez.
Las adaptaciones literarias fueron uno de los platos fuertes en su carrera y, en este caso, la elección de la novela homónima firmada por Dashiell Hammett fue todo un bingo. No sólo por la cantidad de elementos de cine negro en estado destilado que se encuentran entre sus páginas, sino por la forma elegante en que supo llevarlas a la gran pantalla.
Entre otras cosas, y fundamental para su status actual, fue la configuración de un reparto que parece milimetrado. Mary Astor, precisamente por su aspecto de mojigata pervertida, clava el personaje de la malvada femme fatale. Sydney Greenstreet, un actor enorme en todos los sentidos, estaría nominado al Oscar(c) como Mejor Secundario por el retrato que ofrece en esta cinta. Y Peter Lorre, pese a que una de las connotaciones en su contra sea la de ser homosexual (bueno, más bien afeminado: sus notas huelen a perfume), resulta también imprescindible para su caracterización.
La gran baza, sin embargo, vino de la elección del protagonista. Para dar vida a Sam Spade, Huston se decantó por un actor que había comenzado a despuntar con sus papeles secundarios en películas de gángsters. Solía hacer de malo, pero su peculiar forma de hablar (vocalizaba menos que Jorge Sanz hasta la serie que le han dedicado hace poco), su voz arrastrada y un algo de malditismo convirtieron a Humphrey Bogart en un personaje romántico, una sombra que le seguiría a lo largo de toda su carrera. A su favor, eso sí.
La trama entera gira alrededor de una estatua de valor incalculable que representa un halcón negro. En realidad, no es la estatua en sí lo que interesa, sino lo que esconde. Pero este animal ha dado de sí lo que nadie podía figurarse y, hoy en día, es uno de los souvenirs más vendidos en la isla de Malta.
Con este título, Huston dejó una impronta en el género detectivesco y sus artimañas cinematográficas han sido copiadas ad infinitum, siendo todavía en estos tiempos una referencia fundamental para muchos de los directores que salen a la arena.
Pero no sólo eso, sino que también nos ha dejado a su hija, Anjelica Huston, una de las actrices actuales con mayor presencia en pantalla. Y eso es algo que sólo pueden hacer los grandes.
Las adaptaciones literarias fueron uno de los platos fuertes en su carrera y, en este caso, la elección de la novela homónima firmada por Dashiell Hammett fue todo un bingo. No sólo por la cantidad de elementos de cine negro en estado destilado que se encuentran entre sus páginas, sino por la forma elegante en que supo llevarlas a la gran pantalla.
Entre otras cosas, y fundamental para su status actual, fue la configuración de un reparto que parece milimetrado. Mary Astor, precisamente por su aspecto de mojigata pervertida, clava el personaje de la malvada femme fatale. Sydney Greenstreet, un actor enorme en todos los sentidos, estaría nominado al Oscar(c) como Mejor Secundario por el retrato que ofrece en esta cinta. Y Peter Lorre, pese a que una de las connotaciones en su contra sea la de ser homosexual (bueno, más bien afeminado: sus notas huelen a perfume), resulta también imprescindible para su caracterización.
La gran baza, sin embargo, vino de la elección del protagonista. Para dar vida a Sam Spade, Huston se decantó por un actor que había comenzado a despuntar con sus papeles secundarios en películas de gángsters. Solía hacer de malo, pero su peculiar forma de hablar (vocalizaba menos que Jorge Sanz hasta la serie que le han dedicado hace poco), su voz arrastrada y un algo de malditismo convirtieron a Humphrey Bogart en un personaje romántico, una sombra que le seguiría a lo largo de toda su carrera. A su favor, eso sí.
La trama entera gira alrededor de una estatua de valor incalculable que representa un halcón negro. En realidad, no es la estatua en sí lo que interesa, sino lo que esconde. Pero este animal ha dado de sí lo que nadie podía figurarse y, hoy en día, es uno de los souvenirs más vendidos en la isla de Malta.
Con este título, Huston dejó una impronta en el género detectivesco y sus artimañas cinematográficas han sido copiadas ad infinitum, siendo todavía en estos tiempos una referencia fundamental para muchos de los directores que salen a la arena.
Pero no sólo eso, sino que también nos ha dejado a su hija, Anjelica Huston, una de las actrices actuales con mayor presencia en pantalla. Y eso es algo que sólo pueden hacer los grandes.
Etiquetas:
El halcón maltés,
Humphrey Bogart,
John Huston,
Jorge Sanz,
Mary Astor,
Peter Lorre,
Sydney Greenstreet
martes, 3 de mayo de 2011
148 - LA AVENTURA (L'avventura). Michelangelo Antonioni. Italia/Francia, 1960.
Desde 1960, y con un ritmo de una peli al año, Michelangelo Antonioni fue creando su celebrada trilogía compuesta por La aventura (la que ahora nos ocupa y primera entrega del trío), seguida de La noche (1961) y El eclipse (1962). Cuál sería el resultado que todas ellas están incluidas en EL y en casi todas las selecciones de las mejores películas de la historia.
Mucho se ha hablado sobre este director, incluyendo la eterna rivalidad con Ingmar Bergman sobre cuál era mejor cineasta de los dos, pero lo cierto es que Antonioni ni es tan profundo ni logra las cotas que el sueco dominaba con total facilidad.
En realidad, el cine de este creador italiano (al que no hay que desmerecer, ni mucho menos) resulta ser la versión pija del neorrealismo italiano. Mientras que este movimiento, nacido justo después de la II Guerra Mundial, se centraba y molestaba en retratar la faceta más dura de la existencia, el cine de Antonioni busca, de una forma refinada, alcanzar a entender las motivaciones y pensamientos de esa clase media-alta (cuando todavía las clases marcaban las diferencias sociales que ahora vuelven a marcar) que le fascinaba.
Ahora, en lugar de encontrar personajes sin nada que perder y todo que lograr, nos encontramos con unos seres que buscan formas nuevas de encontrar gente y situaciones que les exciten, que justifiquen unas vidas aburridas a las que no saben darle sentido.
En la que nos ocupa, protagonizada por la musa del director, Monica Vitti, una pareja de novio y mejor amiga de la protagonista se unen para recuperar a la perdida novia/amiga de ambos. El resultado: que se enamoran entre ellos y viven la aventura que da título al film.
Más que una trama que mantenga el vilo en el espectador, siempre he tenido la sensación de que el cine de este señor se distingue por lograr momentos de brillante intensidad dentro de una línea constante de cotidianeidad casi aburrida.
Desde luego, merece la pena ver estas tres películas, pero más por la influencia posterior que han tenido (hasta el punto de que su estilo entra hoy en día como el más normal del mundo), que por lo que cuentan en sí: una serie de anécdotas que, quizá marcaran en su tiempo, pero que hoy en día no resultan ni extrañas, ni chocantes.
Eso sí, una de las mayores curiosidades es el círculo de actores cosmopolita que se movía en aquellos tiempos en Europa. La propia Vitti, o Lea Massari (quien da vida aquí a su mejor amiga) se moverían entre Italia y Francia con la misma facilidad que Pepe se mueve por su casa.
Y es una lástima, una vez más, que la deleznable dictadura franquista (que ahora quiere recuperar el PP disfrazada de democracia) fuera la culpable de que España, que había sido uno de los países más avant-garde en la República previa a la llegada del maldito enano gallego que nunca debería haber nacido, se quedara fuera de un movimiento entre culturas europeas que redundó en un tremendo beneficio cultural de todos sus implicados.
Mucho se ha hablado sobre este director, incluyendo la eterna rivalidad con Ingmar Bergman sobre cuál era mejor cineasta de los dos, pero lo cierto es que Antonioni ni es tan profundo ni logra las cotas que el sueco dominaba con total facilidad.
En realidad, el cine de este creador italiano (al que no hay que desmerecer, ni mucho menos) resulta ser la versión pija del neorrealismo italiano. Mientras que este movimiento, nacido justo después de la II Guerra Mundial, se centraba y molestaba en retratar la faceta más dura de la existencia, el cine de Antonioni busca, de una forma refinada, alcanzar a entender las motivaciones y pensamientos de esa clase media-alta (cuando todavía las clases marcaban las diferencias sociales que ahora vuelven a marcar) que le fascinaba.
Ahora, en lugar de encontrar personajes sin nada que perder y todo que lograr, nos encontramos con unos seres que buscan formas nuevas de encontrar gente y situaciones que les exciten, que justifiquen unas vidas aburridas a las que no saben darle sentido.
En la que nos ocupa, protagonizada por la musa del director, Monica Vitti, una pareja de novio y mejor amiga de la protagonista se unen para recuperar a la perdida novia/amiga de ambos. El resultado: que se enamoran entre ellos y viven la aventura que da título al film.
Más que una trama que mantenga el vilo en el espectador, siempre he tenido la sensación de que el cine de este señor se distingue por lograr momentos de brillante intensidad dentro de una línea constante de cotidianeidad casi aburrida.
Desde luego, merece la pena ver estas tres películas, pero más por la influencia posterior que han tenido (hasta el punto de que su estilo entra hoy en día como el más normal del mundo), que por lo que cuentan en sí: una serie de anécdotas que, quizá marcaran en su tiempo, pero que hoy en día no resultan ni extrañas, ni chocantes.
Eso sí, una de las mayores curiosidades es el círculo de actores cosmopolita que se movía en aquellos tiempos en Europa. La propia Vitti, o Lea Massari (quien da vida aquí a su mejor amiga) se moverían entre Italia y Francia con la misma facilidad que Pepe se mueve por su casa.
Y es una lástima, una vez más, que la deleznable dictadura franquista (que ahora quiere recuperar el PP disfrazada de democracia) fuera la culpable de que España, que había sido uno de los países más avant-garde en la República previa a la llegada del maldito enano gallego que nunca debería haber nacido, se quedara fuera de un movimiento entre culturas europeas que redundó en un tremendo beneficio cultural de todos sus implicados.
Etiquetas:
La aventura,
Lea Massari,
Michelangelo Antonioni,
Monica Vitti
Suscribirse a:
Entradas (Atom)