Otra de las películas incluidas en todos los listados de "las mejores de la historia", este western ha sido alabado por muchos motivos, con los que estoy de acuerdo, excepto el de que Ford destacara sobre todo a un protagonista (lo hizo varias veces, la verdad).
En todo caso, es cierto que son muchas las virtudes de este western que se queda grabado en la mente de todos sus espectadores. Para empezar, la imagen inicial de una sombra femenina mirando por la ventana al árido horizonte, por donde llega un vaquero, es más que una preciosa postal: es todo un contenido de información romántica sobre lo que se va a desarrollar a continuación.
También se ha elevado la interpretación de Wayne, con razón, excepto cuando inciden en el amor secreto que siente por su cuñada. De secreto, ni pizca porque se la come con los ojos desde que se la encuentra. Pero sí, hace un trabajo diferente al de ser, simplemente, un durazo.
Se ha acusado a la película de que, en muy buena parte, su sentido del humor viene de mofarse de los indios. Pero dos detalles restan importancia a esta xenofobia de ficción: el primero, que Ford se hizo muy colega de los actores nativos que aparecen en la peli y se iba con ellos de caza y de juerga; el segundo, que muchos de los chistes vienen directamente de Wayne quedando por encima del resto de los personajes, sobre todo, de un viejo borrachuzo y del personaje de Hunter que le sigue como un becario durante todo el metraje.
Otra de las maravillas de esta gozada son los secundarios. Un grupo nutrido de actores que, bajo el control de la omnipresencia de Wayne, le complementan como pocos coros se han creado desde los tiempos de los griegos. Quizá se podría descalificar la interpretación de Jefrrey Hunter como el mestizo acogido en la familia del prota. Y es que el pobre era muy flojito, pero como era tan guapo y le maquillan morenazo por lo étnico, pues adorna una barbaridad.
Y es que, para mí, ésa es la auténtica clave de que Centauros del desierto sea la maravilla que es. En escasas ocasiones se puede calificar a una película de bella. En este caso, no hay otro adjetivo que se pueda adelantar a la estética de rechupete que adorna toda la cinta. Entre los paisajes de Monument Valley y la gran labor de iluminación de Winton C. Hoch (director de fotografía al que también le debemos El hombre tranquilo), el ojo no se cansa ni un segundo de lo que le ponen por delante.
Este placer no hubiera sido posible, qué duda cabe, si no hubiera estado al control la batuta de John Ford, un irlandés borrachín e iluminado que supo rozar la perfección.
sábado, 30 de octubre de 2010
lunes, 11 de octubre de 2010
97 - LA BATALLA DE ARGEL (La battaglia di Algeri). Gillo Pontecorvo. Italia/Argelia, 1966.
Hay ocasiones en las que parece recaer en manos del cine el denunciar, relatar o intentar explicar determinados hechos históricos que los gobiernos, a los que correspondería tener las narices de contarlo, intentan por todos los medios mantener en la ignorancia.
En este caso, Gillo Pontecorvo, cineasta que luego alcanzaría una más que merecida fama, comenzó su carrera con este falso documental que dejó boquiabiertos a críticos y espectadores de la época. Incluso se alzó con el León de Oro del Festival de Venecia.
Y no es para menos. Con una objetividad permanente, el recurso más efectivo a la hora de impactar al público, nos relata diferentes momentos de la historia de Argel, la antigua colonia francesa, y cómo logró su independencia a través de la historia de uno de sus habitantes.
Con patrones cogidos del neorrealismo (entre los que se incluye el que la mayoría del reparto sea no profesional), nos mueve a lo largo de una década por situaciones de agobio social en las que se puede llegar a sentir la falta de oxígeno con la que vivieron los habitantes de aquella "posesión" francesa. Todo ello excelentemente acompañado de una genial banda sonora firmada por el propio Pontecorvo junto al simpar Ennio Morricone.
Aunque no juegue con los roles tradicionales de buenos y malos, lo que sí resulta evidente es un mensaje anticolonialista que se puede aplicar a todos los territorios que, en algún momento de su historia, se vieron sometidos a un poder europeo (hoy en día son los yankis los que deberían revisar su así llamada política exterior).
Hay momentos sencillamente de quedarse sin aliento, situaciones más tensas que el suspense mejor trabajado y, sobre todo, un mensaje idealista que subyace a lo largo de todo su desarrollo y que se podría traducir en ese afán de libertad del que nos hemos visto privados por el capitalismo imperante. Lástima que ahoa sea tan sólo un recuerdo.
En este caso, Gillo Pontecorvo, cineasta que luego alcanzaría una más que merecida fama, comenzó su carrera con este falso documental que dejó boquiabiertos a críticos y espectadores de la época. Incluso se alzó con el León de Oro del Festival de Venecia.
Y no es para menos. Con una objetividad permanente, el recurso más efectivo a la hora de impactar al público, nos relata diferentes momentos de la historia de Argel, la antigua colonia francesa, y cómo logró su independencia a través de la historia de uno de sus habitantes.
Con patrones cogidos del neorrealismo (entre los que se incluye el que la mayoría del reparto sea no profesional), nos mueve a lo largo de una década por situaciones de agobio social en las que se puede llegar a sentir la falta de oxígeno con la que vivieron los habitantes de aquella "posesión" francesa. Todo ello excelentemente acompañado de una genial banda sonora firmada por el propio Pontecorvo junto al simpar Ennio Morricone.
Aunque no juegue con los roles tradicionales de buenos y malos, lo que sí resulta evidente es un mensaje anticolonialista que se puede aplicar a todos los territorios que, en algún momento de su historia, se vieron sometidos a un poder europeo (hoy en día son los yankis los que deberían revisar su así llamada política exterior).
Hay momentos sencillamente de quedarse sin aliento, situaciones más tensas que el suspense mejor trabajado y, sobre todo, un mensaje idealista que subyace a lo largo de todo su desarrollo y que se podría traducir en ese afán de libertad del que nos hemos visto privados por el capitalismo imperante. Lástima que ahoa sea tan sólo un recuerdo.
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domingo, 10 de octubre de 2010
96 - DAVID HOLZMAN'S DIARY. Jim McBride. USA, 1967.
Uno de los valores indiscutibles de EL es el incluir títulos experimentales que, si bien hoy en día podrían resultar incluso aburridos, tienen el fascinante poder de haber sido los pioneros en distintas técnicas cinematográficas que ahora parecen cotidianas.
En este caso, nos encontramos con un falso documental que, partiendo de la obsesión propia de los artistas de mirarse en exceso el ombligo, nos cuenta los descubrimientos que hace un individuo después de pasar bastante tiempo haciendo caso sólo a lo que le sucede. A él, particularmente.
La ventaja de rodar con dos duros y con materiales bastante precarios le lleva a probar una serie de planos y técnicas que, como decía al principio, luego se han convertido en parte constante de rodajes puramente comerciales.
Pero Jim McBride, autor del que luego veríamos títulos como Querido detective (1986) o Gran bola de fuego (1989), y que rodaría en España la fallida La tabla de Flandes (1994), logra que nos centremos en un sujeto que no tiene mayor interés. Lo cual es todo un mérito teniendo en cuenta que no es ni simpático ni atractivo.
Eso sí, para los que estéis interesados en conocer el Séptimo Arte desde su lado más puramente formal, no podéis perderos esta pequeña joya que tantas cosas os hará aprender. A los que sólo disfrutéis del cine como espectadores sin ganas de complicaros, elegid otro título.
En este caso, nos encontramos con un falso documental que, partiendo de la obsesión propia de los artistas de mirarse en exceso el ombligo, nos cuenta los descubrimientos que hace un individuo después de pasar bastante tiempo haciendo caso sólo a lo que le sucede. A él, particularmente.
La ventaja de rodar con dos duros y con materiales bastante precarios le lleva a probar una serie de planos y técnicas que, como decía al principio, luego se han convertido en parte constante de rodajes puramente comerciales.
Pero Jim McBride, autor del que luego veríamos títulos como Querido detective (1986) o Gran bola de fuego (1989), y que rodaría en España la fallida La tabla de Flandes (1994), logra que nos centremos en un sujeto que no tiene mayor interés. Lo cual es todo un mérito teniendo en cuenta que no es ni simpático ni atractivo.
Eso sí, para los que estéis interesados en conocer el Séptimo Arte desde su lado más puramente formal, no podéis perderos esta pequeña joya que tantas cosas os hará aprender. A los que sólo disfrutéis del cine como espectadores sin ganas de complicaros, elegid otro título.
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sábado, 9 de octubre de 2010
95 - ULTIMATUM A LA TIERRA (The Day The Earth Stood Still). Robet Wise. USA, 1951.
Corre el año 1951 y a las recientes heridas provocadas por la II Guerra Mundial se suma la amenaza de la bomba atómica, otro motivo de los que se sirvió el gobierno USA para tener asustados a sus habitantes y hacer crecer el control sobre todos (tal y como ha ocurrido desde el terrible, a la par que genial, ataque del 11-S).
De repente, entre las filas de películas de serie B, aparece esta producción en la que un marciano llega a la Tierra para hacer llegar el mensaje de que los humanos tenemos que dejar de luchar los unos contra los otros. Y ese mensaje se convierte en la esperanza que los ciudadanos de a pie necesita escuchar.
A partir de ese momento, el público decide obviar los trucos que se ven, de forma descarada, en el metraje de la cinta para aprenderse la cantinela que el extraterrestre necesita para sus fines. Y se entrega con ganas a lo que Klaatu, el ser venido de otro mundo, tiene que decir.
Varios aciertos, además, lograron que este título tuviera un éxito prodigioso. Primero, la dirección de Robert Wise (un hombre que luego triunfaría con sus musicales West Side Story y Sonrisas y lágrimas, ambos incluidos en EL) que logra realmente que una comunicación interplanetaria se presente como una relación totalmente humana.
En el reparto, el peso caía en hombros de Patricia Neal, una actriz de la época que representó como nadie a la nueva mujer, fuerte, libre e independiente que surgió a través de los esfuerzos de este sexo realizados durante la contienda bélica. Perfecta en su retrato.
Y, por supuesto, la banda sonora del genial Bernard Hermann, que elevó al status de música galáctica una banda sonora en la que destacaba, radicalmente, el uso del theremin, un instrumento que luego sería utilizado ad infinitum en la siguiente década.
Hay un remake de 2008, protagonizado por Keanu Reeves y dirigido por Scott Derrickson, que pierde toda su fuerza, precisamente, por contar con lo que no tuvo la primera versión: medios económicos. Con muchos efectos especiales y con las historias matizadas para que resulten más modernas, el resultado es, sencillamente, decepcionante.
Eso sí, para gozar de esta película en toda su extensión, prepárense con palomitas, manta de sofá y, aunque a veces se escapen risas por los torpes efectos visuales, dense un rato para pensar en el mensaje que se transmite.
De repente, entre las filas de películas de serie B, aparece esta producción en la que un marciano llega a la Tierra para hacer llegar el mensaje de que los humanos tenemos que dejar de luchar los unos contra los otros. Y ese mensaje se convierte en la esperanza que los ciudadanos de a pie necesita escuchar.
A partir de ese momento, el público decide obviar los trucos que se ven, de forma descarada, en el metraje de la cinta para aprenderse la cantinela que el extraterrestre necesita para sus fines. Y se entrega con ganas a lo que Klaatu, el ser venido de otro mundo, tiene que decir.
Varios aciertos, además, lograron que este título tuviera un éxito prodigioso. Primero, la dirección de Robert Wise (un hombre que luego triunfaría con sus musicales West Side Story y Sonrisas y lágrimas, ambos incluidos en EL) que logra realmente que una comunicación interplanetaria se presente como una relación totalmente humana.
En el reparto, el peso caía en hombros de Patricia Neal, una actriz de la época que representó como nadie a la nueva mujer, fuerte, libre e independiente que surgió a través de los esfuerzos de este sexo realizados durante la contienda bélica. Perfecta en su retrato.
Y, por supuesto, la banda sonora del genial Bernard Hermann, que elevó al status de música galáctica una banda sonora en la que destacaba, radicalmente, el uso del theremin, un instrumento que luego sería utilizado ad infinitum en la siguiente década.
Hay un remake de 2008, protagonizado por Keanu Reeves y dirigido por Scott Derrickson, que pierde toda su fuerza, precisamente, por contar con lo que no tuvo la primera versión: medios económicos. Con muchos efectos especiales y con las historias matizadas para que resulten más modernas, el resultado es, sencillamente, decepcionante.
Eso sí, para gozar de esta película en toda su extensión, prepárense con palomitas, manta de sofá y, aunque a veces se escapen risas por los torpes efectos visuales, dense un rato para pensar en el mensaje que se transmite.
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